Domingo, 30 de noviembre de 2008 | Hoy
MúSICA > GUNS’N’ROSES
Finalmente salió Chinese Democracy, el disco de Guns’n’Roses que Axl Rose anunció durante trece años. Es excelente, pero ¿debería haber salido?
Por Mariana Enriquez
Tres de las canciones son deslumbrantes. Cuatro o cinco son muy buenas. Las voces están grabadas de forma brillante y en general las guitarras son más interesantes que las de Use Your Illussion I y II. Axl toma decisiones curiosas e innecesarias, pero les saca ventaja. El disco es bueno. En circunstancias normales, lo calificaría con una A. Pero nada es normal con este disco”. La cita pertenece a la crítica de Chinese Democracy que hizo Chuck Klosterman, escritor y fan obsesivo de Guns n’ Roses, para The Onion. Un hombre que se pasó estos últimos catorce años esperando este disco, soñando este disco, pensando en este disco. Un hombre que no se atreve a decir la verdad: que Chinese Democracy debería haber permanecido como mito. Es una pena este lanzamiento. Es un gran disco Chinese Democracy, es un disco demencial. Y no importa en lo más mínimo. Guns n’ Roses fue la última banda de rock’n’roll, y la condición para que se mantuviera en toda su gloria (con aquella formación irrepetible de Duff, Slash, Izzy y Axl) era que la gran obra loca del hombre que conservó el nombre del grupo nunca saliera a la luz. O sí pero como venía saliendo hasta ahora, en secreto y a cuentagotas, filtrada por Internet, misteriosa. Axl gastó 13 millones de dólares para este disco gestado enteramente en las colinas de Hollywood, donde vive como recluso. Hasta la semana pasada, cuando el disco todavía estaba en gateras, Axl Rose era el Howard Hughes del rock. Después de Chinese Democracy... es temprano para saber lo que es, pero es muy posible que su figura se deslice hacia la del excéntrico que no tiene mucha relevancia (no hacia el ridículo, eso no, porque Axl Rose nunca fue y no es Vince Neil o Bret Michaels: Axl Rose tiene talento).
Si algo se puede decir sobre el disco es que es honesto. Todo en Chinese Democracy es narcisista y paranoico, aunque no tan intenso como cuando Axl escribía excesos como “One In A Million” (donde anticipaba la furia blanca de Eminem) o “Estranged” con ese video que incluía nado con delfines, un video incomprensible para todo el que no estuviera obsesionado por la iconografía de la banda y su complicado cantante. Como siempre, Axl incluye todo lo que puede (las canciones son largas, tienen piano, solos, blues, samples, gritos y funcionan) y lanza diatribas contra sus enemigos que son muchos y están diseminados. La canción más obvia en cuanto a manía persecutoria es “Madagascar”: “Nunca más me van a decir/ Que estoy en el medio de la tormenta/ Pero tan lejos de la orilla/ Que no voy a poder volver”. ¿A quiénes se refiere? Sólo Axl lo sabe, y él no habla: puede ser que le hable a Stephanie Seymour, a Steve Adler, a Slash, a Dave Geffen, a cualquier otro que lo haya traicionado o demandado (estos últimos son muchos). Claro que siempre estará el crítico que quiere ver o escuchar cualquier cosa. En esta línea escribe Spin: “Chinese Denocracy es una extravaganza de pop metal que parece el perfecto epitafio para el absurdo y el sinsentido de la era Bush, un estallido final antes de que Obama se lleve nuestra idiotez”. Bueno, lo que sea. La sensación es que se escriben pavadas para atenuar el ruido del derrumbe. Chinese Democracy no tiene la relevancia como para ser metáfora de fin de una era. Es apenas un disco que está buenísimo. No es leyenda. Porque, para ser leyenda, no debería existir.
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