Domingo, 1 de febrero de 2009 | Hoy
SALI
Por Julieta Goldman
¿Qué mejor que aprender de vinos en una linda casa, con explicaciones de una joven pareja de sommeliers, en un restaurante a puertas cerradas que todos los miércoles tiene un club de cata ultrapersonalizado para poquitos bebedores? Así es Casa Coupage, proyecto que arrancó cuatro años atrás, con Inés y Santiago, anfitriones de constante cultivo de paladares. Ambos sostienen que, en este mundo agitado, la nariz perdió un poco su identidad y que las degustaciones proponen recuperar cierta memoria emotiva de los olores. Todos recordamos aromas de casa de abuelos, de flores, de vacaciones en algún lugar especial y cada miércoles algunos de estos recuerdos suelen volver con la actividad milagrosa de introducir la nariz en una copa. Ahí se puede encontrar intensidad, complejidad, brillo, limpidez, equilibrio, estructura o persistencias, todos atributos de la bebida de la uva.
Esta pareja de sommeliers reconoce que hablar y saber de vinos tiene algo de snob y hedonista. Sin embargo, logran que sus encuentros sean divertidos y desacartonados, casi como un juego, y que su casa se convierta en un lugar donde se aprenda a identificar y asociar olores con la memoria. No toman esta enseñanza como un curso sino como una experiencia donde dos horas por semana uno puede ir y aprender de vinos de la mejor manera: catándolo. En este caso es una cata a ciegas comparativa, tanto para principiantes como para expertos. Cada una de las botellas está tapada con una funda negra y cada participante va completando en una hoja el puntaje correspondiente según el gusto en distintas categorías: vista, nariz, boca, precio sugerido y comentarios extra. Al final se establecen algunas conclusiones y llega el mimo para los estómagos hambrientos: pequeñas porciones de manjares para maridar con la bebida.
Casa Coupage queda en Güemes 4382.
Sólo con reservas al 4833-6354 o[email protected]
Una casona de mucho ladrillo, techos altos y vitraux originales que fue restaurada en 2004 bajo supervisión de la Dirección de Patrimonio Histórico. Se llama la Cava del Querandí y está construida sobre sus cimientos de fines del siglo XIX.
El eje del lugar pasa por el vino, de bodegas no comerciales, de muchos varietales, en general malbec, que es uno de los favoritos de nuestro país. Aunque también hay rosados, espumantes, torrontés y más.
Durante la semana, las mesas se pueblan más –de hombres que de mujeres–, para reuniones amistosas o de trabajo; y eligen entre los doce vinos que se ofrecen por copa/día. Las etiquetas cambian semana a semana y suelen ser de las zonas de San Juan, Mendoza, Neuquén y La Rioja. Nada de enaltecer vinos foráneos. Todo puede ser acompañado por tapas, bocatas y sandwiches sabrosos, así el alcohol no sube tan rápido a la cabeza.
En el subsuelo hay una completísima cava donde se realizan degustaciones, generalmente cata a ciegas de malbec, varietal emblemático argentino. Noelia, joven sommelier de la casa, suele dar charlas con proyecciones de las regiones vitivinícolas, estilos de vinos y aromas.
Una última opción que ofrece esta cava es un club de vinos, modesto, pequeño, con 250 socios actualmente y sin ánimo de superar los 500. Se paga una suscripción y mensualmente cada miembro recibe en su hogar caja de vino y accesorios (termómetro, copa, corta gota o abridor).
Por situarse en pleno casco histórico, no es de sorprenderse que el Querandí se renueve todo el tiempo de turistas veraniegos, sobre todo de Europa, que quieren tomarse una copita de uno de nuestras mayores dádivas: el gran vino argentino.
La Cava del Querandí queda en Perú 322.
Está abierto de lunes a viernes, de 8 a 12. Sábados sólo con reserva. Teléfono: 5199-1771.
Una esquina arbolada aloja a esta pequeña vinería, de cartel fileteado, ventanales y muchas tentaciones a la vista. Es que adentro una góndola vidriada exhibe puras delicias: variedad de fiambres, quesos especiales, productos en escabeche, aceitunas, una gran pata de jamón crudo y más. Además, una extensa colección de vinos boutique. Y por último, muchas delicatessen para elegir, desde mostazas, té en hebras, ajos al malbec, aceites y sorpresas.
Este reducto de poquitas mesas –menos de diez– más unos barriles que ofician de posiciones al aire libre y algunas banquetas en la barra dan la sensación de estar en el campo. Es que su decoración es hogareña, de mucha madera, ladrillos a la vista y luz tenue. Falta el horno de barro para el pan caserito y el combo estancia es completo. Además está alejado del Palermo excéntrico y la calle Honduras, a esa altura, es ancha y silenciosa, mágica.
Difícilmente uno se vaya del lugar sin llevarse algo para continuar gourmeteando en casa. Al estar todo a la vista es imposible no tentarse y partir con algo bajo el brazo, al menos alguna de las variadas etiquetas vitivinícolas. Un punto a favor importantísimo en esta cava: los vinos cuestan lo mismo en el lugar que para delivery. Y los miércoles se realizan degustaciones gratuitas; sólo se paga lo que se come.
La Cava de Róvere queda en Honduras esquina Lavalleja.
Abierto todos los días. Teléfono: 4833-6180.
Esta bodega familiar tiene una extensa producción de vinos que venden a clientes particulares y a gastronómicos. Trabajan en tres formatos bien diferenciados: uno local palermitano, que incluye vinoteca, parrilla y restaurante de comidas típicamente argentinas (llámense pastas, carnes, guisos, polentas), una sucursal en el Tigre (Vinotera Bar) y una reducida y simpática bodega en Caballito que en breve se convertirá también en fiambrería. En los tres se lucen los vinos jóvenes, intermedios y complejos, con distintas variedades de uva y marcas. Quienes quieran incursionar en el universo vitivinícola, el lugar ofrece cursos de cata que duran un mes. En cuatro clases se estudia la historia de los varietales, la champaña, la importancia del terruño en la Argentina, la historia del torrontés (o vino blanco para quienes no saben), tintos de guarda y diferencias y comparaciones con tintos jóvenes. Con esos pasos básicos uno ya estaría listo para defenderse en una charla de especialistas en placeres: los enólogos.
El pequeño local de Caballito, que abrió hace un año, incluye una barra minúscula, apta para quienes quieren hacer una parada post-laboral y tomar un vino por copa, o bien para llevar de regalo. Una regla básica es que la venta del vino no es apresurada. Así es como Gastón y Romina (encargados del local) suelen quedarse horas conversando y asesorando a sus clientes. Además, el vino siempre se bebe acompañado de algo, alguna tapa para picar o unos ricos quesos. En breve esta pequeña bodega agregará fiambrería y entonces las opciones para comer se multiplicarán.
Bodega 52 queda en Río de Janeiro 11 (y Rivadavia).
Domingos cerrado. Teléfono: 4904-2903.
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