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Domingo, 1 de febrero de 2009

CINE > EL TANGO DE MI VIDA RESCATA EL TANGO OCULTO DE LA CIUDAD

Si lo sabe, cante

Carniceros, abuelas, adolescentes, maestras, astrólogas, ex policías: la consigna del concurso organizado en La Casona de Fernando, apadrinado por Gogó Andreu, fue convocar a todos aquellos que quieran cantar tangos de verdad, y después de varias rondas ante un jurado presidido por Nelly Vázquez, elegir un ganador. Todo eso, filmado por Hernán Belón, terminó conformando El tango de mi vida, un conmovedor documental que rescata el tango que todavía vive en las casas y en los clubes por afuera de los circuitos turísticos.

 Por Mercedes Halfon

Fernando, joven emprendedor, aspecto de presentador televisivo, campera de cuero, habla por celular, va a una parrilla donde se encuentra con algunos amigos, entre ellos el venerable Gogó Andreu, les cuenta un proyecto, gesticulando con los brazos por encima de los hombros: “¿Puedo soñar? ¿Eh? ¿Puedo soñar?” “Sí, Fernando, podés.” “Entonces les cuento: quiero hacer un concurso, El tango de mi vida, para cantantes no profesionales, pero sin límite de edad, donde puedan cantar desde una criatura a una abuela.” Sus amigos aplauden la ocurrencia, festejan, atacan la morcilla mientras Gogó guiña un ojo, da la aprobación, y como padrino espiritual del emprendimiento, relata los tiempos en que compartía pensión con Libertad Lamarque. Qué épocas. Cuánta historia, dicen. Algo que debería continuarse.

Ronda nocturna

Fernando es el dueño de La Casona de Fernando. Y es ahí donde tendrá lugar la primera ronda de este singular concurso. Quince postulantes –de los más de sesenta iniciales–, elegirán un tango para mostrar sus dones. Un tango pero no cualquiera, uno muy querido, para dedicarle a alguien especial. Entonces sucede: cantores aficionados, niños, repartidores de chorizos, astrólogas, retirados de la policía, maestras, contadores públicos, abuelas, y hasta una linda rubia de San Isidro, son atraídos por la consigna. Todos están allí, esa noche, arreglados, perfumados, repasando mentalmente la letra escogida, esperando el momento de subir al escenario e impresionar al jurado.

Todo esto conmovió a Hernán Belón, que asistió un poco por azar a estos salones donde se practica el “micrófono abierto”, y se concursa sólo por el honor tanguero, porque el premio no es ni el dinero ni la fama. Así se decidió a hacer una película; aprovechando una nueva edición del certamen, al que sólo le agregó como aliciente narrativo, que el premio sea la grabación de un CD, que queda para el ganador a modo de carta de presentación y empujoncito para el futuro.

Dice Hernán Belón: “Mi abuela canta tango desde siempre, mi abuelo también, pero ella está muy relacionada con todo ese mundo, está totalmente desquiciada, va a todos lados, va a la radio, canta en un coro de abuelas dos veces por semana. Yo cada tanto la voy a ver y entonces fue cuando descubrí el concurso en lo de Fernando Mancini. Era un mundo que me pareció increíble, había que filmar una historia ahí. Por otro lado hace unos años, yo había producido un documental sobre un concurso de pianistas que organizó Martha Argerich. Esa experiencia, donde se generó algo un poco reality show entre los participantes, y esto fue antes de Bailando por un sueño, me había parecido interesante. El concurso le aportaba el tema un eje conflicto, la gente se enoja, se emociona, se muestra más a sí misma”.

Algo de eso hay. En esta primera tanda, algunos de los concursantes se van algo enojados. También entre el jurado, encabezado por la cantante Nelly Vázquez, se generan rispideces. Nelly dice, abriendo mucho los ojos, comprometiéndose en exceso: “Esa chica canta muy bien, yo le puse diez, pero algunos le pusieron seis o siete. Y eso es pura maldad, querido”.

Tango que me hiciste bien

La película rescata lugares, personajes e historias. Espacios como La Casona de Fernando son filmados en detalle: la parrilla que hay detrás, los mozos, las bandejas de papas fritas, la puerta a donde llegan los concursantes ateridos por la lluvia. Personajes entrañables para los que el tango es una explicación, un motivo y una forma poética de abordar su propia vida. Esto aparecerá en las canciones que los participantes irán eligiendo a partir de las distintas consignas que se les proponen en cada etapa. En la primera vuelta, cuando son dieciocho los que cantan, ésta es “Un tango para dedicar”. Ahí aparecen el padre muerto, la hermana, la viejita, la esposa que está ahí abajo filmando y a quien se le dedica “Cuando estemos viejos”, con un speech conmovedor de marido amante, que derrite los hielos de los vasitos de whisky. En la segunda vuelta, cuando ya son siete, la propuesta es aún más íntima: “El tango más triste”, un rótulo bajo el cual puede aparecer un tango como “Fuimos”, del que la cantante cuenta que a la hora de prepararlo se estaba separando y a cada minuto tenía que cortar e irse al baño a llorar porque la superaban las coincidencias con su propia vida. En la última ronda, la final, cuando queden sólo cuatro aspirantes, el tema que canten será el definitivo (y el que da título al documental): “El tango de mi vida”.

Elegir un tango para contarse obliga a que la elección, lejos de ser gratuita, sea tamizada por la experiencia, y aparece lo biográfico más que lo interpretativo. Cada vez van quedando menos concursantes, y la película se mete en sus historias personales por fuera de las noches de tango. Vemos a Claudio Fontana en el programa Sábados informales de una FM barrial, contando cómo hace años “le robaron” el premio en Grandes valores del tango. Vemos a Balbina, señora de más de ochenta, sonrisa ingenua, modo de interpretar de las antiguas cantantes –innegable: ella es el mejor de los personajes, veladamente, la protagonista de la película–, mientras riega sus plantas, cuando canta en un coro de ancianas y se ríe con sus amigas o comenta con el marido la canción que va a cantar en la última vuelta: “Está ‘No me esperes esta noche’, que yo lo expreso muy bien, pero ésa ya la canté hace poco”. Balbina es la abuela del director; esto no aparece en la película, pero él aclara, como si hiciera falta, que llegó a la final por mérito propio. Es evidente, todos quieren escucharla una vez más, Nelly Vázquez la aplaude como loca desde el fondo cada vez que Balbina va, con sus pasos cortitos, al escenario.

Puerta cerrada

El tango de mi vida logra lo improbable: extraer al tango, la música, las letras, la mística, el universo semántico, de las garras del merchandising for export. Es que aún había algo auténtico ahí, no profesionalizado. Difícil encontrarlo, pero estaba: el tango vive, se canta y se baila en Buenos Aires para Buenos Aires misma, a espaldas de la grotesca simplificación de Caminito, como algo mucho más arraigado y representacional. Belón cuenta: “Yo vivo en San Telmo desde hace muchos años y vi el boom de los turistas, por eso me daban ganas de hacer una película sobre el verdadero tango. Mi familia es de Monte Grande y de Lanús, me interesa el tango que se baila y se canta ahí, en las casas, en las sociedades de fomento”.

Y eso hace al filmar amantes del tango que arriba del escenario de La Casona de Fernando dicen “Así como me ven soy contadora pública” o “Soy carnicero y estoy sin trabajo, pero ya voy a repuntar”. O en sus propias casas, como Facundo, que todavía es un adolescente y a quien su madre presenta diciendo “Cuando vuelve de inglés, se pone el traje y se hace grande”, y lo comprobamos al verlo buscar entre casettes uno para cantar “Cuéntame una historia” con su grave voz caudalosa y gestos de adulto, en el living de su casa, con su familia de público cautivo.

La lógica del casting, que cada vez vayan quedando menos participantes, que los perdedores se vayan del recinto tristes, subiéndose las solapas del tapado para disimular, que se deba uno hacer la pregunta sobre si debería ganar Angie Naón o Mónica Romano en la final, no pasa de ser una excusa para tener esas emociones. No hay morbo en esa expectativa. La película parece decir que el tango avala estos sentimientos porque es triste, no necesariamente pasional, pero sí intenso, inevitablemente va a llorar el que pierda y también el que gane. Como dice el director: “Tengo 38 años y cada vez me pegan más las letras del tango. Alguien decía en la película ‘el tango es la vida en tres minutos’ y es así, hay una síntesis, cosas bastantes profundas, a veces incluso exagerados, tangos que tienen cien años y siguen siendo representativos, porque tienen que ver con la idiosincrasia argentina, que es un poco llorona, un poco depresiva”.

Aunque no todo siga exactamente igual. Gustavo Leporace, el vendedor de pollos que quedó afuera en la primera vuelta, vuelve a aparecer en la última escena como público, y cuenta a cámara, lejos de la queja a la que se asocia al tango, que ahora está yendo con un profesor y piensa volver a presentarse al concurso el año próximo. He ahí un tanguero contemporáneo.

El tango de mi vida se proyectará en:
Centro Cultural de la Cooperación, jueves de febrero a las 21 hs.
Av Corrientes 1543 - Tel 5077-8077

El Camarín de las Musas, viernes de febrero y marzo a las 21 hs.
Mario Bravo 960 - Tel 4862-0655

La Scala de San Telmo,
domingos de febrero y marzo a las 18 hs.Pasaje Giuffra 371 - Tel 4362-1187

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