Domingo, 1 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Christopher Hitchens
Ahora a la religión le pasa algo gravísimo: fuera de los lugares donde todavía puede hacerse valer mediante el miedo superpuesto a la ignorancia, se ha convertido en una opinión entre tantas. Se ve obligada a competir en el mercado libre de las ideas, y aunque luche por conservar la antigua ventaja de inculcar sus enseñanzas a los niños (por razones demasiado obvias como para tener que subrayarlas), debe someterse a un debate abierto y exponerse al libre análisis. En el verano de 2007 yo estaba en un estudio de Dublín, debatiendo con un portavoz laico de la Iglesia Católica romana, que resultó ser el único cristiano creyente entre los cinco contertulios. Era un polemista de gran finura dialéctica, simpático y bastante modesto, que después del programa estuvo encantado de ir a tomar algo, y de repente me dio un poco de pena. En Irlanda, hace una generación, la Iglesia no se tenía que rebajar así. Sólo con que levantase un poquito la voz, era obedecida de inmediato por el Parlamento, los colegios y los medios de comunicación. Podía prohibir el divorcio, la contracepción, la publicación de ciertos libros y la expresión de ciertas opiniones, y lo hacía. Ahora está desacreditada y en decadencia. Las doctrinas absolutas de antes ahora parecen ridículas: pocas semanas antes del programa de radio al que me he referido, finalmente el Vaticano admitió que no existía el “limbo” (destino tradicional de las almas de los niños sin bautizar). La decadencia también tiene motivos locales, empezando por las repercusiones del escándalo de la violación de niños, pero la secularización de Irlanda forma parte de una ilustración más amplia, en la que ha echado raíces, y ha cobrado fuerza, la falta de fe bien argumentada. Gran parte de este éxito se debe a la existencia de libros, casetes y DVDs accesibles y bien hechos sobre los triunfos de la ciencia y la razón; también, naturalmente, a que las personas civilizadas cada vez tienen más claro que el principal enemigo al que nos enfrentamos es de origen religioso.
Abramos el periódico, o encendamos la tele, y fijémonos en qué hacen en Irak los partidos de dios en su empeño de reducir lo que había sido una sociedad avanzada a los niveles de Afganistán o Somalia (los dos últimos países donde han hecho y deshecho los partidos de dios). Observemos la inquietante evolución del país vecino, Irán, donde los que creen en el regreso inminente de un ratoncito Pérez que recibe el nombre de Duodécimo Imán están reforzando sus discursos apocalípticos con la adquisición de armas capaces de destruir el mundo. También podemos mirar hacia la orilla oeste del Jordán, donde unos colonos mesiánicos tienen la esperanza de desencadenar a su manera el Armagedón robando tierras ajenas. Los principales partidarios a escala internacional de estos colonos religiosos, los fundamentalistas evangélicos de Estados Unidos, intentan simultáneamente enseñar pseudociencia embrutecedora en los colegios, criminalizar la homosexualidad, prohibir la investigación con células madre y tener expuesta la ley mosaica en los juzgados. Desde Roma, el Santo Padre propone como remedio recuperar la forma “tridentina” de la misa, históricamente antisemita, predicar con una mano la retórica de las cruzadas mientras capitula ante el islamismo con la otra, y sostener que son peores los condones que el sida. En Europa y América, la prensa, los teatros y las universidades tiemblan ante las exigencias de los fundamentalistas musulmanes, que no cejan ni un momento en su búsqueda de motivos para “ofenderse”.
Vaya, que la ilustración no avanza ni muchísimo menos en línea recta. En cambio, la alternativa se nos está dibujando con una nitidez extraordinaria. Con la esperanza de fortalecer y armar la resistencia a los guerreros de la fe, y a la fe en sí, es como se presenta, con todo el respeto, esta antología de combate contra el más antiguo enemigo de la humanidad.
Estas palabras son parte de la introducción a Dios no existe (Debate), el libro en el que el periodista, ensayista y polemista inglés Christopher Hitchens recopila y comenta una serie de textos de literatura, filosofía y ciencia sobre la existencia de Dios y la importancia (o no) de la religión. El libro, que acaba de publicarse en Argentina, incluye inéditos de Ian McEwan, Salman Rushdie y Ayaan Hirsi Ali, una mujer somalí sometida a la mutilación genital a manos del fundamentalismo islámico.
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