Domingo, 1 de noviembre de 2009 | Hoy
MORIA CASAN HACE COPI
A pesar de ser uno de los autores más originales de la literatura argentina, con una obra poblada de travestis, gays y transexuales, Copi es autor escamoteado a los lectores y espectadores argentinos. El hecho de que Moria Casán –autoproclamada “primer transexual argentino”– haya decidido protagonizar Una visita inoportuna, la última pieza del autor, dedicada al sida, es a la vez una idea demencial y obvia. Curioso por verlo, Radar asistió al show montado alrededor de la mujer que, hace un mes, interpretó a Julio César de Shakespeare (y se comparó con él).
Por Liliana Viola
El espectáculo no empieza puntual. Culpa de ella. Mientras maquilla su propia máscara y se traviste de enfermera infartante, da conferencia de prensa, haya o no haya prensa. “Sigo haciendo teatro porque vendo entradas. ¿Dónde vas a encontrar una mujer que supere a Moria? Casi dos metros, mona, inteligente y divertida. Yo soy el gran travesti argentino. No paro nunca. Me enrosco la pija al cuello y salgo para adelante.” Más que una mujer, se propone como exceso de mujer; más que un hombre, representa el deseo travesti cumplido. Por eso le ha resultado tan molesta la llegada de Florencia de la V a la escena nacional y le inspiró tanto comentario desafortunado sobre quién es auténtico y quién no.
Acá no hay trucos: deja que le saquen las fotos que quieran. Es un rito de open bambalinas que sigue al pie de la letra secundada por dos secretarios-guardaespaldas gays, o que actúan de gays, que le alcanzan cosas antes de que ella las pida, a veces por error. Coreografía que anticipa lo que va a ocurrir pronto en el escenario. El texto irónico, frenético y decadente de la última obra de Copi, en la que un actor enfermo de sida se dispone a actuar su muerte ante una fauna de visitas inoportunas, se representa adaptado a la medida de Moria Casán. El mes pasado, Julio César, de Shakespeare, corrió la misma suerte. Durante una función de teatro semimontado a beneficio de la Casa del Teatro, José María Muscari le asignó el rol de Julio César. ¿Esperaban que hiciera de Portia o de Calpurnia en una obra con tanta testosterona romana y misoginia isabelina? Mientras se dejaba asistir en plena escena por el mismo dúo que la acompaña ahora en el camarín, la Casán pareció advertir en el tercer acto que iba a tener que morirse antes de que terminara la obra. ¿What pass? Resuelve enseguida metiéndose en el cuerpo de su personaje, no con armas de actor clásico sino de invasora extraterrestre: “Al final es así, yo soy Julio César, me voy a morir y la gente va a seguir hablando de mí” (aplausos y risas).
Otra coincidencia: Copi moría y moría Moria. Había que improvisar para pegar el salto antes de ahogarse en el bochorno mediático de elenco estable, desde los Süller hasta Zulma Lobato. Otro espacio que le coparon. Los nuevos profesionales del anti-pudor la impulsan hacia arriba. “A desdramatizar la cultura seria”, propone Moria, al tiempo que se autoproclama “una intelectual en otro packaging”. Eso es. Más que una intelectual, su exceso, representación de la pretensión intelectual cumplida. Toma distancia del reality que inauguró hace años y que llevó al paroxismo con dos maridos en escena, y pone la carne en el asador de la ficción culta (ya anunció que hará de hermana de Norma Aleandro en un próximo film y que recorrerá París y Madrid con la obra de Copi). Nunca mejor aplicada esa figura de “El refugio de la cultura”.
Bueno, es cierto: allá lejos y en el París de los ‘70, Copi despreciaba la improvisación. “¿Qué vas a improvisar? El que escribe sabe escribir, el que va a hacer la puesta sabe cómo hacerla, alrededor de esto se trabaja. Improvisar, improvisan los chicos en el jardín de infantes.”
Está casi lista. Se calza el vestidito sexy creado por Renata Schussheim que la hará verse en el escenario como si tuviera un photoshop de ángel guardián y antes de salir a escena pronuncia como un mantra: “Yo soy Copi”. Le alcanzan las pestañas. Luces en escena, el público la ve y la aplaude con cariño.
Acerca del detalle de que el director francés, Stephan Druet, hizo variaciones no felices para que se la vea tiempo completo bailando, cantando y hasta bajándose el corpiño como un trámite, no hay por qué rasgarse las vestiduras. Cuentan que Copi jamás iba a ver ninguna de sus obras.
La culpa no es de ella sola. La culpa del retraso la tiene el público. Abrieron la tranquera de la sala grande del Centro Cultural Konex y circulan, morosas, unas trescientas cabezas, raros peinados, cada cual con su pose. La cultura se apoltrona en sus butacas. Cuota celebrity, asegurada: ayer estuvieron María Marta Serra Lima, Mora Furtado, hoy está China Zorrilla, Edgardo Cozarinsky, José Miguel Onaindia. El espectáculo, corregimos entonces, empezó puntual. Platea iluminada para chequear quién más vino a ver esto. Copi y Moria, dos por uno. Un autor genial y escamoteado al público argentino; y ella, carne en constante exposición. A ver cómo uno destruye al otro. Quién a quién. ¿No era el teatro acaso, según Copi, el único espacio donde podía ejercitarse la resurrección?
Y Moria es una artista del estertor. Con plena conciencia pop de los famosos quince minutos, se viene ocupando desde hace 30 años de demorarlos, cambiando de piel cada cuarto de hora. Si el morcilleo tiempo completo dejó en evidencia su impronta reaccionaria, los textos del teatro de verdad la presentan riéndose del campo junto con Copi, tomando opio con él en la escena más delirante que no sólo paga la obra sino que dialoga a los gritos con ese viaje de ida que casi termina en rinoscopia a cámara abierta.
Casi a la misma hora y muy cerca de allí, en el Teatro del Nudo, su hija Sofía Gala ataca Fassbinder. Interpreta a Ana, la novia de uno de los protagonistas homosexuales de Gotas que caen sobre rocas calientes. Fue un deseo de la joven y que, según se dice por ahí, contó con el financiamiento de la madre. “Sofía Gala me recomienda películas, me hace ver Film & Arts, me hizo conocer a Copi y ella me conminó a aceptar la obra”, aclara Moria en todas las entrevistas. Si alguien le va a reclamar un linaje para meterse con los autores canónicos y más originales de los ‘70, ella se somete ya mismo a un análisis de ADN: en la sangre de la niña lectora está lo que le reclamen. Moria e hija, dos packagings bien diferentes y de una capacidad de retroalimentación que mucho habrá envidiado la difunta Correa: juntas construyen un producto que merece atención y hasta respeto. La enfermera fue la encargada de descorrer el telón como anfitriona de su propio espectáculo. Y ahora que dijo las últimas palabras con las que Copi proponía no tomarse tan a pecho la muerte, cierra ella solita el telón, como quien corre la cortina de su baño, y hace la reverencia.
Después de los aplausos finales, tal vez nadie recomiende la obra. No hay boca a boca. El que llega, que se atenga a lo que venga, nadie le avisa. Definitivamente no es una obra para recomendar. Es una obra que hay que ver. Si una de las leyes fundamentales de la estética camp, según Susan Sontag, era la que decía “es bueno porque es horrible”, hoy, en versión local aquí y ahora, bien se podría decir: “Es horrible... pero bueno”.
Una visita inoportuna |
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