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Domingo, 1 de noviembre de 2009

NADA BUENO ES FACIL

 Por Alfredo Garcia

“Los ingleses dicen que para que una carrera sea buena, tienen que correr caballos distintos.”

Esta frase la dijo una vez Homero Alsina Thevenet como metáfora de la necesidad de mezclar gustos y opiniones diferentes para lograr una buena charla. Al menos así lo recuerda el periodista Diego Curubeto, en una ocasión en que, al verlo charlar con H. A. T., alguien lanzó un chiste acerca de si lo estaba convenciendo al maestro acerca de las bondades del cine bizarro. Homero zanjó la cuestión con esa respuesta, y siguió hablando de sus recuerdos de un olvidado film del blacklisted Jules Dassin, Thieves Highway (Mercado de ladrones), que no veía desde su estreno en 1950.

Justamente la crítica de H. A. T. a Thieves Highway tal como la percibió en el momento de su estreno original aparece en esta alucinante recopilación que es el libro Obras incompletas. El rico texto sobre el film de Dassin dice, entre otras cosas, “... se parece a El luchador (de Robert Wise, 1949), (entre otras cosas) en conseguir una similar convicción: la de derivar válidamente a términos físicos una oposición de justos y villanos, y la de exponer los fundamentos de unos y otros, el ambiente que los encierra, con un realismo de conjunto y de detalle. En este sentido, la película es excepcional, y desafía alguna reglamentación de la censura cinematográfica, no sólo por exponer en términos de simple moneda (sin bondad subjetiva) los intereses que mueven a una docena de personajes sino por decidir el pleito amoroso de Richard Conte a favor de una prostituta (Valentina Cortese), desdeñando a una novia de la infancia (Barbara Lawrence) que resultó no ser gran cosa. Esta feliz osadía de los productores está muy conforme con el criterio de realismo en el que se empeñó nuevamente (ver La ciudad desnuda) el director Jules Dassin”.

Esta crítica publicada en Marcha es sólo uno de los tesoros encerrados en este tesoro para cinéfilos que sirve para apreciar en su justa medida a un maestro cuyo genio se expande de múltiples formas. Se trata de un compilado de artículos publicados desde fines de los años ’30, que incluye gemas como las pastillas de temas generales –generalmente desopilantes– que formaban parte de la sección “La mar en coche”, uno de los hallazgos de esta antología. Para Curubeto, “Homero Alsina Thevenet es firme candidato al mejor crítico de cine de habla hispana de todos los tiempos, tanto por la diversidad sorprendente de sus gustos cinematográficos como, sobre todo, por su noción de que los conceptos deben surgir de la información precisa y no de las interpretaciones subjetivas. Su Libro de la censura cinematográfica fue uno de los primeros libros de cine que me compré cuando empecé a estudiar, y me sigue pareciendo una joya con datos precisos que dan lugar a historias increíbles, como por ejemplo la historia del acto perdido de la batalla en un puente que hubiera sido un momento culminante del Nevsky de Eisenstein, si no fuera porque cuando le proyectaron el film a Stalin por primera vez, alguien se olvidó de pasar esa bobina, y como al Jefe le gustó mucho el montaje que vio, nadie se atrevió a decirle que faltaba algo. Hay otra historia similar en su libro Listas negras del cine sobre las desapariciones y apariciones de líderes marxistas en Octubre de Eisenstein, primero Trotsky, luego Lenin –‘muy liberal para estos tiempos’, según le dijo el dictador al director– y finalmente, en tiempos de Kruschev, el mismo Stalin, que ya no era una figura tan grata”.

Por eso, cuando Curubeto colaboró en el suplemento cultural del diario uruguayo El País que dirigía H. A. T., lo vivió como un aprendizaje permanente donde cada corrección o pedido era una lección a no olvidar. “Nada bueno es fácil. Y como lo que no es bueno no lo tenemos en cuenta, Curubeto, sinteticemos: nada es fácil.” “En una buena nota podía llamar por teléfono desde Montevideo y marcar tantas cosas que el ‘aprendizaje’ no terminaba nunca”, dice Curubeto. “Lo que era por un lado una gloria, pero también tenía algo de momento de deshonra al estilo de uno de esos westerns de la caballería de John Ford. Una vez creo que marcó tantos ítem a corregir, que al rato volvió a sonar el teléfono, y esta vez era para señalar una buena: ‘A la hora de escribir títulos de films y nombres propios extranjeros, ¡es uno de los pocos que lo hacen sin erratas!’, me dijo.”

Era, además, un gran fumador. “Su actitud pro-tabaco –hasta antes de dejarlo– me hacía acordar a un artículo de Anthony Burguess sobre por qué hay que fumar, lo que agradeció considerándolo otro buen argumento para defenderse de los cruzados anti-tabaco.” Curubeto recuerda que hasta fines de los ’80 en algunos microcines para funciones de prensa se podía fumar –-algunos hasta el día de hoy mantienen ceniceros en los apoyabrazos de las butacas–, pero ya empezaba a regir la dictadura del aire puro. “En una función vespertina de El imperio del sol, de Spielberg, Homero prendió un cigarrillo, provocando algunas quejas automáticas”, recuerda Curubeto. “Con toda seriedad, explicó que dado el clima de tensión de un film bélico, no se podía no fumar. A Fernando Martín Peña le asombraba que luego de fumarse dos atados por día durante décadas, ese señor de setenta y pico pudiera subirse de un salto a un vehículo en movimiento, demostrando un estado físico mejor que el nuestro.”

Luego de sumergirse en las cientos de páginas del primer tomo de estas Obras incompletas, Curubeto no puede sino agradecer el trabajo recopilatorio de Buela, Gandolfo y Peña –que, valga la redundancia, no debe haber sido nada fácil– y sobre todo la capacidad de José Martínez Suárez para generar un proyecto tan inusual e importante como éste. “De las reseñas originales de HAT surgen docenas de películas que uno no conocía y que ahora sólo hay que intentar encontrar –como olvidados films ingleses–, sin hablar del nuevo interés en revisar films clásicos y verlos partiendo del punto de vista que aportan estos textos escritos en el momento de su estreno original, como es el caso de Días sin huella de Billy Wilder o Duelo al sol de King Vidor (que “establece el hecho, inusitado para Hollywood, de que muchas mujeres, no necesariamente profesionales, se acuestan reiteradamente con hombres, por motivos del momento...”), y tantos otros clásicos de Huston, Ford, William Wyler o Howard Hawks, además de darle un lugar especial a su particular y formidable sentido del humor, evidente en increíbles reseñas como la siguiente, publicada en Marcha en 1947:

Pasiones turbulentas
(Mr. District Attorney, EE.UU., 1947). Dir.: Robert B. Sinclair.
Argumento: Infantil.
Convicción y lógica: Ausentes.
Realización: Mediocre.
Interpretación: Innecesaria.
Balance: Deficiente con regular.
Hoy estamos parcos.

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Sentados de izquierda a derecha, Homero Alsina Thevenet y Mauricio Müller, entrevistando a Orson Welles en Montevideo en 1942.
 
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