Domingo, 1 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Mariano Kairuz
En un apéndice de su libro Nuevas crónicas de cine (1999), bajo el título “Memoria solicitada”, Homero Alsina Thevenet narró en primera persona del singular (esa figura a la que tanto rehuyó), sus comienzos como crítico. Y lo hizo aclarando de entrada que era a instancias de Alvaro Buela que dejaba por escrito esta historia, “pese a mis protestas de que a nadie le haría falta saberlo”. En unas pocas páginas, H. A. T. cuenta de un accidente provocado por un “ciclista imprudente” lanzado en picada por una calle montevideana una noche de 1933 o 1934, de un yeso encorsetado, de una credencial con acceso libre a una sala de cine que le consiguió entonces su padre Eugenio Alsina (que era funcionario jerárquico de Espectáculos Públicos del Municipio) para paliar las limitaciones de su accidentada situación, y del inicio de una obsesión sin retorno. “En pocos meses, mucho después del yeso, sabía todas las combinaciones de actores y actrices”, contaba H. A. T. Un par de años después ganaba un concurso radial que ponía a prueba su nueva erudición, y Arturo Despouey lo llevaba a trabajar a su revista Cine Radio Actualidad. Era 1936, H. A. T. tenía 14 años y ya no iba a dejar de escribir nunca más.
También cuenta que fue Despouey quien le sugirió una lección que H. A. T. convirtió en máxima: “Ver cine no alcanza para saber de cine, que detrás de cada película importante hay una historia y que esa historia es moldeada por una adaptación. Sugería que al argumento y a los rostros de actores y actrices había que agregar antecedentes, directores, escritores, productores, fotógrafos, docenas de artesanos, en una laberinto que sería mejor comprender”. El procedimiento de investigación, rigor y precisión informativos que caracterizó la obra de H. A. T. empezó a tomar forma en una época en la que no sólo no existían las facilidades que proporciona hoy Internet a la crítica de cine, sino tampoco el acceso a publicaciones extranjeras especializadas que hubo más tarde. La tarea básica de confeccionar la ficha técnica de una película ya podía implicar un gran esfuerzo, y H. A. T. se lo tomó a pecho: cuando la información de las gacetillas de prensa era insuficiente, salió a buscar los datos en los rollos de las películas, molestando a los proyectoristas de los cines para que lo dejaran leer los créditos impresos en el celuloide a trasluz, y tomar apuntes a mano.
La evolución de esta ética de trabajo inclaudicable puede apreciarse, como en aquellas anécdotas juveniles, con la edición del primer tomo de Homero Alsina Thevenet, Obras incompletas, compilada por Fernando Martín Peña, Alvaro Buela y Elvio Gandolfo, que reúne la obra de H. A. T. producida entre 1937 y 1955 que no había sido publicada hasta ahora en libro. Hay notas escritas entre los 20 y 30 años, sueltos, relatos breves, repuestas a correos de lectores y otras misceláneas escritas con mucho humor, todo el material puesto en contexto por introducciones realizadas por los compiladores bajo los mismos principios de precisión informativa y concisión de quien fue su maestro y compañero de trabajo. Un rescate valiosísimo para los seguidores de la obra de H. A. T., y a la vez quizá, la mejor biografía posible de un amante del cine que mantuvo una autonomía nada común a la hora de reflexionar sobre las películas, un crítico que no necesitaba sumarse ni oponerse a ninguna corriente local o importada; un periodista que confió desde el primer momento –desde sus primeras experiencias profesionales, no mucho después de aquel encuentro con un ciclista lanzado en picada–, en su capacidad para pensar por sí mismo.
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