MONUMENTOS
El Congreso secreto
Sigue ahí, en Plaza de Mayo, a metros de la Casa Rosada, pero nadie lo ve. Fue la sede del Congreso Nacional desde 1864 hasta 1905, cuando la actividad parlamentaria cambió de escenario y los afanosos renovadores urbanos decidieron “olvidarlo” al mejor estilo argentino: construyéndole encima el edificio del Banco Hipotecario. La política como rehén de la economía: crónica de una metáfora que todavía tiene sentido.
POR GABRIEL D. LERMAN
En la vereda de enfrente de la Casa Rosada hay un edificio escondido. Es la vieja ochava de Victoria –desde 1946 Hipólito Yrigoyen– y Balcarce. Todavía existe, pero no está a simple vista. Ya no hay ochava, porque la esquina termina en ángulo recto y lo que se observa es la entrada al estacionamiento de la AFIP. Lo curioso es que detrás de la pared, a escasos doce metros, la ochava está. Hay un edificio adentro de otro edificio.
En 1942, la ley 12.826 declaró de utilidad pública los terrenos de la manzana comprendida por las calles Hipólito Yrigoyen, Balcarce, Alsina y Defensa, para que allí se construyera la sede matriz del Banco Hipotecario Nacional, una de las moles que desde los años ‘40 cambiaron para siempre el entorno de Plaza de Mayo. Pero, basándose en un dictamen de la Comisión de Museos y Monumentos y Lugares Históricos del mismo año, la ley dispuso la conservación de un lote reducido de espacios que, por su valor, no podían ser demolidos. Se trataba de la antigua sala de sesiones del Congreso Nacional, la casa que el Parlamento había ocupado durante más de cuarenta años. Pese a los esfuerzos –diría el arquitecto Estanislao Pirovano en su informe pocos años después–, lo único que pudo conservarse fue el antiguo recinto, el peristilo y el frente, del que sólo quedaron tres arcos y los portones de rejas. Resultado 1: el edificio del banco se construyó a pico y pala mientras una gran losa, obra de ingeniería singular, sostenía el patrimonio histórico. Resultado 2: lo que por derecho propio pudo ser el museo del Parlamento argentino quedó encapsulado durante años, como una metáfora política, adentro de un banco; el Hipotecario.
La madriguera de la historia
En La cabeza de Goliat, Ezequiel Martínez Estrada reflexiona: “La mutilación del Cabildo, que va seguida de la mutilación de la Casa Rosada, de la que se dejará indiscutiblemente el muñón a la vista, puede interpretarse en el lenguaje de la nueva psicología como un acto de represalia y sonrojo. Se dirá que la apertura de la Avenida de Mayo o de la Diagonal Roca hicieron indispensable el derribo; como también se dijo, al echar abajo la vieja Recova, que necesitaba darse mayor amplitud a la Plaza de Mayo. Hay anhelo de mutilación, como en los patriotas de ahora que sólo mencionan el primer verso del himno”. Lo que sugiere el ocultamiento del antiguo recinto del Congreso es un doble trabajo por parte de los renovadores: por un lado, el afán a ultranza de modernizar el espacio urbano, de crecer a zancadas, aun a expensas de borrar el pasado; por otro, el peso histórico de lo que tenían entre manos, que hacía imposible eliminarlo del todo. Ese doble trabajo se repite en la mayoría de los edificios históricos que rodean a la Plaza de Mayo. El Cabildo no es el mismo, pero sus salas y patios sí. Otra historia de demora y mudanza definitiva es la del Teatro Colón, que estuvo entre 1857 y 1887 en la esquina de Rivadavia y 25 de Mayo. Esa ochava, que actualmente ocupa el Banco Nación, es simétrica a la del lado sur, de Hipólito Yrigoyen y Balcarce, que no podemos ver.
Dos Parlamentos,
una ciudad
Bartolomé Mitre llega a la Presidencia el 12 de octubre de 1862, pero desde los primeros días de ese año, tras la victoria sobre Urquiza en Pavón, Buenos Aires se convierte en el lugar de residencia de las autoridades (Paraná lo había sido desde 1853). Hasta 1880, cuando Capital y provincia ya no sean una sino dos, sus cuerpos legislativos funcionarán con una manzana de por medio. Pero los dos años que van desde Pavón hasta la inauguración del recinto nacional (1864), lo harán en el mismo sitio: la Legislatura de Buenos Aires, que quedaba sobre la calle Perú, hoy Manzana de las Luces.
Para superar la dificultad que esa convivencia suponía, y sobre todo para darle al régimen político una autonomía respecto del ámbito porteño, Mitre manda al Senado un proyecto para construir una sala propia destinada a los diputados y senadores nacionales, para lo cual solicita la inversión de cincuenta mil pesos fuertes. La propuesta es aceptada; el encargo recae en el joven arquitecto-ingeniero Jonás Larguía, ex becario argentino en la Insegne e Pontificia Academia di San Luca en Roma. El edificio se erige sobre la esquina de Victoria y Balcarce, frente a la entonces Plaza 25 de Mayo –mitad Este de la actual Plaza de Mayo–, y en diagonal a la Casa de Gobierno. Resulta curiosa esta simetría, apreciable en numerosas fotografías: las columnas del frente legislativo y de su peristilo, así como el farol que aún cuelga del centro mismo de las rejas principales, se encuentran en línea recta con la esquina de la Casa Rosada. Sólo que ahora las separa una gruesa pared.
La primera sala del Congreso Nacional unificado tenía una capacidad para entre treinta y cuarenta miembros, lo que obligaba a diputados y senadores a alternarse en el uso. Poseía dos pisos de galerías para el público y se comunicaba con el peristilo –una suerte de hall central– por un angosto pasillo. Vistos desde el presente, tanto las dimensiones como su diseño son modestas. El uso del hierro y la madera, que pareciera aludir a una construcción portuaria, es inmediatamente anterior al período de las construcciones monumentales de Buenos Aires, entre las que se contará la futura sede en Entre Ríos y Rivadavia.
De cuerpo entero
Hay una pintura que retrata el recinto. Es el óleo sobre tela El presidente Roca inaugura el período legislativo de 1886, del célebre pintor uruguayo Juan Manuel Blanes. El original, de 3,47 de alto por 6,02 metros de ancho, se exhibe como testimonio de profundas resonancias en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso actual, y suele aparecer como telón de fondo cada vez que un diputado hace declaraciones a un movilero. Representa, como su título lo indica, a Julio A. Roca inaugurando las sesiones con un vendaje sobre la frente –un piedrazo que le han arrojado en la puerta–, y se destaca el cuidado con que Blanes retrata a cada personaje. Del cuadro surge el aspecto que el recinto conserva en la actualidad: el retrato de Valentín Alsina que lo preside, el paño azul con el escudo nacional que cubre el estrado y la angostura de la galería y las columnas.
Después de todo
El 12 de diciembre de 1905, el presidente de la Cámara de Diputados Angel Sastre abre lacónicamente la última sesión en el recinto de la calle Victoria y anuncia el traslado al nuevo edificio, ubicado quince cuadras hacia el oeste. No volverá a sentirse la pasión política en aquella casa, que alguien comparó con una residencia del Tigre por la modestia y la fragilidad de su arquitectura. Al año siguiente la ocuparon el Archivo General de la Nación y la Junta de Historia y Numismática Americana, institución precursora de la Academia Nacional de la Historia. El AGN funcionó en el recinto hasta la década del ‘40, cuando comienzan las obras monumentales sobre Plaza de Mayo y se produce un trueque: el Archivo va a la avenida Alem, donde funcionaba el Banco Hipotecario Nacional, y éste aguarda la construcción del gran edificio que barre la manzana. En los años ‘60, la Academia gestiona la recuperación del espacio que había sido su sede entre 1806 y 1818. En 1967, la ley 17.570 le da la custodia, y desde 1971 instala su sede allí. Para visitar el recinto no basta con acercarse a la célebre esquina y mirar el cartel que reza Antiguo Congreso Nacional. Es necesario caminar veinte metros por Balcarce y tocar el primer timbre. Entonces sí: se abren las puertas de la historia.
El Antiguo Recinto del Congreso Nacional puede visitarse los jueves de 15 a 17, en Balcarce 139.