Domingo, 23 de mayo de 2010 | Hoy
Fueron seis temporadas en las que se contó de todo, y de todas las maneras posibles: con flashbacks, con dos planos, con saltos en el tiempo y el espacio, con el célebre flashforward, con presentes alternativos. Hoy se termina Lost en EE.UU. con un capítulo final de dos horas y media que hará historia en la televisión, más allá del desenlace de su trama. Como ya viene haciendo historia con 121 capítulos que rompieron todas las reglas de lo que se consideraba posible dentro de la ficción televisiva. Habrá adictos aliviados, otros acongojados, escépticos que nunca se dejaron enamorar y otros que abandonaron por el camino. Pero la isla, Jack, Kate, Locke, Sawyer, Hugo, los números y Dharma ya son parte de la imaginación popular en una serie que tuvo todo para ser de culto y terminó siendo transmediática y masiva.
Por Martín Pérez
Al comenzar esta sexta y última temporada de Lost, sus responsables prepararon una especie de prólogo, de la misma duración que un capítulo convencional de la serie. Destinado a los recién llegados, esta suerte de resumen de lo publicado es habitual al comienzo de cada temporada en una serie tan poco convencional como Lost. Y también lo es que sus fanáticos lo salteen sin ningún remordimiento, para ir directamente a la acción. Pero si este año se hubiesen sometido a dicho resumen, al promediar su exhibición –cuando del accidente aéreo, osos polares y guerrilla isleña se pasa primero a las escotillas y los números, y más tarde incluso a los viajes espacio–temporales–, hubiesen sentido un curioso cosquilleo. Porque, además de la admiración por el despliegue de semejante dislate narrativo exhibido ante millones de espectadores de todo el mundo –similar a la que se tiene ante el ladrón de guante blanco que ha logrado escapar con el botín sin lastimar a nadie–, incluso el más fiel creyente hubiese comenzado a dudar de la coherencia de lo que estuvo mirando durante todo este tiempo.
Porque Lost es, sí, una historia sobre gente perdida en una isla. Una mezcla entre La isla de Gilligan, El señor de las moscas y Survivor, un reality que por estos pagos supo llamarse Expedición Robinson. O al menos eso fue lo que comenzó siendo. Pero con el correr de sus episodios –y de las temporadas– quedó claro que la isla no era una isla común, y que esa gente tampoco lo era. Como asume la revista Wired en su último número, decir que Lost es sobre Todo –como muchos de sus fanáticos pueden argüir que es–, tal vez sea algo un tanto grandilocuente. Pero es verdad que en un resumen algo más realista que la mera historia de la isla y los sobrevivientes, se puede decir que Lost trata, entre otras cosas, sobre el destino. Y la eterna lucha entre creer o saber. Y sobre liderazgos, torturas, sociedades secretas, viajes en el tiempo, mundos paralelos, sincronicidad, mitologías y teorías conspirativas. Y en la enumeración no deben faltar los besos, el romance y las historias de amor, así como complots –algunos de ellos de proporciones históricas–, tiroteos, bombas, persecuciones y toda clase de escenas bélicas.
Sí, Lost lo tiene todo. Y al mismo tiempo se podría decir que no tiene nada. Porque intentar resumir su historia es casi un imposible. Y hacerlo de una manera que resulte coherente lo es aún más. Lost es una serie extraña, con destino de culto. Pero que al mismo tiempo es un éxito mundial de proporciones inéditas. ¿Una auténtica revancha de los nerds a escala televisiva y global? Si en la televisión local “éxito” es algo que baila, se desnuda y discrimina en la pantalla chica, se puede decir sin culpas que Lost es una obra maestra de la manipulación narrativa, que se las ha ingeniado para honrar públicamente todo lo que permite ir más allá del relato tradicional, al tiempo que lo reproduce hasta agotarlo, creando personajes inolvidables en el camino.
Un camino que termina, heroicamente, esta misma noche en los Estados Unidos. Y en el cable local –AXN– apenas dos días más tarde. Seis años y 121 capítulos después de aquel comienzo entre los restos de un accidente aéreo. Un largo camino narrativo, que fuera de esa trama específica también tiene un devenir, una historia rica en presentaciones, nudos y desenlaces. A manera de presentación, se podría decir que Lost en un comienzo supo ser como la serie que heredó el territorio del híbrido, de la rareza televisiva, de la serie que va más allá de lo que aparentemente está contando. Las preguntas antes que las respuestas, digamos. Algo que supieron encarnar, cada uno a su manera, series como Twin Peaks o Expedientes X.
Si la presentación de Lost es su referencia a la más pura cultura popular y masiva –nerd, por supuesto, desde Bioy Casares hasta la ciencia ficción pura y dura–, el nudo se puede decir que está encarnado por su difusión y distribución. Porque Lost es el producto televisivo que más funcional es a la nueva forma de consumir las series, por temporadas completas y en DVD. Pero no sólo de mercado tradicional vive el hombre –y la industria– sino que también hay caminos alternativos, y Lost también es la serie que enseñó a una nueva generación las bondades del download. Así como los fanáticos de la música, acostumbrados por el 1 a 1 a tener todas las novedades internacionales al alcance de su bolsillo, aprendieron a bajar todo lo que dejó de llegar a las disquerías post-crisis 2001/2002, los más adictos a Lost aprendieron a seguir la serie al ritmo de su exhibición original, sin tener que depender del marketing de los canales de cable o las señales de TV abierta.
Años atrás, los fanáticos de Twin Peaks estaban condenados a aceptar los caprichos de Canal 9 para poder saciar su sed de Lynch. Ya no sucede lo mismo en el mundo de Lost, gracias no sólo a los anónimos uploaders que suben la serie apenas se exhibe en los Estados Unidos sino, también, al ejército de fans dedicados a subtitular cada capítulo casi al mismo tiempo que alguien lo pone online. A diferencia de las prácticas prohibicionistas de la industria discográfica, la televisión norteamericana respondió poniendo la serie online casi inmediatamente, buscando con buenos reflejos una forma de capitalizar esa nueva práctica. Tal vez ésa sea la diferencia entre una industria acostumbrada a tener a sus consumidores como rehenes, y otra que siempre ha entendido que el televidente es voluble y libre.
El desenlace de la historia de Lost, más allá de lo que pueda llegar a suceder en la pantalla, es lo que ha ido dejando como herencia. La leyenda cuenta que el ejecutivo que dio luz verde al costosísimo capítulo inicial de la serie fue despedido antes del estreno. ¿Las razones? Haber puesto el destino de la cadena en manos de algo tan fuera de lo común. Luego del estreno y el éxito, las corporaciones reaccionaron de manera diametralmente opuesta: todos querían tener su propia serie arriesgada y, ejem, nerd. “Lost le enseñó a la audiencia cómo tenían que mirar una gran serie épica, intrincada y por capítulos”, señaló Tim Kring, el creador de la serie Héroes, una de las fallidas émulas de Lost. “Pero también hizo algo aún más importante: les demostró a las cadenas televisivas que esta clase de series era algo viable”, agregó. Porque si algo demostraron los autores de Lost es que no importa lo intrincado e incluso avant-garde que pueden ser no sólo las temáticas sino también las formas utilizadas para contar una historia. Si está bien hecho, el público no es tonto. Sabe tanto de televisión y de historias como los especialistas. Y entiende. Se puede hablar de viajes en el tiempo o de mundos paralelos, se puede contar con flashbacks e incluso flashforwards –el gran momento de Lost, al final de la tercera temporada–, y es posible que un público masivo no sólo lo entienda sino que se involucre emocionalmente con semejante historia.
Porque, mal que les pese a los dueños del negocio, la “gente” no es la que demanda cosas simples y precocinadas, algo que cualquier creador que haya tenido que lidiar con semejantes ejecutivos se ha cansado de escuchar, sino que quienes se escudan detrás de semejante exigencia son esos dueños, que en su fantasía –y necesidad– de que el negocio del entretenimiento sea previsible, preferirían que nada se salga del molde. Pero ahí está la escotilla, la sucesión de números o Locke en el ataúd para demostrarlo: la “gente” lo entiende. Y se dispone a mirarlo, o se aburre y cambia de canal. Pero sabe que hay una infinidad de mundos ahí afuera. Y mientras los creadores estén dispuestos a hacer obras –ya sean películas o series–- que les interese a ellos como espectadores, habrá alguien con voluntad de seguirlos, para ver hasta dónde pueden llegar. Seis años y 121 capítulos después, en una isla que no es sólo una isla, con unos sobrevivientes que no sólo son eso sino los personajes queribles, protagonistas de una serie que ha cruzado más allá de lo permitido en la televisión, reescrito muchas de sus reglas, y regresado para contarlo. Y para ponerle punto final.
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