Domingo, 23 de mayo de 2010 | Hoy
SCARLETT JOHANSSON, PELIRROJA Y PELIGROSA
Por Juan Pablo Bertazza
El número dos representa el enfrentamiento de los opuestos en pugna por la unidad; la lucha permanente entre el bien y el mal, la virtud y el pecado, la luz y la oscuridad. También es el número femenino por excelencia y simboliza tanto el regalo de la vida como la perdición de las tentaciones. Pero además, en tanto remite al espejo, el dos puede ser pensado como el número de la locura.
Además de tener un hermano mellizo, Scarlett Johansson porta un doble dos en su nacimiento –22 de noviembre de 1984–, tiene doble nacionalidad –-estadounidense y danesa–, doble ocupación –actriz y cantante; en 2008 sacó su disco Anywhere I Lay My Head con versiones de Tom Waits, el año pasado hizo lo propio con Break Up, y ahora está amenazando con venirse con un tercero de temas propios–. Trascartón, sus carnosos labios acaban de ser elegidos como los más irresistibles de Hollywood a partir de una encuesta realizada vía Facebook por Victoria’s Secret. Y si terminamos la enumeración ahí es para no desbarrancar babéandonos con las dos razones hipnóticas y pulposas por las que, en Match Point, el personaje de Jonathan Rhys-Meyers arriesgaba hasta volverse loco de lujuria su matrimonio y advenediza riqueza; aquellas mismas dos razones que mucho contribuyeron a que Woody Allen enderezara notablemente su carrera con aquel peliculón dostoievskiano, y también volviera a torcerla con la pobretona Scoop, para corregirse una vez más en Vicky, Cristina, Barcelona, en la que las dos razones de Scarlett se potenciaban al cuadrado con las de Penélope Cruz.
Casi a última hora, en tiempo de descuento, la eléctrica blonda que, como no podía ser de otra forma, fue concebida por un arquitecto, se sumó junto a Mickey Rourke al elenco de Iron Man 2. Cada vez que, en su también dual personaje de Natasha Romanoff y viuda negra, se pone a pegar patadas, nos encontramos ante una notable manera de representar marcialmente el sexo. Pero las paradojas que despierta su actuación en esta película de espectacular comienzo y mediocre desarrollo nos generan casi tanta confusión como esa mezcla explosiva de redondeces criminales y miradita ingenua de “sí, sé lo que pensás”, a la que nos tiene acostumbrados. Si bien todo hacía pensar que estaba pasando por una etapa de estancamiento, su mera presencia en este nuevo film de Jon Favreau ha demostrado que Scarlett sigue siendo noticia. A tal punto que ya muchos la ven como firme candidata a protagonizar la versión norteamericana de Millenium, en el rol de Lisbeth Salander. Claro que para volver a convertirse en noticia, Scarlett tuvo que abandonar dos de las señas particulares que habían hecho de ella una novedad: su angelical pelo rubio –obligada por el comic, su personaje carga el pelirrojo oscuro de la locura– y hasta parte de sus (dos) atributos por excelencia –además de tomar clases de karate, tuvo que someterse a una estricta dieta a partir de la cual perdió siete kilos–-. Sin embargo, aunque por momentos da la sensación de que ese rol de viuda negra no le sienta bien, su erotismo fresco e hirviente, junto a su cara angulosa, la vuelven muy propicia para el mundo de los comics. En definitiva, aunque su actuación dista de ser descollante, su mera presencia apretadita en ese traje negro de lycra bastó para que esta película cosechara una altísima recaudación en todo el mundo, además del talento, la expresividad y el carisma de Robert Downey Jr., claro está.
Entonces hoy, a sus florecientes pero maduros veinticinco años (ya tiene tanto kilometraje en su haber...), se imponen dos preguntas: ¿Scarlett estaba a la altura de lo que prometía en sus primeras apariciones estelares de El hombre que susurraba al oído de los caballos y Lost in translation? ¿Scarlett está en su peor o en su mejor momento?
Tal vez la respuesta no exista, o quizás la única forma de responderla sea recurrir nuevamente a la locura, las tentaciones y contrarios en pugna del dos; ese número dos, ese placer doble (y triple y cuádruple) que es Scarlett Johansson.
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