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Los derviches de la tierra baldía
En los momentos más inesperados, la señal I-Sat viene pasando un increíble documental dirigido por Emir Kusturica, llamado Super 8 Stories, que cuenta la historia de la igualmente increíble No Smoking Orchestra. Premiado en diversos festivales el año pasado, el documental es una pequeña joya que retrata, como sólo Kusturica podía hacerlo, la melancólica y feroz alegría de vivir que caracteriza a estos músicos y a la tierra arrasada que los vio nacer.
Por Juan Forn
En el principio es una voz en off, sobre viejas imágenes granuladas en Super 8 (el paisaje de la costa marítima yugoslava visto desde un muelle, y en el muelle un hombre atlético en malla, enseñando ejercicios de natación a dos nenitos que repiten los movimientos con descarada alegría). La voz en off dice: “Con el rock and roll, el mariscal Tito demostró que nuestro socialismo no era como el de Bulgaria y Rumania. Con mi hermano Dralle demostramos que Pushkin tenía razón: valen más los artistas que salen de las clases medias que los que salen de las clases privilegiadas. En la Yugoslavia de Tito, los músicos de rock sólo podían ser los hijos fotogénicos de oficiales de la policía secreta. Nosotros dos éramos hijos de maestros de escuela”.
El que habla, descubriremos en los minutos siguientes, es uno de los aspirantes a bañistas de ese añejo Super 8, hoy devenido cantante: Dr. Nelle Karajilic, el líder indiscutido de la No Smoking Orchestra, aunque el nombre completo que ha convertido a esta banda en un objeto de culto por toda Europa sea Emir Kusturica & The No Smoking Orchestra. Kusturica no sólo es la guitarra rítmica de la banda (según Dr. Nelle, le dieron un lugar porque aportó nuevos equipos de sonido y un poderoso baterista, su hijo Tibor); además es el responsable de este formidable documental llamado Super 8 Stories, filmado con la misma exuberancia caótica y proteínica de sus ya legendarias películas y ganador de unos cuantos premios en festivales (Chicago, EFA y Sheffield, entre otros) en el 2002.
UN POCO DE HISTORIA
La No Smoking Orchestra es la segunda encarnación de un grupo nacido en 1980 en un sótano de Sarajevo bautizado Oblivion (cedido gentilmente por el presidente del consorcio del edificio, el padre del Dr.. Nelle, para que la pandilla liderada por sus hijos lo dejaran en paz). Por entonces el grupo se llamaba la No Smoking Band (en serbocroata Zabranjeno Pusenje), hacía música anarco-punk y se convirtió muy pronto en la expresión musical más significativa del Nuevo Primitivismo, el movimiento de resistencia cultural nacido mientras el mariscal Tito prolongaba su último estertor y mantenía en ascuas a toda Yugoslavia. Reivindicando los códigos callejeros de Sarajevo en sus letras, a las que imprimían un espíritu furiosamente eléctrico con sus instrumentos desafinados, la No Smoking grabó su primer disco en el ‘83 (Das ist Walter) y sorprendió hasta a los responsables del sello marginal Jugoton (de Zagreb), que debió reeditar el disco por pedido del público hasta alcanzar las 100 mil copias. El éxito se debía en gran medida al furibundo “Zenica Blues”, un tema que hablaba sin pelos en la lengua de la violencia interna en la prisión de Zenica (la más grande del país). Paralelamente, las improvisaciones histriónicas del grupo en aquel sótano llegaron inesperadamente a la TV, cuando Dr.. Nelle logró colarse en el elenco de un programa de trasnoche que revolucionó la televisión yugoslava, el Top Ten Surrealista, que apelaba al humor más corrosivo para retratar la atmósfera política del país. Las autoridades encontraron la excusa perfecta para boicotear al grupo y mandarlo a las catacumbas después del hoy legendario faux pas del Dr. Nelle en un concierto (al quemarse uno de los amplificadores, el cantante dijo: “El Marshall pasó a mejor vida”, pero he aquí que mariscal en serbocroata se dice marshal y por entonces había prohibición expresa de referirse en público a la agonía del mariscal Tito).
La banda logró grabar un segundo disco, Dok cekas Sabah sa sejtanom (“Esperando el Sabbath con el diablo”), pero la prohibición de pasarlo en radio y de tocar en público lo convirtieron en un objeto inexistente. El desmembramiento fue inevitable. El retorno de la banda se debió esencialmente al efecto profético de sus viejas canciones, que en su retrato de las migraciones obligadas, los choques étnicos y la vida obligada al borde de la ley (esquivando a los dos peores enemigos de lajuventud, según Dr. Nelle: “Los ladrones que se robaron todo y los policías que los protegían”) anticiparon en forma escalofriante la catástrofe en los Balcanes. Pero los punks de antaño habían emigrado y Dr. Nelle y su hermano Dralle habían evolucionado musicalmente: para la reencarnación de la No Smoking reclutaron a unos cuantos virtuosos que brillaban cada noche en los bistrós gitanos de Belgrado y, con ellos, reformularon aquellos viejos temas y compusieron temas nuevos, explotando al máximo las posibilidades sonoras de ese cóctel de influencias que es la música balcánica, impregnada de ecos árabes, griegos, rusos, húngaros, itálicos y hasta africanos. Bautizaron su sonido como unza-unza (en alusión al pistoneo del organismo generando enloquecidamente proteínas al bailar esta música), dejaron de ser banda para convertirse en orquesta y tuvieron su bautismo de fuego cuando Kusturica ganó su primera Palma de Oro en Cannes con Papá salió en viaje de negocios y logró que la banda tocara en vivo en el festival. “Fue una especie de chiste privado y a la vez una provocación, porque en aquel entonces el grupo no podía tocar en público en Yugoslavia y yo venía de ser vetado oficialmente para un puesto de enseñanza en la Escuela de Cine, con el argumento de que ningún maestro serio podía perder el tiempo juntándose con esos punks”, dice Kusturica, que desde entonces ha musicalizado casi todas sus películas con el aporte de la No Smoking, y se ha dado el gusto no sólo de salir con ellos de gira una y otra vez sino de filmar esas giras y la intimidad del grupo en el documental Super 8 Stories, financiado por la televisión italiana y alemana en el 2001, y comparado en el circuito de festivales con el Year of the Horse de Jim Jarmusch (sobre Neil Young) y el Buena Vista Social Club de Wim Wenders.
UNZA-UNZA
La estructura de Super 8 Stories es la de las cajas chinas: para explicar de dónde viene el espíritu indomable de “esa música del pasado que es la música del futuro” (según definición a cámara de Joe Strummer, el ex líder de The Clash, que subió a tocar con la No Smoking, tal como lo hicieron Pat Metheny y Walter Becker, entre otras luminarias del jazz y del rock), Kusturica combina diferentes texturas (Super 8, video digital, color, blanco y negro) y épocas: hay escenas de conciertos en vivo, hay impresionantes momentos en bambalinas y en ensayos y en bistrós de mala muerte, hay material televisivo del Surrealist Top List, hay monólogos a cámara de los músicos y material fílmico de sus respectivas infancias, hay una hilarante sesión fotográfica de todos ellos en Italia, hay un making off del videoclip que se pasa casi entero al final y hay acojonantes tomas ambientales del paisaje balcánico arrasado después de la guerra. El montaje es tan adrenalínico y emocional como la música de la No Smoking Orchestra: lo que parece inicialmente pura extroversión va delatando paso a paso sus ásperas raíces sentimentales, coronadas por una extraordinaria última toma de Dralle, el hermano paranoico de Dr. Nelle, cruzando el Danubio en bote para llegar a su casa mientras se ve detrás el puente hecho añicos por los bombardeos.
Para mostrar qué ingredientes aporta cada uno de los miembros de la No Smoking al sonido de la orquesta, Kusturica les arranca testimonios de notable elocuencia. El batero Tibor, por ejemplo, cuenta que en su peregrinaje por los bistrós gitanos de Sarajevo y Belgrado ha escuchado tipos que parecían Steve Gadd, Stewart Copeland o Sly Dunbar y que ahí aprendió casi todos los trucos de su oficio, mientras vemos una filmación casera de uno de esos bistrós, con Tibor tocando la batería al fondo, y una razzia policial interrumpiendo a los músicos para pedir “documentos y armas sobre la mesa, por favor” (entre las armas que aparecen se ve una ametralladora). El bajista Glava Markovski confiesa a cámara que el día más feliz de su vida fue cuando terminó el servicio militar y el día más triste fue el siguiente, cuando lo mandaron a trabajar a una fábrica derelojes (el testimonio funde al inicio de un concierto en Berlín cuando Glava se disloca el hombro por una descarga de su amplificador: mientras el guitarrista le avisa a Dr. Nelle que prolongue su monólogo, la cámara sigue a Glava a bastidores, donde los plomos tratan de acomodarle el hombro con tan poca sapiencia como fortuna, hasta que el demente de Glava vuelve a escena y toca todo el concierto duro como un soldado, pero aguantándosela).
Alexander “La Tuba” Balaban ofrece otro gran momento cuando cuenta que, durante años, tocó todos los días en funerales, en la ciudad y el campo: “No nos faltaba nunca trabajo”, dice con un escalofriante humor negro. Para confesar después: “Al principio lloraba siempre; no es fácil despedir muertos todos los días, aunque uno no los conozca”. En los funerales de campo, los llevaban de vuelta a la estación en el carro o el tractor en el que había ido el féretro; en los de ciudad llegaba cada uno por su lado y se reconocían por los anteojos negros, agrega, mientras señala por la ventanilla y dice que ahora, cuando salen a la ruta de gira, va señalando los cementerios que pasan, murmurando “ahí toqué, ahí toqué, ahí también” (Kusturica culmina el segmento mostrando un cementerio que Balaban no reconoce: cuando la cámara se acerca en zoom, vemos que es un cementerio de mascotas). Nesha Petrovic, el impresionante saxofonista de la banda, obliga al guitarrista Nenad Gajin a entrenarse imitando los solos de Charlie Parker, y explica el éxito que tiene la No Smoking en festivales de jazz diciendo: “El jazz necesita nuevas tentaciones cada tanto para poder sobrevivir; eso venimos a ser nosotros” (sobre estas palabras, Kusturica muestra a Nesha sentado en un sillón de su casa, con el perro sentado en el sillón de enfrente: con su saxo, Nesha imita a la perfección los aullidos del perro hasta convertirlos en czardas delirantes, mientras el animal delira de excitación).
Dr. Nelle es, sin duda, el dínamo de la No Smoking: en el escenario, deja la garganta cantando, improvisa monólogos dadá, se retuerce como un simio acompañando cada uno de los solos de los demás y obliga a toda la banda a seguir sus coreografías enfermas; después, en camarines, si el show no salió a su gusto, los caga a pedos (“¿estabas deprimido?, ¿te dolía la barriga?”) por “haber dado de menos”, pero termina su berrinche diciendo: “Aunque toquen lo peor que puedan, están igual por encima del promedio planetario, hijos de puta”. En uno de sus rarísimos momentos de calma, confiesa que esta segunda encarnación de la No Smoking es la banda con la que soñó toda su vida, que todos los integrantes son verdaderos virtuosos en sus respectivos instrumentos, vengan del jazz, de la música clásica o del folklore balcánico (“salvo Emir y yo, claro, pero nosotros somos los jefes”) y que le da especial orgullo el modo en que han logrado armonizar esos talentos individuales, a diferencia de las distintas selecciones yugoslavas de fútbol, “que eran incapaces de coordinar grupalmente, incluso en el momento de cantar el himno antes del partido”.
BALKAN BLUES
La contracara perfecta de Dr. Nelle es su hermano Dralle, responsable de los teclados y acordeones de la orquesta. Y Kusturica muestra su proverbial sabiduría cinematográfica oponiéndolos como la doble faz de esa moneda que es la No Smoking Orchestra y el espíritu balcánico en general. Dralle tiene tres breves momentos a lo largo de la película: en el primero se lo ve acercándose con su instrumento a la combi donde están los demás músicos (y la cámara), y entrar en pánico cuando la combi arranca y lo deja de a pie. En la segunda se explica ese pánico: Dralle sufre de ilusiones paranoides que “le estrujan el cerebro”; sólo tocando encuentra consuelo, nos enteramos cuando visita a su terapeuta en el neuropsiquiátrico de Sarajevo. “Las giras ayudan”, le dice al médico. “Con los sedantes que me dio para tomar entre concierto y concierto, creo que estoy en franco estado de remisión.” En las secuencias de la orquesta envivo se lo ve tocando los teclados con la frente, a topetazos, imitando gallos en celo y, acto seguido, creando climas increíblemente intimistas en sus intros solistas en acordeón. A la hora de rodar el clip prefiere ser excusado (“no hago falta; ya son muchos”) y basta ver el delirante homenaje a Buñuel y al slapstick del cine mudo que han ideado Kusturica y Dr. Nelle para entenderlo al pobre (el clip está filmado enteramente en blanco y negro y cámara rápida, y relata una bacanal que comienza con una banda funeraria trepando a un tren en movimiento con sus instrumentos musicales y el féretro que lleva a un muerto que está vivo e intenta en vano abrir la tapa que lo encierra y sumarse a la orgía de monjas lesbianas que se besan descaradamente hasta que la oscuridad de los túneles por los que penetra el tren va devorando, uno por uno, a los dementes pasajeros del vagón).
Una vez terminada la gira y el clip, la combi va dejando en sus casas a los músicos. Dralle es el último en bajar. La combi frena junto al Danubio. Dralle baja, con su acordeón, se despide del chofer, sube a una barcaza, abre la caja con su instrumento y se pone a tocar una melodía tristísima mientras la cámara lo filma alejándose y se oye su voz en off diciendo: “Desde que la OTAN bombardeó los puentes, el único modo de cruzar es en bote. Como Yugoslavia es un país sin horarios, mientras sopla el viento y cae la lluvia, saco mi acordeón para matar el tiempo, y así me convenzo de que vivo una hermosa vida”.