RESCATES
Secreto a voces
Una serie de notables reediciones del sello Impulse exhuman el fraseo exquisito, la calidez y la profundidad de Johnny Hartman, la voz del jazz que vivió muriendo y resucitando y suena de fondo, según juran algunos, en películas porno. Todo sobre el hombre que cautivó a John Coltrane y conmovió al duro de Clint Eastwood.
Por Diego Fischerman
El disco más improbable de la historia comenzó a tomar forma hace cuarenta años. El 17 de febrero de 1963, un saxofonista que jamás había acompañado cantantes (y nunca volvería a hacerlo) conversó con un cantante extraordinario que, sin embargo, nunca antes había sido del todo famoso (y jamás volvería a serlo). Ambos se admiraban, o creían que debían admirarse. Ninguno conocía demasiado al otro, pero los dos sabían que se trataba de grandes músicos. La idea se le había ocurrido al productor Bob Thiele, que el año anterior ya había sacado al saxofonista de su terreno habitual en dos oportunidades –lo hizo tocar junto a Duke Ellington y editar un álbum dedicado exclusivamente a baladas– y quería al cantante en su sello. El 6 y el 7 de marzo, Johnny Maurice Hartman grabó para Impulse junto al cuarteto de John Coltrane. El disco es una obra maestra y, desde ya, un objeto de culto. El porqué de esas grabaciones sigue siendo un misterio. Cuando Krank Koffsky, autor de Black Nationalism and The Revolution In Jazz, le preguntó a Coltrane las razones de aquel encuentro, el músico se limitó a contestar, enigmático: “Había algo con esa voz”.
John Coltrane and Johnny Hartman, recién reeditado lujosamente por Impulse (actualmente uno de los sellos pertenecientes al conglomerado Universal), está conformado por seis temas, “They Say It’s Wonderful”, “Dedicated to You”, “My One and Only Love”, “Lush Life”, “You Are Too Beautiful” y “Autumn Serenade”. Junto a Hartman está el grupo que independizó al jazz de la forma de la canción y de la improvisación sobre una secuencia fija de acordes, el que liberó cada una de las partes musicales de la idea de tema y acompañamiento, obteniendo cuatro líneas independientes e igualmente protagónicas, el que hizo de la polirritmia un credo y dejó establecidas las reglas del free jazz: el mismo cuarteto que muy poco después comenzaría el viaje hacia la revolución marcado por Crescent y The Love Supreme (ambos de 1964) y los cuatro grandes álbumes de 1965, The John Coltrane Quartet Plays, Transition, First Meditations for Quartet y Sun Ship. Y lo curioso es que Coltrane, el pianista McCoy Tyner, el contrabajista Jimmy Garrison y el baterista Elvin Jones no buscan aquí ni reformular la balada ni crear una nueva manera de interpretar el jazz vocal; apenas acompañan, de la mejor manera posible, a un cantante de una voz única. Un cantante que, en esa ocasión, grabó el mejor disco de su carrera.
Hartman había nacido en Chicago el 23 de julio de 1923. A los 8 años empezó a estudiar música. Antes de cumplir los 20 ya trabajaba profesionalmente, y durante la Segunda Guerra actuó con una banda de la Marina (Coltrane también lo hizo, aunque entonces no llegaron a conocerse). Al poco tiempo ganó un concurso de canto en cuyo jurado estaba Earl Hines, que, además de premiarlo, lo contrató para su banda. Cuando el grupo se disolvió, uno de los trompetistas, Dizzy Gillespie, se llevó al cantante con él (Coltrane también tocó con Gillespie en esos años, pero tampoco allí se encontró con Hartman, ya que formó parte del sexteto y no de la big band con la que actuaba el cantante). En el ‘49 estuvo apenas dos meses junto al trío de Erroll Garner, y allí comenzó su primera caída en el olvido. Durante la década siguiente, Hartman consiguió algunos trabajos, grabó algunos discos y fue, como Robert Brysock, uno más de los cantantes que tuvieron que luchar con dos enemigos a la vez: la desaparición del jazz popular, tocado, bailado y escuchado en los clubes (un jazz que necesitaba, claro, cantantes), y el hecho de que se considerara de mal gusto que las jóvenes blancas fueran seducidas por un impecable barítono negro y sus impecables –e implacables– canciones de amor.
Después del encuentro con Coltrane vino otro gran disco, también producido por Thiele para Impulse y grabado en octubre de 1963, I Just Dropped By To Say Hello. También aquí lo acompañaba un grupo excepcionalaunque bastante más previsible, claramente integrado por sesionistas convocados especialmente para la ocasión: Hank Jones en piano, Illinois Jacquet en saxo tenor, Kenny Burrell alternando con Jim Hall en la guitarra, Milt Hinton en contrabajo y Elvin Jones en batería. En 1966 Hartman grabó dos discos para ABC-Paramount (hoy también reeditados por Impulse), ya con acompañamiento de una banda grande y, en el caso del primero de ellos, Unforgettable, de una orquesta de cuerdas. Desde la foto de la tapa hasta el título (y, por supuesto, el repertorio), todo tendía a estimular la asociación entre Johnny Hartman y quien había sido uno de sus ídolos, Nat Cole. Allí comenzó su segunda (y obvia) caída en el olvido. Después de un período bastante oscuro –algunos aseguran haber oído su voz en bandas de sonido de películas porno–, Hartman volvió a grabar. En 1981 logró incluso una nominación al Grammy (lo que, de todas maneras, no quiere decir gran cosa) por Once in Every Life.
Murió el 15 de septiembre de 1983, pero todavía conocería una nueva resurrección. Sus pocas grabaciones –en particular el magistral registro con el cuarteto de John Coltrane– se convirtieron en un insospechado fenómeno de ventas cuando Clint Eastwood decidió que no podía haber mejor voz que la suya como telón de fondo para su Puentes de Madison. Allí el fraseo exquisito, el extremo detalle en el delineamiento de cada inflexión, la claridad de la dicción, la expresión trabajada palabra por palabra, la calidez del timbre y la profundidad de su registro, sacaron a la luz del día a Johnny Hartman, uno de los secretos mejor guardados del jazz.