Domingo, 11 de julio de 2010 | Hoy
Natalia Oreiro habla de la película, de las 12 versiones que hubo y de los dos papeles que interpreta.
Por Juan Pablo Bertazza
“Soy de Tauro con Luna en Géminis, soy una soñadora que necesita de la concreción; en el horóscopo chino soy serpiente y siempre ando cambiando de piel.” Así se define Natalia Oreiro, quien el pasado 19 de mayo cumplió 33 años, la edad de Cristo, y entonces se ríe preocupada de que la entrevista se haya vuelto demasiado esotérica.
Cristo es uno de los personajes que, sin actuar, tienen mayor importancia en Miss Tacuarembó, la película de Martín Sastre, basada en la novela de Dani Umpi que protagoniza, mientras Francia de Adrián Caetano sigue en cartel: “Aunque son muy distintas, las dos fueron hechas de manera artesanal. Con Adrián estábamos en otro proyecto buenísimo llamado Cimarrón, una peli de terror en la que iba a haber cien perros asesinos pero no prosperó. Entonces me ofreció hacer esta peli. La historia de Tacuarembó también tiene algo azaroso y personal: en el 2001 Martín Sastre y Dani Umpi presentaron en el Centro Cultural Recoleta una instalación que consistía en celebrar mi cumpleaños. Apenas me entero, me presento y ellos no lo podían creer: ese día Martín me da un manuscrito de la novela y me dice: yo voy a ser el director y vos la actriz. Apenas llegué a casa, lo tiré, me divertían pero sentía que esos uruguayos locos tenían otra onda. Tres años después, estoy por irme de gira a Moscú y veo en una librería, en medio de grandes ediciones, un librito que decía, en letra rosa, Miss Tacuarembó. Me sentí como una nena que mira por primera vez los zapatos de tacón en una vidriera: el libro hablaba de cosas que tenían que ver con mi infancia y adolescencia pero a partir de una mirada muy fresca. Por eso lo llamé por teléfono a Dani y como él es muy tímido, casi no me dio bola y sólo me dijo qué bien, llamalo a Martín”.
Uno de los personajes que encarna Natalia Oreiro en la película es, ni más ni menos, que la heroína: una cantante frustrada que sueña con viajar a Buenos Aires y se siente como sapo de otro pozo en la congelada Tacuarembó: “Aunque tiene alguna similitud con mi vida –además del nombre, yo también me sentía diferente y discriminada, también cantaba en un coro, y en el liceo tenía quilombo con los profes de historia porque yo leía a Galeano, de quien estoy sumamente enamorada–, ella está en la otra vereda: es una mina frustrada porque está vieja para perseguir su sueño de niña... Yo qué sé, capaz me podría haber pasado eso si no hubiera tenido tanta suerte”, reflexiona Oreiro.
Pero la gran sorpresa que nos depara en este film es el otro papel que también interpreta en la película, casi opuesto al de Natalia, una señora irritable y ultracatólica, pero no exenta de cierto aire erótico, que le hace la vida imposible a todo aquel que se salga de sus rígidas normas: “Un día le digo a Martín ‘Todo bien con Natalia pero yo quiero hacer de Cándida’; cualquier otro director me hubiera dicho que no podía actuar de la antagonista de mi propio personaje, pero enseguida aceptó encantado, para mí ella es el personaje más gracioso, más patético. Nunca la juzgué, para hacer de ella me sirvió llegar a entender que lo que prohibía era lo que más le gustaba. Yo la quiero un montón y me da mucha más pena que Natalia que, de última, tiene toda la vida por delante. El otro día leí una crítica en un medio uruguayo, donde el crítico habla de mí como actriz pero sólo se refiere al personaje de Natalia; recién al final habla de Cándida, como si la hubiera interpretado otra persona. El tema es que, como se fue antes de los créditos, nunca se enteró. Yo me angustié un poco por él pero después me pareció interesante que fuera así”.
Aunque parezca increíble, lo que le sucedió al crítico uruguayo es de lo más comprensible: si no se cuenta de manera previa con la información resulta casi imposible darse cuenta de que ese personaje también es interpretado por Natalia Oreiro, y eso genera un efecto interesante en la película y, acaso, en la misma carrera actoral de ella: mientras todos nos distraemos con ese personaje de Natalia que se parece demasiado a otros personajes que hizo a lo largo de su carrera –el de la telenovela Muñeca Brava o el de Cleopatra, su primera película que contó con la actuación de Norma Aleandro–, casi sin que nos demos cuenta, hace su aparición la actriz. En ese sentido, la mezcla de pasión y parodia, de masividad y perfil bajo, de música y celuloide que tiene Miss Tacuarembó parece ser el lugar ideal para este momento indicado de Natalia Oreiro: “Mirá, el proyecto duró 5 años y tuvo 12 versiones que dábamos a leer a muchos amigos, fuimos cambiando cosas con respecto al libro: en lugar de trabajar en una perfumería, se nos ocurrió que Natalia podía trabajar en un parque temático que, al principio, iba a ser Tierra Santa pero afortunadamente no pudimos conseguirlo porque después se nos ocurrió esa idea de hacer una especie de Coney Island católico. Hasta ahí era todo casero pero Martín consiguió una productora grande de España y otra de Uruguay, además de Mentasti en Argentina, y la mezcla resultó buenísima: una peli independiente pero distribuida a nivel masivo; y es verdad: eso tiene que ver conmigo”, acepta Oreiro, quien además tuvo una injerencia importante detrás de cámara, colaborando con la música y llamando a Mike Amigorena para hacer, justamente, de Cristo. Y Cristo, a su vez, retoma la idea de los 33 años tan bien llevados de Oreiro quien en este momento de su vida parece darle una relevancia fundamental al tema de la edad con respecto a su carrera de actriz: “Lo que más me angustia es no poder encontrar personajes acordes a mi edad. A los veinte años hice todo lo que me ofrecían, ahora que tengo 33 elijo bastante y a los 40 años mi idea es no hacer de pendeja. Me gustaría hacer de madre o abuela, pero eso sólo se da si siempre vas eligiendo hacer el personaje más indicado para tu edad. Por otro lado, una es mejor actriz con los años, sobre todo por la experiencia, las vivencias. Y, en todo caso, lo difícil es correrte de la efervescencia y el lugar donde te ponen los otros. Con la música y con la tele me pasó algo parecido: cuando me siento cómoda para los demás en un lugar, me empiezo a sentir incómoda. Tuve cierta crisis de identidad donde me preguntaba qué quería hacer, hasta que decidí volver a mi esencia que es la actuación. Ricardo siempre me incentiva a seguir con la música pero hoy estoy segura de que sólo es un complemento de mi actuación. Es como cuando te aferrás a algo; cuando uno no sale de su casa, se prende fuego la casa para que termines saliendo”.
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