Domingo, 25 de julio de 2010 | Hoy
ANIVERSARIOS > 10 AñOS DE HECHO EN BUENOS AIRES
En 2000, y basado en la experiencia de The Big Issue de Londres, salió a rodar Hecho en Buenos Aires, la revista que cede el setenta por ciento del precio de tapa a los vendedores, personas que están o han estado en la calle. Diez años después, la revista se ha ganado su lugar en el periodismo alternativo por sus notas de tapa con artistas y su preocupación por conflictos sociales, medioambiente y cultura popular. Hoy vende 20 mil ejemplares, tiene unos 200 vendedores en 200 esquinas y sigue adelante. Por eso, Radar entrevistó a su directora, Patricia Merkin, y a varios de los trabajadores que patean la calle en busca del lector.
Por Angel Berlanga
“Mi nombre es Rubén Emilio Almada, tengo 41 años y hace cinco que estoy en Hecho en Buenos Aires. Conocía a la revista desde 2001, cuando mendigaba; me encontré con unos vendedores en Corrientes y Callao, pero en ese momento no les llevé el apunte. Las vueltas de la vida hicieron que luego me enganchara.” Tiene unos cuantos clientes fijos, que le compran mes a mes, entre ellos, cuenta contentísimo, conductores de radio como Ernestina Pais o Héctor Larrea. “Tengo una especie de incógnita que no me puedo explicar, todavía”, arranca Susana, a su lado, en torno de una gran mesa, en la sede-redacción-taller de HBA. “A veces, para vender más, es como que tenés que manguear –sigue–. Si decís ayudá, necesito para llegar a fin de mes, te compran. Y si uno da una visión más piola, explica que tiene contenidos interesantes y lenguaje universitario, es como que no te dan bola, incluso todavía se ofenden.” “Es un trabajo, y eso te dignifica como persona –tercia Stella, que tiempo atrás fue docente–. Pero está como enquistado lo de la monedita, la gente está tan acostumbrada. Es toda una movida social que hay que desestructurar, hay que decirles a las personas que lo mejor que pueden hacer es comprar algo que les va a aportar algo.” Ambas consiguieron salir de la calle e instalarse en hoteles, aunque no se terminan de acostumbrar a la convivencia ahí. Fabián tiene sus compradores entre los estudiantes de la UCA y de la Universidad de Filosofía y Letras: “Yo vendía herramientas, tenía un microemprendimiento, y de un día para el otro me asaltaron y quedé en pampa y la vía –dice–. No tuve otra alternativa. Gracias a la revista ahora me puedo mantener dignamente. Como le explico a la gente, ésta es una alternativa laboral que ayuda a quienes no pueden insertarse, no es asistencialismo; los subsidios son un medio para manejarte, creo yo. La dignidad se recupera laburando, no recibiendo dinero sin hacer nada. Y si te fijás en la tapa se aclara el precio, cuatro pesos, y que 2,80 son para el vendedor. Es la única ONG que realmente piensa en nosotros. Es un trabajo: ocho o diez por día”.
Alberto pasa por una segunda etapa aquí: se acercó en 2003 interesado por unas clases de teatro que se daban por entonces, se alejó y volvió a incorporarse este año, tras un suceso que lo derrumbó: el suicidio de un hermano. “Me estoy levantando de a poquito –dice–. No consigo engancharme del todo, no funciono.” “Yo empecé hace un mes y me resulta placentero salir a la calle, conectarme con los otros –completa la ronda Horacio, 38 años–. Aparte de eso, la satisfacción de poder valerme por mis propios medios. Tengo una enfermedad psiquiátrica, soy esquizofrénico, pero me digo a mí mismo que no soy ningún discapacitado, que puedo seguir luchando, saliendo a poner el pecho todos los días.”
Huergo y San Juan: a través de las ventanas de este segundo piso de un viejo edificio municipal se ve y se oye cómo trepan los camiones, despacio, a la autopista 25 de Mayo. Ahí nomás, Puerto Madero. Gris de invierno en la ciudad, y lluvia. Circulan y tienden a desaparecer entre las palabras, en la mesa, en las bocas, caramelos y vasos con té.
Hecho en Bs. As. se creó para brindar una oportunidad de inserción laboral a personas en situación de calle y sin trabajo, que a través de la venta y la autogestión obtienen un ingreso”, se anuncia en página tres. La revista acaba de cumplir diez años y se dispone a festejar, como corresponde. Mientras tanto Patricia Merkin, ideóloga, fundadora y directora, cuenta qué fue y qué es esta experiencia, y cuáles las perspectivas.
“La sociedad es la única responsable de que haya gente en situación de calle y sin trabajo, porque lo tolera: si no lo tolerara, habría indicios de que consideren a HBA como proyecto innovador. Hoy vendemos 20.000 ejemplares mensuales en una ciudad de ocho millones de habitantes porque se acepta la exclusión. Nos hemos ganado un espacio digno, pero con una sociedad más madura tendríamos un lugar todavía mejor, y en vez de 200 vendedores en 200 esquinas habríamos conquistado 2000, 3000. Por ahora es esto”. Merkin habla en el salón de redacción, la computadora encendida en un escritorio colmado de papeles. Hay, en su voz, una extraña combinación de energía y cansancio. “La historia del país ha llevado a que esto sea así –sigue-. Los punteros políticos y la iglesia se han encargado de armar este sistema de cara a la exclusión. En ese sentido intuía desde el principio que sería difícil innovar, abrir espacios que den cuenta de alternativas posibles: cuando a una persona se le ofrece una oportunidad de trabajo concreta, directa y eficaz, se la apropia. De hecho, lo habrás notado charlando con ellos, todos tienen la camiseta puesta”.
HBA está escrita por periodistas profesionales que suelen centrarse en temas sociales, ambientales, ecológicos, de actualidad y perspectiva histórica; hay entrevistas a personalidades muy valiosas de la cultura y el espectáculo y también secciones dedicadas a reportear a vendedores y a mostrar trabajos producidos en los talleres de arte. El 70 por ciento del precio de tapa es para los vendedores, que reciben tras registrarse en este sitio sus diez primeros ejemplares gratis. A lo largo de la década trabajaron vendiendo revistas unos 3.000, sostiene Merkin. Periódicamente salen a recorrer la ciudad algunos colaboradores de HBA para ofrecer sumarse a personas que duermen en la calle. Este trabajo les sirvió a muchos para conseguir empleos estables o como puente hacia emprendimientos propios.
“La práctica de venta puede ser similar a la de un vendedor ambulante, pero quienes venden la revista forman parte de un circuito de cooperación social que ofrece un producto de calidad y no de caridad” dice Merkin. HBA es un mecanismo de generación de ingreso, de socialización y de inclusión, que busca que el otro entienda que él existe, que lo vea como un sujeto que está ejerciendo su derecho al trabajo”.
Laburantes de HBA de vuelta en la mesa: “Primero la compraba, cuando tenía trabajo, pero bueno –dice Stella–. Diferentes circunstancias me llevaron a vender cosas chinas; y no me cerraba, sentía que estaba estafando a la persona. Así que dije voy a vender, así me relaciono con la gente, y eso me hace bien, porque sufro ataques de pánico, soy fóbica social, así que hablar es como que me agiliza la dinámica de la terapia”. “Vender la revista me está levantando la autoestima, me ha hecho muy bien –dice Horacio–. Se me acercan, me dan la mano, me ofrecen café. Yo no me niego, porque por ahí haría lo mismo. Es como que va tomando color, uno, humanizándose. Antes, cuando era más joven, muchas veces era marginado por la bebida, la droga, la violencia, porque todo esto trae violencia”.
“Yo tengo mucha facilidad de palabra, así que explico todo el proyecto –dice Fabián–. Así ya sabe qué es: de última que no me la compren a mí, pero que se la compren a otra persona. Trato de allanar un poco, contar toda la historia, que se originó en Escocia, que somos muchos miembros en el mundo”. “Yo tengo otro estilo, sólo pregono, todavía me quedó de la época de la mendicidad”, surge Rubén. “Hay gente que viene a buscarla, por gusto, como el que va a buscar una revista de moda”, vuelve Horacio. “Y está el que huye, el que ve a alguien vendiendo y se desvía, uno se siente a veces rechazado –retorna Stella–. Prefieren meterse en un frasco, en una burbuja, decir que no hay injusticia social”.
Stella comenta que a veces le dicen que la revista es “zurda”. “Dos veces me plantearon eso”, dice Alberto. “Pasa: No la compro, es comunista, me dijeron”, agrega Horacio. “HBA gusta, hay gente que hasta la colecciona –promociona Rubén–. Yo soy de los que leen Semanario, Pronto, medios populares. Y también Página/12”. Stella: “El otro día una señora me dice: ‘¿Cuatro pesos por esta revista, que encima es un bajón? Para eso pongo 50 centavos más y me mato de risa con Ricardo Fort”.
Alberto dice que Baby Etchecopar le compra la revista, que una vez propuso que lo entrevistaran y que no encontró quórum; lo nombra y surgen unas reprobaciones. “Nos discriminan porque al no tener recibo de sueldo, ni domicilio fijo, no podemos abrir una cuenta, o comprar un celular –dice Fabián–. No te alquilan un departamento. El sistema nos deja afuera”. “Lo bueno es que no tenemos patrón”, cierra Stella.
Merkin se fue del país en plena dictadura y repartió los 18 años que vivió afuera entre Israel, Francia y Costa Rica. Trabajó, durante ese tiempo, como traductora e intérprete en ONGs como Consejo de la Tierra o Instituto Interamericano de Cooperación Agrícola. Volvió en 1995. “Al llegar noté que acá había muy poco sentido comunitario –dice–. Casi no había lazos de cooperación entre individuos y grupos para cubrir equis necesidades, estar despierto a qué le pasa al otro, intentar mejorar la calidad de vida de las personas. Eso estaba muy dormido acá: pleno menemismo”. Cuando veía gente en la calle, durmiendo en Plaza Congreso, y lo señalaba, le decían no, acá no. Entonces recibió una revista que se editaba en Londres, The Big Issue, en la que se inspiraría HBA.
“Entendí que los tipos la lanzaron post Thatcher, en el 91, y que algo así vendría acá, lo que resultó el 2000, 2001 –contextualiza–. De alguna manera fue un proyecto visionario, pero bueno, un emprendedor social sin visión no tiene nada que hacer en el sector. Si no ves lo que viene no podés plantear estrategias innovadoras. Llevé el proyecto a entidades, funcionarios, periodistas, y nadie lo quería. Y entonces dije no, tengo que ir allá, a ver cómo funciona”. Tras insistir mucho consiguió en 1999 una entrevista con John Bird, el director, y se instaló un mes en Londres. “Ahora entiendo que tardara en recibirme: no te imaginás la cantidad de personas que nos escriben para replicar el proyecto en el interior o en otros países de Latinoamérica –dice Merkin–. Bueno, cuando llegué allá me sorprendió la enorme popularidad de The Big Issue. Y su sistema organizativo, el concepto de empresa social, cómo se articulaba internamente. Era maravilloso. La sociedad inglesa, por otra parte, tiene mucha más conciencia comunitaria que nosotros. Y son una sociedad más rica. Los homeless están incluidos de algún modo en el diseño de las políticas sociales. Acá llegan los fondos arriba, a las grandes fundaciones, y hay que esperar el goteo. No obstante, entendí en aquel momento que el proyecto iba a funcionar bien en Buenos Aires, porque esta es una ciudad con prácticas culturales desarrolladas. Obviamente, somos distintos, porque allá la revista es semanal y eso da otra intensidad, avidez al lector. Y por otra parte acá tenemos mucha información de la que no podemos hablar”.
¿Por ejemplo?
–Han tenido casos de vendedores que se inyectaron heroína trucha y los tipos pusieron en tapa: “¿Quién los mató?”. Nosotros llegamos a hacer eso con las transas del paco y no existimos. La estructura social y cultural acá no te lo permite. No es autocensura: es posta. Hemos avanzado bastante, pero deberíamos más. Fuimos precursores en temas como la soja, el paco, el desmonte, economía social y comercio justo. Soy consciente de que por ahí no tenemos los recursos para ahondar. Pero bueno, es lo que pasa cuando se rema contra la corriente.
HBA forma parte de Red Mundial de Publicaciones de la Calle: serán unas cien, dice Merkin, que formó parte durante cuatro años del consejo ejecutivo de la entidad. La observa, ahora, un tanto eurocéntrica: con los años descubrió que el proyecto fue tomando su propia identidad y que es necesario articular “pensamiento global con acción local”. “Es una plataforma de intercambio de experiencias, modelos, llegada a los Estados –dice–. Los materiales para mover la Ley de empresa social, por ejemplo, los tuvimos por los proyectos del mundo, de lo que pasa en Italia, Alemania”. En Latinoamérica, explica, no hubo un surgimiento exponencial: “Surgieron algunos, pero no han tenido tanta repercusión, es muy difícil sostenerlos –cuenta–. Hecho en Mendoza surgió y cayó, Hecho en Chile también. Hay una experiencia en Bariloche y otra en Brasil, las dos inspiradas en nosotros. Pasa que generar un movimiento, porque es movimientista esto, requiere mucha energía, fuerza para instalarlo, para estructurarlo con minuciosidad. Poner a laburar a una persona que durante mucho tiempo no laburó es muchísimo trabajo en sí. Por ahora estamos organizando la fiesta por los diez años, que se hace en septiembre, a la que ojalá pueda venir John Bird. Y sí, pensamos en diseminarlo, aunque todavía queda mucho campo en Capital y provincia de Buenos Aires. Y aunque no sea fácil, aunque haga falta fuerza y gente para hacerlo, quizás el próximo paso serán las filiales en otras ciudades”.
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