RADIO > ADIóS A HUGO GUERRERO MARTHINEITZ
Nació en Lima, en 1924, y llegó a Buenos Aires a mediados de los ’50 para convertirse en una de las más importantes figuras de la radiofonía argentina. Creador de clásicos como El club de los discómanos, El show del minuto o Reencuentro, y de su recordado ciclo de entrevistas en televisión, A solas, Hugo Guerrero Marthineitz revolucionó la radio con un estilo único, transgresor e indomable, que le granjeó la admiración y el reconocimiento, pero también envidias, odios y despidos. Andaba en la mala: casi indigente, ganándose la vida leyendo cuentos a domicilio, hubo noticias de él un mes y medio atrás, cuando apareció internado en un neuropsiquiátrico. El sábado 21 de agosto murió de un paro cardíaco en el Hospital de Clínicas. Para despedirlo, lo más granado de la radio argentina habla de él y de su maestría exquisita. Testimonios recogidos por Angel Berlanga.
› Por Lalo Mir
Tenía el don de la radio. Yo con él descubrí que todo era posible. Tenía un cartel en el que veías, escuchándolo, eso: que todo es posible. Cómo se entiende que le haya vendido a Radio Belgrano la idea de El show del minuto, un programa de una persona, él solo, sin música de temas, sin cortinas, ni presentadores de noticias, ni jingles, sin gong. El hacía todo. Y era 1963, 1964. Impensado. Y fue un éxito. Y cambió todo. Hacía cosas que decodificabas, travesuras. Una vez, durante un gobierno militar, le llegó una reglamentación para que no se pasaran canciones pegadas del mismo sello, algo que venía de la industria discográfica: hizo cinco horas seguidas pasando “Argentino hasta la muerte”, de Roberto Rimoldi Fraga. En otro programa decía, cada diez minutos, “hoy me voy a referir a Héctor Ricardo García”; sólo eso, estaba peleado, no sé por qué. Y al final, dijo: “Hoy me referí a Héctor Ricardo García”. Y nada más. Una cosa fuera de todo contexto.
Teníamos un amigo en común, el pintor Hugo Laurencena, que una vez lo trajo a comer a mi casa, con mi familia, mis hijas, todo. Al entrar, muy emocionado, me abraza y me dice: “Lalo Mir, tengo que confesarte algo: es la primera vez que un colega argentino me invita a comer a su casa”. Era un cabrón, era mal llevado. Se peleó con todo el mundo. Y si había alguien más, también se peleaba. Conmigo no, pero bueno, de pronto te reclamaba cosas.
Siempre fue mi referencia en la radio. El tenía cierta debilidad conmigo, también. La primera vez que me invitó a A solas, en la tele, no sabía qué decir, estaba aterrorizado. Arrancó así: “Lalo Mir, ¿cómo hacés para hacer lo que hacés?”. Me mató. “Te escuché a vos”, le dije. No hay límites, es la cabeza de uno la que los fabrica. El era cautivante, te colgabas a escucharlo, te entraba como una hipnosis. Fue un oficiante, para mí, en mi carrera.
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