› Por Eduardo Aliverti
Fue el último gran revolucionario de la radiofonía argentina. Aún hoy, vos no encontrás quien deje el micrófono abierto mientras juega a la pelota con el hijo en el estudio. No sólo dejaba el teléfono abierto a los oyentes: les daba el número de su casa, para que lo llamaran. Pero hay otras cosas que son inmanentes desde la sensualidad radiofónica: el manejo de los silencios que él hacía no volví a verlo. No me animaría a decir que era un comunicador con penetración en los sectores populares, pero sí era un tipo muy conocido y era mucha la gente que por las tardes dejaba de hacer sus cosas para escucharlo. Tenía una voz muy bien trabajada, con una excelente dicción: se le entendían todas las oraciones, era imposible encontrarle un furcio. Trabajaba tan bien las pausas que eso elevó a categoría inimitable la forma de leer cuentos, hasta novelas. Podía anunciarte que quería tomar un café y dejarte con Herencia pa’ un hijo gaucho, de Larralde, 25 minutos. Pisar los temas musicales, en lugar de presentarlos antes o después, fue una invención suya. Era un monstruo.
Se llegó a decir de él hasta que era comunista: una tontería. Creo que era un reaccionario considerable. Y que tenía mucho resentimiento hacia su tierra natal. Algunos llegaban a clasificarlo como desclasado. Manifestaba desprecio hacia lo que consideraba “atraso cultural” de América latina, y se declaraba admirador de la democracia liberal norteamericana. Más allá de que usaba eso para jugar, para provocar, era tan filoso y agresivo que le valió la enemistad de buena parte del medio radiofónico. Eso y que un día te trataba bien y al otro no te dirigía la palabra. En todo caso, jamás podías permanecer indiferente.
Era más que un adelantado: hizo cosas que no se volvieron a hacer. Y era, por supuesto, un enorme solitario. Y muy criticado. Incluso esta semana, al cabo de su muerte, me encontré con colegas que insisten con que bueno, al fin y al cabo, fue un tipo que les sacó laburo a los argentinos. Por esto de que hacía solo sus programas. El Negro estuvo años sin carnet: el ISER no se lo daba porque era extranjero y, sobre todo, porque su tono no correspondía con el de la locución rioplatense. Ahí se entiende el grado de discordia y envidia que provocaba su figura.
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