Domingo, 19 de septiembre de 2010 | Hoy
TEATRO > ALBERTO AJAKA INYECTA POLíTICA EN SU GENERACIóN
Después de actuar en las últimas dos obras de Bartís y Kartun, que exploraban la fricción de clases, las miserias ideológicas y las contradicciones del país en formación, Alberto Ajaka estrena Cada una de las cosas iguales, su cuarta obra como director, en la que aborda la política desde un ángulo poco común: el de su propia generación defraudada.
Por Mercedes Halfon
Alberto Ajaka se introdujo en el teatro como quien no quiere la cosa, pero literalmente. El de verdad no quería la cosa –el teatro, el arte–, le parecían una sensiblería menor. Aun hoy, cuando se lo entrevista, relativiza su propio trabajo al punto de decir frases como si quisiera escandalizar a alguno de los soñolientos intelectuales que lo rodean en el café de Villa Crespo. “Para mí un albañil levantando una pared es igual de importante para la humanidad que La metamorfosis de Kafka.” Con esa resistencia, Ajaka comenzó a estudiar teatro y se dio cuenta de que la cosa le gustaba muchísimo. “Es curioso –dice–, fui a parar al arte más ingenuo de todos. Porque no debe haber nada más ingenuo que actuar. Hacer de cuenta que te dejaron y ponerte a llorar como un idiota. Por momentos es de una ridiculez absoluta.”
Es la misma persona que dice esto la que ganó el mes pasado el premio ACE a Mejor Actor de Teatro Alternativo por su trabajo en Ala de criados, de Mauricio Kartun. Su actuación en esa obra es deslumbrante. Allí es Pedro Testa, un dandy proletario que, cegado por los placeres que le brindan unos jovencitos aristócratas un verano de 1919 en Mar del Plata, desconoce su clase y termina envuelto en la violencia protofascista de los sucesos de la Semana Trágica. Pedro Testa lleva además el peso ideológico de la extraordinaria pieza de Kartun: su personaje es el que como un pañuelito se dobla sobre sí mismo, contradicción sobre contradicción, encarnando el germen de lo que ya entonces comenzaba a ser la clase media argentina.
Hace no mucho tiempo, Ajaka trabajó con Ricardo Bartís en la premiada De mal en peor. En esa obra era Roberto, abogado de una familia aristócrata en decadencia, que en medio de los festejos y revueltas por el Centenario de la Patria querían revolear a una hija o a una abuela al mejor postor, a ver si lograban levantar cabeza. Y no es casual que Ajaka haya estado en esas dos obras con dos que no sólo son popes del teatro local, sino que son dos directores que con cada trabajo reflexionan de un modo nuevo sobre nuestro país. Tanto Kartun como Bartís practicaron en su juventud alguna clase de militancia; pero son sobre todo teatristas “comprometidos” con el pensamiento sobre lo nacional desde el lenguaje teatral.
Por eso no es casual que este actor y director estrene ahora algo como Cada una de las cosas iguales, una obra que tiene el aventurado intento de acercarse a un terreno virtualmente vedado para la juventud del ámbito teatral: la política. Se trata de su cuarta obra como director. Antes estuvieron Michigan, inspirada en Raymond Carver; Otelo, una versión del clásico en clave de box; Canción de amor, una reflexión sobre el teatro, el amor y los sueños, y finalmente este trabajo. Cada una de las cosas iguales trae la política al teatro, algo extraño para los directores jóvenes, pero fundamentalmente porque esa ausencia pareciera decir que la política no es una preocupación en esa generación. Tal vez producto del rechazo del teatro hiperpolitizado de los ‘80, tal vez por la violenta expulsión de la política que generó la década del ‘90, el teatro porteño contemporáneo es fundamentalmente apolítico. Se habla de todo, menos de eso. En un teatro tan vital y diverso, no deja de ser llamativo.
¿Cómo hablar de la política, entonces, desde ese vacío? Ajaka, lejos de querer bajar línea o hacer una obra didáctica, se propuso hablar de esa triste ignorancia, de ese desinterés, de los hijos de la generación “politizada”. Cada una de las cosas iguales comienza con una decena de colchones de estampados a flores salticando por el escenario. Los colchones caen al piso y cada uno de sus manipuladores –chicos de treintaipico con ropa casual– empiezan a recitar como en un mal sueño el nombre de políticos –odiados, recordados– de la historia argentina. Angeloz, Manzano, Mariano Moreno, Perón... La intromisión de la política en el teatro se hace a través de una pesadilla y de nombres propios. Ajaka cuenta sobre el trabajo: “Cuando arrancamos con esta obra pensaba, si todo es político, los sueños también lo son. Puede haber hasta pesadillas políticas. Por eso surge esa escena con los nombres. Porque la política para nuestra generación son los nombres. Acá los colchones no aparecen sólo por el tema de los sueños, sino por la idea del recorte individual”.
En el devenir de la obra estos jóvenes harán discursos sobre temas que rozan la civilidad, la ética personal, la anarquía, la vida en la ciudad, el sexo, la globalización, pero siempre sin moverse de su cama. Como si estos pensamientos o cualquier pensamiento lejanamente político no pudiera hacerse ya en el ámbito de lo público. “Lo que me interesa es dar cuenta de cierta perplejidad ante la vastedad del asunto y cierto desconocimiento profundo. Yo soy una persona bastante informada e interesada y, sin embargo, me siento un pichi. Pero los actores son más pichis que yo. Entonces, ver desde ese lugar de pichis cómo acercarnos a la política. Y ahí fue apareciendo la obra.”
La última escena de Cada una de las cosas... es una fábula extrañísima. Con cajas de cartón en la cabeza, una estampa de dibujo animado, todos los actores de la puesta representan a funcionarios de un país imaginario que inauguran un Monumento al Colchón. La metáfora es abstrusa. ¿La política es algo inútil como ese monumento? ¿Los políticos son todos iguales? En todo caso, esa parábola surrealista puede ser la imagen justa que una generación extrae de un universo en el que no logra involucrarse. Aunque no por eso deje de tener la esperanza en una reconciliación. Ajaka concluye: “Hay una mirada distanciada, porque yo tampoco soy un militante. La política nos ha hecho mucho daño. Aunque yo creo lo mismo que termina diciendo la obra: que los políticos finalmente son los que hacen, los que firman los decretos, los que construyen los hospitales”. Tal vez hacían falta estos conflictivos discursos, estas dudas, este sinceramiento, para que pueda nuevamente abrirse un debate.
Cada una de las cosas iguales
Sala Escalada
Remedios de Escalada de San Martín 332
A las 21 hs. Entrada: $ 25
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