Domingo, 14 de noviembre de 2010 | Hoy
PERSONAJES > ZOE SALDANA, SIN EL AZUL DE AVATAR
Por Mariano Kairuz
Escena número uno: la fatal Uhura, el mejor y más estilizado par de piernas que hayan caminado el interior de la nave Enterprise, hace tambalear al joven y orejudo mestizo mitad vulcano, Spock, forzándolo a sacar a la luz su lado más humano y vulnerable. Un beso galáctico para el recuerdo de millones de trekkies.
Escena número dos: una hembra de casi tres metros de estatura, color azul, nariz felina y enormes ojos amarillos como de ciervo, extiende su larga cola, muestra los dientes, avanza a los saltos entre los árboles flúo de un infinito bosque extraterrestre, y enchufa su trenza –esa rara “cosa” orgánica y hi-tech a la vez– en un extraño pajarraco de colores intensos, preparándose para dar batalla en un despliegue de sensualidad alienígena pocas veces visto.
Escena número tres: una hermosa espía de ajustado pantalón rojo e intenciones desconocidas y actitud temeraria encara al líder de un grupo de comandos clandestinos que han quedado varados en Bolivia tras una misión que salió mal. La acción transcurre en una habitación de hotel de mala muerte, donde el hombre y la mujer se trenzan en violenta pelea. Encaramados uno sobre el otro, a los tumbos por todo el lugar hasta prenderle literalmente fuego, subliman todo impulso sexual a las piñas.
La chica es siempre la misma: Zoe Saldana lleva una década y pico en el cine pero nunca le fue tan bien como ahora, que hace de alienígena, o de humana rodeada de alienígenas, o de muñeca-de-acción. Es decir, como ahora que lleva un tiempo en superproducciones caras y un poco bizarras haciendo lo que, parece, mejor se le da: calentando nerds.
Y hay una escena “cero” en esta secuencia, si se quiere: ocho años atrás, cuando no la conocía nadie, fue una bucanera disfrazada de hombre y con tanta testosterona como el mismísimo Jack Sparrow, en la primera Piratas del Caribe. No mucho después, cuando todavía no sabía que algún día se convertiría en objeto de culto y adoración de las tribus siempre un poco alienadas de seguidores de Viaje a las estrellas, y casi sin haber visto un solo capítulo ni una sola de las películas, hizo de trekkie ella misma en La terminal, de Steven Spielberg. Apenas cinco años más tarde protagonizaba la nueva película más taquillera de la historia (Avatar), sin siquiera mostrar su cara real. Será por eso que muchos –incluso sus adoradores más bizarritos– se siguen preguntando cada vez que la vuelven a ver: ¿de dónde la tengo?
Pero como si hubiera ocurrido de pronto, y a fuerza de prestar su delgadísima figura y sus ojos rasgados, pintados o no desde un teclado, a estas caras aventuras cósmicas y a artefactos de acción como Los perdedores (adaptación de un comic, a la que pertenece la escena tres, la del hotelucho boliviano, y que acaba de salir directo en DVD) o la inminente Colombiana (una producción de Luc Besson en la que hace de asesina a sangre fría), Zoe Saldana está por todos lados: en las revistas, en los proyectos de los estudios, y, por supuesto, en los repartos anunciados para las futuras segunda y tercera parte de Avatar, iluminando una vez más la PlayStation de Cameron.
Hija de una portorriqueña, nacida en Nueva Jersey en 1978, y criada hasta los 10 en Queens, Nueva York, y luego hasta los 17 en República Dominicana (el país de su padre), hoy Zoe satura las páginas de la GQ inglesa, la Vanity Fair norteamericana y muchas otras publicaciones, mostrando lo que tiene para mostrar ante todos aquellos que “la tienen vista”, y dando entrevistas en las que, dada la por ahora intensa pero fugaz estela de su carrera, queda claro que aún no tiene mucho para decir, salvo lo esperable: que le gustan los papeles de mujeres de armas tomar, las patadas y el sexo duro en el cine, y que la de pasarse dos años filmando en escenarios inexistentes para James Cameron es una experiencia inolvidable. Y en las que también cuenta que su propia madre la confundió, como les habrá pasado a tantos espectadores, con Thandie Newton (la novia de Tom Cruise de Misión: Imposible 2). Cosas que le pasan por hacerse famosa con demasiada pintura encima y tanto cachivache alrededor.
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