Hace un año, Spinetta ofreció lo que la mayoría de sus devotos moriría sin ver: oírlo nuevamente tocando con Jade, Invisible, Pescado Rabioso o Almendra. Y como si fuera poco, no lo hizo con una banda, sino con todas. Y como si eso también fuera poco, las juntó a todas en la misma noche. Ahora, en una caja extraordinaria con libro de fotos, textos de LAS, 3 cd y 3 dvd (que anticipa una edición por separado de cd y dvd) se reúne música e imagen de esa noche increíble en Vélez.
› Por Mariano del Mazo
“La idea de aceptar realizar un proyecto como el que me fue propuesto involucra una infinita responsabilidad. Ante todo porque se le ocurrió a gente que adoro. Aunque debo admitir que ya rondaba en la cabeza de otras personas que también adoro, pero que no se animaron a encararme temiendo una rotunda negativa. Responsabilidad. Palabra soberana, palabra en la potencia de bancar la reunión de varios de los músicos más talentosos y diversos en una sola alma y en una simple premisa: sonar bien.
En la irracional eternidad, he aquí a los responsables de esos sonidos que, quizá, perdurarán hasta mañana... Luego, en esa misma contemplación y armonía que se debe equilibrar en constante, vibramos un solo espacio, un solo silencio.
Algunos, ya orgullosamente abuelos, nos mandamos con el cielo ilimitado... y así también en ventanas y paredes, luego, ya sin nosotros, en carteles irreconocibles, en una terraza perfecta contra el fondo porteño.”
“Carteles irreconocibles, en una terraza perfecta contra el fondo porteño”, escribe Luis Alberto Spinetta en el final de la Intro al precioso y preciosista libro de fotos de Eduardo Martí, uno de los dos que integran la fabulosa caja sobre los acontecimientos ocurridos el 4 de diciembre de 2009. La frase refiere quizás a la fotografía de Almendra, ese mismo 2009, en una azotea: un cartel con un número de teléfono (4711-3000), siluetas de construcciones en una zona que se adivina industrial, nubes cargadas y los rostros circunspectos, la traza apocalíptica, de Spinetta, Rodolfo García, Emilio Del Guercio y Edelmiro Molinari, a cuarenta años del kilómetro cero. Los viejos amigos posan para la eternidad, eternidad diseñada en una noche larga y fría de Liniers durante cinco horas de música, eternidad que ahora tiene registro en audio e imagen para certificar que aquello no fue una ensoñación, que no hay leyenda posible: la gesta ocurrió. No hay posibilidad de construcciones míticas en base a relatos orales: no hay Tanguito en el baño de La Perla, no hay Mano Negra en Obras. Ahí está: sí, Machi cantó una parte de “Durazno sangrando”; sí, los cuatro Almendra se despidieron con una estremecedora versión coral de “Muchacha” a la manera de un “Because” beatle; sí, Javier Malosetti le pegó a la batería para que nadie extrañara pero todos se acordaran del Tuerto Wirtz, y así. Está todo, y más. Esta caja de dos libros, tres cd y tres dvd es más que un fetiche antipirata de casi quinientos mangos, más que un regalo navideño de hermanos que se juntan para hacer feliz a papá o incluso al “abu”: es la constatación de que esa noche ocurrió y, al pasar, es la confirmación de que si el rock argentino existe, tiene un aleph llamado Luis Alberto Spinetta. El exacto punto donde el prisma proyecta los colores: aquel diciembre fue la proyección de un abanico cromático alucinante y también su apropiación. En estas semanas, la versión de “Post Crucifixión” del Indio Solari vino a completar el panorama por si había alguna duda.
En ese desmesurado baldazo de música, en el gesto megalómano y (auto) celebratorio, el Flaco ordenó el juego, repartió barajas hacia el pasado, el presente y el futuro y dejó claro, tal vez inconscientemente, que en él laten todos los climas de nuestro rock, todos los estilos y tendencias, en una transversalidad que se hunde en los pioneros (aquel diciembre interpretó “Amor de primavera” de Tanguito, “Mariposas de madera” de Miguel Abuelo, “El rey lloró” de Litto Nebbia) para llegar al rapeado de su hijo Valentino en una versión funky de “Necesito un amor” de, precisamente, Manal, en un intento de condensar tradición y contemporaneidad. Spinetta es rock, es jazz, es tecno, es unplugged, es heavy, es psicodelia, es hit, es experimentación, es mensaje críptico, es conciencia social luego de la tragedia del colegio Ecos. Spinetta es un Album Blanco en sí mismo, pero sobre todas las cosas Spinetta es una matriz.
Todo esto tal vez ya fue reflexionado en aquel fin del 2009. Ahora hay otra instancia artística, la del libro de Eduardo Martí, y una periodística, la del libro de fotos del show de Hernán Dardick (un complemento del de Martí) y el dvd con situaciones de backstage y ensayos hiladas por el testimonio de Spinetta.
El libro de Martí es formidable. Con ideas claras, con hallazgos estéticos notables, bien editado, representa un viaje sinuoso por Spinettalandia y sus amigos, un país que aparece aquí premeditadamente sombrío, habitado por existencias densas que exhiben como medallas las arrugas en sus rostros (“algunos ya orgullosamente abuelos”). El lado oscuro del alma de diamante de Spinetta y un reflejo de lo que viene haciendo desde que tenía 18 años: rock maduro. Resaltan, extraordinarios, los retratos de Almendra e Invisible. Hay más carteles irreconocibles y más terrazas y la sonrisa fuera de foco de Gustavo Cerati. La lente pendula entre la precisión gélida de la producción fotográfica y la instantánea de ensayo, y orbita la previa al show con una alegría serena, añejada, que tiene su correlación en los textos siempre frescos de Spinetta. Con esa tensión prosaica tan de él, tan de sus viejos manifiestos, Luis Alberto recorre y describe cada una de las bandas y solistas que participaron de la gesta y encuentra su cenit en el delicado poema dedicado a Cerati: “Comprendemos todo / tu voz nos advierte la verdad. / Tu voz más linda que nunca”.
En cambio el dvd del backstage le deja lugar a la verba siempre pasional y resbaladiza de Luis Alberto, una manera expresiva fundacional de nuestro rock, esa afectación entrañable. Entre piropos prodigados a diestra y siniestra a las queridas “bandas eternas”, Spinetta cuenta por ejemplo que tanto Machi como Pomo se resistieron a que participara Tommy Gubitsch en la rentrée de Invisible. O dice que el sonido de Almendra es “el sonido de Rodolfo García”. Y define el toque junto a Cerati como “una instancia emocional límite”. Y cuenta por qué David Lebon se negó a volver a tocar el bajo en Pescado 09.
Cada frase del músico da pie a momentos de sala dominados por la descontractura. Resulta revelador escudriñar las canciones que llegaron a ensayarse pero que no quedaron en la lista definitiva del concierto, caso “Los libros de la buena memoria”. Es interesante comprobar el aura que despliega Spinetta en intimidad: no hay mayores diferencias con el Spinetta público. El núcleo duro de su arte está atravesado por una gracia que lo salva de la sobriedad. Toca, mete acordes que cumplen 20, 30, 40 años, esas arañas de la mano izquierda que nos vuelve a refrescar que este tipo es un genio, que alguna vez hace mucho tiempo nos partió la cabeza para siempre, que esculpió en años de ghetto una misteriosa contracultura poética fundida con una singularísima religiosidad pagana y que ahora, en la notebook, en el dvd número 3, está yendo demasiado lejos: con Leo Sujatovich al piano susurra “ademán de tocar tu piel”, canta “Vida siempre” y la eternidad diseñada el 4 de diciembre de 2009 nos consterna una vez más, otra vez, como siempre, por los siglos de los siglos, amén.
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