TOM STOPPARD: EL CHECO PERDIDO
En busca del checo rechazado
Autor de guiones como los de Brazil y Shakespeare enamorado, adaptaciones como El Imperio del sol y La casa Rusia y obras de la celebridad de Rosencrantz y Guildenstern han muerto y La invención del amor, Tom Stoppard acaba de estrenar su trabajo más arriesgado: La costa de Utopía: Viaje, Naufragio, Rescate, la primera parte de su trilogía sobre los ideales de la Revolución Rusa protagonizada por Turgenev, Bakunin y Alexander Herzen, el revolucionario que la historia olvidó.
Por Andrew Graham-Yooll
En abril de 1982, en pleno conflicto de Malvinas, en un pequeño teatro de la calle Garibaldi, en La Boca, un grupo de actores representaba la obra Travesties, del inglés Tom Stoppard, conocido a medias en el circuito teatral rioplatense, pero figura ascendente en el teatro europeo. La puesta de Travesties (1974), obra que gira en torno de una improbable reunión en Zurich en 1918, entre Lenin, el escritor James Joyce y el dadaísta Tristán Tzara, coincidía con el estreno de la película Carrozas de fuego, del inglés David Puttnam, donde se escuchan estrofas del himno británico, “Dios salve al Rey”, luego de que el participante inglés gana la medalla de oro en las Olimpíadas de 1924. Las voces de Mercedes Sosa y de Joan Manuel Serrat, antes prohibidos, se escuchaban en las disquerías de la calle Florida. También se veía en Buenos Aires la película Malou, de la germano-argentina Jeanine Meerapfel, que cuenta la historia de una mujer en busca de su madre francesa casada con un judío alemán, junto al que recaló en la Argentina escapando de los nazis. Buenos Aires asumía su rol tradicional: lugar de refugio y tormento.
Había otras muchas cosas que contribuían tanto a hacer de ese momento de conflicto internacional una vivencia histórica muy especial. El conjunto ironizaba de manera surrealista sobre la Argentina: un país mezcla poco racional de nacionalismo y cosmopolitanismo. Los militares estaban abandonando una feroz campaña de terror para librar y perder una batalla por el ridículo y la humillación internacional. Por un lado se sentía la primera apertura después de un largo encierro. Por otra parte se transmitía toda la irresponsabilidad y el horror de un inminente combate.
Al regresar a mi casa en Londres le escribí a Stoppard sobre la representación de su obra en Buenos Aires y le comenté la mezcla de sensaciones que había sentido. Respondió de inmediato que sentía que esa confusión le pertenecía.
Tom Stoppard, dramaturgo inglés, llega a la edad de jubilarse (cumple 66 años en julio) culminando una serie de éxitos en los años ‘90 que lo llevaron a los principales escenarios del mundo. En 1997 fue hecho caballero por la Reina de Inglaterra, y en el 2000 agregó a ese título la Orden al Mérito en homenaje a una vida dedicada al teatro. Como confirmando su importancia, su vida acaba de ser tema de una enorme biografía (620 páginas) escrita por un profesor canadiense, Ira Nadel (Double Act. A life of Tom Stoppard. Methuen, Londres, 2002).
En el verano inglés de 2002 (y continuando en el 2003), en el Teatro Nacional de Inglaterra, en Londres, se presentó la primera parte de su trilogía sobre los ideales de la Revolución Rusa (La costa de Utopía: Viaje, Naufragio, Rescate), obra que intentó explicar en una entrevista en 1968 pero que comenzó a escribir casi treinta años después, en 1997. Quería estar seguro de los datos.
La costa de Utopía... instaló a Stoppard en todos los programas de televisión de Inglaterra y Europa, pero aun así no es conocido como autor popular.
Cuando comenzó a elaborar la idea, Stoppard pensaba situar la obra en Londres, donde un grupo de revolucionarios rusos octogenarios se pasarían sus últimos días debatiendo los hechos de 1917 y esperando poder volver a su amada Rusia. Cuando finalmente se propuso escribirla, utilizó a un grupo de idealistas revolucionarios del siglo XIX. Los personajes toman como punto de partida las revoluciones que convulsionaron a Europa en 1848 para prefigurar lo que sucedería en 1917. Entre los personajes (hay cerca de cincuenta en escenarios de Moscú, San Petersburgo, París, Niza y Londres), está el central, Alexander Herzen (1812-70), el revolucionario que la historia olvidó, el novelista Iván Sergeevich Turgenev (1818-83), amigo de Herzen y exiliado por el Zar por escribir contra el sistema, y el anarquista Mikhail Bakunin (1814-76), que se opuso a Carlos Marx en laInternacional Comunista de 1872, de la que fue expulsado. Con ellos está el crítico y periodista Vissarion Grigorievich Belinsky (1811-48), cuyos 12 volúmenes de crítica se terminaron de publicar en 1862 y se consideran lectura fundamental para la literatura rusa.
Cándido y sincero, Stoppard comentó en una entrevista en Londres: “Fue arduo escribir esta obra. Me doy cuenta de que el cerebro ya no funciona como antes. Tuve que leer todas las fuentes dos veces pero había tanto que recordar que si dejaba el tema por unos pocos días tenía que volver a releer todo el material”.
No es fácil hallar a Stoppard en Londres. Si bien vive en un amplio departamento en la elegante zona de Chelsea, después de dos matrimonios y una tercera relación hace vida de soltero, ofrece fastuosas fiestas y luego se fuga a la privacidad de su casa de Provence, en Francia. Al igual que sucede con su amigo Mick Jagger, la híper celebridad de Stoppard protege su privacidad. “El éxito es una experiencia metafísica. Vivo como siempre, en una escala mayor. No he dejado que me corrompa. Me podría sentar en mi Rolls Royce incorrupto, y decirle a mi chofer, incorruptamente, a dónde debe llevarme.”
Este tipo de humorada es lo que ha molestado a muchos de sus seguidores en Inglaterra. “Tom no es serio”, se quejan. Pero lo es, y la trilogía lo prueba, sólo que es tímido, privado, y su profundidad está camuflada debajo de su ostentación social.
La costa de Utopía... es obra seria. Stoppard siempre admiró a Chekhov: “En sus obras parece no pasar nada, pero todo lo que sucede es intenso y dramático”. Y en eso radica su trilogía, concentrada en la búsqueda inútil de una sociedad utópica. Le fascina la característica del eslavo: “Es gente volátil; furiosos un instante, dulces el siguiente”. Dice que su origen checo hace posible la comprensión y la identificación.
Para el personaje del pensador Alexander Herzen, hijo de un noble ruso, Stoppard rescató una vida doméstica a la vez que política, mezclando los elementos para hacerlo surgir de la vida diaria. Esa existencia de Herzen, en Londres, tiene como punto de referencia un fastuoso evento cuyo descubrimiento actuó como disparador de la obra de Stoppard, que en los orígenes de la trilogía tenía a Londres como escenario. El 10 de abril de 1861, en la casa que aún hoy existe en la zona de Paddington, Londres, Herzen decidió celebrar su cumpleaños y la reciente emancipación de los siervos dictada por el Zar Alejandro II. Se hallaban ahí los seguidores del nacionalista italiano Giuseppe Mazzini y el socialista francés Louis Blanc, entre una gran mezcla de radicales ingleses y europeos. Pero entre los concurrentes también estaba un personaje que Herzen detestaba: Carlos Marx. Una orquesta tocó desde las 20 hasta las 23 horas por un precio de cuatro libras esterlinas, según el historiador inglés E. H. Carr, en su libro Los románticos exiliados, que inspiró a Stoppard.
Cuando comenzó a pensar su obra, Stoppard pronto se halló desarrollando tres, que tenían como personajes centrales a Herzen, Belinsky y Bakunin. Al final, gran parte de la trilogía gira en torno de Herzen, el emigrado ruso de éxito que, luego de seis años en la cárcel del Zar Nicolás I a causa de su interés por la Revolución Francesa y los utopistas socialistas, abandonó Moscú con su familia (llevándose su fortuna heredada gracias al trámite de uno de los Rothschild), y se instaló primero en París, luego en Londres y finalmente en Ginebra. En estas dos últimas ciudades publicó su revista La Campana (con una tirada de 2500 ejemplares y algunas reediciones), en colaboración con el poeta e idealista Nikolay Platonovich Ongarev (1813-77), que editaba la Prensa Rusa Libre, fundada y sostenida con dineros de Herzen.
En un artículo sobre sus personajes, publicado en The Observer, de Londres, Stoppard presentó a un Herzen autoproclamándose como el primer socialista, para ser reivindicado luego de su muerte como el inventor delpopulismo ruso, reacción “contra el fracaso de la democracia socialista en las revoluciones europeas de 1848”. Hacia fines de los 1870, Herzen, luego de ser vilipendiado por su emigración y su apoyo al Zar Alejandro II, fue redescubierto por una generación que “salió a buscar al pueblo”. Lenin hizo de Herzen una figura venerable, y hasta impuso su nombre en un bulevard de Moscú, cosa que produjo algunas dificultades entre los buenos soviéticos debido al odio que Herzen sentía por Marx.
Marx nunca confió en Herzen. Según Stoppard, “Herzen no se ocupó del tipo de mono teoría que ha regido la historia, el progreso y la autonomía individual en aras de una exagerada abstracción como la dialéctica materialista de Marx. A lo que sí le dedicaba su pensamiento era al triunfo del individuo por encima de lo colectivo. Prefería lo actual a lo teórico. Detestaba más que nada la falsa presunción que la felicidad futura justificaba el sacrificio y la matanza en el presente. El futuro, dijo Herzen, es hijo de lo accidental o de la fuerza de voluntad. Aquellos rusos románticos no tenían libreto ni destino, y siempre había tanto por descubrir adelante como atrás”.
Es casi una definición de Stoppard.
La confusión, que este dramaturgo tan inglés celebró en aquella correspondencia de 1982 y que hoy trata de entender es, en gran medida, su propio origen.
Nacido en 1937 en Zlin, Checoslovaquia, como Tomás Straüssler, hijo de judíos no practicantes, el padre médico, la familia se fugó a Singapur en 1938 antes de la llegada de los nazis. Los cuatro abuelos, y muchos parientes más, murieron en el Holocausto. Cuando los japoneses amenazaban tomar Singapur, una derrota que fue humillante para lo que quedaba del imperio británico, su madre, Martha Straüssler y sus dos hijos, partieron hacia Australia en un barco que fue desviado a la India. El padre se quedó en Singapur. Finalmente escapó en febrero de 1942, pero murió ahogado cuando el barco en el que se fugaba fue bombardeado por los japoneses.
En una entrevista, poco antes de cumplir 50 años, el hijo dramaturgo dijo: “No recuerdo preocuparme por mi padre. Mi memoria comienza luego de perderlo”. Pero esa respuesta tan superficial fue revisada con dolorido sinceramiento cuando, ya entrado en los cincuenta, Stoppard se enteró cómo había muerto su padre. En 1998 el escritor regresó a Zlin, en busca de su padre y de sí mismo. Allí halló la casa de sus padres y, con una foto de ellos frente a la puerta, pidió fotografiarse en el mismo lugar. El ángulo de la imagen no salió igual, y luego de varios intentos, Stoppard abandonó la recreación de su pasado y quedó con la impresión de que le sería imposible reencontrarse con su padre. Con eso justificó el mote que se había puesto él mismo hacía años: se sentía “un checo rechazado”.
En la India, donde su madre halló asilo, el entonces Tomás Straüssler fue al colegio en Darjeeling, entre 1946 y 1951, etapa que el escritor siempre recordó como una de las más divertidas de su vida. En 1945, su madre, Martha, se volvió a casar, para sorpresa de los dos niños, con un oficial del ejército inglés, el mayor Kenneth Stoppard, que le dio su apellido a los hijos de su esposa. Es en India que el niño Straüssler se transforma en Tom Stoppard. Fue su padrastro quien le impuso la idea de que ser “english” era un privilegio para unos pocos bendecidos por Dios.
Ya en Inglaterra, donde terminó el colegio, en 1954 Stoppard se trasladó al periodismo, y en la ciudad de Bristol pasó ocho años en la redacción del Western Morning News. Hacía crítica teatral, lo que le permitió conocer y entablar amistad con Peter O’Toole, un actor que “se movía muy rápidamente cuando tenía sed” y llevaba a sus colegas y amigos al Pub cada noche en cuanto caía el telón. Del periodismo, en 1962, Stoppard comenzó a escribir guiones para radio, y algunos para TV, así como cuentos cortos y una novela. Su escritura se interrumpía para ganar dinero y saldar unaconstante de deudas. En 1965 se casó con Jose Ingle, junto a quien tuvo dos varones y de quien se divorciaría en 1972. Un mes después de ese divorcio, se casó con una médica, Miriam Stern, entonces embarazada de siete meses, y con quien tuvo otros dos varones. Eran los años ‘70, cuando la joven bohemia de Londres estaba segura que se podía transformar el mundo desde un escenario teatral.
El interés de Stoppard era por los personajes y las acciones periféricas de la historia, no los actores principales. Son estas instancias pequeñas las que lo llevarían a la fama pero, irónicamente, entre amigos famosos. Uno de ellos es el Rolling Stone Mick Jagger, con quien Stoppard tiene hasta un parecido físico: flaco, cabello desordenado, labios carnosos. Ambos cultivaban un interés común: el de comprar y devorar libros. El Stone lo hacía secretamente, dado que no era parte de su imagen pública. Stoppard, en cambio, lo hacía cada vez que salía al kiosco a comprar cigarrillos.
“Soy una persona muy tímida, muy privada, y me hago un camuflaje mediante la exteriorización en vez de la reticencia. He sido un exhibicionista reprimido”, dijo.
Luego de tres años de intento y fracaso, que incluyeron una puesta en escena en Berlín y otra en Edimburgo, la obra que se haría famosa, Rosencrantz y Guildenstern han muerto, comenzó a ensayarse en el Teatro Nacional de Londres en 1967. La obra toma a dos amigos de Hamlet y crea un drama en torno de ellos. Marcó el lanzamiento internacional de Stoppard y a poco de estrenarse en 1968 llegó a Buenos Aires, donde su puesta fue seguida por un debate de varios meses en la revista católica Criterio.
Su segunda obra de fama, El verdadero Inspector Hound, data de 1972, estrenándose en Londres pocos días antes de su segundo casamiento. Travesties es de 1974, y le siguió Ropa sucia, en 1976.
Políticamente a la derecha (simpatizaba con Margaret Thatcher cuando ella llegó al poder en mayo de 1979, aunque luego sufrió un desencanto), en 1977 fue a Praga a conocer a un escritor recientemente liberado de la cárcel, Vaclav Havel, futuro presidente. De ese viaje salió una sátira sobre el sistema comunista, Todo buen muchacho merece favor. Noche y día, de 1978, es una feroz crítica a la “ética” falsa en el periodismo. Arcadia es de 1993, y La invención del amor, sobre la vida del poeta Alfred Edward Housman (1859-1936), se dio en 1997. Hay varias obras más, menos conocidas. Entre sus guiones cinematográficos más conocidos están Brasil (1985), El Imperio del sol (1980), Rosencrantz... (1990), La casa Rusia (1991), y Shakespeare enamorado (1998), entre otros.
En gran parte de su obra, la mezcla de seriedad, humor y surrealismo está siempre presente. En gran medida su vida inspira y a la vez refleja, sin orden aparente, esos tres factores. En Londres, la crítica del Evening Standard, Fiona Maddocks, sostuvo que hasta el mismo National Theatre refleja esa confrontación de elementos en la vida de Stoppard. Como prueba, la crítica recordaba al autor, uno de los más veteranos miembros del directorio del teatro, conversando su obra en la oficina del presidente del teatro, función hoy ocupada por Sir Christopher Hogg, el nuevo marido de la doctora Miriam Stoppard, la segunda esposa del dramaturgo. La ironía agrega a los hechos un picante surrealismo.
El autor de su biografía, Ira Nadel, se preguntaba: “Stoppard tiene éxito, ¿pero es popular? A los británicos les gusta la ironía en su teatro, pero no se sienten cómodos con el absurdo. Stoppard puede ser los dos, que es una combinación centroeuropea que surge de la oscuridad y la desesperanza, y ambas se mezclan con un torrente de ideas”. El dramaturgo inglés resulta ser un emigrado judío centroeuropeo, irónico y a la vez serio. La mezcla, que produce la confusión, lo hace fascinante.