Domingo, 6 de febrero de 2011 | Hoy
En 1975, el rock era territorio de la testosterona y no había muchos espejos donde mirarse para una chica que quisiera hacer rock. Pero aglutinadas alrededor del productor Kim Fowley, Joan Jett, Cherie Currie, Jackie Fox, Lita Ford y Sandy West, cinco chicas de California, abrieron el camino. No fue fácil: los periodistas las maltrataban, las revistas de rock más cancheras las destrozaban, el manager abusaba de ellas de casi todas las maneras imaginables, las drogas y las manipulaciones las enloquecieron volviéndolas unas contra otras. Y sin embargo grabaron discos extraordinarios, salieron de gira por el mundo, fueron Nº 1 y llegaron a la cima. No estaba mal: tenían 16 años. Ahora, una película que lamentablemente sale directo a video le hace justicia a esa revolución que anticipó a los Sex Pistols llamada The Runaways.
Por Mariana Enriquez
Brilla el sol y una adolescente rubia está a punto de cruzar la calle. La esperan unos chicos, a los que verá en secreto. Y de entre sus piernas cae una gota de sangre menstrual sobre el pavimento, roja, brillante bajo el sol. Cuando se cambia para estar fabulosa en el encuentro, la rubia debe agregar a sus botas de plataforma plateadas y su maquillaje teatral una toallita higiénica, que se acomoda en la ropa interior bien rápido. La rubia se llama Cherie Currie, y dentro de poco tiempo será la cantante de The Runaways, la primera banda de rock integrada únicamente por chicas (por chicas adolescentes). Y la actriz que interpreta a Cherie en la película, la protagonista de esa escena que ya mismo se puede llamar mítica –¿alguien se acuerda de alguna otra película donde aparezca o se mencione la menstruación?– es Dakota Fanning, ya no más una estrella infantil: ahora es una hermosa chica de 16 años que está creciendo en pantalla, como mujer y como actriz.
Enseguida, la película presenta a la otra chica. Es morocha, es bella, es muy tímida, se le nota en sus hombros apesadumbrados y en su mirada esquiva. Está comprando ropa en un local para motoqueros y rockabillies, y sabe lo que busca. “Quiero lo que tiene puesto él”, dice apuntando al novio de la cajera, que lleva una campera de cuero negra. Se la compra con monedas: una chica que acaba de romper su chanchito, que gasta sus ahorros en parecerse a lo que sueña ser. Y después sale corriendo del local y suena a todo volumen lo que suena en su cabeza: “The Wild One” de Suzi Quatro, su heroína, una de las pocas mujeres que tocaban rock a principios de los ‘70, una de las pocas que también tocaba la guitarra. “Toda mi vida quise ser alguien, y aquí estoy”, dice la canción. La morocha con su campera de cuero es Joan Jett, que sería la guitarrista rítmica y compositora de The Runaways (y, cuando la banda se separe, una superestrella de rock). La actriz es Kristen Stewart, más conocida por su papel de Bella en Crepúsculo, la actriz joven del momento que, a los 21 años, quiso aprovechar la pausa entre dos tanques de la saga que protagoniza para hacer esta película relativamente pequeña que le permitía ser todo lo contrario a una heroína romántica.
The Runaways se estrenó en Estados Unidos hace ya más de un año. Ahora acaba de salir en DVD en la Argentina. En ningún lado fue un éxito de público, aunque sí de crítica: como película de iniciación y como película rocker, pocas se le pueden comparar. Es una gran película en un momento en que ni siquiera abundan películas buenas. Su directora, la artista ítalo–canadiense Floria Sigismondi, es famosa por sus videos musicales: los espeluznantes “The Beautiful People” y “Tourniquet” para Marilyn Manson, “Blue Orchid” para White Stripes, “O Sailor” para Fiona Apple y hasta “Fighter” para Christina Aguilera. Pero aunque conoce el terreno, sorprende con su inteligencia: admite que las chicas de The Runaways crecieron demasiado pronto, pero no se regodea en la pérdida de la inocencia para no convertir la película en un drama culposo; también reconoce el maltrato del manager del grupo, Kim Fowley, pero no está dispuesta a regalarle nada y hacer una película sobre él; la fotografía de The Runaways es lo suficientemente realista como para tener credibilidad rockera y lo suficientemente satinada y gloriosa como para soñar con esa ciudad de ángeles ideal, llena de luz y glam rock. Sigismondi captura con gran autoridad ese sacudón que sienten algunas chicas rebeldes al crecer: esas chicas que no quieren ser princesas sino reinas del ruido.
Pero quizá su mayor mérito sea extracinematográfico. Courtney Love lo dijo cuando comentó el estreno: “Me pregunto cuántas chicas ven esto y se preguntan si pasó de verdad”. Y pasó de verdad. Hubo una banda que se llamó The Runaways, que implosionó en cuatro años, integrada por cinco menores de edad que les abrieron el camino a todas las chicas que quisieron estar en una banda más tarde. Lo mejor que puede hacer esta película es redescubrirlas, hacerles justicia.
Los Angeles, 1975: no exactamente el mejor año para el rock. En Gran Bretaña se moría el glam, que de todos modos nunca había significado mucho en Estados Unidos; faltaba un tiempo para que llegara el punk. El agujero se llenaba con grupos como Yes, Genesis o con pop setentoso: eso era todo lo que un adolescente podía escuchar en la radio. Joan Jett –apellido verdadero Larkin– tenía 16 años y quería escuchar la música que le gustaba. Entonces iba a English Disco, un club en Sunset Boulevard regenteado por Rodney Bingenheiner, un lugar único: se escuchaba sólo glam rock y no se servía alcohol. Era una disco para menores, especialmente para chicas de entre 12 y 16 años que tomaban cherry-cola y competían por ver quién lucía más espectacular. Claro que no todo era inocente: las chicas tenían sexo en el local, lograban introducir drogas y solían llegar borrachas. Era el local obligado de las groupies de L.A., y también lo visitaban famosos, como Iggy Pop. En una de sus muchas tardecitas en English Disco, Joan Jett conoció a Kim Fowley, que luego sería el manager de The Runaways. Fue ella quien se le acercó; ella le contó que tocaba la guitarra y que quería armar una banda de chicas. Le pidió ayuda. Fowley fue mucho más catalizador que Svengali en esta historia, y él mismo lo reconoce: “Yo no armé The Runaways. Tenía una idea, ellas tenían ideas, nos encontramos y hubo combustión”. Fowley era –y es, a los 70 años– un personaje muy extraño. Hijo de actores, escribió canciones para Cat Stevens, Kiss, Alice Cooper y Kris Kristofferson, produjo el disco del regreso de Gene Vincent, co-escribió temas en Wanted Dead or Alive de Warren Zevon y era parte de la pandilla de Frank Zappa. Joan Jett le llamó la atención. Le gustó que hablara poco y pareciera inteligente. Aceptó buscarle compañeras.
A mediados de 1975, Fowley encontró a la baterista Sandy West, de 16 años, y le dio el teléfono de Joan. Las chicas se encontraron y enseguida se entendieron. Fueron en busca de Kim otra vez, para completar la formación. Así entró en la banda, como bajista, Mickie Steele, pero duró poco. Años después, Mickie se uniría a otra banda de mujeres: The Bangles. Llegó el reemplazo, una nacida en Inglaterra y criada en Estados Unidos, fanática de Deep Purple y Black Sabbath, de 17 años: Lita Ford. Enseguida se entendió con Sandy, la baterista que también era fan del hard rock. Faltaba una cantante. Joan y Kim tenían en la mira a otra habitué de English Disco: Cherie Currie. La adolescente de 15 años apareció en la audición sin tener idea de qué cantar (en la película, el personaje lleva “Fever” y las Runaways no saben tocarla). Finalmente escribieron una canción para ella ahí mismo, para probar su star-power: “Cherry Bomb”. Un rocanrol machacón, sucio, la voz al principio gruesa y luego chillona, gatuna, de Cherie, que canta cosas que una chica de 15 no debería cantar: “No me puedo quedar en casa, no me puedo quedar en la escuela / Los grandes me dicen ‘pobre tonta’ / En la calle soy la chica de la casa de al lado / Soy la zorra que estabas esperando... / Hola mamá, hola papá, soy la bomba Cherry... / Hey, chico, ¿cuál es tu estilo? / Tus sueños sucios no te hacen sonreír / Te voy a dar algo por lo que vale la pena vivir / Agarrala y frotala hasta que te duela”. A los 15, rubia y con gemidos. ¿Era explotación? Claro. Dice Kim Fowley hoy: “No había sida, no había computadoras, no había marketing digital, era una época diferente. No había corrección política. Disfruten de la historia”.
The Runaways, la película, está basada en las memorias de Cherie, editadas en 1989 con el título de Neon Angel: The Cherie Currie Story. Es una versión de la historia, y la otras integrantes de la banda conservan recuerdos diferentes. Cherie afirma hoy, en películas como el documental Edgeplay: A Film About The Runaways (2005), que Fowley tuvo sexo con una chica delante de ellas para enseñarles “cómo se cogía correctamente”. También dice que les tiraba con mierda de perro en los ensayos y que las insultaba permanentemente, para enfrentarlas y controlarlas. Pero Lita dice que los insultos de Kim eran graciosos, y le está agradecida por haberla hecho ingresar a la escena. Joan dice poco y nada, como siempre. La que sí coincide con la versión de Cherie es Jackie Fox, la bajista, la última en ingresar a la banda, a los 15, y la única que se alejó completamente de la música (ahora es lingüista, abogada y fotógrafa amateur). Cuenta Jackie: “Cuando grabamos nuestro primer disco, a Kim se le ocurrió que si lograba que Cherie se sintiera fea, cantaría mejor. Así que la hacía cantar en la oscuridad y la insultaba. Decía que la banda estaría mejor si ella se ahorcaba y se convertía en la Marilyn Monroe del grupo. Después maltrataba a otra. Era su estrategia de ‘divide y reinarás’. Mientras nos peleábamos y desconfiábamos unas de otras, no prestábamos atención a cuánto nos estaba estafando. Kim se aseguró de que nunca grabáramos una canción en la que él no tuviera el ciento por ciento de los derechos de edición. En serio: se quedaba con el ciento por ciento de las canciones y con el 95 por ciento de nuestro merchandising. Además nunca nos pagó, ni siquiera los 6 mil dólares por mes a los que estaba obligado, el mínimo bajo contrato según la ley de California”.
No sería justo con The Runaways detenerse mucho tiempo en las manipulaciones y barbaridades de Fowley. Da la impresión de que él hubiera sido el único manager maquiavélico del rock; implica que las chicas eran muñecas rotas y que todo el asunto fue un proyecto hueco; y focalizar en Fowley las victimiza y las deja sin poder. Y la historia no fue así. En primer lugar, en la época florecían los managers que delineaban a las bandas y las “armaban”, tanto o más que Fowley. El mejor ejemplo es el de Malcolm McLaren, que cuando asistió a la escena punk de Nueva York volvió a Londres con la idea de producir en Inglaterra algo parecido pero mejor, y le prestó atención a una banda llamada The Strand que más tarde serían los Sex Pistols; antes de encontrar a Johnny Rotten, McLaren llamó a Sylvain Sylvain de los New York Dolls y a Richard Hell para que cantaran en la banda, pero ambos se negaron. Sin embargo, a nadie se le ocurriría tratar de berretas, falsos o plásticos a los Sex Pistols (cuando se admite el componente de artificio, se habla con reverencia de “la gran estafa del rock’n’roll”). Cierto: en su momento fueron atacados, tanto desde los sectores conservadores como desde la prensa de rock más tradicional. Pero en general encontraban el escándalo, casi nunca el desprecio. Y el tiempo los convirtió en iconos indiscutibles.
A las Runaways recién ahora se les permite gozar de respeto. No es casual que el reconocimiento tardara tanto. Una banda de mujeres, primero. De adolescentes, después. Un hecho maldito, además: jovencitas hipersexualizadas, y no solamente porque así lo deseara un manager inescrupuloso sino porque ellas mismas ponían en cuestión de qué se trata crecer, cuándo una chica está en control de su cuerpo y su vida, cuándo es una mujer. Y un hecho maldito también por su tan escasa descendencia directa: después de The Runaways no florecieron las bandas de chicas precisamente –se burlaron tanto de ellas que nadie quería seguir ese camino–, aunque es obvio que Chrissie Hynde y The Pretenders (primer disco en 1978) no hubieran sido posibles sin The Runaways, o The Slits (todas chicas, primer disco en 1976) o The Go Go’s (todas chicas, primer disco en 1978). The Runaways tiene dos escenas-hijas: la primera es el heavy glam travesti de Sunset Strip, de Poison y Mötley Crüe (Lita Ford estuvo a punto de casarse con Nikki Sixx) hasta sus mejores representantes, Guns’n’Roses, que en Axl y Slash tenían una peculiar reinterpretación de la dinámica Cherie-Joan. Esta escena tiene mala prensa, mala fama y goza de un desprecio generalizado, en general, por los motivos equivocados. La segunda, insólitamente, teniendo en cuenta el enorme antagonismo estético, fue la de las bandas feministas de los ‘90 en Seattle, Olympia y Portland, que nacieron en la estela de Nirvana: Hole, Bikini Kill, Sleater Kinney, 7 Year Bitch, L7. Estas chicas jamás ocultaron su admiración por las pioneras The Runaways; pero, es cierto, ninguna logró popularidad sostenida, ni la masividad.
Sigue sin ser fácil ahora. Entonces era una pesadilla. El primer disco de The Runaways, que llevó el nombre de la banda, se editó en 1976, y es una sólida colección de canciones de menos de tres minutos, tocadas con autoridad, entusiasmo y deliciosa crudeza. Los críticos lo destrozaron. Algunos ejemplos. New Musical Express: “Como muñecas Barbie, esta banda está compuesta por chicas que quieren actuar como chicos. En realidad son chicas que tratan de ser como David Bowie, que a su vez trata de actuar como una chica o un androide... Como sea, cuando algo es de mentira, es de mentira”. Creem: “Estas putas apestan. Eso es todo. A pesar de lo que diga el Coordinador de las Chupadas de Pija de la Costa Oeste, no son buenas, no son tan malas que son buenas, no son nada”. Cincinnati Enquirer: “Con su imagen de duras da la impresión de que la única cosa que sus labios no rodearon es el guardabarros de un camión”. Rolling Stone, hasta mediados de los ‘80, las llamaba “el quinteto de tramposas de Kim Fowley”. Ninguno decía la verdad: que tocaban bien. Que rockeaban como pocos. Que eran divertidas y mugrientas. Les faltaba, también. Bueno, tenían 16 años.
En la primera gira nacional, The Runaways tocaron en el CBGB’s, abrieron para Ramones y compartieron escenario con Cheap Trick. Para adolescentes como ellas, esa gira fue una locura de hoteles baratos y experimentos con drogas y sexo. En 1977 grabaron su segundo y mejor disco, Queens of Noise. La canción del título era de B. Bizeau, pero les sentaba perfecto: “Somos las reinas del ruido / no uno de tus juguetes”. La voz es de Joan Jett: Cherie no estuvo cuando se grabó, y la usurpación le molestó mucho. La segunda canción, pesada, con una entrada muy Ritchie Blackmore de la guitarra de Lita Ford, está firmada solamente por Joan Jett, gran logro porque en general compartía los créditos con Kim Fowley. “Midnight Music” es una balada a lo Bowie que Cherie canta con evidente alegría. Y muy pronto, otra gran canción de pop-heavy-glam típica de Joan Jett: “I Love Playing with Fire”, que quizá resume la experiencia de adolescencia rockera como ninguna otra. “Me encanta jugar con fuego / pero no quiero quemarme. / Me gusta jugar con fuego / pero creo que nunca voy a aprender”.
Es muy bueno Queens of Noise, pero no tuvo buenas críticas. Sin embargo, en Japón, “Cherry Bomb” llegaba al Nº 1, y allá se fueron las chicas, a ser recibidas como estrellas por primera vez, y al principio del fin.
The Runaways era una banda con internas, y se hicieron evidentes en la superexitosa gira por Japón, donde las chicas eran famosas de verdad. Cherie estaba cada vez más encerrada en su mundo, en sus drogas, en su sensualidad, en su romance con Scott Anderson, el manager de giras que debía cuidarlas y en cambio les conseguía drogas y tenía sexo con la cantante todavía menor de edad (otra muestra más de la desidia imperdonable de Fowley). Jackie Fox estaba cada vez más incómoda, se sentía lejos, se peleaba constantemente con Cherie. Lita creía que ambas estaban locas, que eran hipocondríacas y paranoicas. Ella se la pasaba de fiesta, bebiendo; si las otras la molestaban y no la dejaban dormir, les pegaba e intentaba ahorcarlas con el cable del teléfono. Sandy y Joan querían mantener a la banda unida pero, a pesar de lo mucho que se apreciaban, no podían negar que sus gustos musicales tomaban caminos diferentes: Joan iba hacia el punk; Sandy –y obviamente Lita–, hacia el heavy metal.
La gira por Japón fue tensa y acabó con la salida definitiva de Jackie Fox, que se volvió sola a Estados Unidos, después de una crisis en la que se cortó con una botella. El show más importante de The Runaways, en el Tokyo Music Festival, tuvo a Joan Jett en bajo. Cherie Currie vistió su famoso corset blanco y las medias de red, al tiempo que con el cable del micrófono le daba latigazos al piso, entre dominatriz y serpiente.
La vuelta fue traumática. Cherie dejó el grupo, adicta y deprimida, y se lanzó a una carrera solista que nunca levantó vuelo. The Runaways continuaron. Con Vicki Blue en bajo, grabaron discos con Joan como cantante: en 1977, Waitin’ for the Night, que no funcionó; el fantástico Live in Japan, que jamás se editó en Estados Unidos; y And Now... The Runaways! (1978), ya sin la producción de Fowley –las chicas rompieron relación con él–, que recién se editó en EE.UU. en 1981 y con otro título, Little Lost Girls.
En 1979, The Runaways se separaron. Joan tuvo que armar su propio sello para volver a grabar, porque nadie quería a una chica salida de “ese grupo”. Su venganza, después de 23 rechazos, fue muy dulce: “I Love Rock’n’Roll”, una canción de la banda británica Arrows que ella hizo propia, fue número uno durante meses, vendió hasta certificar platino, la grabó con los Sex Pistols Paul Cook y Steve Jones en un inesperado y justísimo reconocimiento, y hasta hoy es un superhit que merece un cover de Britney Spears. Hoy, Joan es la reina del rock: graba con Peaches, toca con Springsteen, hace radio con Steve van Zandt, actúa en Broadway y Hollywood, y sigue haciendo discos buenísimos con The Blackhearts. Sigue siendo bella, discreta y generosa: en The Runaways, la película, ayudó a Kristen Stewart constantemente, sobre todo para que pudiera cantar las canciones, cosa que la actriz hace muy bien.
También canta muy bien Dakota Fanning: Cherie estuvo menos presente en el rodaje, pero acompañó. Después de abandonar su carrera como actriz –llegó a protagonizar Foxes de Adrian Lyne, junto a Jodie Foster–, Cherie Currie se dedicó a rehabilitarse, trabajar con adictos y, ahora, ¡esculpe madera con una motosierra! Hasta tiene su propia galería de arte motosierrero. Es probable que saque un disco impulsada por la visibilidad de la película: a su nueva versión de la biografía, más osada y –dicen sus compañeras– más fantasiosa, le va muy bien. Cherie sigue siendo hermosa, y parece la más lastimada por la explotación de Fowley. “Si alguien se merece que le vuelen la cabeza, es ese hombre”, dice. De las otras experiencias no se arrepiente. “Yo era fan de Bowie y del glam, y estaba en mi ética, digamos, experimentar, con drogas y con sexo. El sexo era libre, las mentes eran libres. Estuve con Joan, y fue fantástico. Ella era mi mejor amiga, así que la intimidad sexual resultó natural. ¡Y con Sandy también estuvo muy bien!”
Sandy West, quizá la más querida, murió en 2006. Ella sufrió más que las demás la ruptura de The Runaways y, a pesar de que formó una banda, nunca pudo construir una carrera. Lesbiana, fuerte, deportiva, Sandy aparece llorando en el documental Edgeplay, cuenta sus trabajos buenos y malos, su temporada en la cárcel, y habla de cuando tuvo que “romperle el brazo a alguien”, seguramente porque trabajó como caza-recompensas, aunque no lo confirma. Lo que sí dice es que está enojada por la separación, y entre lágrimas cuenta que hubo muchos celos, mucha manipulación, muchas drogas. “¡Eramos una banda fantástica! Hubo gente de mierda involucrada, no fuimos nosotras, no fue nuestra culpa. Nos quisieron destrozar, y lo lograron, por avaricia. ¿Y por qué? No había razones para que la banda se separara. Ninguna razón. No puedo superarlo.”
Hay mucha amargura en la historia de The Runaways. Lita Ford, por ejemplo, no aceptó vender los derechos de la biografía para la película, ni siquiera después de conocer y llevarse muy bien con la chica que la interpreta, Scout Taylor-Compton, que fue a buscarla después de un show. Lita está relanzando su carrera: entre los fans del heavy, es la indiscutible diosa del género, pero ella siente, y lo repite, que hay una conspiración en su contra. Por eso se negó a participar en la película de Sigismondi (además de que tiene problemas con Cherie). Y se equivocó. Aún más dura estuvo Jackie Fox, que ni siquiera permitió que usaran su nombre (hubo que inventar una bajista). Joan Jett, productora ejecutiva, la demandó por tratar de boicotear la película. Jackie reconoció su paranoia, pero no dio un paso atrás.
Y ante los viejos rencores, Floria Sigismondi encontró la mejor solución posible para The Runaways: no obsesionarse con los hechos. Reproducir un clima, una época, una edad, la luz y la sombra de las muchachas en flor, sin infantilizarlas, sin romantizar sus sufrimientos. Que se vuelvan a escuchar sus canciones garajeras sobre nacer malas, tomarlas o dejarlas, reinas del ruido, Johnny Guitar, California, la escuela, jugar con fuego. Volver a esas chicas que querían ser Blackmore y Bowie y Richards y Simmons y Taylor, pero sobre todo ellas querían estar allá arriba, sobre el escenario. Chicas que no tenían intenciones de cambiar el mundo, pero lo cambiaron.
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