Domingo, 15 de mayo de 2011 | Hoy
> UN POETA ENCABEZA LAS MARCHAS POR LA PAZ EN MéXICO
Por Angel Berlanga
El poeta Javier Sicilia estaba fuera de México cuando supo que su hijo, Juan Francisco, de 24 años, había aparecido asesinado dentro de una camioneta junto a otras seis personas en Temixco, Morelos. “El mundo ya no es digno de la palabra”, escribió en el avión que lo llevaba hacia su otra vida, la nueva, la de hoy, la que lleva el signo de esa muerte, inscripta en lo que empieza a llamarse el holocausto mexicano. Ese verso es el primero del poema que leyó ante la tumba de su hijo y es, también, su último poema. “La poesía ya no existe en mí, ya no puedo escribirla más”, dijo Sicilia allí.
Juan Francisco fue secuestrado el 27 de marzo y su cuerpo apareció al día siguiente. Todavía no está clara la razón por la que lo mataron a él y a los otros seis. Los cuerpos tenían marcas de tortura. Los mataron, al parecer, asfixiándolos con cintas adhesivas. Con un despliegue espectacular, la policía presentó hace unos días a dos sicarios que dicen pertenecer al Cartel del Pacífico Sur, y puso a circular una historia: que dos de las víctimas habían sido asaltadas y extorsionadas previamente, que se juntaron con los otros cinco para tratar de desarticular la situación y que entonces se encontraron con la crudeza de los criminales. Pero el abogado de Sicilia declaró el miércoles que, según la investigación judicial, hay policía comunal involucrada. La narcoguerra está hasta la madre de eso: son los cárteles y los traficantes, pero apenas se escarba aparece la policía y el poder político. “El ejército y las policías desplegadas para combatir el crimen organizado y el narcotráfico fueron responsables el año pasado de violaciones graves de derechos humanos –-señala en su último informe Amnistía Internacional–. Homicidios, desapariciones forzadas de personas, tortura y detenciones arbitrarias, sin que hasta el momento ningún militar haya sido condenado por perpetrar estos delitos.” Es cada vez más evidente la participación de fuerzas estatales en las masacres de inmigrantes que acabaron en las fosas comunes de Tamaulipas y Durango.
Tras la muerte de su hijo, Sicilia se puso al frente de una campaña que cobra cada vez más fuerza y parece lejos de alcanzar techo. Arrancó con una “Carta abierta a políticos y criminales”: “Estamos hasta la madre de ustedes”, sostiene; a los primeros les achaca haber “desgarrado el tejido social de la nación en sus luchas por el poder” y haber desatado una guerra que provocó una escalada de violencia; a los segundos les señala la pérdida de códigos y la violencia infrahumana. “Debemos devolverle la dignidad a la nación”, concluía, y convocaba a pronunciarse en las calles. El 6 de abril se plantó durante una semana ante la casa de gobierno en Cuernavaca, Morelos, para reclamar por el esclarecimiento de los crímenes, y terminó pidiendo la renuncia del gobernador. Cita, cada tanto, la frase de José Martí: “Si no pueden, renuncien”. El domingo pasado, ante unas 100.000 personas en el Zócalo, DF, y antes de arrancar con su discurso, pidió también la renuncia del secretario de Seguridad Pública: “Sería una señal de que el presidente Calderón ha recibido este mensaje”, indicó Sicilia en referencia a la potencia de la convocatoria, que tuvo sus equivalencias en varias ciudades de México. En San Cristóbal de las Casas, por ejemplo, los zapatistas movilizaron a 20.000 personas, y el subcomandante Marcos envió al poeta una carta de solidaridad y adhesión.
–¡Muera Calderón! ¡Muera Calderón! –clamaron unos cuantos en el Zócalo.
–No, que no muera. Ya tenemos muchas muertes. Que se vaya el secretario, nomás –replicó Sicilia.
El acto fue el cierre de una jornada de cuatro días de Marcha por la Paz, desde Cuernavaca al DF, pero parece ser el umbral de un movimiento social de gran potencia, con Sicilia a la cabeza, que incluye organizaciones de derechos humanos, agrupaciones de trabajadores, feministas, curas progresistas y ecologistas. Calderón, que anduvo de gira esta semana por Estados Unidos con la tarea de colocar acciones de la petrolera estatal, acusó el impacto y convocó a Sicilia “al diálogo”. De acuerdo, retrucó el poeta, siempre y cuando la reunión sea pública y que asistan, también, familiares de otras víctimas. La política de seguridad de Calderón, con la militarización del combate al narcotráfico, ya cuenta en su haber con 40.000 asesinatos y 10.000 desaparecidos. Refuerzo del aparato represivo, abandono de las políticas sociales: Sicilia aboga por cada muchacho que caiga asesinado y también por los que, por necesidad y sin salida, sean captados por los cárteles.
Sicilia ya trabaja por una nueva convocatoria para el 10 de junio en Ciudad Juárez, junto a un nutrido grupo de organizaciones: en ese territorio empezaron estos crímenes aberrantes, con mujeres, sobre todo, como víctimas. Cuando recibió el Cervantes, el poeta José Emilio Pacheco se lamentaba por no poder escribir un poema que frenara la violencia en un país que se desangra y enloquece. Otro poeta y filósofo, Enrique González Rojo, escribió hace unos días: “Al principio, poeta, yo quise, como tú,/ tapiarme la boca con un puño./ Decir, contigo: estoy hasta la madre,/ no volveré a escribir/ ni el poema atolondrado de una sílaba./ Pero después pensé/ que muchos no sabemos callar,/ que poemas nos salen hasta por los codos,/ que más bien queremos vomitar abecedarios/ aullar a voz en cuello./ Tal vez tu estruendo sin vocablos,/ tu fanfarria de palabras sin rostro,/ logre más, en el caos que nos tiene hasta desordenadas las entrañas,/ que el conjunto de poetas aullantes/ que siempre hemos creído, pobres tontos,/ que la enfermedad de la sordera/ solo podrá aliviarse con el grito”.
Quizá Sicilia haya dejado de escribir poesía, pero no de hacerla.
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