Domingo, 15 de mayo de 2011 | Hoy
ENTREVISTAS > PIPI PIAZZOLLA GRABA A SU ABUELO
Después de cinco años de terapia y veinte como músico en diferentes bandas, finalmente se sintió listo para tocar la herencia musical de su apellido. El mes que viene, Daniel “Pipi” Piazzolla presenta con su grupo Escalandrum su flamante disco Piazzolla plays Piazzolla. Antes charló con Radar del peso del nombre, el modo insólito en que llegó a la percusión, los muchos caminos musicales que transita al mismo tiempo y la cantidad de amigos de su abuelo que lo persiguen.
Por Mariano Del Mazo
“Sí, es una presión. Y una rotura de huevos. Desde el jardín de infantes que vengo hablando de mi abuelo. Ahora por lo menos hay una excusa artística.” En su casa de Coghlan, rodeado de mujer e hijos, Daniel “Pipi” Piazzolla habla con cierta resignación del estigma del apellido, tan poderoso que ni su pueril apodo logra neutralizar. El “caso Pipi” puede ser analizado desde lo musical o desde el diván psicoanalítico. Lo concreto es que esquivó el tango como pudo, se dedicó a la batería y, recién después de cinco discos con la banda de jazz Escalandrum y casi 20 años de trayectoria en diferentes grupos (un abanico impresionante que puede ir de las Sabrosas Zarigüeyas al Lito Vitale Quinteto, pasando por bandas ad hoc como la que integró hace dos semanas para amenizar el casamiento de... ¡Karina Jelinek!), puede dar una entrevista él solito como lo que es: un Piazzolla.
En el medio, dos datos significativos: hizo terapia durante cinco años tres veces por semana y le dieron de alta en 2008; y Escalandrum se corrió de su libreto para sacar un disco enteramente consagrado al repertorio de Astor que, ateniéndose al título, le otorga una entidad extraordinaria al batero: Piazzolla plays Piazzolla. El álbum va a ser presentado el 15 de junio en el Gran Rex con el saxofonista cubano Paquito D’Rivera de invitado en siete temas y Susana Rinaldi en uno. Dice Pipi en la gacetilla de prensa: “El deseo de interpretar las obras de mi abuelo estuvo presente desde el inicio de mi carrera profesional. Ahora me siento realmente preparado y con la confianza necesaria para enfrentar este desafío. Decidí hacerlo con mi grupo Escalandrum, que lleva 12 años de trayectoria con la misma formación, discos, viajes, y muchos escenarios y vivencias compartidos. Una de las claves de mi decisión fue la interrelación y el conocimiento, tanto en lo humano como en lo musical, que tenemos como grupo. El repertorio está elegido minuciosamente para que la música suene a la altura de las circunstancias y que Escalandrum no pierda su sonido. La idea fue elegir algunos clásicos y otras obras no tan conocidas, pero de igual belleza. Este es un tributo a Astor Piazzolla, que es una fuente de inspiración permanente para todos los músicos del mundo. Es un homenaje que le hacemos con mucho amor y respeto”. Dice ahora, con su hija Mora clavada frente a la computadora y el pequeño Lorenzo circulando por el living con un martillo, temerario: “La cosa empezó cuando en un ensayo tocamos un tema de mi abuelo no muy conocido, ‘Lunfardo’. Lo terminamos, nos miramos y dijimos: ‘Guau, cómo sonó’. Y lo más importante: sin traicionar el estilo y el espíritu de la banda. Hay una parte que improvisamos, otra parte que no. La versión tiene un montón de capas... Conservamos nuestro sonido y al mismo tiempo respetamos el tema tal cual fue concebido. Lo complejo fue trasladar lo que hace el violín y el bandoneón a tres saxos. El tango es muy delicado: una melodía tanguera tocada con saxo en lugar de bandoneón suena grasa. Es horrible. Precisamente elegimos temas que no tengan esas cosas atacadas, duras, del fueye. ‘Lunfardo’ fue la semilla de este disco; era principios de 2008”.
El término “Escalandrum” es un neologismo que juega con una variedad de tiburón criollo que Astor Piazzolla gustaba pescar en Punta del Este (el escalandrún) y la palabra inglesa drum (tambor). El sexteto lo completan Nicolás Guerschberg (piano y arreglos), Mariano Sívori (contrabajo), Damián Fogiel (saxo tenor), Martín Pantyrer (clarinete bajo y saxo barítono) y Gustavo Musso (saxo alto y soprano). Guerschberg lidera además el quinteto La Camorra que, como su nombre lo indica, es de cuño piazzolliano. Sin embargo, el director de Escalandrum es el baterista. El lo dice de un modo oblicuo: “Soy el que dirige hacia dónde va la música”.
Debe haber habido más de un conflicto con todo lo que representa el apellido, su peso...
–Es increíble, pero no. Incluso ellos quieren que yo cobre más, pero me niego. En una época no quería dar notas solo, pero eso se quebró. No pude sostenerlo. Lamentablemente los periodistas quieren entrevistas conmigo. Y la banda aprovecha: de pronto hay que ir a una radio a las dos de la mañana y... ¡tengo que ir yo! La última vez en Colombia llegamos a las seis de la mañana, a las ocho me metieron en un taxi y estuve dando notas hasta las seis de la tarde. Una locura, pero bueno... así se promocionan los shows y alguien lo tiene que hacer. Volviendo: lo que ocurre entre nosotros es mágico. Cero conflicto. Es que más allá del apellido, con el que seguramente conseguimos más trabajo, yo me quemo las pestañas estudiando y los chicos también. Hace ocho años que ensayamos todos juntos. Yo siempre traté de tener las cosas claras: quería estar al nivel familiar. Mi abuelo siempre me decía: “Estudiá, estudiá”. Mi viejo hipotecó la casa para que yo me fuera a estudiar a los Estados Unidos por un año.
Astor murió en 1992, Pipi es de 1972 y entre las enseñanzas de su padre Daniel –también músico, tocó en los ’70 en el Octeto Electrónico de Piazzolla– y la fama de su abuelo, se fue consumiendo su tierna infancia. “Los últimos tres años de Astor no se cuentan: tenía hemiplejia, no podía hablar. Pero hasta mis 17 construimos un lindo vínculo.”
¿Qué saltó en terapia?
–Uff... tanto... La búsqueda obsesiva de la perfección. Me ocurre cuando hago un café expreso como ahora o cuando Nico Guerschberg trae un tema que es una bossa nova y yo me paso toda la noche tratando de volverlo jazz argentino... Mi abuelo también buscaba la perfección, pero no porque en su familia hubiera alguien perfecto. El era así. En fin, no es fácil...
¿Qué cosa no es fácil?
–Nada. Es bravo: me siento a tocar la batería y hay diez tipos que miran qué carajo voy a hacer. Yo lo sé, siempre fue así, convivo con eso. Es una presencia, una observación permanente. Después te bajás y te encaran: “Yo era amigo de tu abuelo”. ¡Siempre hay un amigo de mi abuelo! (risas). Toco 250 veces por año, te imaginás...
Vos sos el nieto de Astor, pero Daniel es el padre de Pipi... Claramente superaste musicalmente a tu viejo.
–Sí, él mismo lo dice. Lo que pasa es que mi papá no se dedicó más a la música. Pero no me olvido de que yo estoy en esto gracias a él... El me alentó, me dio guita. Un capo. Y mi abuelo también: tocaba el timbre y le gritaba a mi viejo: “Bajame a Danielito”. Y me llevaba a los conciertos, a los ensayos, al camarín... Estuve por ejemplo en el Colón, en el famoso concierto de 1983. La relación entre mi abuelo y mi padre fue muy profunda. Además de haber tocado con él, mi papá fue un gran apoyo. Astor se separó varias veces, tuvo muchos lapsos de soledad... Era capaz de pagarle un pasaje a mi papá a Milán porque no quería estar solo. Eran muy culo y calzón.
La abuela le regaló un organito cuando cumplió 5. Con ese organito, Pipi sacó el jingle de Hitachi, aquel de “qué bien se te ve” que inmortalizó Adriana Brodsky. “Empecé a sacar todas las publicidades de la tele. Le pedí a mi viejo un piano y me puso a estudiar con una profesora. Leía una partitura y al rato ya la tenía toda en la cabeza. Cinco años estudié piano.
¿Cómo llegaste a la batería?
–Por la hinchada de River... Nosotros vivíamos sobre Libertador, cerca de la cancha. Yo soy fanático, de local voy siempre. Bueno, la cosa es que la primera vez que fui a la cancha vi esos bombos, esos platillos... ¿viste cuando entran Los Borrachos del Tablón? Esos bombos, ese sonido, me llevaron a la percusión. Siempre me interesó y me movilizó lo popular. Un día fui a ver un recital de Rod Stewart y en el solo de batería me di cuenta de que estaban todos los elementos de la hinchada de River. Me saltó la ficha. Mirá que yo había visto de al lado tocar al Zurdo Roizner en los conciertos de mi abuelo... Pero me atacó por ahí. Dije: “Basta de piano, yo quiero eso”. Empecé a estudiar con un tipo muy grosso, Rolando “Oso” Picardi. Iba tres veces por semana. Yo pintaba para batero de rock, me gustaba Pink Floyd, The Police... pero el Oso me dio para escuchar Four & More, el disco en vivo de Miles Davis de 1964. Y me partió la cabeza. Tony Williams estaba sacado ese día. Ahí me metí de lleno en el jazz. Estaba juntando la guita para comprarme la batería, pero no llegaba más. Al final me la regaló mi abuelo.
Escalandrum surgió en un momento histórico en que se produjo una decisiva renovación en el lenguaje del jazz hecho en la Argentina. De hecho, se empezó a hablar de “nuevo jazz argentino”, aparecieron algunos clubes que albergaron la movida, cambió el criterio del standard, se empezó a hurgar en repertorios que contemplaban el rock argentino, el folklore y el tango, y se impusieron nuevas composiciones. Mezclados y a veces revueltos, nombres como los de Ernesto Jodos, Mariano Otero, Adrián Iaies, Juan Cruz de Urquiza, Sergio Verdinelli, Paula Schocron y tantos más cambiaron drásticamente la escena criolla. Los años pasaron, esa escena se consolidó y, como suele ocurrir, empezaron las divisiones, los cuestionamientos, las internas... Muchos músicos incluso ahora trinan ante la sola mención del rótulo de “nuevo jazz argentino”: les parece algo inflado, que no representa nada.
¿Para vos existe el “nuevo jazz argentino”?
–Por supuesto. Un turista que viene a Buenos Aires no compra un disco de Miles Davis... porque es absurdo. Compra un disco nuestro y nos va a ver a nosotros o a otros grupos de acá. Es así. Aquí se compone, se cita al folklore, al rock... qué sé yo, me parece tan obvio. Creo que finalmente hay músicos que les da vergüenza ser argentinos. Un jazz compuesto por argentinos, que no tiene el groove típico de jazz de los Estados Unidos, ¿qué es? Algunos sectores lo discuten... Son los que también piensan que el jazz latino es una mierda. Andá, sentate a tocarlo. En fin, hay tipos que leen muchos libros, que son muy intelectuales... A mí me interesa lo que piensan, no sé, Guillermo Klein, Richard Nant, Juan Cruz de Urquiza.
Pisando los 40, Pipi Piazzolla se reparte entre este River imprevisible como un solo de jazz, la familia, los alumnos y los recitales de Escalandrum o de lo que pinte. El show en el casamiento de la Jelinek es una muestra de la filosofía que lo guía: tocar donde sea, pero tocar. “También giro con Ute Lemper, y acabo de grabar para la Sony de Francia para un disco de una mina supercomercial, una especie de Natalia Oreiro francesa. No le hago asco a nada, mientras sea hacer música. Eso trato de transmitirles a mis alumnos. Eso sí, en Escalandrum no se jode: hacemos lo que queremos, nos guía solamente lo artístico. ¡Hasta llegamos a tocar en el Personal Fest! Nico se apareció con un montón de latas de speed, rockeamos nuestro repertorio habitual y la gente se cayó de culo... Una vez cerramos un festival de heavy metal en Morón. No nos cerramos, aunque la banda maneja su concepto. Yo, además, paralelamente estoy saliendo a la palestra con el Pipi Piazzolla Trío, junto a Lucio Balduini en guitarra y Damián Fogiel en saxo tenor.”
Cuando está aburrido, el hombre obsesionado por la perfección escribe libros como el que sacó el año pasado: Batería contemporánea. Técnicas, estilos y conceptos.
Después de “Lunfardo”, ¿cómo completaron el disco?
–Por votación: cada uno eligió sus quince temas preferidos de mi abuelo. Y quedó un mix entre temas no muy conocidos como “Vayamos al diablo” y clásicos como “Adiós, Nonino” y “Libertango”. Quedaron muchos afuera. A mí me hubiera gustado hacer “Fracanapa”, “La Camorra I”, “Decarísimo”.
¿Pensás en un Piazzolla plays Piazzolla II?
–No. De hecho ya estamos empezando a componer para nuestro noveno disco y va a ser con temas propios, tal vez un poco más urbanos. Vamos a ver. Escalandrum es un grupo de jazz. Yo escucho a Davis, a Shorter, a Mehldau... no escucho Troilo. Lo de mi abuelo lo tomo como una excepción. Aunque lo de él fue distinto.
A Astor Piazzolla sí lo escuchás...
–Sí.
¿Todavía?
–Sí. En el auto siempre llevo dos CDs de él.
¿Y qué te pasa cuando lo escuchás?
–¿La verdad? Se me pone la piel de gallina.
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