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Domingo, 23 de octubre de 2011

PERSONAJES > HERNáN CASTIELLO, LA VOZ DE CUCUZA & MOSCATO

La bohemia sobre la espalda

En esa liturgia siempre en movimiento que es el tango que busca lo auténtico, lejos del turismo y también de la impostura costumbrista, hay una voz capaz de evocar la magia de las noches de antaño sin ignorar el presente. Acompañado de apenas una guitarra impecable y singular (a cargo de Maximilano “Moscato” Luna), Hernán “Cucuza” Castiello deja de lado su infancia de niño prodigio, su pasado de futbolista y su presente diurno de mecánico dental, para darle voz a Cucuza & Moscato, el dúo que presenta el disco El tango vuelve al barrio y evoca algunos de los mejores fantasmas de la bohemia.

 Por Mariano del Mazo

La posibilidad de una isla: es viernes de octubre, llueve, acaba de jugar la Selección Argentina por las Eliminatorias y en una esquina donde se cruzan cuatro barrios –Agronomía, Parque Chas, Villa Pueyrredón y Villa Urquiza–, avanza hacia el amanecer una ceremonia de tango. No se advierte un solo turista, tampoco modernos en busca del hallazgo cool. La ceremonia la encabeza un extraño sujeto calvo, trajeado de negro, arito en la oreja y con botines de fútbol en vez de zapatos. Con esa traza, Hernán “Cucuza” Castiello despliega su oficio de prestidigitador e impone su canto fraseado y nítido, una voz clásica y moderna al mismo tiempo, entre temerarias supremas a la Maryland, flanes y botellas que por milagro y destreza de los mozos llegan a destino.

El canto es potenciado por un discurso hechizante entre tema y tema, sensibles apelaciones al barrio, a los vecinos, “a mi viejo”. En una mesa, Brian Chambouleyrón ataca unos tallarines: en un rato cantará dos tangos. En la barra se acomoda Raimundo Rosales, hombre de Saavedra, uno de los mejores poetas actuales del género. El espíritu de cantina permanece incontaminado. Evoca viejos climas, como los de El Boliche de Roberto, La esquina de Arturito o incluso El Chino antes de que fuera cooptado por el turismo “en busca de lo no turístico” y el lumpenaje.

Cucuza Castiello se acompaña con un guitarrista aún más singular: Maximilano “Moscato” Luna. Son locales en El Faro, bar notable de Pampa y Constituyentes (“del lado de Urquiza”) y manejan los hilos de la noche con un repertorio de tangos imbatibles: “Suerte loca”, “Palermo”, “Pucherito de gallina”, “Marionetas”, “Cobardía”, “Cuando me entrés a fallar”. Cucuza y Moscato hacen recordar, en cierta actitud que subraya la simpleza y lo cotidiano, en esa clase de sabiduría natural que parece venir de muy lejos y también en la economía de elementos –y en la ductilidad instrumental y en la buena entonación–, a la dupla antiheroica que encarnaron Luisito Cardei y Antonito Pisano en los ’90. Tal vez la analogía no tenga mayor sentido y sea apenas un deseo o el engaño de una imagen algo fantasmal. Porque, ¿alguien puede firmar que esta noche sea de verdad? Un par de días después el bar es otro bar, el barrio tiene otro latido, y no hay un vehemente coro de vecinos vociferando “Cabaret, Tropezón, era la eterna rutina, pucherito de gallina con viejo vino Carlón” sino trabajadores leyendo el diario, tomando café o cerveza con ingredientes. ¿Qué lejos queda lo verdadero de lo genuino? La madrugada de lluvia parece salida de El sueño de los héroes, de esa bruma etílica, onírica e irreal. ¿Es casual que en la portada del disco en vivo en El Faro de diciembre de 2010 que firmaron Cucuza & Moscato, El tango vuelve al barrio, se vea al cantor y al guitarrista cruzando la calle Pampa como dos espectros que emulan la tapa de Abbey Road? No tienen cuerpo, están borroneados, son casi invisibles. Ellos: los fabulosos dos de Urquiza.

OPERACION TRIUNFO

Algunos días después, Cucuza Castiello toma mate en su casa, a tres cuadras de El Faro: Gavilán al 4000, ya Villa Pueyrredón. Habla de fantasmas, pero en este caso dice que simplemente le gustó el efecto de la foto del disco. “Lo de Abbey Road sí fue buscado. Me gustan Los Beatles y el tango casi con la misma pasión.” Bajo una biblioteca asoma la caja de los cinco Anthology, hay una foto poco conocida de la época de Revolver pegada a una de Radiohead. Y más: Cucuza con su hijo Mateo, de 13 años; con Rubén Juárez; con Gustavo Cerati: con su mujer, Romina.

Castiello es un buen conversador. Cuenta una historia increíble de fútbol, champagne, tango y mecánica dental que se podría titular, con voz de Apo: El 4 que no llegó. El cuento hablaría de un niño prodigio cantor que a los 5 años concursó en El tango del millón, que conducía en los ’70 Juan Carlos Mareco por Teleonce, y ganó gracias a su voz una Pelopincho de lona. Su acompañante de aquella noche en blanco y negro fue Roberto Grela. El cuento daría un vuelco y se situaría en el legendario semillero del Club Parque y narraría con detalles inverosímiles las paredes que tiraba con Fernando Redondo, con Silvio Rudman y con el Negro Cáceres. Cerraría, con la dignidad melancólica que sólo puede otorgar la derrota, con el protagonista ganándose la vida como mecánico dental.

¿Por qué? ¿No vivís del tango?

–No. Es un complemento. Trabajo en la mecánica dental. Podría llegar a vivir del tango, pero me da miedo. Pienso que puedo terminar haciendo cosas que no me interesan: nunca pasé hambre y me puedo dar el lujo de no cantar en las casas de turismo con gente que no me interesa, con repertorios que no me interesan. Laburo desde 1994 en un laboratorio chiquito: hago pernos, coronas, prótesis.

¿De dónde viene el tango?

–En casa se escuchaba mucho Goyeneche, Enrique Campos, Angel Vargas... Mi viejo manejaba: fue taxista, hizo turismo, manejó micros; mi mamá, profesora de piano. Y yo cantaba, cantaba todo. No era un títere de mi viejo, me gustaba. A pesar de que obviamente no entendía las letras. Cuando tenía 5 años me presenté en El tango del millón dos veces: la segunda gané. El premio fue una Pelopincho. Recuerdo vagamente ese concurso, era muy chico... Mi viejo laburaba con agencias de turismo, con lugares como Michelangelo y era muy amigo de un tipo, Felipe Bruno, que trabajaba en Manuel Tienda León. El insistía para que me llevaran a peñas, a clubes de barrio... En esa época conocí al Tano Marino, a Rufino, a Goyeneche. Paralelamente, la escuela y el fútbol.

¿También a esa edad te tomaste en serio el fútbol?

–Es que empecé en el Club Parque, que era como la sucursal de Argentinos Juniors. Soy del ’69 y mi camada fue impresionante. Hubo dos camadas en realidad: en una estaba el Turquito Maradona, el Bochita Batista, Gabriel Marino. En la otra Redondo, Silvio Rudman, el Negro Cáceres... ¡Cáceres llegó a ser suplente mío en papi fútbol! En cancha de once no, yo era marcador de punta y él dos. Salíamos campeones, pero mal: no nos ganaba nadie. Un afano. Estuve en Argentinos y llegué hasta la reserva. Un par de partidos fui suplente de la Primera. Después me compró Tigre, hicimos una campaña malísima y quedé libre. Me puse a trabajar en un depósito de Musimundo y decidí dejar el fútbol... Un día me llamó Nito Veiga, que me conocía de Argentinos, y me dijo: “Mirá Hernán, agarré Aldosivi, quiero formar un equipo competitivo, ¿te venís?”. Era una guita más o menos buena. Volví a la actividad. Después me lesioné y chau. Me retiré en Aldosivi, en Mar del Plata. Era 1992.

SI SIEMPRE ESTOY LLEGANDO

Cucuza dice que ahí su vida cayó en un Triángulo de las Bermudas. No sabía bien qué hacer con su vida. Tuvo diversos trabajos y decidió tender un puente al chico de El tango del millón. Ya había tomado clases con Eduardo Bonessi –un veterano profesor que la leyenda lo ubica como el maestro de canto de Gardel– y con Héctor de Rosas, vocalista de Piazzolla. Y trató de retomar el tango. Pero tenía que trabajar: el fútbol le había ganado al tango, y ahora el tango perdía forzosamente con la mecánica dental. Se casó, tuvo un hijo y merodeó el ambiente de los años ’90 en el que se cocinó una significativa movida tanguera desde el under y la milonga. “Yo iba al Centro y no lo podía creer. Sentía que ese lugar me pertenecía... ¡Caminaba por ahí como si fuera la década del ’40! Pero la viví medio de afuera... Era fanático de Palo Pandolfo, de Soda Stereo y de La Portuaria... Pero el que me partía la cabeza era Palo: para mí, ‘Patada sucia’ de Espiritango es el mejor tema del mundo. Algún día quiero hacerlo en tango.”

En el 2004 empezó a cantar en un barcito del barrio chino de Belgrano y reconectó con gente de su generación. “Lo conocí a Ariel Argañaraz, un guitarrista de la puta madre, y me llevó a Lo de Galilea, que era el local de su novia de entonces. Le volví a encontrar el gustito al tango.” Por esos días chocó con el increíble Moscato Luna en, como no podría ser de otra manera, una pizzería. “Empezamos a cantar y a tocar en esa pizzería, para nosotros. Tema que le decía, tema que conocía. Ahí le puse el ojo. Un tiempo después me salió una fecha en un lugar que tenía la cantante Stella Díaz por el Abasto e inmediatamente se me vino a la mente Moscato. Hicimos 40 tangos esa noche. Fue el germen de El tango vuelve al barrio. Cuando surgió la idea de El Faro no cabía otra posibilidad: el violero exacto era Moscato.”

En El Faro, el bar donde paraba su padre en la década del ’50, largó en agosto de 2007. Lleno total, secreto a voces, mística que fue perforando los límites del barrio: parece que un viernes al mes canta un tal Cucuza, que lo llaman así porque de chiquito cantaba siempre el tango Cucuzita... Al principio El tango vuelve al barrio tenía un subtítulo pequeño, perdido en el volante pegado en el vidrio que decía: Ciclo Luisito Cardei. Cardei era de Urquiza o de Coghlan –las opiniones catastrales varían–, cerca de ahí, y no resulta improbable que muchos de los vecinos que paran en El Faro frecuentaran la ventana que Cardei abría en verano a la calle Miller para, whisky en mano, ver el mundo pasar. “Era un grande. Hacía arte hasta con su desgracia física”, dice Cucuza. Y recuerda la que no duda en llamar la noche más larga del mundo: “La que vino al bar Rubén Juárez... Otra que Charly García”. Sigue: “La noche es brava y hermosa. Yo estoy casoriado, me porto bien, me interesa tener un hogar, soy feliz ahí. No soy mormón pero me cuido”.

Con la dupla Dipi & Chino Laborde, Cucuza & Moscato hacen el Cómo te quiero hermano tour, duplas cruzadas de guitarra y voz que ya se presentaron en el Konex y en el Tasso. De algún modo se siente parte de un circuito. “Este momento es buenísimo. Obvio que no estamos en la década del ’40, algo que Ariel Ardit no entiende. Con Ardit jugamos a la pelota todos los jueves, pero discutimos mucho. Pero bueno, es así, en los ’40 un pibe de diez años sabía quién era Alberto Castillo. El tango era la música de los jóvenes. Ahora no. Ojo, a mí me gustan los tangos de aquella época: ahora me voy a meter a grabar un disco nuevo y pienso hacer un ochenta por ciento de temas tradicionales y el resto cositas de Acho Estol, el Tape Rubín...”

EL CENTRO DE MI SER

El 22 de noviembre Hernán “Cucuza” Castiello va a presentar el disco en el Teatro Alvear, con invitados ilustres y desconocidos, en su querido Centro. Cantará seguro, “Tibieza”, un hermoso tango propio que ganó el Primer Premio Mejor Tango Canción en el Certamen Hugo del Carril en 2005, certamen que volvió a ganar en 2007 pero como cantante.

Es curioso que tengas un ciclo y un disco que se llama El tango vuelve al barrio, y que te fascine tanto el Centro...

–Es así.

¿No crees que el barrio puede tener también un costado negativo? Esa suerte de lealtad mal entendida que tira para atrás y que en el rock es casi una posición política.

–Yo canté con la orquesta de Raúl Garello en el Alvear hace tres años. Y a los 18 actué en Michelangelo. No es que empecé ayer en el bar... Sí, siento que lo mejor que me puede pasar es cantar en El Faro. El barrio es como el colesterol: está el colesterol bueno y el malo. Yo no sé si el barrio atrasa... Pero qué querés que te diga... a mí me viene a ver Héctor, un tipo que vivió la época de oro, y me cuenta de primera mano los tiempos en que iba a ver a Troilo a los cabarets, y que me enseña a Alfredo Gobbi... A mí me emociona que Héctor sea fan mío. Y me parece hasta raro.

¿Por qué?

–Mirá lo que soy: un pelado que canta, un fanático de Rufino y de Goyeneche. Y nada más. El bar se llena y es una bendición. Pero no me creo nada. La guita me la da la mecánica dental. Pernos, coronas, prótesis.

¿No te sentís artista?

–¿Artista? Artista es Leonardo Da Vinci.


Cucuza & Moscato presentan
El tango vuelve al barrio el 22 de noviembre
en el Teatro Alvear, a las 21.

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