CINE
Agua va
Finalmente se estrena Nadar solo, una película que venía circulando de mano en mano en videos distribuidos por su director. Y aunque en principio parece una película que llega para sumarse a la familia de films “nadistas, en los que no pasa nada”, sus intenciones son precisamente opuestas: oponerse al cine en el que no se sabe de qué trabajan sus protagonistas, evitar los guiones de relojería, rastrear los estados emocionales y ver, de paso, cómo construir la identidad de la generación de los veintipocos.
POR MARIANO KAIRUZ
Cuenta Ezequiel Acuña que en 2002, con su primer largometraje ya íntegramente filmado, dinero familiar invertido y comentarios positivos de quienes vieron su primer armado, “todo se fue a la mierda”. No se refiere a un evento específico sino a la catástrofe argentina que terminó de desatarse en diciembre de 2001. “La película no se podía revelar y yo se la mostraba a todo el mundo en video –cuenta el director de 26 años–. Mostré más de ciento diez copias: no de desesperación sino por decir ‘hice algo, estamos en un momento en que está todo hecho mierda y hay algo que está bueno, me parece que está acá’.”
“El 2002 fue todo un laburo de buscar productor –prosigue–, pasársela a críticos, mandarla a festivales de afuera, ver cuáles eran las posibilidades que tenía la película. Y con la devaluación no había ninguna productora ni de acá ni de ningún lado que se interesara en la película. Fui a ver a Daniel Burman (el director de Un crisantemo estalla en cincoesquinas, Esperando al Mesías y Todas las azafatas van al cielo), que yo sabía que por la edad, por el tipo de manejos que usa él a nivel comercial, por el elenco que tenía la película, por estar filmada en súper 16 color, había algunas coincidencias en nuestras maneras de laburar... Y la vio, le interesó y se la dejé a su productora BD cine –en la que es socio de Diego Dubcovski, coproductor de sus películas–. Por febrero de 2002 nos estamos por ir de vacaciones a Mendoza y nos llaman diciendo que se querían involucrar en la película. Todo cambió de golpe. Yo había vuelto a la casa de mi viejo; Octavio (Lovisolo, el fotógrafo de la película) volvió a laburar a la sala de ensayo en la que laburaba siempre y el cine se fue a la mierda. Igual, yo estaba obsesionado y ya había elegido esto como una forma de vida, así que sabía que sí o sí iba a volver a escribir otra cosa”. Este verano, a Acuña le pidieron Nadar solo para el Festival de Mar del Plata, pero él ya tenía un acuerdo de palabra con los programadores del de Buenos Aires. Allí fue, algo menos de un mes atrás, una de las tres producciones nacionales que integraron la competencia oficial. Esta semana se estrena comercialmente en Buenos Aires.
El nadar y la nada
Nadar solo encuentra a su protagonista Martín en un mal momento. Él mismo no termina de manifestar su malestar, más allá de cierta indolencia. A punto de ser echado del colegio (y de su adolescencia), sus padres hacen algo apenas más sutil que ignorarlo olímpicamente, su mejor amigo Guillermo les está dedicando tal vez demasiado tiempo a otras cosas (su novia) y la banda que ambos integran junto a un tercero sólo ensaya de manera inconstante, sin perspectivas de avanzar hacia ningún lugar. Pero en un momento Martín cobra impulso y toma algo semejante a una iniciativa: sale en busca de su hermano mayor, quien abandonó el hogar paterno un tiempo atrás dejando unos pocos, insuficientes rastros, y una marca tal vez más profunda de lo que su hermano menor está dispuesto a asumir. Con estos elementos en juego y un ritmo parejo, despojado de estridencias y casi sin música (exceptuando unos pocos momentos puntuados por canciones de Jaime sin tierra, que tienen un papel relevante en el asunto), Nadar solo parecía una firme candidata a integrar la lista de películas nacionales recientes a las que se les ha señalado una filiación más o menos directa con el cine de Martín Rejtman.
Lo que a Acuña le molesta, lo que lo obliga a tratar de desmarcarse de los referentes más aparentemente obvios de ese cine, es cierta idea circulante acerca de lo que él llama “el nadismo, esa idea de que es un cine en el que no pasa nada”. Ese nadar en la nada del que se acusó alguna vez a ¿Sabés nadar?, de Diego Kaplan y a El nadador inmóvil, de Fernán Rudnik, por lo que tengan en común nominalmente, pero también a Sábado de Juan Villegas, a Modelo 73 de Rodrigo Moscoso, a La libertad de Lisandro Alonso, a Sólo por hoy de Ariel Rotter y al cine de Perrone. Hace un parde años, la revista Film on line publicó un dossier que indagaba sobre este concepto, con el título “El movimiento falso”, que hoy se ha incorporado al libro 60/90 Generaciones, editado por Fernando Martín Peña para acompañar el extenso ciclo de películas nacionales que él mismo programa actualmente en el Malba. En aquél se incluía nota y entrevista con Acuña e incluso entre sus responsables se encontraba Leandro Listorti, asistente de dirección de Nadar solo. Pero el tiempo transcurrido desde su publicación original es el de la parálisis en la que estuvo Nadar solo, y hoy Acuña lo ve desde otra perspectiva. “Para mí hoy no tengo nada que ver con eso”, dice. ¿Cómo se relaciona Nadar solo entonces con el cine de Rejtman? “Rapado es la que más se le acerca por sus personajes adolescentes, pero se diferencia en todo lo demás porque la puesta en escena es otra, por el hecho de filmar con contraplanos, el uso de actores televisivos para salir un poco de la estructura del tipo de actuación ‘robótica’ que tiene el cine de Rejtman o Sábado, que es una búsqueda, un tipo de actuación, pero que no deja de ser muy fría y muy calculada y congelada. Nuestra película es lo opuesto, busca la frescura en las actuaciones, y creo que eso se nota.”
En esa búsqueda jugaron un papel fundamental Nicolás Mateo (Martín) y Santiago Pedrero (Guillermo), dos actores con algo de experiencia televisiva y teatral (Mateo venía de hacer una obra llamada Nadar en tierra, dirigida por su padre), junto a Antonella Costa (la protagonista de Garage Olimpo). Todos ellos sintonizaron de manera perfecta con la propuesta de Acuña, incluso al resistirse a ensayar. “La de Rejtman, como Sábado, es más una película de ensayo, de ese sincronismo que tiene que ser casi perfecto; el tema de la pregunta, la repregunta, ese juego que no deja lugar a improvisación. Lo que tiene Rapado es un guión de relojería, un juego de circularidades y coincidencias: está todo recontrapensado; creo que Rejtman tiene muy claro que el argumento de él es totalmente clásico; hay una moto y es la búsqueda de esa moto. El otro día veía La mecha, la última de Perrone, y es medio esa línea: un viejito que sale a buscar un mechero que se rompió, yendo a Morón en colectivo, etcétera. En la nuestra se trata de buscar un elemento más humano, y que deje una huella entre los personajes que Nicolás va conociendo a través de la película: ex novia, ex amigos... Es otro tipo de cine: en Nadar solo también vas a un lugar emotivo, de romanticismo. En la búsqueda del hermano están los estados emocionales; creo que la película va dando pasitos pequeños en ese sentido y que el final es un pasito también dentro de eso”.
La iluminación, el tipo de planos: todo responde, dentro del esquema de Acuña, a su idea de crear un pequeño espacio de emoción y de melancolía a descubrir. “Vamos a lo opuesto –dice que se dijo a sí mismo–, se puede encontrar ese tono, esa apatía usando contraplanos. Incluso la película puede ser más expresiva e inexpresiva a la vez, como un juego, sacándole esa cosa tan dramática. Los planos también están en función de las expresiones de Nico y Santiago, que son fundamentales y que se perderían mucho en planos más grandes”.
Generaciones perdidas
¿Cómo se construye la identidad de un grupo generacional que parece perdido? Los intereses de los personajes, sus conversaciones, giran alrededor de pequeñas cosas, pero la suma de elementos no parece alcanzar a ser idiosincrática, sino que está compuesta de detalles aparentemente nimios: un local de videojuegos, un heladería marplatense. “Y... se construye con mucha nostalgia –responde Acuña–. Además de melancólicos son nostálgicos, se acuerdan del colegio, de cuando aprendieron a nadar, de la musiquita de un videojuego. Son chicos todavía, están construidos desde la inocencia. Hay todavía ciertos códigos que por ahí a esa edad tienen que ver con cosas muy jodidas. Yo fui a un colegiocatólico privado, no la pasé del todo bien, y te ponés a pensar y no sé si son años tan gloriosos. Pero hay códigos relacionados a la amistad tanto en Nicolás como en Santiago. Y creo que está construido desde la inocencia por una cuestión de lo que es el cine en sí: un medio de mucha plata, de muchos amiguismos, donde las amistades no son las amistades verdaderas del colegio. Lo que yo quería en la película era respetar esos personajes, que tengan verdaderamente esa edad y estén verdaderamente en ese momento, en que la guita no importa y pasar momentos juntos es fundamental”.
Los apuntes nostálgicos/fetichistas que completan la película son el resultado de un proceso de colaboración entre Acuña y Alberto Rojas Apel, coguionista y actor secundario en la película. “Lo de la musiquita del videojuego lo puso Beto –dice Acuña–. Hay muchos chistes que son míos: lo de la heladería Massera existe; tengo una foto abrazado al cucurucho gigante. Pero hay muchas cosas de los diálogos que son de Beto. El le dio una forma más narrativa al guión, le encontró el argumento. Yo había hecho un primer guión que eran como anécdotas de mi vida, casi todas las situaciones provenían de mi parte, y después con Beto le dábamos una forma más de conflicto; le encontrábamos alguna vuelta, algún guiño, y esa circularidad que está por momentos en la película. Entonces, el guión es muy autobiográfico, pero reformulado por otra persona”.
Ventosa Mar del Plata
Como en ¿Sabés nadar?, varias escenas fundamentales transcurren en ese territorio extraño en el que puede convertirse Mar del Plata fuera de temporada. “Nadar solo no tiene nada que ver con el tono de la de Kaplan –aclara Acuña–, pero es una película que a mí me gusta mucho más que Mundo grúa, por ejemplo. Yo me deshice ahí del concepto que tenía de los actores o las caras lindas de la televisión y me saco el sombrero por Juan Cruz Bordeu, por Birabent, por Leticia Brédice, que hace el mejor papel de su vida. ¿Sabés nadar? me hizo ver un montón de cosas que había dentro de mi pasado. Fui a buscar fotos y me empecé a encontrar con imágenes de todos esos inviernos. Mar del Plata en invierno tiene una cosa increíble, una paz absoluta. El viento, el frío y unas olas terribles, y es ir a sentarte en la arena con un sobretodo a ver surfear a algún enfermo mental, o irte a un acantilado y caminar por ahí. Sé que el tipo de Mar del Plata no lo ve igual, está pensando en que lleguen diciembre, enero y febrero porque no vende nada. Pero yo pasé grandes momentos ahí, y creo que se transformó en un lugar nuevo de inspiración para escribir o para leer y que me hizo rever el mar en las películas de Kitano, o ese mar de invierno en la Florida en Extraños en el paraíso de Jarmusch. Ver cosas que ya había visto y que tenía ocultas”. Ahí es donde Acuña localiza sus referentes: en ese Kitano, como en la saga de Antoine Doinel, comenzando por Los 400 golpes, y (¿por supuesto?) en ese film de culto en que se ha convertido Melody, de Waris Hussein. “Hace un tiempo la volví a ver en cine. Lo que tiene Melody es que habla muy mal de los padres de manera explícita. El Atlas Recoleta estaba repleto de padres con sus hijos”.
El karma
de vivir al norte
Nadar solo ubica a sus personajes en un contexto socioeconómico definido: sus calles son las de Barrio Norte y alguna que otra escena tiene lugar entre las localidades de Acassuso y San Isidro, en la otra Zona Norte, la del Gran Buenos Aires. “Me parece que la película no hace un juicio de valor de clase social –argumenta Acuña–; es solamente mostrar un modelo de clase que existe, que está. Hubo gente que alguna vez me preguntó si no lo remarcaba demasiado; por el otro lado yo creo que hay otras películas que remarcan demasiado ‘lo otro’. Creo que la gente termina viendo El bonaerense o Un oso rojo y piensa ‘¡cómo es la policía!’ o ‘pobres estos pibes’, pero mientras están comiendo pizza en Romario, no en Ugi’s. No digo que sea hipocresía, es más una cuestión derespeto, de ver esto y decir qué bárbaro, cómo está el país, pero nos alejamos un poco y tomamos un café en Palermo Hollywood. Si es por el aburguesamiento de los personajes, yo digo: la puta, más burgués que el cine francés, de Techine, de Sautet, de Assayas, de Benoit Jacquot, no hay, y nadie se los critica. Pareciera que los personajes de Sautet no van a cagar, pero a mí me encanta Sautet”.
“Creo también que en muchas películas actuales se esconde mucha información de lo que hacen los personajes. Vos no sabés qué hace Daniel Hendler en Sábado, lo único que sabés es que Camila Toker es periodista y que Gastón Pauls es actor, nada más. Sabés que les va más o menos bien, por cómo se visten, porque tienen auto. Y yo quería que quede mucho más claro, creo que se les dio mucha bola a los lugares en los que se iba a filmar: que el colegio sea privado no era casualidad, que se filme en San Isidro no era casualidad, que se filme en un departamento de clase media más o menos bien, que haya una empleada doméstica. Era retratar eso a full, algo que me parece que no se había visto mucho, de una manera tan directa. No sé por qué en las otras películas no se marca tanto, esa postura de tenerlo ahí pero no mostrarlo. Acá sabés que el padre tiene una inmobiliaria, que tiene un buen auto, que se va de vacaciones”.
El paso del tirano
“Ese año de incertidumbre con la película también nos fue acercando, hubo una espera, nos unió”, dice Acuña, refiriéndose principalmente a sus dos protagonistas, Mateo y Pedrero. “Hubo un crecimiento paralelo en estos dos años de compartir discos, recitales, cumpleaños, boludeces. Nico se puso de novio en el rodaje, yo me puse de novio en el rodaje, tuvimos muy buenos momentos juntos. A mí me despertó mucha curiosidad ir conociéndonos y seguir con esos personajes agregándoles y sacándoles cosas y tratar de escribir algo con eso”. Con eso Acuña aspira a construir, tal vez, su propio Antoine Doinel. Su nuevo guión todavía no llega a ser un boceto, dice, pero tiene al menos una certeza, y sus actores lo acompañan: “Lo tengo que escribir ya. El tiempo es hoy y las posibilidades son hoy, y que se estrene la película es hoy. Porque antes, en enero, la opción que tenía era volverme de vacaciones a Mendoza y estaba vendiendo discos en Parque Rivadavia”.