CINE
Camarada Godzilla
La historia es lo mejor de Bond con lo mejor de Welles: un dictador comunista fanático del cine secuestra, a fines de los ‘70, al mejor director de su peor enemigo y lo obliga a filmar para él y su pueblo. El escenario: Corea del Norte y del Sur. El director: Shin Sang-ok, considerado el Orson Welles de Corea. El villano: el hoy célebre Kim Jong-il.
El resultado: la increíble Pulgasari.
Aunque usted no lo crea.
Por Martín Pérez
Un monstruo del pueblo. Eso es Pulgasari, una bestia que se alimenta de acero, con unos cuernos enormes y un apetito insaciable. Creación de un herrero encerrado por un malévolo rey que oprime a su pueblo, Pulgasari comienza siendo un pequeño muñeco moldeado con arroz y tierra, que cobra vida cuando accidentalmente le cae una gota de la sangre de la hija de su escultor. Mientras los granjeros se mueren de hambre bajo una ley injusta, la última creación del herrero se alimenta de acero y no deja de crecer. Cuando alcanza un tamaño que le permite aplastar a una persona de un solo pisotón, el monstruo justiciero lidera el asalto de un ejército de granjeros contra la fortaleza del rey. Con el enemigo vencido, Pulgasari no puede evitar volverse contra los granjeros. Aún hambriento de acero a pesar de la batalla ganada, el monstruo comienza a alimentarse con las herramientas de su pueblo. Pero la pesadilla termina cuando la hija del herrero que le dio vida se sacrifica entregándose como alimento de la bestia. Al comérsela sin darse cuenta junto a una campana tañida por ella, Pulgasari se convierte en una estatua de piedra que se derrumba en miles de pedazos. Pero en un extraño giro de la trama, un pequeño Pulgasari hará su aparición antes de que la película llegue a terminar.
Filmada en Corea del Norte en 1985, pero recién exhibida fuera de sus fronteras en 1998 en Japón y editada recientemente en video en Estados Unidos, Pulgasari es la obra final de una colaboración cinematográfica que tal vez sea la más extraña e inverosímil de la historia del cine oriental. O de cualquier otra cinematografía. Libremente basada en una leyenda del siglo XIV, aunque no menos inspirada en Godzilla, Pulgasari fue realizada gracias a la colaboración de los expertos japoneses en efectos especiales que realizaron Godzilla 1985. No sólo eso: quien lució el traje de Pulgasari durante todo el film fue nada menos que el legendario Kempachiro Satsuma, el que la leyenda de Godzilla señala como el segundo actor en lucir el traje del legendario monstruo japonés. Pero detrás de las cámaras de esta increíble producción norcoreana estaba el surcoreano Shin Sang-ok, considerado como el Orson Welles de Corea, que a fines de los 70 fue secuestrado nada menos que por Kim Jong-il. Actual líder de la díscola Corea del Norte, que no teme desafiar al imperialismo norteamericano con su carrera nuclear, Kim era entonces apenas el sucesor de su padre, por lo que tenía tiempo para preocuparse por su verdadera pasión: el cine. Así fue como secuestró a su admirado Shin, para obligarlo a filmar para él. Y para su pueblo, por supuesto.
Secuestro en Hong Kong
“El deber del cine actual es el de contribuir al desarrollo del pueblo hasta que se conviertan en verdaderos comunistas... Esta tarea histórica requiere, por sobre todas las cosas, una transformación revolucionaria de la práctica de la dirección”, escribió Kim Jong-il en su libro Sobre el arte del cine, publicado en 1973. Con esta cita es que el periodista John Gorenfeld comienza su artículo –publicado por la revista online Salon y por el diario británico The Guardian– sobre la odisea de Shin Sang-ok, el director de cine secuestrado por un dictador comunista para que dirija todas las películas que fueran necesarias hasta alcanzar aquella histórica tarea. “Fue una verdadera locura”, le explicó Shin a Gorenfeld. “Siempre odié el comunismo, pero tuve que pretender que era un devoto de esa ideología para poder soñar con escapar alguna vez.”
Según cuenta Shin en sus memorias, tituladas El Reino de Kim, su odisea comenzó cuando cayó en desgracia ante el líder de Corea del Sur, el general Park Chung-hee. Considerado como el modernizador del cine coreano de posguerra, Shin y su esposa, la actriz Choi Eun-hee, formaron parte de la comunidad artística de Seúl hasta que, después de rodar al menos sesenta películas en dos décadas, el general Park decidió cerrar el estudio del matrimonio y sus carreras parecían terminadas. Pero ahí esdonde ingresó en la historia de Shin el cinéfilo dictador de Corea del Norte. Peleado con su propio estudio cinematográfico Mount Paektu Creative Group, Kim se enteró que habían clausurado los estudios Shin Films y decidió secuestrar al director y a su esposa.
Como en la mejor película de espionaje, infiltró su productora con agentes norcoreanos fingiendo ser productores, y los hizo viajar a Hong Kong. Allí fueron capturados, y llevados a Pyongyang. Shin cuenta en sus memorias –que sólo fueron publicadas en coreano, aunque Gorenfeld leyó una traducción al inglés proporcionada por el propio Shin– que, como una vez allí intentó escaparse varias veces, fue separado de su mujer y encarcelado durante cuatro años en una prisión de máxima seguridad. Recién en 1983 fue liberado y se le permitió reencontrarse con su esposa en una recepción oficial organizada por el propio Kim, quien les reveló la increíble razón por la que los habían llevado hasta ahí.
“Nuestros directores de cine no tienen nuevas ideas, y sus películas están llenas de las mismas expresiones y guiones, las mismas redundancias. No hacen lo que yo les he pedido”, explicó el dictador, que se disculpó por el maltrato del que había sido objeto la pareja desde su captura. Y les explicó que les pagaría un salario de tres millones por año si servían como modelo para la industria del cine de Pyongyang, y le decían al mundo que habían huido a Corea del Norte en busca de libertad artística.
Libertad en Viena
Al volante del Mercedes con que se desplazaba de su nuevo y lujoso hogar a las nuevas instalaciones de Shin Films en Pyongyang, el director surcoreano no dejaba de idear planes de fuga mientras trabajaba para su nuevo jefe. Sorprendentemente, a la hora de elegir temas para sus films encontró muchas menos restricciones de las que se imaginaba. “En mis películas incluso se vio el primer beso en la pantalla de la historia del cine de Corea del Norte”, se vanaglorió un par de años atrás en una entrevista con el Seoul Times. Todas las ideas para sus films, sin embargo, se desarrollaron a partir de entrevistas con Kim. Y al dictador sólo le interesaba filmar historias que le inyectasen al mundo cierto miedo hacia Corea del Norte, pero que al mismo tiempo mejorasen la imagen internacional que tenía su país.
Luchando entre aquella libertad y esas limitaciones, Shin asegura que durante su forzoso exilio en Corea del Norte llegó a realizar una película que considera como la obra maestra de su carrera. Según le contó el propio director a Gorenfeld, se trata de Escape (1984), la trágica historia de una familia coreana que vivió en Manchuria durante los años 20, atrapada entre la represión japonesa y la deshonestidad de sus vecinos. Pero no por esa película Shin dejó de pensar en escaparse. Tuvo su primera oportunidad durante un viaje a Berlín Oriental en busca de locaciones, cuando pasó del brazo de su esposa frente a la embajada norteamericana, pero escoltado demasiado cerca por los agentes del régimen de Kim. Finalmente, el momento de huir llegó luego del rodaje de Pulgasari, cuando el dictador comenzó a soñar con realizar su largamente ambicionada remake asiática de El conquistador, aquel film con John Wayne interpretando a Genghis Khan. Shin logró convencer a Kim que ese film sería mucho más exportable si se coproducía con alguna productora europea, y así fue como logró viajar a Viena con su esposa, donde –con la ayuda de un periodista japonés– logró escaparse de sus custodios y pedir asilo en la embajada norteamericana.
Avergonzado por la huida de su director estrella, Kim olvidó a Pulgasari en un depósito, hasta aquel estreno del film –devenido de culto– en Japón poco más de un lustro atrás. Aunque la increíble historia de Shin Sang-ok nunca fue confirmada oficialmente por el régimen de Pyongyang, con el correr de los años cada uno de sus dichos se ha ido confirmando. Incluso la recurrente obsesión cinematográfica de su antiguo mecenas, queinvita regularmente –según informó la BBC– a productores europeos a ver los films que produce Corea del Norte, sólo para que éstos se disculpen explicándole que son demasiado localistas. Excepto Pulgasari, claro está, el pariente comunista de Godzilla, que finalmente se ha terminado asomando al mundo.