Domingo, 11 de diciembre de 2011 | Hoy
Por Diana Bellesi
¿Cuál es el miedo a la poesía? La hija subversiva y díscola de la lengua, con una pirueta de exceso y una demanda de pureza. Su acción es regenerativa, “naciendo, nacida siempre”, diría Eckhart. El poema nace en la violenta y amorosa acción que reclama a la lengua volver a hablar. Es por eso la poesía su hija pródiga. Revisa las leyes ordenadoras estancadas por la costumbre o por la hábil manipulación que intenta volverla un instrumento de domesticación, una cueva del mentir, una herramienta de poder para la explotación y la muerte. La emoción personal, herida, amordazada por vastos procesos de socialización non sanctos, se expresa aquí, y se desliga de condiciones como suelen hacerlo los versitos en la cancha o en las marchas cuando la ideología retrocede y el significante avanza, y este movimiento produce un temblor, una sensación de pérdida de la tranquilidad o de estar extraviados en la producción de un acto creativo sobre el que nadie tiene un control total. Ritmo y significado apelan al temblor del otro, a su inalienable poder creador.
Comunicación entendida como comunión. Cómo no habría de temérsele a algo tan deseado y tan prohibido. Le temen los poetas mientras lo buscan y escriben; le teme el lector, a quien han intentado masacrar con aquello de la letra con sangre entra; le temen las clases que dominan y sus instituciones de control; y las empresas del dinero, las que regulan y administran qué libros, qué voces llegan al lector, los que optaron largamente por la marginación de la poesía y aún lo hacen, aunque escucho aquel murmullo nuevo, aquella atención hacia el bocadito que se les escapa y molesta, capaz de resistir al autoritarismo y la masacre, al nuevo orden económico y a la tentación de ser bocado digerido porque de hacerlo perdería el género, es decir, la razón de ser, la realidad de la poesía.
Si devoran revoluciones y devoran vidas, ¿por qué no hacerlo con la hija díscola? Siempre lo han intentado con el arte, volverlo objeto de consumo, volverlo mudo. Sin embargo, lo salva su rechazo a la mediación, su reclamo por la cosa, aceptando sólo los artificios mínimos de representación y aun poniéndolos en duda constantemente. La cosa es el alma humana que reclama independencia y derecho de sentir, a expresar su relación con otros seres humanos y con el mundo entero. Donde algo se entiende y algo se escapa, donde algo se universaliza y algo es recinto misterioso de la propia interpretación. La poesía vuelve a vivir en la lectura siempre nueva de cada lector que se arriesga a mirar en las profundidades de su propia intimidad.
Este fragmento pertenece a La pequeña voz del mundo (Taurus), el libro de Diana Bellesi que reúne breves ensayos, apuntes y notas sobre la poesía escritos entre 1998 y 2010.
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