Domingo, 18 de diciembre de 2011 | Hoy
MúSICA > PETECO CARABAJAL HACE COVERS INESPERADOS
Puso el folklore patas para arriba con canciones que se hicieron clásicos del repertorio nacional. Pero a pesar de las canciones que le siguen saliendo, Peteco Carabajal se volcó a covers inesperados –como Spinetta, Soda Stereo y Silvio Rodríguez–, mientras tantea todos los días, con la guitarra al lado de la almohada, el camino hacia la chacarera perfecta.
Por Mariano del Mazo
El lunes Peteco Carabajal fue nombrado Personalidad Destacada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por la Legislatura, nombramiento promovido por el diputado Tito Nenna. Hubo un video biográfico relatado por Marcelo Simón, cantaron Homero Carabajal, Teresa Parodi, Laura Ros y Mavi Díaz y al final subió Peteco. Empezó a descerrajar unas chacareras, armó el baile y la Legislatura se transformó en un patio de tierra. “Si quieren sigo”, preguntó toreando el músico. La cosa no pasó a mayores: tenía que salir a los piques a dar un concierto en Quilmes.
Todo el mundo conoce la vida y obra de Peteco Carabajal y, llegado el caso, está Wikipedia. Lo que no todos saben es la encrucijada en la que está atrapado; una situación que podría convocar a la parálisis o a la crisis personal, pero no. Su obra se sostiene en una palabra que muchos artistas ignoran o confunden con la verosimilitud o el artificio depurado. La palabra es un poco molesta, grandilocuente, solemne, pero no hay otra: Peteco trabaja con materiales que tienen que ver con la verdad. Que no tiene nada que ver con el realismo, o la crónica, o lo testimonial. En esa verdad está la singularidad de su obra. Por eso está atrapado, porque no encuentra esos materiales y entonces se dedica a hacer covers de Silvio Rodríguez, Soda Stereo y Gardel.
En sintonía con Chico Buarque –que hace unos años decretó el final de la canción (“es un fenómeno del siglo XX, sólo queda interpretar”, dijo con cierta melancolía... ¡Buarque!, ¡el rey de la canción!, y trazó una analogía con el derrotero de la ópera, un género que nació popular)–, Peteco opina que cuando no hay nada que decir mejor callar. “Hay tantas canciones para cantar. Compongo, pero no me sale nada que merezca ser una canción. Es algo extraño. Yo me acuesto con una guitarra al lado de mi cama: todas las mañanas la tomo y me pongo a tocar, a sacar melodías... y me salen temas que tranquilamente podría grabar e incluso que podrían ser éxitos. Pero siento que les falta algo. Hay varios factores que hacen que una canción sea una canción buena. Y una es no rendirse ante los yeites.”
No se rindió ante los yeites y está en la búsqueda. Dejar de componer para muchos puede representar, precisamente, una capitulación. Para Peteco funciona como una liberación. Por eso, en Viajero, su flamante disco, se la juega en covers sorprendentes como “Corazón delator”, de Gustavo Cerati. De todas maneras, nada se compara a la audacia del disco anterior, Aldeas, cuando hizo “Los libros de la buena memoria”, de Luis Alberto Spinetta. Se ríe: “Me sentía un poco raro cantando el vino entibia sueños al jadear, desde su boca de verdeado dulzor”. Su curiosidad lo llevó a universos urbanos, totalmente desfasados de lo que marca el prejuicio de un músico nacido en La Banda, hijo de don Carlos Carabajal, con la misión de poner el folklore patas para arriba en los años ‘80. Uno de esos universos lo configura Soda Stereo. “Mi hermano Demi es fanático de Soda y de Cerati. Y me los hizo escuchar. Me impresiona la rítmica, el rasguido de Cerati, el poder del trío. Me encanta Soda Stereo.”
Agreste, con rutinas familiares que evocan a los gitanos, dueño de una honesta incorrección, pintor incansable, poeta que pasa del patio a la salamanca, de la salamanca al cosmos y del cosmos a la cocina de su madre (en todo caso esa clase de trayecto es su realismo), Peteco Carabajal es un místico a su pesar. Todo lo que hace lo interpela con las grandes preguntas existenciales: ¿cuál es el sentido de esto? ¿por qué hago música? Está escribiendo un libro espeso que, si lo termina, va a ser el Nuevo Testamento de la música popular argentina. Es la historia de su familia, ya tiene título (Cien años de chacarera) y promete ser El libro gordo de Peteco.
Pero ahora está ahí, rodeado de críos, cantando “Digo la mazamorra” en el salón afrancesado de la Legislatura. Gatean, se mezclan, lloran los muy gitanillos: Benicio, que tiene tres años y está tocando el bombo, la pequeña María que baila y se desarma en brazos de la madre, Homero –ya un señor músico–, Martina –hija de Claudia Cárpena, media hermana de Homero, mujer de Demi Carabajal–, y otros que quién sabe quiénes son. La legendaria descripción que hizo Julio Cortázar de los Cedrón sería, aquí también, certera.
Después Peteco dirá, allende los canapés, a media voz: “Estoy buscando la chacarera perfecta. Para mí la evolución pasa por una purificación interna de un buen rasguido, tratar de cantar cada vez mejor, con más ritmo, con buena respiración. La chacarera está hecha de un montón de cositas. No tiene nada que ver la experimentación o cuántos acordes meto. No. Es otra cosa. Es un misterio que voy tratando de develar. Pero no es un misterio quieto. Es el misterio de lo actual. No es que ponés el dedo y ya lo atrapaste. Todos los días lo tenés que descubrir. Es un misterio infinito”.
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