ARTE > LA POLéMICA SOBRE LAS DONACIONES PARA LA INAUGURACIóN DE NUEVAS TENDENCIAS II EN EL MAMBA
Después de una refacción que llevó cinco años, y todo el año pasado para asentarse, el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires organizó la muestra Nuevas Tendencias II, que alude a otra organizada en las inmediaciones de la crisis de 2001. Como aquella vez, se les pidió a los artistas invitados que donaran una obra para acrecentar el patrimonio artístico del museo. Pero esta vez los artistas se opusieron. Su posición, con las obras exhibidas desde el jueves pasado pero las donaciones en suspenso, es poner en discusión el sistema de donaciones, la exclusión de quienes se negaron y la falta de un plan visible por parte del museo para investigar y difundir las obras que pide. En estas páginas, un panorama del debate.
› Por Lucrecia Palacios
La exhibición Nuevas Tendencias II venía preparándose desde hacía varios años, así que las primeras cartas con invitaciones a exponer en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires empezaron a llegar hace tiempo. Unos pocos artistas las habían rechazado porque en ellas se explicitaba que, en una exhibición que se propone como un panorama actual de la producción visual, era condición donar para poder ser parte. La mayoría, sin embargo, había decidido participar y donar, y muchos trámites estaban ya iniciados y los catálogos en impresión.
Por eso, las reuniones que se empezaron a organizar a días de la inauguración parecieron sorpresivas. No sólo porque se congregaron en ellas más de 60 artistas (y luego más de 150 firmaron la solicitada) sino porque, por primera vez en muchos años, los artistas plásticos (que suelen estar orgullosos de su aislamiento) se asumen como un colectivo social con problemas comunes y decisiones conjuntas. Y si bien lo que detonó las reuniones fue el pedido de donación aluvional por parte del museo, subyacen por debajo secretos a voces que lo exceden: la precarización laboral en artes plásticas, la falta de propuestas de un museo que debería tenerlas, la incapacidad de generar un patrimonio significativo a través de un sistema de donaciones, la casi total hegemonía de las instituciones privadas en el campo de las artes plásticas.
“Hay un optimismo en pensar que la realidad del arte está escindida de la realidad del país. Acá no hubo políticas culturales de largo plazo por mucho tiempo”, respondía Laura Buccellato, directora del museo, el miércoles a la noche, mientras terminaba el montaje de la muestra y la solicitada empezaba a circular por las redes sociales. “Me parece positivo que se reúnan, y creo que si no hubiésemos abierto el museo, proyecto para el que esperé muchos años, esto no hubiese pasado. Pero la política de adquisición del Mamba no es diferente de la de otros museos, la mayor parte son donaciones, porque el problema de los museos es endémico. Hay que poner en discusión todo el sistema, desde los artistas, los marchands, la falta de becas, el coleccionismo que es pobre, etc. El museo legitima, es la casa de los artistas, y nunca se les obligó a donar. Se les pidió obra a los artistas para acrecentar el patrimonio, porque el museo es de todos y si aparece esto es por la misma importancia del museo.”
Fundado en 1956 por Rafael Squirru, el Museo de Arte Moderno supo ser conocido como el Museo Fantasma. Se le había prometido sede en el Teatro San Martín, pero como las obras no estaban terminadas, durante más de cinco años Squirru programó exhibiciones en diferentes espacios, como las galerías Van Riel, Rubbers, Witcomb y Lirolay. Incluso, la exhibición inaugural del museo se realizó sobre el agua, en el buque Yapeyú, que recorrió veintidós ciudades llevando las obras de 53 artistas. “Recuerdo no sin nostalgia la época en que se me llamaba director del Museo Fantasma. Por mi parte y para salir del paso, había inventado una respuesta que me parecía ingeniosa y cuando se me interrogaba acerca del museo, a veces no sin malevolencia, yo respondía: Le musé c’est moi”, contaba Squirru.
La dirección de Squirru es mítica, personalísima y fundacional. Agustina Bazterrica relata en su investigación sobre el museo que, en medio de los montajes, Squirru les pedía ayuda a los que pasaban por la calle, que dictaba conferencias en plazas donde iba a escucharlo gente en camiseta y chancletas, que recorrió el país con las obras en un micro haciendo exposiciones itinerantes, que donaba su aguinaldo para comprar obras para el museo y que también integró varios premios que eran privados, pero que se exhibían en sus salas y luego quedaban en el acervo. Para él, decía, se trataba menos de promover a un artista que de promover un ambiente. Durante muchos años el Museo de Arte Moderno fue uno de los pocos espacios de la ciudad en donde se podían ver muestras de arte contemporáneo. Cuando en 1989 se le otorgó el edificio de San Juan al 350, una antigua tabacalera remodelada, la cantidad de gente que fue a la inauguración (se calcularon más de 5000 personas) sorprendió a muchos, incluso al galerista Jacques Martínez, que comentó: “Siempre había pensado que el arte moderno interesaba tanto como los problemas hepáticos de las hormigas”.
Hasta 2005, fecha en la que el museo se cerró por remodelaciones, se organizaban allí retrospectivas de artistas argentinos que, para quien las vio, son inolvidables: la de Peralta Ramos, Manuel Espinosa, Alberto Heredia y Rodolfo Azaro, por ejemplo. Pero tras varios años casi sin actividad y una reapertura que prometía pero que no ofreció mucho, el Museo de Arte Moderno casi que volvió a ser un museo fantasma, del que se sabe que existe pero al que no se va. Por eso, la discusión sobre las donaciones parece anecdótica. Que el reclamo de los artistas surja en el marco de una muestra llamada Nuevas Tendencias descubre también cómo, en un escenario marcado desde el 2001 por la revitalización del arte y la política, el mecanismo de patrimonio centrado en pedidos individuales deja por fuera parte de lo más interesante que está pasando en arte: la creciente conciencia de grupo y colectivo dentro del cual se organizan proyectos estéticos.
Finalmente, luego de una reunión entre los artistas y la directora del museo, se tomó la decisión de continuar con la muestra pero dejar en suspenso las donaciones. Se negoció también la inclusión del escrito de los artistas dentro de la exhibición (que Buccellato aceptó considerándolo una expresión artística, podríamos decir, casi una obra de crítica institucional) y la realización de una serie de conferencias dentro del museo en donde se seguirá discutiendo el futuro de las obras y de la institución. El día de la inauguración, mientras una performance de Leopoldo Estol y Diego Melero aludía irónicamente a la relación de los políticos con el arte contemporáneo, varios artistas murmuraban: “Esto tiene que ser la punta del iceberg. Si se termina acá, es un fracaso”.
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