> EL DILEMA DE LAS DONACIONES
› Por Claudio Iglesias
Hace casi exactamente diez años, el entonces director del Museo de Bellas Artes de Rosario, Fernando Farina, tuvo una especie de alucinación. Donde había unos enormes silos en desuso (sobre la ribera del Paraná, para esa altura ya reconvertida en espacio público por la administración socialista), Farina vio un museo de arte contemporáneo. Un grupo de obras adquirido por la Fundación Antorchas, que originalmente iba a ser donado al Museo de Bellas Artes de Bahía Blanca, había quedado flotando por problemas internos de dicho museo; Farina logró que ese acervo cambiara de rumbo hacia Rosario, al contraofertar el mismo número de adquisiciones de parte del flamante museo. Así, con partes iguales de infatuación maoísta por la gran obra pública y buen sentido del oportunismo, nacieron el MACRo y su colección. La obra adquirida por el museo como contraparte de la donación de Antorchas fue obtenida por medios que mezclaron la solidaridad y la improvisación: donaciones hechas por artistas a cambio de un pago simbólico, en aras de que el museo pudiera existir. Diez años después, la experiencia puede evaluarse de nuevo; la del MACRo sigue siendo la única colección pública de arte contemporáneo argentino digna de mención: además del embelesamiento de contar con un patrimonio efectivamente público que incluye nombres como los de Maresca, Feliciano Centurión y Magdalena Jitrik, la colección tuvo desde el vamos un componente añadido de investigación, publicación y educación muy avanzado, organizado desde distintos programas del museo. Sin embargo, la experiencia también podría leerse como un ejemplo de manual del modo como puede empeorarse una colección sobre la herramienta de la donación de parte de los artistas. Al hacer una política institucional de lo que fue en su momento una opción de emergencia, la colección se fue llenando de problemas, ya sea porque generalmente la pieza que un artista puede donar no es la mejor o porque muy difícilmente un museo que no tiene herramientas para adquirir obras de forma convencional (juntando fondos, asesorándose y saliendo al mercado formal sobre la base de una decisión estratégica) pueda mantenerlas de forma convencional, es decir, sin arruinarlas por no contar con condiciones edilicias y profesionales de conservación.
Lentamente, las sucesivas direcciones del museo fueron tomando nota del tema (o de la lista de temas) que derivaba de esta metodología; en el último Salón Nacional de Rosario (una de las fuentes de enriquecimiento de la colección, mediante sus dos premios-adquisición), el museo decidió subir el perfil: convocó a un jurado nacional (del que formé parte) y elevó al doble la suma de cada premio mediante patrocinios privados, para ganar atractivo y estimular a los artistas a presentar las mejores obras. Superadas algunas dificultades en la gestión de los premios, todo parece indicar que el museo está buscando rectificar un camino con muchos visos de atajo (el de la donación voluntaria) que en su momento le permitió existir, luego le complicó la existencia y ahora debería ser reemplazado por mecanismos más formales. ¿Cómo? Como supo hacerlo: rodeándose de expertos, consiguiendo fondos, definiendo objetivos viables. Eso es lo que debería hacer la dirección de todo museo público, si un museo público es algo distinto de un castillo de Transilvania en el que un conde Drácula baja y sube escaleras a gusto, en soledad y con completa indiferencia por lo que piense, haga o sienta el mundo exterior. Pero sería ofender a la figura de Drácula decir que hubiera podido ocurrírsele un proyecto tan descerebrado como el de hacer crecer exponencialmente la colección del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires sobre la base de donaciones de parte de una lista randomizada (e intrínsecamente asamblearia) de un centenar de artistas jóvenes. Cargar los exangües depósitos del museo de sangre joven y simultáneamente sostener políticas vetustas parece ser la clave de una dirección ya histórica que no se define por sus objetivos o sus medios, sino por una desidia crónica parecida a la inmortalidad.
Nuevas Tendencias II
Mamba. Av. San Juan 350 de martes a viernes de 11 a 19 sábados, domingos y feriados de 11 a 20 Entrada: $ 2. Martes gratis
Para leer el comunicado de los artistas: www.artistasorganizados.wordpress.com
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