Domingo, 21 de octubre de 2012 | Hoy
Por Evan Osnos
Al premiar con el Nobel de Literatura a Mo Yan, la Academia Sueca ha reconocido a uno de los más conocidos escritores de China. Al mismo tiempo, también ha cumplido un objetivo permanente del gobierno chino: un Premio Nobel políticamente tolerable. El comunicado de la Academia dice: “A través de una mezcla de realidad y fantasía, perspectivas históricas y sociales, Mo Yan ha creado un mundo que recuerda en su complejidad al de las obras de William Faulkner y Gabriel García Márquez, y al mismo tiempo encontrando un punto de partida en la vieja literatura china y la tradición oral”.
Tan poco conocido fuera de su país como muchos de sus colegas premiados, Mo Yan es una personalidad prominente en China, conocido por novelas como Fengru feitun (1996, en español, Grandes pechos, amplias caderas, 2007), Shengsi pilao (2006, en español, La vida y la muerte me están desgastando, 2009), Wa (2009, en español, Rana, 2011) y Hong gaoliang jiazu (1987, en español, Sorgo rojo, 1992, popularizada en Occidente cuando la adaptó al cine Zhang Yimou), y un amplio rango de ensayos y cuentos.
La República Popular ha buscado ávidamente un Nobel de Literatura durante tanto tiempo que devino una obsesión nacional, que los editorialistas y presentadores televisivos suelen mencionar como el Complejo-de-Nobel chino. Conseguirlo siempre fue considerado una suerte de referéndum sobre el desarrollo cultural del país, y una medida de su autoridad alrededor del mundo. Por esa razón, la prensa china ha exaltado el triunfo de Mo Yan, celebrándolo como una histórica primera vez. Pero el Nobel le ha dado sus problemas. En el 2000, el escritor chino de nacimiento Gao Xingjian ganó el mismo premio. Por entonces ya era ciudadano francés, pero había pasado cincuenta años de su vida en China, y su trabajo era tan cercano al tema chino que en un primer momento el gobierno chino no supo bien qué hacer. El primer ministro de entonces, Zhu Rongji, había convocado a una conferencia de prensa justo el día del premio y alcanzó a celebrarlo. “Estoy muy complacido de que una obra literaria escrita en chino haya ganado el Nobel”, declaró. Pero el premier no había recibido aún la línea oficial: resultó que Gao había criticado al Partido Comunista en el pasado, así que el gobierno no estaba tan complacido con su Nobel. El vocero del Ministerio del Exterior declaró que, al ser otorgado a Gao, “el premio de literatura vuelve a ser motivado por razones políticas, y no vale la pena comentarlo”. Y aunque algunos escritores chinos –incluido el ganador de este año, Mo Yan– lo aplaudieron, la Asociación de Escritores dijo que el triunfo de Gao “prueba que el comité es muy ignorante”. Aún hoy, hay libros chinos sobre el Premio Nobel de Literatura que simplemente borran de la historia el año 2000.
Mo Yan se encuentra entre los escritores contemporáneos más ampliamente publicitados dentro de China (a diferencia de otros emigrados y exiliados), una lista que incluye a Yu Hua, Su Tong y Wang Shuo. Comparado con sus primeros años, cuando algunos de sus trabajos fueron censurados, actualmente se ha ido acercando al gobierno; a pesar de ello, cuando se supo que era un candidato, algunos críticos domésticos hicieron un poderoso lobby en su contra. Después de su triunfo, algunos intelectuales chinos expresaron su desaprobación; Mo Zhixu dijo que el ganador “no tenía una personalidad independiente”. El nuevo laureado ha evitado discutir las políticas del premio, pero puede encontrarse respondiendo insistentes preguntas sobre su disposición a defender escritores chinos que se encuentren encarcelados o bajo presión.
Su triunfo es significante para China. Reconoce una vida de escritura en un lugar donde es difícil ser un escritor, algo que, es de esperar, ayude a combatir parte de la paranoia y victimización que algunos intelectuales chinos aún sienten sobre su status en el mundo. Pero, con el tiempo, uno espera que el Nobel sea menos importante para China. Después de todo, eso sería la señal de un país que es exactamente la clase de poder cultural que China aspira a ser. En 1986, un escritor de Beijing particularmente provocativo declaró que la obsesión por el Nobel era una “chiquilinada”. Lo ganó veinticuatro años más tarde. Su nombre era Liu Xiaobo y se le otorgó el Nobel de la Paz, no el de Literatura. Actualmente cumple una condena de once años por “incitar a la subversión contra el poder del Estado”.
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