Domingo, 21 de octubre de 2012 | Hoy
MúSICA > MAñANA TOCA SUEDE, LA BANDA QUE AYUDó A SOBREVIVIR EN LOS ’90
Por Mariana Enriquez
Y ahora que las fiestas de los noventa ya quedan lejos y pronto las canciones serán la música de la nostalgia, ahora es el momento de recordar y escuchar y dejar en pie a las bandas que transformaban a los jóvenes de ayer en magníficas criaturas de la noche, las que ayudaban a olvidar la vida de la oficina y la fealdad de los edificios y el desamor. Ninguna lo hizo mejor que Suede. Ninguna cantaba sobre la ciudad y la tristeza, el asfalto y los suburbios, las luces del centro y la brillantina y los picnics al costado de la autopista; ninguna supo hablar mejor sobre la desdicha de los trenes y las oficinas y la gloria de ser otro al atardecer, cuando la oscuridad oculta las cicatrices y todos pueden ser reyes y reinas, terriblemente voraces, tan jóvenes.
“So Young”, tan joven, así se llamaba la primera canción del primer disco de Suede –que tenía en la tapa la foto de un beso entre dos personas, dos chicos o dos chicas, o un chico y una chica, resultaba imposible determinar el género de los que se besaban y esa imagen condensaba uno de los aspectos de Suede: la ambigüedad, la celebración de la diferencia–. “Porque somos jóvenes, porque estamos idos/ Vamos a asustar al cielo con ojos de tigre” decía la canción que sonaba como David Bowie en los años glam y como The Smiths. Eran cuatro, pero importaban dos: Brett Anderson, el cantante, delgado y teatral, elegante y melodramático, y Bernard Butler, el guitarrista pálido y prodigioso, el de las melodías sensuales y envolventes, orgullosamente anticuadas, como era anticuado en ese momento querer ser una estrella de rock cuando la escena estaba dominada por los tímidos shoegazers y los guarros de Madchester en Gran Bretaña y los hoscos grunge en EE.UU. Todo ese disco, de 1993, era una ambigüedad fascinante, una tensión entre el realismo y el artificio. “Animal Nitrate” hablaba sobre una chica abusada en una “council home”, una casa de plan de viviendas; “The Drowners”, el primer simple, era una canción confusa líricamente y gloriosa musicalmente; y “Sleeping Pills” hablaba sobre Valium y sobre matar el tiempo. El disco vendió mucho y rápido; un año más tarde resolvieron la presión del segundo álbum volviéndose locos y grabando una maravilla, uno de los mejores, más ambiciosos y extravagantes discos del rock británico de todos los tiempos: Dog Man Star. Un hombre desnudo sobre un colchón en la tapa y canciones que eran una ópera del cemento, canto generacional grabado en una mansión victoriana entre peleas y drogas, con canciones de amor emocionantes como “The Wild Ones” o enormidades de diez minutos de duración, con influencias de Scott Walker, como “The Asphalt World”. Después de este disco desaforado, Bernard Butler se fue del grupo con gran escándalo. La partida fue el final de una gran época y el inicio de otra igual de buena: la que comenzó con Coming Up, un disco más pop y más luminoso, con Richard Oakes en la guitarra y un nuevo integrante en los teclados, Neil Codling, el chico que parecía encarnar a todos esos jóvenes sobre los que Suede cantaba, lánguido y hermoso y hermafrodita. “The Beautiful Ones” y “Trash” eran las piezas centrales, sinceras y populistas y alegres canciones para los chicos “drogados de diésel y gasolina”, para esos que “son la basura que se huele en la brisa, los amantes en la calle/ el mal gusto de nuestras pulseras y la mala calidad de nuestra tintura/ nuestros pueblos perdidos y nuestros ruidos de celofán”. Después llegó Sci-Fi Lullabies un disco doble de rarezas y ningún error: “The Living Dead”, sobre una chica que abandona a su novio adicto, porque no se quiere morir (“Pudimos caminar en el cielo/ Pero nos quedamos mirando la pared”), sobre una chica que camina Londres poco después de hacerse un aborto (“The Sound Of The Streets”); canciones que se expandían hasta el chirrido como “The Big Time” o consignas dignas de graffi-ttis como el “Stop Making Me Older, Start Making Me New” (“Dejá de hacerme viejo/ Empezá a hacerme nuevo”) de “High Rising” o retratos hermosos y precisos como “Sadie”: “Dentro de ella están los suburbios, y las luces de sodio y las calles/ y los autos estacionados y los hermosos parques y cada enfermedad solitaria/ y los nuevos amores bajo las mantas y el frío roce de la derecha/ están las flores muertas y las horas silenciosas y los boliches y las peleas y los chicos aburridos y los juegos”. En 1999 editaron Head Music, un muy buen disco, más frío, con menos guitarras, más electrónico; pero algo se había acabado. En 2002 les fue mal con A New Morning y eso fue todo. Después, hubo reconciliaciones como The Tears, la melodramática banda de Brett Anderson y Bernard Butler, amigados y separados poco después, una vez más; la despareja pero interesante carrera solista de Anderson; la sensación de que posiblemente fueron los mejores entonces, pero hoy son los niños perdidos del britpop. Decía Brett Anderson, hace poco: “De alguna manera fuimos ninguneados, pero lo único que hay que hacer es volver a escuchar nuestra música. Jugamos nuestras cartas y no nos fue particularmente mal. La música hoy me parece tan intrascendente. Nadie quiere destacarse, nadie quiere ofrecer el cuello, y es una lástima. Nosotros lo hicimos”.
Desde 2010 Suede está de gira, sin Bernard Butler, en un tour de grandes éxitos que es un regalo para fans. Esa gira los trae a Buenos Aires por primera vez. Mañana tocan en Vorterix, Federico Lacroze 3455, a las 21, como cierre del Pepsi Music. Entrada: $ 350.
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