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Domingo, 10 de febrero de 2013

CINE > SE ESTRENA EL áRBOL DE LA MURALLA, EL DOCUMENTAL SOBRE JACK FUCHS

El grito que no cesa

Después de dirigir documentales como Ricardo Becher-Recta Final, sobre el director de cine internado en un geriátrico, o Moacir, sobre el cantante brasileño que pasó una década en el Borda, el realizador neuquino Tomás Lipgot retrata a Jack Fuchs, sobreviviente de Auschwitz, autor del libro Tiempo de recordar, 88 años, que vive en argentina desde los ’60. Entre material de archivo, entrevistas y un intenso regreso a Polonia y al campo de concentración, El árbol de la muralla es un documental sincero y para nada tranquilizador, que reconoce el horror pero también la esperanza.

 Por Carolina Marcucci

“Dios dijo haya luz, y hubo luz. Quiere decir que primero vino la palabra, pero con la Shoah no vino primero la palabra, sino el hecho.” Palabras que a Jack Fuchs le costaron cuarenta años poder pronunciar y que ahora, después de transmitir su experiencia a través de libros, notas y conferencias, reproduce en el documental dirigido por Tomás Lipgot, El árbol de la muralla. Palabras que no pudo pronunciar, no porque no hablara sino por la imposibilidad de contar lo irrepresentable: la muerte. Dice Imre Kertéz, en su libro Yo, otro, “que la mitología moderna empieza con una gigantesca negatividad: Dios creó el mundo; el ser humano creó Auschwitz”.

Jack Fuchs nació en 1944 en la ciudad de Lodz, Polonia. A los quince años fue encerrado por los nazis en el ghetto de la ciudad. Luego, fue deportado junto con toda su familia (padre, madre, un hermano y dos hermanas) a Auschwitz y “seleccionado” para el “trabajo” esclavo en el campo de concentración de Dachau. “En verdad, no soy sobreviviente sino resucitado”, afirma en su libro Tiempo de recordar.

El director Tomás Lipgot tiene en su haber la realización de documentales como Ricardo Becher, Recta Final, Fortalezas y Moacir, películas que comparten en común un acercamiento íntimo a personajes difíciles de abordar. Lipgot logra –con la naturalidad de quien anda con una cámara hasta para ir al baño– una observación cotidiana lejos de los prejuicios y las especulaciones. Con esa naturalidad retrata la vida de Jack Fuchs. Aunque en principio la idea no surgió como deseo propio, sino de Eva Puente (autora del libro que da título a este documental), a Lipgot no le quedaron dudas cuando conoció a Jack Fuchs. Y decidió intentarlo. Sin pretensiones. Con los recuerdos y materiales de archivo que el protagonista de su propia vida conserva, manteniéndolos vivos a sus ochenta y ocho años para que su testimonio, como dice en la película, nos haga testigos. Sin artificios, Lipgot muestra a este hombre de rostro sereno, barba espesa y cejas pronunciadas, a través de sus pensamientos, de su mirada y su sentido del humor. Trabajo que le llevó –dice Lipgot– unos meses de acercamiento con Fuchs para ganar su confianza. Y como si ganar la confianza de Fuchs fuera poco, al finalizar la película Lipgot se dio cuenta de que había ganado algo mucho más poderoso: “El aprendizaje vinculado a la naturaleza destructiva del hombre. No hay consuelo ni explicaciones en su discurso pero tampoco dramatismo. El hombre es así, no existe el instinto gregario. Todo esto, que aparentemente es terrible, yo lo encuentro liberador. También me gusta mucho cuando él dice ‘no hay solución’, frase que también puede sonar excesivamente pesimista pero que me costó entender su sentido profundo: la humanidad nunca saldrá del lío en el que está metida. Todo esto me parece revelador y hasta tranquilizador. Los nazis tenían ‘la solución final’ y así resultó la historia”.

A los veinte minutos de la película, después de la introducción de la vida cotidiana de Fuchs y de presentar a su querida amiga Elsa Oesterheld (condición que impuso el propio Fuchs para filmar el documental), con la música de Pablo Nemirovsky llegan las primeras imágenes de Auschwitz: las vías del tren, el cielo, la vegetación, los alambrados, la torre de control, y acá, inevitable, la imagen de la arquitectura recuerda el primer y gran documental que se hizo sobre los campos de concentración nazi: Noche y Niebla (1955), de Alain Resnais, con el texto vigente de Jean Cayrol: “Al contemplar estas ruinas, nosotros creemos sinceramente que en ellas yace enterrada para siempre la locura racial, nosotros que vemos desvanecerse esta imagen y hacemos como si alentáramos nuevas esperanzas, como si de verdad creyéramos que todo eso perteneciese sólo a una época y a un país, nosotros que pasamos por alto las cosas que nos rodean y que no oímos que el grito no calla”. Ese grito que no calla Fuchs lo transmite en tono apacible cuando explica, en una de sus clases, la diferencia entre víctimas y victimarios: “Los victimarios no dieron explicaciones, se escondieron”. Fueron las propias víctimas las que tuvieron que buscar la explicación de lo que no sabían. Para lo que no tenían palabras. Minutos después Jack Fuchs ya no tiene ese rostro apacible y tranquilizador: lo vemos sentado en el tren a Polonia, sus ojos mirando a través de la ventanilla del tren, el bosque en movimiento. Desgarra. Y anticipa el momento más conmovedor del documental: su regreso a Lodz cincuenta y siete años después. Fuchs, solo, él mismo con la cámara en mano entrando al cementerio judío. Camina, balbucea: “Yo no sé, yo no sé por qué vine aquí. La necesidad de sufrir o de recordar, todo está mezclado”. Parado frente a las piedras grabadas con la lista de las víctimas, Jack Fuchs ahora es Yankele Fuks, el otro, el que fue. Y resucitó. Y vive esa alteridad y habla y se le mezclan los idiomas. Como si el dolor universal de esta tragedia atravesara a todos hasta anclarse en uno, el más propio, el idish. Con el que aprendió a hablar, a amar. Y que pocos años después será quebrado por el horror, arrebatado, “herido de realidad”, como diría Paul Celan en su discurso de Bremen. Y Jack Fuchs canta, recita: “El mundo calló, los árboles callaron, el cielo calló, lo que pasó acá ¿quién puede saberlo?, ¿y quién puede comprenderlo?”.

Pero Jack Fuchs volvió y no calló. Volvió a amar y construyó una familia.

De toda su infancia, la de Yankele Fuks, se conserva una única foto (donde está junto a sus padres y sus hermanos) y la imagen, como si fuera un mensaje dentro de una botella arrojada al mar, nos muestra que, en el principio, no sólo fue caos y oscuridad.

El árbol de la muralla se estrena el 14 de febrero.

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