TEATRO > PUEDEN DEJAR LO QUE QUIERAN, LA NUEVA OBRA-INSTALACIóN DE FERNANDO RUBIO
Un tendal multicolor rodea a los espectadores y a los personajes, cuelga de las paredes, tapiza el suelo: la ropa es una de las protagonistas de Pueden dejar lo que quieran, la obra-instalación de Fernando Rubio. Hilvanada por nuestras formas de circular por la ciudad y la memoria que cargan las prendas que usamos, con un homenaje explícito a Christian Boltanski –así se llama uno de los personajes–, la obra despliega una metáfora de todas las vidas que coexisten en una vida y en una ciudad, no sólo de los presentes sino también de los ausentes.
› Por Mercedes Halfon
Siete personas que viven en un radio de diez cuadras empiezan a cruzarse por medio de extraños acontecimientos. Ninguno conoce al otro, pero una serie de llamados telefónicos, regalos, fotos y cartas anónimas los irán involucrando. Una camisa que aparece con una nota. Un vestido con una inscripción en la manga. Los siete empiezan a soñar parecido. Un personaje llamado Boltansky decidió unirlos, pespuntearlos en la anomia de la ciudad, con un fin bastante indescifrable. Ese tenue hilo conductor tiene Pueden dejar lo que quieran, la nueva obra-instalación de Fernando Rubio: una historia improbable y poética, que toma como fuente la vida en la ciudad, su ritmo y voracidad, pero para señalar ciertos hábitos y proponer otros nuevos. Personas desconocidas poseídas por ese urbano terror a los accidentes y a la vez la indiferencia arraigada que producen los accidentes leídos en el diario. Personas desconocidas que terminan soñando con un auto que se hunde en el mar. “Miren a ese hombre. ¿Alguien imagina quién es realmente ese hombre? Miren a esa chica. ¿Alguno de ustedes sabe algo de ella?”, dice uno de los siete personajes, directamente al público. Por supuesto que nadie puede responderle nada.
Pero antes que enunciar esta acumulación forzosa de nombres, de vivos y de muertos, Pueden dejar lo que quieran lo plasma de un modo concreto: a través de la ropa. Un tendal multicolor rodea a los espectadores y a los personajes, cuelga de las paredes, tapiza el suelo. Ropa de todo tipo: vieja y nueva, chica y grande, de fiesta y de calle. Como si en el escenario hubiera estado la humanidad entera, luego se hubiera desvanecido y sólo quedara ese desorden muy hermoso. Fernando Rubio explica acerca de ese suave monstruo textil: “Apareció casi naturalmente como aparecen las primeras ideas que no son cuestionables y sobre las que uno accede a seguir investigando. Esa impronta totalizadora de una imagen o de una percepción siempre me sorprende y me dejo llevar. Imagino que las visitas a la casa de mi vieja para oler a escondidas la ropa de mi papá muerto pueden haber sido uno de los disparadores. Reconozco que desde hace mucho tiempo la ropa es un objeto que me intriga, que me parece necesario, atractivo y estúpido a la vez. La historia misma me llevó a desarrollar más estas ideas, pero el objeto escénico fue lo primero que apareció. Un edificio de colores y texturas, de olores y tiempos variados, de estilos y formas variados. Buscaba que el edificio contenedor de la obra fuera un aparato contundente, preciso y a la vez onírico. Cargado de sentidos que no dijeran nada. Eso es el color para mí. Y ésa es una de mis ideas acerca de la memoria”.
La alusión a la memoria es clave, así como el nombre de Boltansky (homenaje a Christian Boltanski, fotógrafo, escultor y cineasta francés). Por algo hay más de tres mil prendas recolectadas y que desde la obra emiten múltiples sentidos. Sobre la época de su confección, sobre su/s dueños, sobre la forma en que terminaron ahí y el destino que seguirá luego, cuando ya no sean parte de una escenografía. Fernando Rubio cuenta que él, como el resto de los integrantes de la obra (Julián Calviño/Marcelo Subiotto, Juliana Muras/Natalia Salmoral, Pablo Gasloli, Andrea Nussembaum, Lourdes Pingeon, Jorge Prado y Martín Urruty), se desprendieron de medio placard, pero particularmente de prendas cargadas de significado: “Hay una camiseta de San Lorenzo, mi club, que perteneció a mi mejor amigo. Martín Orlando. El falleció cuando teníamos 14 años. Al poco tiempo Mirta, su mamá, me llamó y me dijo: esto es para vos. Hay muchas historias, y lo interesante es que no sólo tiene mucho valor el momento que una persona vivió con esa prenda, sino también todo lo que le provoca desprenderse de ella. En ese sentido, trabajé investigando sobre esa doble sensación”.
Así es que los personajes de Pueden dejar lo que quieran están cargados por este motor. La química de las prendas que fueron y ya no son, pero que representan, que son una reducción o una metáfora de todas las vidas que coexisten en una vida, en una ciudad y no sólo de los presentes, sino también de los ausentes. Y de los por llegar. Los personajes de Pueden dejar... reciben un mensaje que dice: “Estén atentos a no estar solos” y deciden encontrarse. Y si bien no se dice qué resulta de esa cita múltiple, la respuesta está nuevamente en el armonioso caos de prendas que pueblan el lugar: “Para mí la ciudad es un lugar cada vez menos interesante. Y lo peor de todo, menos estimulante. Los ruidos, los autos, la gente, todas las formas de contaminación, la violencia gutural que nos rodea, las expresiones, los rostros adormecidos, enfrascados, empobrecidos. Los discursos tontos, las opiniones constantes, la necesidad de hablarlo todo. Los teléfonos, las cámaras, la moda, los discursos, la TV, los diarios, el teatro, la gente. Todo eso muchas veces puede ser algo hermoso. Pero cuando estás conectado con otra cosa, con otra idea y encima también vos estás contaminado, intoxicado... la cosa explota y aparece un texto o unas ganas de construir algo diferente con tu pequeño universo. Finalmente creo que la obra busca una reconciliación con ese mundo que tanto cuestiona, me parece que es la única forma de vivir. Y si las grandes ciudades esconden formas más evidentes de amor quizá sea nuestra tarea hacerlas visibles o construirlas. Cambiar la mirada. Mirar más árboles y menos pantallas. O quizá simplemente, armar el bolso y rajar”.
Lunes a las 21 hasta el 8 de abril. México 3554. 4932-4395. Entrada: $ 60, $ 40 (jubilados o estudiantes) y $ 30 (menores de 28 años). www.timbre4.com
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