Domingo, 14 de abril de 2013 | Hoy
Hijo de la clase media de St. Louis, ya había estado preso por robo a mano armada y avanzaba hacia un destino fabril en la industria automotriz cuando los riffs y el despliegue escénico del blusero T-Bone Walker lo llevaron a la guitarra. Y entonces cambió la historia del siglo XX. En apenas una década, antes de volver a caer preso por una menor y no volver a ser nunca más el mismo, Chuck Berry compuso un puñado de canciones que encierran el sonido, la prosa y el espíritu que cambiaría a la juventud blanca y al siglo: el rock’n’roll. Su leyenda –shows con bandas desconocidas, dinero en estuches de guitarra, mujeres a veces demasiado niñas– por la que muchos otros darían lo que no tienen, apenas acompaña la música que compuso y que ahora viaja en la sonda Voyager rumbo al infinito y más allá. Mientras el mundo espera que algún día los extraterrestres escuchen “Johnny B. Goode”, Buenos Aires se prepara para recibir al hombre que inventó la corona que carga Elvis.
Por Martín Pérez
Un auto, un amplificador y el dinero en efectivo a salvo en el estuche de su guitarra antes de subir a tocar. Eso fue todo lo que siempre hizo falta para tener un show de Chuck Berry.
Al menos es lo que cuentan todos los testigos de la época en que el autor de los más grandes clásicos del rock’n’roll conoció un segundo acto en su vida artística, cuando los jóvenes norteamericanos de la segunda mitad de los ’60 redescubrieron sus canciones. Ante la cámara de Taylor Hackford, director del imprescindible documental Hail! Hail! Rock’n’Roll (1987), Bruce Springsteen recuerda con una sonrisa cuando formó parte de una de las bandas que solían acompañar a Berry en aquellos shows atípicos para el negocio de giras y managers en que se fue transformando el rock, ya que el músico viajaba solo, y la banda –de la misma manera que el auto, el amplificador y el dinero– tenía que ser proporcionada por el promotor del show, y generalmente era el acto de apertura. “Llegó cinco minutos antes de salir a escena –recordó Springsteen, que por entonces recién estaba empezando su carrera–. Cuando le preguntamos qué canciones íbamos a tocar, respondió: ‘Vamos a hacer canciones de Chuck Berry’.”
En su extraordinario libro de memorias, Bill Graham presents: My life inside rock and out (1992), el legendario empresario –uno de los responsables de la construcción del negocio del rock tal como lo conocemos hoy en día– recuerda que la noche que Chuck Berry tocó por primera vez en el Fillmore de San Francisco, apenas llegó entró en su oficina, puso el estuche de su guitarra en el piso y se quedó mirándolo, sin decir nada. Graham le firmó un cheque y lo puso sobre el escritorio que los separaba. Berry lo tomó, lo endosó y lo dejó en el mismo sitio. Siempre sin decir ni una palabra. Recién cuando el empresario le dio el dinero en efectivo y Berry lo contó frente a él, extendió su mano para sellar el negocio. “¿Ya estás listo?”, cuenta Graham que le preguntó, esperando que el músico, que estaba prácticamente recién llegado de la calle, le pidiese pasar por el camarín para cambiarse la ropa o usar el baño. Pero sólo dijo: “Vamos”. “Fue como si su respuesta hubiese sido: ‘¿Querés que pelee diez rounds? Pelearé esos diez’.”
También recuerda Graham que, cuando apenas habían pasado 45 minutos de su show y el lugar se venía abajo, Berry fue a un costado del escenario a buscar el estuche de su guitarra, como si estuviera dispuesto a irse. La gente se puso como loca. “¿Qué estás haciendo, Chuck?, ¡La gente te ama!”, le dijo Graham una y otra vez. “No me aman lo suficiente”, fue la repetida respuesta de Berry, que incluso amagó con guardar la guitarra en su estuche antes de volver a colgársela y finalmente regresar al escenario. “Sabía que me estaba haciendo una escena, pero yo tenía que cumplir mi parte –explicó Graham–. Lo que realmente me estaba diciendo era que yo no le estaba pagando lo suficiente. Y lo que yo le respondía, en realidad, era que la próxima vez lo iba a hacer. De pronto, me di cuenta de que venía haciendo ese numerito desde siempre. Esos treinta segundos de forcejeo a un costado del escenario fueron una actuación genial, teatro de primer nivel. Alguien tiene que contestarle a Gabriel. ‘Estoy haciendo sonar mi trompeta pero nadie me escucha.’ Claro que te escuchan, Gaby.”
A cuatro décadas de aquellos recuerdos, mucha agua ha corrido bajo el puente de Chuck Berry. Tuvo varios problemas más con la ley, por ejemplo, cumpliendo sentencia en prisión por tercera vez en su vida, a fines de los ’70, por evasión de impuestos. Y cerrando con seis meses de condena, pero sin prisión efectiva, un caso que se inició por haber puesto una cámara en el baño de mujeres de un restaurante de su propiedad a comienzos de los ’90. Claro que ninguno de esos incidentes llegó a ser tan importante como sus dos primeras temporadas en prisión –un asalto a mano armada durante su juventud, y un incidente con una menor que lo puso tras las rejas en su mejor momento artístico y comercial–, que moldearon su carácter y, de alguna manera, también su carrera. A pesar de ellos, o por lo menos sin siquiera tomarlos en cuenta, Berry no tuvo ningún reparo en comentar que los últimos años de su carrera han sido los mejores de su vida, porque nunca lo homenajearon tanto. De hecho, justo antes de ir preso por evasión de impuestos, llegó a tocar para Jimmy Carter en la Casa Blanca.
“Nunca pensé que un hombre de las cualidades, los rasgos y todo lo que él tiene pudiese llegar a ser nuestro presidente alguna vez”, declaró sobre Obama en una de sus últimas apariciones públicas, a fines del año pasado, cuando el Salón de la Fama del Rock –al que ingresó en su inauguración, en 1986, junto a Fats Domino, Jerry Lee Lewis, Little Richard y Elvis Presley, entre otros fundadores del género– le entregó el premio American Music Masters. “Mi padre me advirtió: ‘No vas a vivir para ver ese día’. Gracias a Dios lo he hecho”, agregó un Berry emocionado, algo raro en él, pero lógico por todo lo que tuvo que soportar durante su carrera por el solo hecho de que Estados Unidos estuviese dispuesto a abrazar a un blanco que cantase como un negro, antes que un negro que lo hiciese como un blanco.
Al comienzo de la película de Hackford, Jerry Lee Lewis aparece contando que una vez le preguntó a su madre quién era el rey del rock. Y que ella le contestó sin dudarlo: Chuck Berry. “Yo me creía el rey del rock hasta entonces, así que le pregunté: ‘¿Y yo?’. Y ella me respondió: ‘Todo bien contigo, hijo. Pero el rey es Chuck’.” En realidad, es a Elvis Presley a quien la historia oficial le ha legado ese título que Berry ya ni siquiera disputa, al menos de la boca para afuera. “La gente dice que soy el rey, pero nunca lo fui. Yo digo que soy el Primer Ministro”, declaró una década atrás para un extenso perfil publicado en The New York Times. Sin embargo, en su libro Dead Elvis (1991), Greil Marcus recuerda haberlo visto en un especial televisivo dedicado a Elvis, emitido al día siguiente de la noticia de su muerte, en el que –según escribe Marcus– Berry no trataba de esconder su satisfacción por haber durado más que el Rey. “¿Por qué cosas cree que Elvis será recordado por encima de otros músicos?”, le preguntaron. “Por decir boop boop boop, sacudir la pierna, su fabulosa música adolescente, los ’50, sus películas”, enumeró sin pestañear la figura que, muchos años después, nada casualmente, recordaron los Beastie Boys cuando se los acusaba de robarles el rap a sus verdaderos dueños. “No nos sorprende que hiciese falta alguien como nosotros para popularizar el rap. Es algo típico de Norteamérica”, declaró Adam Yauch –cuando aún era llamado sólo MCA– a la revista Rolling Stone. “Después de todo, el rock lo empezó Chuck Berry, pero es a Elvis al que llaman el Rey.”
En su introducción al Salón de la Fama, Berry es presentado con justicia como el poeta laureado del rock. Y aún más: “Inventó muchos de los mejores riffs, escribió numerosos clásicos que resistieron la prueba del tiempo y, en todas sus formas esenciales, comprendió el poder del rock: cómo funcionaba, de qué se trataba y para quién era”. Como escribe el periodista afroamericano Nelson George, que no tiene mucho respeto por el término, fue Berry el que le sacó el acné al hijo bastardo de Alan Freed –el disc jockey que acuñó el nombre–, el que llenó al rock’n’roll de un poder mítico que tal vez previamente no se merecía. “De una forma más efectiva que Jerry Lee Lewis o Elvis Presley, e incluso que Little Richard, Berry usó sus canciones para contar historias sobre la experiencia adolescente de posguerra. En un estilo directo, adaptado del blues y de Louis Jordan, escribió de frustraciones sexuales y de liberación, represión adulta y desenfado adolescente, definiendo algo que se mantuvo desde entonces como el texto básico de toda música popular orientada hacia la juventud. Describió todo lo que Freed dejaba implícito al decir rock’n’roll.” Según agrega George, si su contenido fue tan vigorizante, fue porque su presentación era elementalmente excitante. “Como el primer héroe de la guitarra, Berry consiguió –junto a varios músicos del rockabilly– que ese instrumento fuese el elemento musical dominante del género, reemplazando al saxo que utilizaban anteriores intérpretes negros. Fácil de tocar, con una presencia épica incluso siendo aporreada crudamente, la guitarra eléctrica cautivó a legiones de chicos blancos, mandándolos a tocar una guitarra imaginaria frente a los espejos de toda la nación.”
Semejante descripción tal vez explique aquella tan repetida declaración que John Lennon le dedicó al presentarlo ante la televisión británica: “Si alguien quisiera cambiarle el nombre al rock’n’roll, podría llamarlo Chuck Berry”. Una frase que tal vez haya sido guionada, es verdad, como solían ser todas las presentaciones televisivas de la época. Pero Lennon nunca ocultó su admiración por el autor de clásicos como “Roll over Beethoven”, “Rock’n’roll music” o “Johnny B. Goode”. En la etapa Hamburgo de Los Beatles, llegaba a bromear al presentar sus temas atribuyéndolos a un tal “Chuck Berry, un rockero blanco de Liverpool, con las piernas arqueadas y sin pelo.” Según recuerda el periodista neoyorquino Pete Hamill, antes de conocer personalmente a Dylan, un terco Lennon solía sacarse de encima a quienes insistían con que tenía que escucharlo diciendo: “Nosotros tocamos rock. Dame Chuck Berry, dame Little Richard. No me des basura folkie e intelectual”. Su admiración llegó inclusive a ponerlo en problemas legales: “Come Together” era tan flagrantemente parecida a “You Can’t Catch Me”, de Berry, que el pleito judicial se terminó sólo cuando terminó grabando todo un disco con canciones de la época, Rock’n’roll (1975). Pero no fue Berry quien lo acusó, sino un oscuro sujeto llamado Morris Levy, dueño de los derechos. Algo parecido les sucedió a los Beach Boys, que debieron incluirlo como coautor de su éxito “Surfin U.S.A.”, ya que la música se parecía demasiado a “Sweet Little Sixteen”. En cambio, Dylan se salió con la suya: siempre reconoció que una canción como “Subterranean Homesick Blues” había sido inspirada por el riff de “Too Much Monkey Business”, pero fue algo que nunca llegó a la Justicia.
Toda esa admiración de la generación de chicos blancos de la segunda mitad de los años ’60, sin embargo, nunca pareció importarle demasiado a Chuck Berry. Salvo a la hora de reclamar sus royalties, por supuesto. Tal vez porque, justamente, lo que siempre le interesó antes que la música fue el dinero; ésa fue la razón por la que llego a estudiar para ser peluquero: porque pagaban el doble por hora que trabajar en la construcción. O quizá la razón esté escondida en el hecho de que, como escribe George, aunque nunca negó el color de su piel, para el público negro su música siempre fue percibida como parte del mundo tonto de los adolescente blancos. También puede haber sido por esa temporada tras las rejas en el mejor momento de su fama: muchos aseguran que salió de la prisión como otra persona. “Nunca vi a un hombre tan cambiado –aseguró Carl Perkins–. Antes era un tipo entusiasta, siempre dispuesto a zapar en los camarines, sentarse a intercambiar bromas y acordes. Pero cuando lo encontré en Inglaterra, estaba frío, distante y amargo. Tal vez no haya sido sólo la cárcel. Tal vez sean todos esos años de tocar solo, una costumbre así puede vaciar de entusiasmo a cualquiera.”
Las razones pueden ser muchas, pero lo cierto es que después de esas monumentales de canciones, en su mayoría escritos entre los ’50 y los ’60, antes de la cárcel, Chuck Berry parece sólo haberse dedicado a gestionar esa empresa en la que se convirtió su nombre. Nunca le interesó tocar en vivo, sus shows fueron apenas trámites que cobraba en efectivo, y en su autobiografía –publicada en 1989 y que se enorgullece de haber escrito él mismo– no se extiende mucho en el rock’n’roll o las drogas. De la santa trilogía del género, le interesa mucho más escribir de sexo, algo que sus canciones –y sus problemas con la ley– permitían anticipar. Pero el volumen regala una de las más bellas definiciones de su música, viniendo del pionero de un género cuyas obras una y otra vez se le escaparon de las manos, hasta que decidió que no era necesario hacer más. “Como todos saben, y yo creo que debe ser verdad, no hay nada nuevo bajo el sol. Así que no me culpen por ser el primero, sólo déjenlo durar.”
En la última gran entrevista que le realizaron, publicada en la revista norteamericana Esquire, Berry recuerda haber bajado al sótano de su casa cuando tenía seis o siete años, y encontrarse ante una construcción extraña que había hecho su padre, que se ganaba la vida como carpintero. Pero eso era algo que no tenía que ver con su trabajo. El pequeño Chuck estaba ante un artefacto que su padre sabía que era imposible de construir, pero que había intentado hacer igual, sólo para comprobarlo con sus propias manos. Era una máquina de movimiento perpetuo. Según le contó Berry al asombrado periodista Luke Dittrich, la máquina que había armado su padre, con ruedas y contrapesos, llegaba a andar sin detenerse durante seis horas. Pero la fricción siempre terminaba ganando la partida, y se acababa el movimiento. No había movimiento perpetuo.
Dittrich escribe entonces que el hombre que le cuenta esta historia frente al pequeño club de St. Louis, Missouri, donde a la edad de 86 años aún toca una vez por mes, acompañado por una pequeña banda liderada por su hija Ingrid –a la que bautizó así por Ingrid Bergman–, llegó a inventar en esa misma ciudad, unos sesenta años atrás, algo que de alguna manera es eterno. Algo que no sólo no pierde energía mientras está funcionando sino que de alguna manera la gana. Lo ha visto suceder demasiadas veces. Lo ha visto perderse, dispersarse, terminar en otras manos, en otros escenarios. Hasta que no estaba más bajo su control, y eventualmente llegar a convertirse en algo que no podría detener, aun si quisiera hacerlo.
Y eso aún está funcionando, sigue escribiendo Dittrich. Aún se lo puede escuchar hoy en día, por todas partes, tanto de la manera más cruda como también en todos sus diversos, pero aún reconocibles descendientes. Es parte de la materia con la que está hecho el mundo. Más allá del mundo, inclusive. Porque uno de esos primeros discos fue escondido dentro del Voyager, elegido para representar a la humanidad ante el cosmos, y esa nave se encuentra ahora muy lejos de acá, en el límite del Sistema Solar, alejándose interminablemente en el vacío interestelar, sin fricción que la detenga.
Así que finalmente se puede decir que el hombre que cuenta esta historia ha triunfado donde su padre falló, asegura Dittrich. Ha creado algo que funcionará para siempre, bajo el nombre que sea.
Algo que se llama rock and roll.
O que se llama Chuck Berry.
Chuck Berry toca esta noche a las 21 en el Luna Park, Madero 420. Las entradas están agotadas.
“Para mí, Chuck Berry siempre fue el epítome del rhythm and blues, del rock and roll. Su forma de tocar era hermosa, sin esfuerzo, y su tempo era la perfección. Era el supremo del ritmo. Es el hombre que empezó todo. Yo le robé cada fraseo, cada lick que haya tocado. Cuando crecía, Chuck era mi hombre. Fue por quien dije ‘quiero tocar la guitarra’. Gracias a él supe lo que quería ser. Su sonido cambió mi vida. Yo no sé si Chuck se da cuenta de lo que hizo. La gente suele no saberlo. Probablemente Miguel Angel pensaba que sólo estaba pintando. El primer disco que escuché fue Johnny B. Goode. Supe entonces que eso era lo que quería hacer. No soñaba que iba a poder vivir de esto. Pero supe que quería tocar, aunque fuera como un hobby. Es el único tipo que me pegó una trompada y al que no se la devolví. Fue en New York, en un camarín –él estaba con una chica blanca–. Y cometí el error de tocarle el hombro y decirle: ‘Chuck, no te vayas sin saludar’. Nos conocíamos desde 1965. El se dio vuelta y me puso una piña en la cara, casi me voltea. Yo estoy orgulloso de no haberme ido al piso. Yo lo respeto y siempre voy a respetarlo por lo que hizo como músico. Lo amo, y amo a su familia, y no tengo forma de disgustarme con él aunque me dio más dolores de cabeza que Mick Jagger –y eso que trabajamos una sola vez juntos–.”
Keith Richards
“Es un hombre desestimado como cantante porque su guitarra y su personalidad enorme se llevan toda la atención. Pero este hombre, para mí, es un profeta. Y puede ser que a él le cueste reconocerlo, pero eso suele suceder con los profetas. Dios ha enviado a este hombre para demostrar que la música es lo que derrumba las segregaciones de cualquier tipo.”
Sinéad O’Connor
“Sólo hay un rey del rock’n’roll y su nombre es Chuck Berry.”
Stevie Wonder
“Aunque no se puede hablar de un individuo que haya inventado el rock’n’roll, Chuck Berry es lo más cerca que se puede estar de una figura única que haya puesto juntas las piezas esenciales del género. Fue su genio particular el que unió fraseos de guitarra country & western con rhythm & blues en su primer single, Maybellene.”
Biografía de Chuck Berry en el Rock’n’Roll Hall Of Fame
“Es el rey del rock’n’roll. Mi propia madre lo decía. Le retrucaba: ‘¿Y yo, mamá?’. Y ella contestaba: ‘Bueno, lo que vos hacés es bastante bueno, pero no sos Chuck Berry’. Chuck tenía algo diferente: un enorme talento. Y el carisma.”
Jerry Lee Lewis
“Chuck me dijo una vez ‘ojalá vivas hasta los 100 años y ojalá yo viva para siempre’. En mi universo, Chuck es irreemplazable. Todo su brillo sigue ahí, sigue siendo una fuerza de la naturaleza. Mientras Chcuk Berry esté presente, todo será como debe ser. Este es un hombre que ha pasado por todo. El mundo lo trató con maldad. Pero, al final, el mundo cayó derrotado. Pensar en colaborar con Chuck no tiene sentido. No necesita que alguien haga algo por él o con él. Hay que decir que en este punto de la historia es El Hombre. Su presencia está en todas partes, pero no se nota.”
Bob Dylan
“Keith y yo empezamos a tocar juntos cuando éramos adolescentes, ensayábamos algunas veces en casa de la tía de Dick, donde experimentábamos con toda clase de rock y rhythm and blues, sobre todo temas de Chuck Berry. Así es como realmente se aprende. Un buen día descubrí que también se podían obtener discos comprándolos directamente a la compañía discográfica Chess Records, en Chicago... Costaban una fortuna... Lo peor era que nunca sabíamos si nos iba a gustar el disco, no se podía escuchar con antelación. Decidir qué comprar era muy importante. Por supuesto, sabía que me gustaba Chuck Berry y me compré todos sus discos.”
Mick Jagger
“No sé si Chuck sabe lo amplia que es su influencia y cuánta gente ama su música. Si tocara baladas en vivo, si se dejara ver vulnerable, se daría cuenta.”
Eric Clapton
“Su influencia como compositor me llegó bastante tarde: fue cuando quise empezar a escribir como la gente hablaba. Y él escribe así. En sus canciones parece que alguien se sienta y te cuenta una historia sobre su tío o su amigo. O cuando habla de las chicas. Su manera de describir. Su ojo para el detalle. A los 23 años, mi manager me dijo que iba a abrir para Jerry Lee Lewis y Chuck Berry. Yo no lo podía creer. También nos dijo que tenía que conseguir a una banda local para que acompañara a Chuck y le dijimos ‘no, no busques nada, nosotros tocamos con él’. Mi primer disco había salido por esos días. Chuck llegó tarde: el promotor estaba muy nervioso, creía que no iba a aparecer. Cinco minutos antes de que empezara el show, apareció. Solo. Con su guitarra. Supongo que llegó en su propio auto. Pasó a mi lado y fue directo a la oficina del promotor. El rumor era que le pagaban 11 mil dólares y que devolvía mil al final si la banda era buena. Salió de la oficina y vino con la banda. Le preguntamos qué canciones íbamos a hacer y nos dijo ‘Vamos a hacer canciones de Chuck Berry’. Salimos, la gente estaba enloquecida. Estábamos en pánico, no sabíamos qué nota era, Chuck usa notas raras; el bajista era el historiador de la banda y él las reconocía. Creo que lo hicimos bien. La noche terminó en un disturbio. Terminamos con Johnny B. Goode. La gente estaba enloquecida. El sencillamente guardó su guitarra en el auto. Y eso fue todo. Para mí es una de esas noches que, cuando tenga 70 años, voy a sentarme a contarles a mis nietos que estuve en la banda de Chuck Berry, y espero que ellos me digan ‘¿En serio?’. Dudo de que él se acuerde de nosotros, fuimos una banda más. Pero, para mí, es la historia que voy a contar toda mi vida.”
Bruce Springsteen
“Cuando era chico, lo primero fue Chuck Berry. Uno no puede olvidarse de Chuck Berry. Todo lo que hizo entonces fue grandioso. Mis hermanos ponían discos de Chuck Berry y Little Richard, pero yo copiaba los fraseos de guitarra de Chuck. Hago el paso del pato con la guitarra como un homenaje a Chuck, un poco epiléptica a lo mejor.”
Angus Young
“Si intentaras darle otro nombre al rock’n’roll, podrías llamarlo Chuck Berry. En los ’50, una generación adoró su música y cuando se lo escucha tocar hoy, el pasado y el presente suceden al mismo tiempo y el mensaje es uno solo: viva el rock’n’roll. Cuando lo conocí le dije ‘Sos mi héroe’. No pude evitarlo, me salió. Influyó a todos, blancos y negros, pero sé que a nosotros, los chicos blancos, nos marcó Chuck Berry. Los Beatles, los Stones y todos los demás fuimos influidos por él. Sus letras eran muy inteligentes y en los ’50, cuando la gente cantaba virtualmente sobre nada, él hacía comentarios sociales y todo tipo de canciones con increíble métrica en las letras. Como letrista me influyó a mí, a Dylan y a muchísima otra gente. Realmente lo admiro mucho, es el más grande de los rockeros.”
John Lennon
“Es el primer cantautor, que yo conozca. Hubo otros quizá, pero no con tanto ritmo y con esas letras que se resbalan por la lengua, y cómo cortan y apuñalan y cómo se complementan con la batería. Y lo mismo hizo con la guitarra. No puedo encontrar un ejemplo anterior de un cantautor tan completo, tan libre en su forma de expresión.”
Roy Orbison
“Mi canción favorita de Chuck Berry es todas. Es mi artista de rock favorito y siempre lo ha sido.”
Little Richard
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