Domingo, 13 de octubre de 2013 | Hoy
En la última entrevista a Oski, publicada de manera póstuma en la revista Humor en 1979, Juan Sasturain le preguntó por sus pajaritos sin alas, siempre presentes en su trabajo. “Ese pajarito, por ejemplo, ¿a dónde va?”, preguntó Sasturain, señalando uno de sus dibujos. “¡Qué sé yo dónde va! —respondió Oski—. ¡Al carajo va!” Oski era tan famoso por sus arrebatos como admirado entre sus pares, para quienes sin dudas se trataba de un maestro indiscutible. Contemporáneo de la edad de oro del humor gráfico argentino con sus trabajos junto a César Bruto y su personaje Amarroto —que salían en la revista Rico Tipo—, Oscar Conti fue también el ilustrador de la Vera historia de Indias, del Ars Amandi y de la Vera historia del deporte, entre otras tantas obras maestras. Un año antes del centenario de su nacimiento, Oscar Conti finalmente recibe un homenaje en el Museo Nacional de Bellas Artes. “Es donde a Oski siempre le hubiese gustado estar”, según afirmó su discípulo Quino el martes pasado, en la inauguración oficial de una retrospectiva al cuidado de Miguel Rep, que se extenderá hasta el 25 de noviembre.
Por Verónica Gómez
En una noche inesperada de noviembrE de 1914 enpesó a naser en buenoS aireS el famoso dibujante Oski... Pero no nos adelantemos. Primero me gustaría de aclarar que Oski no es Oski, como vulgarmente se dise, sino un sobrenombre que le pusieron cuando era chico, igual como a otros les disen el chinO, el pulgosO, el flacO o otras yerbas. Su nombre sien por sien es oscaR Conti, pero parese que siendo nenito encontró un pariente quen lugar de decirle oscaR le dijo –¡Oski, Oski!..., como quien llama al perritO, y desdentonses quedó así, como pudo haber quedado estropeado de un palo o con la cabesa rota de un cascotaso, que son las otras cosas que también hasen los parientes cuando lo quieren llamar a uno.” Así comienza la biografía de Oski suscripta por César Bruto –seudónimo–, personaje de Carlos Warnes a quien Oski supo dar fisonomía –incluida en el catálogo que acompaña la maravillosa muestra en homenaje al centenario del nacimiento de Oski–. La exposición, al cuidado de Miguel Rep, quien tras una persistente y detectivesca búsqueda logró reunir 75 obras del genio de los pajaritos sin alas, dispersas en colecciones particulares y una de ellas perteneciente a la colección del Fondo Nacional de las Artes, no podría haber elegido sitio más adecuado para desplegar este muestrario de la prolífica obra gráfica de Oski que el Museo Nacional de Bellas Artes. Los dibujos de Oski sobrevuelan cómodamente las distinciones entre arte e ilustración, tan a menudo de tinte peyorativo con respecto a la segunda disciplina. Daumier, Toulouse-Lautrec, Molina Campos y tantos otros también lo entendieron así. Pero pareciera que todavía es preciso aclararlo: el humor, la reverberación de un dibujo con un texto ajeno y el medio de divulgación no van en detrimento de la calidad de una obra sino que enriquecen sus lecturas.
Los personajes de Oski –piernas flaquitas, narices oblongas, a menudo desbocados (es decir, sin boca) y sin cuello, pies chiquitos, panzas infladas– pululan en un gran salón de baile, tan kitsch como señorial, de apariencia caótica. Pero sólo en apariencia, pues una estructura clásica sostiene la arquitectura de sus espacios, ofreciendo la mesura y el orden necesarios para que tengan lugar allí las situaciones más grotescas, tiernas, idiotas o disparatadas. La superabundancia descriptiva, barroca, tan presente en obras como sus Comentarios a las Tablas de Salerno, se atiene a porciones contenidas, delimitadas por una línea grácil, sutil, un arabesco que elige hacer pie en una geometría digna de Uccello. Cuando necesita mostrarnos abiertamente los acontecimientos, con lujo de detalle, Oski se vale de la perspectiva invertida o la perspectiva paralela, recurso espacial utilizado en el pre renacimiento italiano y en buena parte de la pintura oriental. Y con la misma seriedad –que hoy nos podría parecer ingenua– con que Giotto nos muestra a San Francisco exorcizando demonios, Oski aborda los grandes temas, desde los Pecados Capitales hasta la enciclopédica misión de dar imagen a los relatos de la conquista de América en su Vera Historia de Indias. En estos casos, la gracia que provocan las ilustraciones de Oski es la de alguien que se atiene estrictamente a los textos que ilustra, tomándolos tan al pie de la letra, poniendo especial énfasis en el detalle insólito que el resultado –sin dejar de ser leal a sus fuentes– raya en la ridiculez, una ridiculez que es fruto de descontextualizar y poner en escena visiones de otra época. Con siglos de ciencia pasando bajo el puente, es natural que nos resulten cómicas las descripciones de aquellos exploradores. Allí donde la crónica histórica narra hechos sangrientos, Oski logra tamizarlos con ternura y humor. Tal vez porque supo hacer empatía, una empatía burlona, cáustica, con aquella mirada deslumbrada y atónita ante lo exótico con que los foráneos recorrieron la flora y fauna de nuestros antiguos territorios. Visto con ojos contemporáneos, el mismísimo Cristóbal Colón podría resultarnos un gran humorista.
Casetones, columnas dóricas y jónicas, grandes arañas de caireles, cortinados, arcadas islámicas y una parafernalia de elementos robados de culturas y épocas más o menos remotas, ofician como decorado en sus relatos. Oski dibuja los puñados de vegetación como un botánico alucinado, diseña como un miniaturista medieval y perfila sus personajes como un férreo observador de bar. Aída Carballo, otra rara avis porteña, también supo combinar la herencia clásica de las bellas artes con la caricatura de tinte barrial. Así, sus personajes grotescos y desgarbados portan peinados renacentistas mientras viajan hacinados en un bondi porteño. Sus conventillos eran capaces de convocar tanto la sordidez de la chusma como el estoicismo de una figura de Durero. Al igual que los levitantes de Carballo, las figuras de Oski sobrevuelan el espacio, exiliadas de un planeta disparatado que se nos vuelve extremadamente conocido. Acróbatas imposibles, equilibristas felices, locuaces, los personajes de Oski nunca pierden prestancia. Basta echar una mirada a su Historia del deporte para comprobar que Oski sabía sacarle el jugo a la torpeza hasta convertirla en ademán refinado.
Si ardua fue la recolección de las piezas que integran la muestra, el espectador agradece el esfuerzo, pues el material reunido logra dar cuenta, con un puñado de ejemplares de cada época y serie, y un apartado documental de afiches de muestras y publicaciones, de la versatilidad obsesiva de Oski y de las canteras narrativas donde el artista hurgaba para arrancarle, con un labrado de líneas sutiles y saltarinas, situaciones desopilantes al papel en blanco. Así, quien visite la exposición podrá trazar un perfil a grandes rasgos de la genialidad de Oski, desde sus tempranas ilustraciones para César Bruto y la tira cómica Amarroto, pasando por las ilustraciones de los Pecados Capitales, algo de sus ilustraciones para libros infantiles, un par de pasteles inéditos (insólitos por su ternura sin causticidad), las complejísimas y deliciosas Tablas de Salerno con sus escenas en simultáneo a lo Fra Angelico, algunos ejemplos del interés de Oski por el tarot y el zodíaco, ilustraciones sublimes de su gran serie Vera historia de Indias, hasta sus incursiones descriptivas de las técnicas amorosas y deportivas presentes en su Ars Amandi y la Historia del deporte.
En 2014 se cumplirán 100 años del nacimiento de Oski. El homenaje se hace un año antes. Dicen que nunca se adelanta un festjo, que da mala suerte. Este homenaje temprano, por ende irrespetuoso de las cábalas, parece decir, al igual que tantos personajes entrañables acuñados por el maestro, que no hay mal que por bien no venga. Y que no hay desgracia que no pueda conjurarse con una buena sonrisa.
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