Domingo, 13 de octubre de 2013 | Hoy
CINE > LA NUEVA EDICIóN DE DOC BUENOS AIRES, LA MUESTRA DE CINE DOCUMENTAL MáS IMPORTANTE DEL PAíS
El jueves que viene empieza el ya tradicional festival Doc Buenos Aires, con más sedes y grandes invitados, que van desde la directora francesa Claire Simon hasta J. P. Sniadecki, referente indiscutido de la experimentación audiovisual actual, y varias de las películas más relevantes de las que se han presentado en festivales internacionales a lo largo de los últimos meses, incluyendo las últimas de Nicolas Philibert, Jean-Marie Straub, Avi Mograbi, Thomas Heise, Helena Treštíková, Yervant Gianikian y Angela Ricci-Lucchi, entre otros. De entre este casi inarbacable menú, Radar destaca, a modo de citas imperdibles, dos películas-acontecimientos: El último de los injustos, de Claude Lanzmann, una suerte de continuación del monumental Shoah, y Hasta que la locura nos separe, de Wang Bing, donde el director chino ofrece una mirada impresionante de los hospitales psiquiátricos de su país.
Por Mariano Kairuz
Fue la primera entrevista que Claude Lanzmann hizo para Shoah, pero en su momento no encontró la manera de integrarla a su monumental testimonio de nueve horas sobre el exterminio judío estrenado en 1985. No es la primera vez que Lanzmann vuelve al material descartado de su obra magna: ya lo había hecho con El informe Karski (2010), Sobibor, 14 de octubre de 1943, 4 pm (2001), y Un visitante de entre los vivos (1997). Ahora, a los 87, Lanzmann, habiendo vivido una vida extraordinaria –de joven fue miembro de la resistencia francesa, luego cronista del comunismo en Alemania del Este, la Unión Soviética y la China de Mao, gran amigo de Sartre y amante de Simone de Beauvoir– reflota esta suerte de “extra” de Shoah dejado atrás 40 años más, y regresa con otra película extraordinaria.
El encuentro que da lugar a El último de los injustos, su nuevo film, tuvo lugar en Roma en 1975; el entrevistado es un personaje poco conocido pero fascinante: complicado, ambiguo, que por momentos no parece terminar de asumir del todo las acusaciones de colaboracionismo que se hacen en su contra. El rabino e intelectual vienés Benjamin Murmelstein fue el último presidente del Consejo Judío del Ghetto de Theresienstadt, en la ex Checoslovaquia, definido cínicamente por Adolf Eichmann (su “arquitecto”), como un ghetto “modelo”. Es decir, una fachada diseñada para que la Cruz Roja viera la “buena vida” que llevaban algunos de los judíos deportados por los nazis.
Resultado de la recuperación de este material archivado y nuevas escenas creadas por Lanzmann –por lo cual aparece él mismo a los 48 y en la actualidad–, así como un trabajo que, dice el director, le demandó diez horas de edición diarias a lo largo de dos años, El último de los injustos arranca sus tres horas y media contando en qué consistió aquello del ghetto “modelo”, una historia que ha dicho Lanzmann, “revela la cima de crueldad y perversión de los nazis”, a la vez que constituye una refutación del concepto de “banalidad del mal” popularizado por Hannah Arendt en su libro del ‘63 Eichmann en Jerusalén: un ensayo sobre la banalidad del mal, en tanto expone el nivel de monstruosidad, de cálculo y planificación, de confabulación, que guió las acciones del Arquitecto de la Solución Final.
Murmelstein era la máxima autoridad de los rabinos en Viena cuando fue reclutado en 1938 para organizar la deportación de los judíos de la ciudad, y por lo tanto debió trabajar bajo las órdenes directas de Eichmann. Fue por el enorme talento que demostró para este tipo de gestión que eventualmente fue nombrado presidente del Consejo de Theresienstadt. “Los nazis necesitaban un títere”, cuenta en la película. “Yo no era tonto. Conseguí tirar de un par de hilos, ése fue todo el sentido de estar ahí para mí. Participé de toda esta farsa del ghetto modelo porque pensaba que si el mundo sabía de nosotros, los nazis no podrían eliminarnos tan fácilmente.” De esa manera, explica, consiguió salvar las vidas de 120 mil judíos a los que consiguió mandar al exilio. Ese fue su objetivo, pero esta dura declaración de pragmatismo en tiempos desesperados sólo ayudó a condenarlo a los ojos de quienes vieron en él a un colaboracionista. Otras de sus declaraciones no lo ayudan demasiado, como cuando reproduce las expresiones que usaban los propios jerarcas nazis para la puesta en escena del ghetto (la operación de “embellecimiento”, la llama) o sugiere que hay que dejar de hacer tanta memoria: “Mirar atrás puede hacer que uno quede atrapado en el pasado para siempre”. Tampoco lo ayudó en la consideración de sus jueces al finalizar la guerra el hecho de que fuera el único de los tres presidentes del Consejo asignados por los nazis que no hubiera terminado ejecutado por éstos.
¿Cómo se las ingenió Murmelstein para no ser ahorcado ni fusilado? Es la pregunta que nos hacemos mientras escuchamos su relato. Es la misma que Lanzmann le formula en cámara. Convirtiéndose en una suerte de Sheherazade, dice: “Sobreviví porque tenía una historia para contar.” ¿Y cómo es que puede contar todo esto sin rastro de emoción?, le pregunta Lanzmann, a lo que el tipo contesta con su fría racionalidad: “Si un cirujano empieza a llorar en la mesa de operaciones, sobre el paciente, lo mata”.
Lo cierto es que, sin ser complaciente con su entrevistado, Lanzmann fue progresivamente tomándole respeto. “Yo estaba fascinado por el Consejo Judío porque era vital para entender de qué se trataba, quiénes eran”, dice el director. “A pesar de lo que creen muchos, nunca pensé que los del Consejo fueran colaboracionistas. Los colaboracionistas franceses tenían la misma ideología que los nazis, eran antisemitas. Pero aquellos que fueron forzados a hacer su trabajo no tuvieron opción. Murmelstein era brillante y extraordinariamente valiente. En la semana que pasé con él, le tomé afecto. El no miente: es tan duro con los demás como consigo mismo. Cuando Theresienstadt fue liberado, lo acusaron de colaborar con los nazis, pero no escapó, prefirió la cárcel. Y aunque fue absuelto de todos los cargos en el tribunal que lo juzgó en Checoslovaquia, quedó resentido, porque a diferencia de sus predecesores se había negado a jugar el juego de los nazis.”
Entre las imágenes nuevas de la película aparece el propio Lanzmann, leyendo fragmentos del detallado libro de Murmelstein (detallado en su descripción del horror), filmando los espacios físicos donde tuvieron lugar torturas y ejecuciones, todas imágenes que, en sus manos, vuelven a tener esa enorme, misteriosa capacidad de evocar miles de fantasmas de las víctimas. Como ocurre en casi toda la obra de Lanzmann, el poder de lo que se cuenta surge más de lo que se escucha que de lo que se ve, pero a diferencia de otras de sus películas, esta vez se permite mostrar un material de archivo increíble, como las películas de propaganda del ghetto modelo (donde se ve a los chicos comiendo pan con manteca, mujeres leyendo y tejiendo, hombre jugando al ajedrez: “El uso del tiempo libre queda en manos del individuo”, dice el narrador), así como algunos de los tremebundos dibujos con los que varios artistas encerrados en los campos dejaron testimonio –exponiéndose a ser atrapados– de aquello de lo que fueron testigos y protagonistas.
Alguna vez le preguntaron a Lanzmann de dónde saca a su edad la energía para emprender proyectos enormes como éste. “No tengo edad, y ese es mi problema. Para poder trabajar durante doce años en una película no podés considerar el tiempo como una cosa normal en tu vida. Para mí, el tiempo se detiene.” Lo próximo, dijo, es otro libro. ¿Sobre qué? “No hay muchos temas que valgan la pena. Está la vida o la muerte, eso es todo. Y están conectados.”
El último de los injustos se exhibe en la sección “Pasado, presente”, junto con otros tres films excepcionales: la nueva película del realizador israelí Avi Mograbi Yo entré en un jardín, Consecuencia, de Thomas Heise (que se adentra en la cotidianidad de un pequeño crematorio alemán), y Pays barbare, de Yervant Gianikian y Angela Ricci-Lucchi, armada de antiquísimos films de archivo, noticiarios o registros olvidados sobre el colonialismo del “fascio” italiano en Etiopía. Más en www.docbas.com.ar
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