Domingo, 5 de enero de 2014 | Hoy
Durante dos años, el editor y dramaturgo Juan Crespo llevó adelante una sección en la revista Llegás a Buenos Aires que planteaba una consigna tan sencilla como exigente: la publicación de obras teatrales, de 4000 caracteres como máximo, que pudieran leerse de un golpe y que ocuparan una página. Participaron desde autores con una probada trayectoria de éxitos en el teatro independiente, como Luis Cano, Mariana Chaud y Santiago Loza, hasta jovencísimos talentos como Mariano Tenconi, Diego Faturos y Jimena Aguilar. Ahora, esa experiencia se acaba de compilar en un solo volumen de Cuadernos del Picadero, la publicación del Instituto Nacional de Teatro. Como antología de veintisiete obras, desborda y a la vez retrata una escena y una época: en estos textos cortos están la influencia de las escrituras virtuales pero también el ascendiente literario, la convivencia de los dramaturgos ya establecidos de los años ’90 con las nuevas generaciones y una diversidad estética, a veces incluso antagónica, que compone un panorama inabarcable, reflejo de una escena teatral que cuenta con seis mil estrenos anuales.
Por Mercedes Halfon
¿Qué es un texto teatral? Pese a la simplicidad de la pregunta, es difícil dar hoy con una definición concluyente. Desde que el teatro dejó de contar necesariamente una historia coherente y cerrada –porque ya no existe esa polis idílica en la que debe restablecerse el orden–, desde que cualquier cosa –una biografía, un cuento, una película– puede ser llevada a escena sin haber sido pensada a priori con ese fin, desde que el texto ha dejado mayoritariamente de ser concebido por un escritor, para ser improvisado por actores y recién después pasado al papel a modo de registro, la dramaturgia teatral ha dejado de ser el centro del teatro. Y ese lugar periférico, lateral, parece haberla liberado de cargas y permitido dar un paso hacia una experimentación formal y de contenido que parecía –hace no muchísimas décadas atrás– imposible de pensar. La dramaturgia viene cambiando velozmente desde mitad del siglo pasado. Cambia el contexto, cambia la relación con la palabra escrita-palabra hablada y, de ahí, cambia el teatro.
Algo de esto debe haber notado Juan Crespo, dramaturgo y editor de la revista de teatro y artes Llegás a Buenos Aires cuando pensó una sección dedicada a publicar piezas teatrales que fueran escritas con la condición de no superar los 4000 caracteres. Es decir, obras teatrales completas que entraran en una sola página. Una vez más, las limitaciones propias del modo de producción del circuito independiente –las revistas también son parte de él y los costos de impresión son cada vez más difíciles de afrontar– se convirtieron en una excusa para ejercitar la creatividad y crear hasta un género nuevo: obras teatrales a escala, para leer en un golpe de atención. Hoy, el resultado de esa búsqueda que se desarrolló durante dos años sale en un solo volumen editado por el Instituto Nacional del Teatro, en su publicación semestral Cuadernos del Picadero. Y en ese gran abanico de casi treinta piezas, los nombres que se plegaron a la consigna forman un interesante espectro de generaciones y estéticas: de autores con una probada trayectoria de éxitos en el teatro independiente, como Luis Cano, Mariana Chaud, Santiago Gobernori y Santiago Loza, a jovencísimos talentos, como Mariano Tenconi, Diego Faturos, Alfredo Staffolani y Jimena Aguilar.
Es así como en una extensión de casi sesenta páginas se pueden leer veintisiete obras de teatro. Veintisiete historias completamente distintas, que son como un universo de planetas en miniatura: uno con tres mochileras hablando de amor junto al fuego, otro en el que el protagonista es un fantasma bizarro que recuerda su muerte, otros varios que hablan sobre el teatro, otro sobre la inmigración coreana en Buenos Aires, otro con una pareja de bohemios digna de Julio Cortázar recitando poemas en un departamento de suburbio, otro sobre el modo luminoso en que dos ancianos perciben su muerte a través del devenir de unos tapados de piel de mapache, otro sobre un avistaje en helicóptero de una Buenos Aires futurista e inundada, alrededor del año 2069.
Hay que decir que en Buenos Aires hay una nueva camada de dramaturgos (en los ‘90 ocurrió el fenómeno de la “nueva dramaturgia” de la mano de autores como Rafael Spregelburd, Javier Daulte, Jorge Leyes, pero de esto ya pasaron veinte años). Cada vez son más los autores que egresan en la pequeña carrera de Dramaturgia dirigida por Mauricio Kartun en la Escuela Municipal de Arte Dramático y las propuestas que de ahí salen, sorprenden. Por otro lado, el fenómeno vinculado al texto teatral no es ajeno a los cambios culturales que renuevan la literatura de las nuevas generaciones, particularmente la fusión que se ha comenzado a dar entre textos literarios y redes sociales. Como explica Juan Crespo: “Pensaba que los ‘posteos’, principalmente de Facebook y Twitter, se estaban convirtiendo en una suerte de género literario. Ya no solamente se escribe algo intempestivo, aunque hay mucho, sino que, como queremos que nuestro texto tenga cierto éxito, re publicaciones, comentarios y Likes, nos demanda un tiempo de reescritura que hace unos años parecía impensado. De hecho hay hasta una búsqueda estilística. Reconocemos ciertos perfiles, según la construcción de su posteo. Y la cuestión de los caracteres es crucial en este sentido, ya que o bien hay una limitación propia de la página como en el caso de Twitter, o –lo que es más interesante– hay un límite del tiempo de lectura que imaginamos en nuestros seguidores. Por esto debemos ser claros, buscar una síntesis precisa e intentar condensar un pensamiento o idea más o menos interesante”.
La hipótesis de la influencia de las escrituras virtuales en la brevedad es fuerte. Hace tiempo que las obras ya no tienen los cinco actos reglamentarios del teatro clásico. Se avanza hacia la síntesis. Pero lo interesante es que esa brevedad no generó una uniformidad de criterios. Con la obstrucción de los 4000 caracteres los autores convocados no se vieron llevados a producir textos de un mismo tipo, sino que imperó la diversidad. La salida más simple era la de un monólogo, pero incluso en casos donde hay una sola voz, ésta puede venir del más allá, de los libros de teatro que hablan de un modo oracular, o de la mente de una chica que decide abandonar al supuesto hombre de su vida. O como cuenta Crespo: “Algunos dramaturgos incluso, como por ejemplo Nacho Ciatti, aglomeran más de cinco personas en su texto. En el de Gael Policano Rossi la pieza atraviesa más de un espacio, llegando a hacer referencia a un tiempo diegético mayor. Otros, después de ver varios publicados, usaban el registro de la letra como elemento narrativo, ya sea en el nombre del personaje o en las didascalias. Están más cercanos a lo literario”.
En cuanto a la diversidad de estéticas que aparecen en el libro, se abre el interrogante acerca de si este mencionado abanico, este conjunto de textos, dan cuenta de un panorama teatral actual. Por más de tratarse de casi treinta obras, de sólo pensar que en el país hay seis mil estrenos anuales, y que nada más en Buenos Aires hay 300 salas, la posibilidad de armar un muestrario parece una empresa imposible. “Una época es algo inabarcable. De igual forma pienso que cierto espíritu del teatro que se hace al menos en Buenos Aires respira en esta publicación.” ¿En qué? Al ver los textos que fueron saliendo en episodios todos juntos, lo primero que llama la atención es precisamente la cantidad de voces que hay actualmente en el teatro y cómo pueden coexistir. “Hay algo transgeneracional que está bueno y que salta a la vista: los escritos de Santiago Loza o de Luis Cano difieren en su concepción de la búsqueda dramática de las palabras con respecto, por ejemplo, al de Lucas Lagré o Lucía Panno, que son más livianos e intertextuales con el cine o la TV. El soporte y las herramientas son los mismos, pero el modo de atacar la escena y los temas difieren de forma abismal. Los dramaturgos que mencioné estrenan espectáculos, conforman la escena contemporánea y son casi antagónicos en todo. Creo que cuando declaramos que en esta época el teatro es esto o aquello estamos sesgando la mirada por alguna cuestión de gusto o de conveniencia.”
Registrando esas diferencias, entonces, casi subrayándolas, mostrando una escena teatral no pacificada, se planta este volumen de obras breves. Que es un modo de acercar el teatro a una cantidad de lectores y posibles espectadores, y una manera más que interesante para acceder a una realidad tan inmensa que ni una antología con semejantes características logra atrapar. Y ahí radica su potencia.
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