Domingo, 5 de enero de 2014 | Hoy
ARTE Hasta el mes de febrero se puede visitar en la Casa de la Cultura de la Villa 21 en Barracas la muestra Artistas de la 21, donde con cien obras en diferentes técnicas –collages, óleo sobre tela, acrílico sobre tela, grabado, aguafuertes, esculturas, vitreaux– jóvenes autores que viven y trabajan en la zona muestran su estética y su lenguaje. La muestra privilegia la inclusión: todos los que se acercaron a la convocatoria están expuestos con una selección de su obra.
Por Walter Lezcano
Un museo también puede ser un campo de batalla. Un espacio físico que pone en cuestionamiento ciertos parámetros establecidos sobre los modos de exposición y circulación de las obras de arte. Y también permite dar cuenta del estado y las situaciones sociales en los cuales los artistas plásticos producen sus trabajos. Pero eso no tiene por qué condicionar la valoración estética que cada uno puede hacer sobre esas producciones. La apreciación de cierta clase de obras, de todas en realidad, tiene que estar despojada de cualquier marca exterior (social, económica, etcétera) al propio hecho artístico, porque caer en ese precipicio conduce sin filtro a una condescendencia y complacencia que no se merece ningún artista.
Esta es una manera, entre otras, de abordar la muestra Artistas de la 21 montada en la Casa de la Cultura Villa 21 en Barracas.
Dice Graciela Speranza en Atlas portátil de América latina: “La ciudad ha sido desde siempre un disparador activo de la imaginación artística. Gran parte de la historia de las vanguardias se escribe con reinvenciones de recorridos urbanos. Pero las ciudades han crecido a un ritmo exponencial en las últimas décadas y las utopías vanguardistas se desvanecen en el siglo XXI. El idilio más o menos esperanzado con la ciudad va virando a puro espanto: uno de cada tres habitantes de América latina vive en asentamientos precarios. Crepúsculo de los lugares, junkspace, claustrópolis, ciudad amurallada, ciudad insular, posciudad, ciudad de cuarzo, ciudad pánico: ese es el nuevo repertorio con que se nombra a la vida urbana, a medida que aumentan las diferencias sociales y los enfrentamientos desalientan el contacto”.
La certeza que esboza Speranza es que en este nuevo contexto habitacional, problemático y crítico, es probable que pueda surgir una nueva manera de hacer arte, producir obras que puedan ser valoradas dentro de un territorio donde sean puestas en cuestión todas sus virtudes y obviedades. En este sentido, la apertura de La Casa de la Cultura Villa 21, la villa más grande y con más población de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ya que alberga a 60 mil habitantes en 64 hectáreas, da cuenta de un contexto social conflictivo y que habilita un marco complejo a la producción de una actividad relacionada muchas veces con determinados sectores económicos.
Inaugurada en septiembre de este año, este espacio, que en su entrada tiene los colores de todas las banderas de Latinoamérica, tuvo su primera exposición que se llamó Artistas x la 21. En esa ocasión la muestra permanente expuso una colección de más de 40 obras que utilizaron diversas técnicas (collages, vitrofusión, pintura, fotografías, serigrafías, acuarelas, esculturas, entre otras) de un grupo de artistas contemporáneos. En el catálogo se pueden ver los trabajos de León Ferrari, Marcos López, Luis Freistav El Búlgaro, Carlos Gorriarena, Daniel Santoro, Marcelo Abud, Martín Kovensky, Elba Bairon, Remo Bianchedi, Omar Estela, Fermín Eguía, por nombrar sólo algunos. Son obras que muestran la presencia y estilo particular y reconocible de cada uno de los artistas pero que en su conjunto tiene una intención clara de dialogar con la Historia y retratar conflictos no resueltos de la cotidianidad nacional. Por ejemplo, ahí está el acrílico sobre tela de Carlos Masoch: Ay patria mía. Se lo ve a Manuel Belgrano sosteniendo el Cabildo con sus manos y los pies en el agua que le llegan hasta las rodillas. La expresión de su rostro es una mezcla de orgullo y resignación. Y abajo del cuadro el artista puso lo siguiente: “La sombra de un Belgrano que Billiken nos legó”.
Sobre esta exposición, Víctor Ramos, el coordinador general de la Casa de la Cultura Villa 21, escribió un texto titulado “Arte y Revolución”. Y ahí dice esto: “Una revolución se produce cuando se cambia el orden de las cosas. Y ese cambio del estado de situación es, justamente, lo que se está produciendo con este proyecto artístico de inclusión social”.
Llevar adelante el funcionamiento de un museo en la entrada de la Villa 21 (un emprendimiento que tuvo un costo de 20 millones de pesos) representa la posibilidad de generar una identidad y una cohesión territorial que va más allá de los meros códigos culturales que muchas veces confrontan con los valores que se erigen como propios en otras clases sociales. En el caso del arte es posible que se pueda generar –están dadas las condiciones para que sea una realidad– un acercamiento desde un aspecto lateral e impensado entre todas las capas y actores sociales de todos los estratos. El arte como zona neutral y de encuentro.
Ahora, esta Casa de la Cultura sigue su marcha y pone en funcionamiento la segunda exposición. En este caso la mirada que se hace es hacia adentro, ya que los artistas que exponen sus trabajos son todos del lugar, de la zona. La muestra, que empezó este mes y sigue hasta fines de febrero, se llama Artistas de la 21.
El sábado 14 de diciembre se inauguró esta muestra en la que participaron para montarla el ya mencionado Víctor Ramos y la curadora Guadalupe Fernández. Pero las cosas no fueron tan sencillas.
Para llegar a ese momento en el que los artistas aterrizan en el museo para colgar sus obras hubo un paso previo donde la referente social histórica de la Villa 21, hoy encargada de las relaciones institucionales de la Casa de la Cultura, Lorena Carol Martínez Galos, tuvo mucho que ver.
Ella fue la encargada de rastrear, convocar y atraer a los artistas a un lugar preparado para que ellos lo pudieran usufructuar como vidriera para mostrar sus trabajos, y tal vez venderlos. Una experiencia que muchos iban a vivir por primera vez. Martínez Galos cuenta: “Acá nos conocemos todos y sabemos quiénes son los que están haciendo determinada actividad. Por eso me fue relativamente sencillo poder armar una red de comunicación, una suerte de boca en boca, para que todos los artistas supieran que los estábamos buscando para armar esta exposición”.
Una vez que todos los artistas estuvieron enterados vino la etapa de selección de las obras. Guadalupe Fernández, la coordinadora de exposiciones, explica: “Todos los artistas que se acercaron a nuestra convocatoria están expuestos. Lo que no pusimos es toda la obra de cada artista. La curación fue hecha de manera que pudieran entrar todos, no porque nos parecieran mejores o peores algunas obras por sobre otras: fue por una cuestión de espacio y de conjunto. Mi miedo, al principio, era un poco el nivel al pensar que había que seleccionar porque la convocatoria era amplia y abierta. Y la verdad es que me pareció un desarrollo pictórico y plástico muy bueno y creativo. En lo personal me gusta que haya pinturas, dibujos, donde hay una impronta humana, de la mano, del hacer, que tal vez una está acostumbrada a un lenguaje un poco alejado de eso. El nivel es muy bueno y muy personal. Cada uno tiene su mundo propio, su pequeña imagen propia donde hay muchas dificultades para acceder a las cuestiones básicas. Sin embargo, ellos han podido meterse en el mundo del arte desde su lugar”.
Los artistas que exponen son José Alberto Martínez, Antonia Correa, Tuba, Germán Galván, María Rosalí Zarza, Enzo Gabriel Brítez, Rubén Darío, Mariana Galván, Luis Giménez, Luis Rojas, Carolina Chorolque, Alberto Romero, Darío Martín Vera y Mak. Entre todos suman alrededor de 100 obras donde se utilizan distintas técnicas y disciplinas. Hay collages, óleo sobre tela, acrílico sobre tela, grabado, aguafuertes, esculturas, vitreaux, etcétera.
Y los trabajos que se pueden apreciar mientras se recorre la muestra tienen que ver con la representación de un espacio bien definido y un universo plagado de belleza. Pero una belleza a la que hay que estar atento para reflejar. Ahí están los retratos de boxeadores y boxeadoras de Luis Giménez: hechos con lápiz negro y un trazo suave que permite desplegar una fragilidad que contrasta con la expresión combativa de los rostros. O el cuadro de Rubén Darío, Cárcel de Caseros, donde la imagen del presidio no está enfocada en primer plano, sino que es un elemento de fondo de un paisaje plagado de árboles, como si quisiera decirnos que es algo cotidiano y presente dentro de este mundo. O el collage sobre papel Sin título de Mariana Galván que interviene los retratos y fotos de las revistas que se erigen como belleza establecida y cerrada para lograr una reformulación de esta idea y lograr una mirada pervertida sobre lo bello: lo oscurece y lo resignifica como lo siniestro al alcance de la mano. Y está el cuadro de Mak, De noche en el barrio, que retrata una oscuridad onírica, cargada de colores espesos y alucinados. Por su parte, Refugio de Luis Rojas expresa, con un rojo furioso y algo adolescente, esa idea universal del territorio inalcanzable que sirve de mónada frente a la impiedad de la realidad: una casa del árbol al borde del precipicio. Eso por el lado de las pinturas. Por el lado de las esculturas, en los trabajos en madera, en mármol y los vitreaux hay una constancia dirigida hacia el cielo y la religión. El phatos que se desprende de estos trabajos extrema el juego de identificación con el fetiche popular, que forma parte de lo más cotidiano que tienen ciertos sectores del pueblo con el arte y la fe como vehículo para acercarse a ciertos objetos adorados.
Hay más obras, muchas más, que son la puerta de entrada a un grupo de artistas que tienen la posibilidad de exponer sus obras en un lugar que de alguna manera le da sentido al conjunto y que funciona como un bloque semántico que puede ser dispar en la trascendencia que vaya a tener para cada uno de los espectadores que se acerquen a verla y disfrutarla. Y esto va depender de la predisposición hacia el arte sin dejar que el prejuicio de clase introduzca sus fauces en la mirada.
Para terminar: en el libro Lógica de la sensación, Gilles Deleuze analiza la obra de Francis Bacon y dice algo que se puede utilizar para referirse a algunos de los trabajos de esta muestra: “El pintor no dice ‘piedad para las bestias’, sino más bien: ‘todo hombre que sufre es pieza de carne’. La pieza de carne es la zona común del hombre y la bestia, su zona de indiscernibilidad, ella es ese ‘hecho’, ese mismo estado donde el pintor se identifica con el objeto de su horror o de su compasión. El pintor es ciertamente carnicero, pero está en esa carnicería como en una iglesia con la pieza de carne como crucificado”.
Artistas de la 21 se puede visitar de miércoles a domingos y feriados, de 15 a 19, en la Casa de la Cultura de la Villa 21, Barracas, Av. Iriarte 3500.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.