LA EXTRAÑA DAMA
Cine Fernando Krapp y Agustina Massa intentaban llevar adelante un documental no convencional sobre su vida. Inclusive lograron convencerla de que participara de la película. Algo que consiguieron por unos pocos días. Luego, ella decidió dejar el proyecto. Así y todo, Beatriz Portinari –el seudónimo con que Aurora Venturini presentó Las primas al Premio de Novela Página/12– llegó a buen puerto, logrando una mirada fragmentada sobre aspectos enigmáticos de lo que la escritora finalmente deja vislumbrar.
Por Mariana Enriquez
“Déjense de joder, señores”, les dijo Aurora Venturini a Fernando Krapp y Agustina Massa, los directores que estaban rodando con ella Beatriz Portinari, un documental poco convencional sobre la autora de Las primas que ella, al principio, pareció consentir con cierta desconfianza pero también con entusiasmo. Algo pasó: quizá la molestia de ver su casa de La Plata invadida de equipos, quizá los tiempos largos de hacer una película que la impacientaron, quizás algún imprevisto que la puso de malhumor. Lo cierto es que Aurora Venturini aceptó ser protagonista de su documental durante una semana de marzo de 2012 y, cuando fue el momento de completar la segunda semana, se dio de baja. Se enojó, no quiso seguir. Y por motivos que los realizadores no pueden comprender del todo.
Saben, claro, que siempre resultaron molestos. Aurora los llamó, desde el primer momento, “las vinchucas”. A veces, también, “los marcianos”. Ingenuamente, cuenta Fernando Krapp, cada vez que se proyecta la película –que tuvo un recorrido por festivales y muestras después de su estreno en el Bafici 2013– el público suele pedir que Aurora esté presente en la sala, para ser entrevistada, para una charla. Es imposible. “Desde que se enojó con nosotros, traté de entrarle por todos lados. La llamé por teléfono, le mandé postales, le toqué el timbre y no me atendió, traté de contactarla por su agente en España –cosa que la enojó más–. Incluso costó que accediera a esa primera semana de rodaje. Después de una reunión en su casa, donde objetó cosas del guión sobre la historia de su padre, por ejemplo, recibimos un mail de María Laura Fernández Berro, su amiga y asistente, también escritora, diciéndonos que Aurora no quería hacer la película para nada, nunca más. Gracias a Angela Pradelli, que le mandó bombones, que le habló, nos dio cuatro jornadas de rodaje. Pero después del segundo y definitivo enojo, se acabó.”
Aurora Venturini no vio el documental que la tiene como objeto. Hace poco, se enteraron los realizadores, dijo: “Seguro que cuando hagan una segunda película les va mejor”.
La semana que viene, Beatriz Portinari - Un documental sobre Aurora Venturini –bellamente narrado en off por Rosario Bléfari–, se estrena comercialmente, el miércoles 19 con un preestreno en Malba y el 20 en los cines Gaumont y Arte Cinema. Fernando Krapp no cree que el estreno cambie el estado de cosas. “Aurora era una incógnita antes de intentar filmar su vida, su cotidiano. Lo sigue siendo.” La película, de alguna manera abandonada por su protagonista, tuvo que ir mutando –de la misma manera que mutan esos monstruos, esos humanoides, de la literatura de Venturini–. Krapp confiesa que, en un primer momento, había tenido la idea de filmar Las primas, pero se dio cuenta de que ésa era una tarea para David Cronenberg o David Lynch. Un documental sobre la misteriosa y elusiva Aurora parecía más accesible. La primera idea era hacer una suerte de biografía inventada contando, incluso, con la actuación de Aurora.
Ella no se entusiasmó en lo más mínimo con esta propuesta. Los realizadores tampoco querían un documental de cabezas parlantes, querían atrapar de alguna manera el mundo de esta mujer de 93 años y más de treinta libros publicados, su personalidad entre cruel y bondadosa, su literatura desaforada y tenebrosa. Pero Aurora, al retirarse, dejó un vacío. Y Beatriz Portinari –el nombre de la musa de Dante es el seudónimo que usó la autora para firmar Las primas en el Premio Nueva Novela de Página/12 en 2007– de alguna manera da cuenta de esos huecos. Las entrevistas a las amigas de Aurora parecen intencionalmente recortadas para agregar incertidumbre: la de Haydeé Bambill, por ejemplo, diez años menor que Aurora, dueña de una 38 cargada, hija de un juez, munida de un bastón que, cuando se tira del mango, revela un estilete (es para protegerse en la calle, dice: tiene 83 años), habla un poco de la familia Venturini y dice: “No tengo por qué decir que su hermanito era normal, pobrecito: era como un bicho”. El tema excluyente de Aurora, en su literatura, es la familia. Pero ella jamás habla de sus lazos de sangre y tampoco de sus parejas. Hay un velo opaco sobre su historia personal. Sólo cuenta que su madre la obliga a sonreír para una foto –y muestra la foto y la cara de enojo de la niña Aurora– y de sus perras, que la acompañaron cuando en su casa de City Bell “había enfermos”. El “enfermo” era sólo uno, su esposo juez, diabético grave, que sufrió varias amputaciones. Prefiere hablar de su encuentro con el Diablo cuando estuvo en coma, prefiere charlar con su amigo el cura exorcista Carlos Alberto Mancuso y hasta prefiere que la filmen haciendo rehabilitación con su kinesiólogo, en una secuencia que ella misma sugirió. “La criticaron mucho –dice Krapp–, me dijeron que la estábamos exponiendo, explotando. Pero la verdad es que fue idea de Aurora y le gustó mucho que la registráramos haciendo sus ejercicios. Ella estaba muy orgullosa de su recuperación, de volver a caminar.”
Beatriz Portinari - Un documental sobre Aurora Venturini empieza con una anécdota real. En 2008, Fernando Krapp y Damián Huergo, que tenían una revista literaria, se reunieron con Aurora para pedirle un texto sobre su primer trabajo, cuando ella tenía 17 años y era docente en un instituto de Minoridad, durante el primer peronismo. Aurora dijo que sí a su manera reticente, podría haber dicho que no también; es difícil sacarle una respuesta directa. El texto les llegó, mecanografiado, un tiempo después. Se llamaba “La venganza de los signos de puntuación”. No tenía signo de puntuación alguno pero, además, no hablaba sobre su trabajo en Minoridad ni sobre ningún otro trabajo. Decía solamente lo que Aurora quería decir. Beatriz Portinari, la película, de alguna manera, también es lo que Aurora quiere que sea, una estructura armada con los fragmentos que ella dejó ver, pedazos de su misterio, relámpagos de humor, súbitos instantes sombríos donde quiere solamente que la dejen sola, sola para escribir, porque, dice, “es lo único que hago, lo demás no me interesa, ¿qué otra cosa podría hacer?”.