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Domingo, 16 de febrero de 2014

ESTA ES UNA CANCIÓN REBELDE

Crónicas Derry es la segunda ciudad más grande de Irlanda del Norte y durante muchos años escenario caliente de la guerra civil, geografía crucial en la historia de un país ocupado y dividido. Fue allí donde, en 1972, veintiséis activistas de derechos civiles fueron asesinados por el ejército británico, masacre que se recuerda como el Domingo Sangriento –que famosamente U2 hizo canción– y que transformó a la ciudad en centro de operaciones del IRA. Hoy, después de quince años de paz, en Derry la gente no quiere a Bono, se siente orgullosa de poder vivir juntos y cada noche repasa las historias de la guerra. Aunque en el Bogside, el área alguna vez destinada a los católicos, los murales mezclan escenas de la masacre con la huelga de hambre de Bobby Sands y retratos del Che junto a decenas de carteles y banderas que apoyan toda causa independentista, desde Palestina y Cataluña hasta el País Vasco y las Malvinas.

 Por Luciana De Mello

Afuera, como siempre, llueve. Estamos subiendo hacia el norte y traemos desde Belfast una nube cargada de garúa fría y constante que nos acompaña camino a Derry, la última ciudad amurallada de Europa que todavía se mantiene intacta a pesar de las bombas. Adentro del auto suena la voz de Christy Moore cantando “Green Fields of France”, aunque ya no lo escuchemos. La historia que cuenta Pat –la madre de Michael, mi compañero– ocupó todo el espacio. Ella tenía ocho años y vivía en el barrio católico de Creggan cuando una madrugada se despertó con un rifle apuntándole a la cabeza mientras otros dos soldados británicos le gritaban al resto de la familia que permaneciera en el suelo, boca abajo, manos a la nuca. “Era una requisa de rutina”, aclara, y se tapa los ojos con las manos. Después sonríe y dice que es la primera vez que lo cuenta como algo excepcional. “Todos los días a la gente le pasaban cosas peores que ésa, cuando estás en una situación así no es que te acostumbrás, pero a quién le vas a ir a llorar.” Michael ahora sube el volumen y señala las ruinas de un castillo de piedra en lo alto de una colina, va manejando sentado a la derecha porque estamos en Irlanda del Norte, territorio aún británico mal que le pese. Para los irlandeses del Norte, cruzar la frontera que los separa de la República libre de Irlanda aún es sinónimo de herida abierta. Pasamos un cartel en la ruta que ofrece “New potatoes for sale” y se me vienen a la mente los versos de “Digging” y ese padre que cava la tierra interpelando la pluma del poeta Heaney; los años de la Gran Hambruna en la que un millón y medio de irlandeses morían famélicos mientras los barcos salían cargados de papas hacia Inglaterra. De repente sale el sol y el cartel de las papas se ilumina como una estampita: el verde a cielo nublado ya era difícil de creer pero bajo esta luz despejada de nubes es algo que daña la vista. Me cuentan que en los bosques de Donegal se pueden percibir hasta cuarenta tonos de verde. Yo no sé contar tantos, pero la intensidad del sol sobre los campos es una maravilla que dura sólo unos minutos, porque la nube vuelve al acecho y nosotros a la ruta que nos lleva a Derry.

Donde las calles tienen nombre

La inscripción dice “Bienvenidos a la ciudad amurallada” en los dos idiomas, celta e inglés, y se ahorra tener que nombrarla. Es que el mismo nombre resume la discordia: Doire en celta, Derry en el inglés de los católicos y Londonderry para los protestantes. Así, en el cartel de señalización que está unos metros más adelante de este nuevo mensaje de paz, alguien tachó London y dejó sólo Derry. “Cuando me mudé a Belfast tenía que tener cuidado, hacía poco se había firmado la paz y el miedo seguía ahí. Cada vez que me preguntaban ‘de qué parte de Irlanda sos’ y yo contestaba ‘de Derry’, ya me estaba escrachando”, cuenta James McGinley, quien forma parte de From Prision to Peace, un programa que trabaja por la reinserción de los ex presos políticos de ambos bandos. La paz se instaló definitivamente hace más de 15 años y hoy la ciudad está por completo renovada: ya no hay gases, ni bombas, ni barricadas con check points en cada esquina y por primera vez en su historia hay hoteles para los visitantes. Sin embargo, nombrar el lugar de origen sigue siendo una toma de partido, un posicionamiento sobre la identidad que se respira en cada esquina de Derry, dividida en dos, también, por un río. El Foyle nace más al oeste, en el condado de Tyrone y cruza Derry hasta desembocar en el Atlántico. Es un río angosto, profundo y caudaloso que tuvo una importancia crucial en la historia política del país: gracias a la fertilidad que sus aguas le proveen a la tierra, esa fue la región elegida por el Imperio para emplazar el centro agricultor más importante de la isla, marcando un período histórico conocido como The Plantations. No es difícil imaginar cómo se llevó a cabo el nuevo sistema de agricultura: los irlandeses fueron despojados de sus tierras y apartados –muralla mediante– de los británicos que la construyeron para defenderse de la barbarie. Suena conocido. Es por eso que los cañones de la muralla apuntan al Bogside (zona pantanosa –vale la traducción–) a donde los católicos eran confinados. Hoy en día el barrio conserva ese nombre y se disputa la atracción turística con la ciudad vieja del otro lado de la muralla, ya que fue precisamente ahí donde el 30 de enero de 1972 ocurrió el Domingo Sangriento, inmortalizado mundialmente por U2 –aunque a los irlandeses del Norte no les guste admitirlo. Sí, odian a Bono por pretensioso y evasor de impuestos, pero aman a The Pogues y sus canciones heroinómanas que cruzan el punk rock con el sonido de la gaita–. “Mientras los Beatles y los Rolling hablaban de drogas y de chicas, de este lado sólo se escuchaba ‘fuck the queen’ entre el sonido de las molotovs en las revueltas.” Michael tiene razón, Irlanda fue y será punkera: ahí están los Stiff Little Fingers en los ’70 con “Suspect Device” (en clara alusión a las bombas) y una década más tarde vendrán las letras de Shane MacGowan, con su adicción a cuestas, cantándole a su pueblo migrante a la fuerza. Morir de pie Es día de visitas. Primero pasamos por Creggan para buscar a Peg Monaghan, la abuela de 85 años que todavía vive en el barrio donde nació. La casa es igual a todas las de la zona: construcciones en hilera con techo a dos aguas y patios traseros que se conectan entre sí por medianeras –sumamente funcionales al IRA que las usaba como laberintos cuando los Brits entraban al barrio–. “Los vecinos los dejábamos pasar, después del Bloody Sunday la gente empezó a ayudar como podía: guardando armas o haciendo ruido con las tapas de los tachos de basura sobre el asfalto para avisar que el ejército se acercaba.” Peg no nos hace pasar ni nos ofrece una taza de té porque dice que está ansiosa por llegar al cementerio. Hoy es el aniversario de la muerte de su esposo y ella nos recibe con un ramito de flores en la mano. Creggan es el barrio desde donde salió la marcha pacífica convocada desde la Asociación por los Derechos Civiles que desde principios de los ’60 reclamaba “Un hombre, un voto; una familia, una casa”. Lo que disparó aquella movilización fue la ley de encarcelamiento sin juicio por la que más de 15 mil católicos marcharon hasta el Bogside sin sospechar que el día terminaría en una masacre. “Desde la calle de enfrente un hombre pedía por un cura, con los brazos en alto, porque había un niño agonizando tirado ahí, en el medio del asfalto. Pero para ese punto el ejército ya se había convertido en una jauría de animales salvajes. Le dispararon al hombre y luego a mí, cuando intenté cruzar para ayudarlos”, declaró John Liddy antes de que llegara la ambulancia y él se convirtiera en la víctima número 14. Protestante y ex miembro de las fuerzas de seguridad, es toda una paradoja que la cinta donde Liddy cuenta los sucesos que vio esa tarde, haya sido clave en el informe que declara inocentes a los otras 13 personas asesinadas, la mayoría de ellos ancianos y menores de edad. Fue uno de los peores errores estratégicos del gobierno británico: esa misma noche el IRA reclutó a cientos de jóvenes y la sociedad entera tomó partido apoyando la causa, como nunca antes había sucedido, de una guerra civil que duró treinta años. El cementerio católico está sobre una colina y tiene una vista privilegiada de la ciudad que se expande hacia abajo. Las tumbas y las cruces latinas se mezclan con las celtas, que les ganan en belleza. Entre las cruces, cientos de mástiles blancos sin bandera: son las tumbas de los caídos del IRA, para quienes también se ha levantado una escultura en piedra. Es un indígena, en un brazo lleva el escudo y en la otra mano un puñal. “Cuchulainn –interviene Peg– es la leyenda de un guerrero celta que, herido en batalla, se ató a una piedra para morir de pie.” Cuando salimos veo algunos mausoleos. Peg me dice que son de familias protestantes y yo la miro sin entender. Me explica que en un principio el cementerio era de católicos y protestantes, me dice que había unas cuantas familias en su barrio. Recuerda especialmente a los Smith y el día en que esos buenos vecinos tuvieron que mudarse al otro lado del río Foyle, más conocido como el Waterside. Dejamos a Peg de vuelta en su casa y bajamos hacia el Bogside. Michael me cuenta que su abuela, al igual que muchos habitantes de Derry, celebró la llegada del ejército británico enviado desde Inglaterra. Al principio pensaron que venían para protegerlos. “Si hasta les servía té caliente a los soldados que patrullaban el barrio, pero pronto se dieron cuenta de que habían llegado para diezmar a los católicos y el Bloody Sunday fue el gran punto de inflexión: Derry se transformó en la principal base de operaciones del IRA.”

Todos tus muertos

El frente de artistas del Bogside pintó los famosos murales de la zona en los que se reconocen escenas del Bloody Sunday, la huelga de hambre de Bobby Sands y retratos del Che recordando su sangre irlandesa, junto a decenas de carteles y banderas apoyando toda causa independentista que haya en el mundo. Palestina, Cataluña, País Vasco, las Malvinas, todos están presentes en esta parte de la ciudad donde se conserva la pared con la pintada que reza “You Are Now Entering Free Derry” (“Ahora usted está entrando en Derry libre”). Los locales la llaman la Free Derry Corner porque delimitaba el comienzo de la zona liberada durante tres años por el IRA y los vecinos del barrio. De este lado del río los cordones de las veredas se pintan de blanco, naranja y verde mientras que del otro, los cordones van de azul, rojo y blanco con banderas de la Union Jack adornando los jardines. Sin embargo la gente de Derry está orgullosa de la paz lograda en los últimos años y el hecho de que haya sido elegida como Ciudad de la Cultura hizo que en el 2013 las dos comunidades se organizaran conjuntamente para celebrarlo. Es cierto, si un visitante despistado no se cruza al Bogside puede que se vaya de la ciudad sin saber de la guerra que por acá ha pasado. Se preguntaría tal vez por qué en pleno centro hay un bar que se llama Sandino y hasta encuentre la insignia de la CGT en alguna de sus paredes. Sin embargo, por más distraído que sea el visitante, no podrá dejar de preguntarse por qué del otro lado del puente todo se ve tan parecido y ordenado, tan eficientemente triste. Hacia allá vamos esta noche porque la hermana menor de Michael acaba de mudarse a uno de esos barrios protestantes, las propiedades ahí son más baratas y muchos jóvenes católicos están eligiendo comprar su primera vivienda de ese lado. Se organizó una cena familiar para conocer la casa y, sentados junto al fuego, nos dedicamos a beber sin moderación y a comer fish & chips mientras comienza la hora que más les gusta a los irlandeses: el momento de contar historias. Visto desde afuera podría parecer una competencia por quién mantiene durante más tiempo la atención-tensión del relato. Ahí arrancan con los cuentos sobre los días en el Bogside, cuando el padre de Michael participó en la toma del Free Derry. Pero de pronto la historia llega hasta esa mañana en la que el padre llevó a los dos más chicos a comprar una mascota y los niños terminaron viendo cómo le volaban los sesos a un soldado británico que estaba parado en la vereda, al resguardo de la lluvia, igual que ellos. “¿Y vos dónde estabas cuando pasó eso?”, pregunta su mujer. “Yo había entrado a lo de Peter para jugarles a los caballos, pero por suerte los chicos no vieron nada”, dice él. Entonces los chicos, ahora grandes, se enfurecen y alguien les pide que se controlen. Claro que vieron. Vieron la sangre corriendo con el agua de la lluvia calle abajo. Vieron el rostro impasible, el modelo y el color de la campera con capucha del hombre que se acercó como si nada y apretó el gatillo. Durante el resto de la noche nos escolta otro silencio, un silencio que dura toda la velada, que se instala adentro nuestro mientras cambiamos de tema, terminamos la cena, mientras volvemos ya muy tarde subidos a un auto que va a cruzar ese río, un auto que nos devuelve a todos a nuestra propia casa.

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Mural Bogside Bloody Sunday: La foto que recorrió el mundo: niño con molotov en mano durante el Bloody Sunday.
 
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