Domingo, 2 de marzo de 2014 | Hoy
Cine Se acaba de estrenar la nueva película de George Clooney, Operación Monumento, basada en la historia real de un grupo de expertos en arte que consiguió formar un comando de rescatistas que se lanzó a la búsqueda, identificación y restitución de muchas obras de arte perdidas en manos del nazismo en la Europa ocupada. En entrevista con Radar, el guionista de Operación Monumento y socio de Clooney, Grant Heslov, cuenta cómo encontró esta historia secreta de la Segunda Guerra, cómo es trabajar con una de las grandes estrellas de Hollywood y cuánto de la destrucción del patrimonio artístico tiene resonancias contemporáneas respecto de los conflictos bélicos que se pelean hoy.
Por Mariano Kairuz
Suele contarse que Hitler, el pintor frustrado y rechazado, retuvo sus ambiciones artísticas a lo largo de la guerra y, hasta donde está documentado, su plan era construir uno de los mayores museos del mundo en el pueblo de su infancia, Linz, en Austria. Se sabe que pretendía bautizarlo, con la sutileza que caracterizó su “obra”, Führermuseum, y que en él se iban a exponer muchas de las más importantes piezas artísticas del mundo, las cuales habían llegado a su poder sustrayéndolas a los museos y los coleccionistas privados a medida que el Reich iba expandiendo sus dominios y anexándose el resto del mundo.
Que finalmente haya fracasado en sus propósitos curatoriales tiene que ver con los sucesos más conocidos de la Historia, pero lo cierto es que, para cuando el Reich había quedado acorralado, las tropas del nazismo ya se habían hecho de cientos de miles de obras confiscadas en los territorios ocupados, y mantenidas ocultas de tal manera que, cuando la guerra acabara, fueran imposibles de recuperar. Esto es, si todavía existían, y los nazis en retirada no habían decidido quemarlo todo. O incluso, si las bombas aliadas no las habían terminado de destrozar aleatoriamente.
Desesperados ante la perspectiva de esta potencial destrucción patrimonial, un grupo de expertos en arte consiguió constituir una suerte de comando de rescatistas con alguna experiencia militar, que se lanzó a la búsqueda e identificación (y restitución a sus dueños originales, cuando era posible) de muchas de las obras perdidas en manos de las huestes hitlerianas, por los territorios ocupados de Europa, principalmente Alemania, Francia y Bélgica. Este comando aliado, que estaba conformado por más de dos centenares de personas, entre norteamericanos y europeos, se llamó Monuments, Fine Arts & Archives Division (División de Monumentos, Bellas Artes y Archivos), y aunque fue menguando al terminar la guerra, se mantuvo activo entre 1943 y 1951. Cinco años atrás, el historiador e investigador Robert Edsel dejó registrada su historia en un voluminoso libro llamado Monuments Men: Allied Heroes; Nazi Thieves and the Greatest Treasure Hunt in History (Los hombres monumento: héroes aliados, ladrones nazis y la más grande búsqueda del tesoro de la historia) en el que se enfoca en un pequeño grupo de estos hombres-monumento, y se concentra particularmente en siete de ellos, sus historias y su misión. Este mes, la historia de los Monuments Men parece destinada alcanzar a un público todavía más masivo en tanto se estrena en el mundo Operación Monumento, la película basada en su misión, dirigida y protagonizada por George Clooney y con un reparto que incluye a Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Bob Balaban y Jean Dujardin, integrando una suerte de menos-que-doce-del-patíbulo formados en las bellas artes.
“Me topé con el libro de Robert Edsel en un aeropuerto, cuando buscaba algo para leer durante el viaje”, le cuenta por teléfono a Radar Grant Heslov, el actor, y director (Hombres de mentes), amigo de Clooney desde hace treinta años, su socio, y su coguionista y coproductor en Operación Monumento, que se estrenó el jueves pasado en Argentina. “Fue algo que no esperaba: leí el libro y me voló la cabeza. No conocía la historia. Uno cree que ya se conocen todas las historias sobre la Segunda Guerra, pero creo que ésta no es muy famosa. Ese fue el punto de partida. Lo discutimos con George, y luego nos reunimos con Edsel ocho horas diarias durante una semana para empezar a desgranar el libro; dar con los puntos más importantes de este tomo de 700 páginas, ir pelándolo como las capas de una cebolla, ver con el autor cuáles eran los personajes que hacían avanzar la historia, y empezar a inventar material, porque necesitábamos que, además de todo lo que tiene de fascinante la historia real, fuera un relato divertido, un buen espectáculo. Me consta que Edsel, que nos acompañó a presentar la película en la Berlinale, quedó muy contento con el resultado final de tanto recorte y condensación.”
La idea era hacer una película menos cínica que Secretos de Estado (Ides of March), la anterior de Clooney, y la historia de los Monuments Men les proveía todo el heroísmo, el romanticismo y la épica que buscaban. Es un tipo de material, dice Heslov, más fuerte que la ficción, el tipo de cosas que provee la realidad y que un guionista se mataría por poder inventar.
Sacando chapa una vez más de galán con sensibilidad y conciencia histórica, política y social, Clooney interpreta al experto en conservación de obras de arte Frank Stokes, que está inspirado directamente en un personaje real, el especialista del museo Fogg de Harvard, George S. Stout. Stokes es, en la película, el responsable de armar este cuerpo de especialistas entrenados en arte. Pero el personaje más interesante es, sin embargo, el de Claire Simone, que interpreta Cate Blanchett con temple de hielo. Basado en la figura real de Rose Valland, ex empleada de museo que se unió a la Resistencia, Simone es la secretaria del Jeu de Paume –centro de arte ubicado en las Tullerías de París, poseedor de obras maestras del impresionismo–, donde trabajó por años bajo la mirada atenta y directa de los oficiales burócratas de la Wehrmacht. Cuando llega hasta ella Matt Damon para pedirle su asistencia para la misión, ella le da un trato gélido, distante y suspicaz, oponiéndole una desconfianza que inicialmente parecerá muy difícil de quebrar: para ella, este grupete de norteamericanos idealistas no pretende otra cosa que, a la tradicional manera de los egiptólogos británicos, rescatar todo este patrimonio artístico robado y una vez terminada la guerra llevárselo a sus propios museos y administrar su acceso al público. Es el punto de vista más arriesgado de la película, en tanto ofrece la mirada reticente del extranjero, con particulares resonancias en los años posteriores al 11S, cuando los norteamericanos descubrieron azorados que su imagen en el mundo era mucho menos impoluta de lo que creían. A propósito de este film, algunos críticos recordaron que, cuando a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Bush, le advirtieron que las operaciones militares norteamericanas en Medio Oriente se estaban llevando puestas varias obras artísticas milenarias, el hombre lo consideró un mero daño colateral: “La guerra es desprolija. Pasan cosas”. En la conferencia de prensa llevada a cabo un par de semanas atrás en el Festival de Berlín, para la première mundial de Operación Monumento, Clooney recordó que este episodio particular de la Segunda Guerra tiene hasta cierto punto una réplica en la actualidad. “Me pareció que tenía sentido abordar en una película un tema como la destrucción sistemática de una cultura –dijo–, que es algo que no ocurrió únicamente durante los años del Reich sino que sigue vigente. Ocurre cada vez que se destruyen o se roban joyas arquitectónicas y artísticas en Siria, Afganistán, Irak o Sudán. Los estamos dejando sin su propia cultura.”
Sin embargo, dice Heslov, aunque el personaje de Blanchett está abierto a ser interpretado de este modo (como un guiño de actualidad), no fue eso lo que tenían en mente cuando lo escribieron con Clooney. “Creo que tiene más que ver con la idea que había antes de la Operación Monumento”, dice el guionista. “Históricamente, el que triunfaba se quedaba con el botín, era la ganancia del que obtenía la victoria. De ahí proviene la desconfianza de Simone, y ésa es la razón por la que al principio ella no quiere entregarle al personaje de Damon la lista de obras trasladadas por los nazis, el catálogo que había conseguido hacer, meticulosa, clandestinamente, durante todo el tiempo que trabajó en la París ocupada. Queríamos describirlo de una manera en la que su cambio de postura tuviera cierto peso, que de a poco, muy, muy lentamente, ella empezara a confiar en ellos, y a darse cuenta de que este grupo de hombres representaba la única oportunidad de salvar muchas de estas obras.”
La amistad de Heslov y Clooney se remonta a más de treinta años atrás, cuando ambos eran aspirantes a actores. Heslov le prestó al futuro protagonista de ER Emergencias 200 dólares para que se hiciera las fotos promocionales con las que los agentes de Hollywood salen a buscarles trabajo. Nunca perdieron contacto: Heslov estuvo ahí cuando a principios de los ‘90 un Clooney ya decidido a convertirse en director filmó un corto con el que pretendía venderles a los productores su idea para su primer, muy personal, largometraje sobre un grupo de adolescentes, más de una década antes de Confesiones de una mente peligrosa y Buenas noches y buena suerte. Cuando Clooney armó con Steven Soderbergh la productora Section Eight, Heslov se ofreció “hasta para limpiarles los pisos”, pero Clooney sabía que podía emplearlo mucho mejor, y lo convirtió en una de las patas fundamentales a la hora de desarrollar nuevos proyectos en colaboración. Tras la disolución de Section Eight, Heslov y Clooney iniciaron otra productora bautizada Smokehouse Pictures, bajo la cual desarrollan sus respectivos proyectos y producen los de otros: Heslov escribió el segundo largo como director de Clooney, Buenas noches y buena suerte, e hizo allí su propio debut como director, con Hombres de mentes (The Men Who Stared at Goats, 2009, con Clooney e Ewan McGregor a la cabeza de un reparto de famosos). El año pasado se llevaron el Oscar a Mejor Película como productores de Argo, de Ben Affleck. Heslov y Clooney suelen estar muy involucrados en cada proyecto que emprenden: en la reciente Agosto: condado de Osage –la adaptación de la obra de Tracy Letts con Meryl Streep, actualmente en cartel– ambos estuvieron presentes en el set durante todo el rodaje.
Hay un entendimiento natural entre los dos, y ciertas obsesiones compartidas: aunque buena parte de su producción es de ambientación contemporánea, varias de sus producciones más personales –como Buenas noches y buena suerte, Leatherheads y ahora Operación Monumento, todas dirigidas por Clooney– son films de época, ambientados respectivamente en los ’50, los ’20 y ahora los ’40. “Supongo que antes que nada es una coincidencia –explica Heslov–, pero tiene su significado: ése es el período previo a que nosotros naciéramos. Esa época es la de la generación de mis padres y la de mucha gente que conocí, y como no tuvimos oportunidad de experimentarla de manera directa, podemos disfrutar de explorarla a través de las películas. Ese período fue en muchos sentidos uno de los mejores de Norteamérica, y la Segunda Guerra fue la última guerra que todo el mundo creyó que valía la pena pelear. Pero creo que también había cierta oscuridad en esos tiempos, y eso es algo que nos da curiosidad, porque la verdad histórica siempre es un poco diferente de lo que uno llega a conocer; siempre hay un subtexto, dobleces, cosas que la gente no recuerda o no debate. Es la principal razón por la que es tan interesante hacer películas ambientadas en el pasado.”
Heslov recuerda que vieron junto a Clooney unas cuantas películas de guerra, clásicas y recientes. “Pero los clásicos –dice– los vimos más que nada para tratar de decidir menos qué hacer o en qué inspirarnos, que para ver qué es lo que no teníamos que hacer. Hay algunas películas que nos fascinaban de jóvenes que hoy no se sostienen tan bien, en particular en las actuaciones. Hoy hay otro tono, yo diría que más real. Las que mejor han resistido el paso del tiempo son probablemente Un puente demasiado lejos y El gran escape. De esta última hay una relación entre James Garner y Donald Pleasence que nos gustó mucho, queríamos tratar de darle algo de eso a la relación entre nuestros personajes. Hay cierta camaradería entre ellos que creo que es lo que hace la guerra: te pone en una situación hiperrealista que te lleva a adoptar esa actitud de confiar en quienes tenés a tu lado. También vimos films más nuevos, como La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan, pero creo que esos son films muy serios, sobre el horror de la guerra, y el nuestro no es tan serio ni tan trágico: nuestra película no puede dejar de reconocer los horrores de la guerra, pero para nosotros el conflicto es el trasfondo, el contexto en que se desarrolla nuestra historia, que es un espectáculo de entretenimiento para el gran público.”
Pero entre las películas que Heslov no menciona hay un referente esencial que Clooney sí mentó al pasar: El tren, una obra maestra de 1964 que anticipa todo el cine de acción de los ’80 –de Duro de matar para acá–, dirigida por John Frankenheimer, en la que Burt Lancaster interpreta a un inspector ferroviario francés que se une a los esfuerzos de la Resistencia para intentar detener los trenes en los que la Wehrmacht se lleva las obras de arte robadas durante la guerra. La película está basada en el libro Le front de l’art, de Rosa Valland (en quien se inspira el personaje de Blanchett en Monuments Men), y en ella Lancaster proclamaba: “No voy a sacrificar vidas humanas por pinturas”. De manera similar, una pregunta se formula machaconamente en Operación Monumento: ¿una obra de arte vale una vida? Sin embargo, el propio personaje de Stokes (Clooney) es quien convence a Roosevelt de que hay que llevar a cabo la misión bajo la convicción de que “estas obras son la misma base de la civilización que estamos defendiendo”: “¿Quién se asegurará de que el David siga de pie y la Mona Lisa sonriendo? Si todo es destruido, será como si las culturas que lo produjeron nunca hubieran existido”. “Creo que para mí la respuesta a esta pregunta sin respuesta se volvió clara mientras escribíamos la película”, dice Heslov. “No creo que una sola pieza de arte valga una vida. Si tuviera que elegir, siempre elegiría proteger la vida humana. Pero si tomás el arte como un todo, como una idea, la idea de que Hitler estaba tratando de hacer desaparecer una cultura entera, y que va a estar aquí muchos años después de que nosotros hayamos desaparecido, entonces sí, creo que se vuelve algo por lo que vale la pena luchar, y hasta morir.”
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