Domingo, 1 de junio de 2014 | Hoy
RESCATES Como un juego en donde dos tiempos se cruzan, La última película es una serie de intervenciones que realiza el director Federico León en estacionamientos que alguna vez fueron cines. Sin reformar el espacio actual, la intervención proyecta entre autos y a veces con público el último film programado antes del cierre de la sala, en la misma pared donde alguna vez hubo una pantalla.
Por Romina Resuche
En menos de 30 años cerraron cerca de 300 salas en todo el país y en la ciudad de Buenos Aires se pusieron placas, similares a lápidas, para conmemorar la existencia de los cines caídos en la vereda donde solían estar. Cines que surgieron de momentos dorados, con lujos arquitectónicos. Cines que también fueron teatros, y en los que –según un vecino o cuidador siempre cuenta– alguna vez cantó Gardel.
Muchas de las calles que albergaban salas son peatonales, pero ni ellas se salvaron del cambio de rubro. En lugar de estacionamientos, abrieron comercios varios –incluidos los de la fe y el juego– que cambiaron estructura y aspecto de las edificaciones originales. Los estacionamientos, en cambio, con su sencilla finalidad de dar espacio para dejar algo quieto, no necesitaron modificar la fisonomía, ni borrar rastros de la actividad anterior para concretar su negocio.
La imagen que inspiró a Federico León, director de cine y teatro, para pensar La última película, fue la del ex cine Libertador –en avenida Corrientes–. Hoy es un hotel, pero tiene pasado de estacionamiento y de sala cinematográfica. Ese imaginario del estacionamiento ex cine fue el que impulsó una investigación que le llevó años hasta concretar, junto a Marcos Martínez –codirector de su película Estrellas de 2007–, la primera de sus intervenciones.
Cuando León empezó su búsqueda de información sobre el cambio de rubro de muchos cines porteños, se encontró con que catorce ex cines de la capital eran, al momento de ese relevamiento, estacionamientos. El director y su colaborador visitaron entonces los espacios para ver estado y uso actual, y enseguida largarse a averiguar cuál fue la última película proyectada en cada uno de ellos.
Ambos confiesan que conseguir alguna de las películas fue complicado, pero que más compleja fue la investigación de cuál había sido la última en cada caso. Para saberlo debían tener fecha cierta de cierre y para eso consultaban en el archivo de la Biblioteca del Congreso los diarios para ver cuándo dejaba de estar equis cine en la cartelera.
El ex cine Real fue el primero que visitaron. Queda al lado del teatro Maipo y es el que, ya como estacionamiento, más rastros conserva de la sala que alguna vez fue. “La cabina de proyección está intacta, como una ruina, en el último piso”, señala León. Preguntando, supieron que el primer destino del predio antes de ser un cine fue otro estacionamiento, uno de carruajes. Y casi como si cíclicamente volviera a su función original, hoy es el Esmeralda Parking. León y Martínez imaginaron entonces poder jugar con las diferentes reencarnaciones del espacio en favor de su performance.
La gestión con los actuales dueños del lugar para activar La última película tuvo varios sí y varios no. La idea original: casi sin intervenir el espacio, ni su acción diaria, hacer una función con público, proyectando sobre la pared donde estaba la pantalla el último film que aquel cine programó antes de cerrar. Ante el primer sí, pudieron ensayar la puesta y un pequeño grupo de producción pudo vivir y registrar la experiencia. Luego del no al acceso de público, el director y su equipo se dieron cuenta de que la intervención ya había ocurrido. Lo habían hecho. Unir dos tiempos, crear una ficción invitando al fantasma de lo último. De eso se trataba.
El plan de recordarles a esas paredes la luminiscencia de su última proyección en 1991, a través de los fotogramas de La ley de la calle, de Francis Ford Coppola, estaba realizado. “El proyecto se abrió –cuenta León–, vimos que podía hacerse con o sin público. Y aunque muchas cosas fueron vividas como fracasos y las sufrimos, después descubríamos que cada una en realidad se podía capitalizar.”
La variada ubicación geográfica de los cines estacionamientos, céntricos y barriales, los hizo pensar al principio en un recorrido mapeado que propiciara funciones a lo largo de un mismo día, para diversos gustos y en distintas zonas. Al generarse la opción de intervenir más íntimamente, el proyecto siguió con esa impronta en otros dos ex cines de barrio que cayeron en la primera camada de cierres: el Parque Chas con Pacto siniestro, de Hitchcock –proyectada en 1961– y el Cóndor con Angustia de un querer, de Henry King –programada en 1962–.
Las instancias y los hechos le dieron al proyecto múltiples formatos derivados de la primera idea, que se amplió con elementos como la fotografía. Así convocaron al artista Ignacio Iasparra, que documentó desde su línea autoral las intervenciones. “Las fotos en sí mismas fueron un objeto más de la obra, no sólo un registro –marca León–. Tienen un peso especifico, abrieron otros mundos.”
La intervención que permitiera el acceso al público seguía siendo un objetivo y, para eso, la proyección debía aumentar la calidad. Pasadas las tres funciones privadas, el estacionamiento Cuadra, en Villa Urquiza, les fue habilitado para la experiencia con público. En el marco del Festival Espacios Revelados, a fines de marzo de este año, entre el atardecer y la noche de tres días consecutivos proyectaron en el ex cine 9 de Julio la película Los 300 héroes, de Rudolph Maté. En paralelo, un episodio de la saga remake (300: el nacimiento de un imperio) coincidía en cartelera. Un nuevo juego del tiempo sumaba ingredientes a la materialización de la idea.
“El estacionamiento es solitario, sólo va la gente con su auto y lo deja. Es un lugar donde uno no se queda nunca. Pero ese día era feriado y los que vinieron al principio se sentaron y se quedaron, se convirtió en un lugar tomado”, relata Martínez. Y destaca que, mientras en las dos primeras funciones la gente entraba y salía al poco rato, en la jornada final se acercaron más los vecinos del barrio y se instalaron durante toda la película.
La idea no era recrear el cine y poner butacas, sino la comunión de cine y parking. Intervenir lo menos posible fue la premisa, respetar el lugar tal cual es hoy. “Ver 40 personas en el espacio demostraba que el público terminaba de completar la obra”, afirma León.
Al entrar la gente, la proyección ya llevaba un rato andando. Y cuando se iban, en el momento en que se fueran, la película seguía proyectándose. “Como si se estuviera proyectando desde el ’64, es algo empezado, que alguien descubre, y que seguirá”, explica el director. Con ese mismo ánimo, La última película se vuelve obra continua.
Para Federico León, se trata de un proyecto en desarrollo, con latencia de intervención participativa, y que no tiene un objetivo final determinado, sino el potencial de muchas obras desde una. Le gusta la idea del tiempo hacia adelante, de pensarlo como algo que puede extenderse por décadas. Un sitio web en construcción albergará registros, obra en relación, datos sobre la serie y detalles de la continuidad del proyecto. Se piensa un libro como broche final, pero hoy la investigación y las intervenciones siguen más allá de la ciudad. Mendoza y La Plata son algunos de los destinos en foco.
Con La última película, el director vuelve a trabajar con el tiempo, como en su obra de teatro Yo en el futuro, donde reflexionaba sobre la repercusión del pasado en el presente y cómo este último reinventa lo que ya pasó. En este caso, el tiempo hizo la curaduría de esas películas que hoy representan tanto el acto final de aquellos cines como el regreso de la luz del proyector a sus paredes.
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