Domingo, 1 de junio de 2014 | Hoy
ENTREVISTA En menos de diez años, Benjamin Lacombe se convirtió en uno de los ilustradores y autores de libros infantiles más famosos del mundo. Desde los Cuentos macabros de Poe o Nuestra Señora de París de Victor Hugo, hasta éxitos propios como El herbario de las hadas, sus dibujos refinados y sofisticados ya resultan inconfundibles. Y también intercambiables: un adulto puede disfrutar de las referencias cultas y pop, un niño de sus relatos encantados y oscuros. En charla con Radar, Lacombe contó cómo fue encarar las 700 páginas del clásico de Victor Hugo, de qué se trata su nuevo comic sobre Leonardo da Vinci y su amante varón y por qué cree que un universo simple y edulcorado no es interesante ni bueno para los chicos.
Por Ariadna Castellarnau
Su trabajo consiste en iluminar el texto, sostiene, una variable sensible y significativa que está en el origen de la palabra ilustrar, illustrare en latín, es decir, sacar a la luz, alumbrar. Benjamin Lacombe nació en París en 1982 y empezó a dibujar en los márgenes de los libros, costumbre que su madre, sensible a la literatura pero no tanto al dibujo, trataba de reconducir. Dice que a los trece años ya sabía que quería ser dibujante, por amor a los libros y a sus personajes. Podría haber salido novelista, haber sentido el impulso incestuoso de perpetrar libros por el placer que genera la lectura de los libros. Pero él tenía otro tipo de talento. El talento de la imagen. Su trabajo de final de carrera, Cerise Griotte (Cereza guinda) llamó la atención de la editorial Seuil Jeunesse, que lo imprimió con muy buena recepción crítica en 2006. Al año siguiente, lo publicó el sello estadounidense Walker Books, y Lacombe se convirtió en toda una celebridad cuando Times Magazine eligió a Cerise Griotte como uno de los diez mejores libros para niños publicados en 2007.
Lacombe lleva consigo un álbum de bocetos Moleskine, lo pone sobre la mesa del café y lo abre para mostrar algo en lo que está trabajando. La apretada y dramática perfección de sus dibujos ya acabados, editados e impresos en las páginas de sus libros está ahí, en el origen, en el garabato. No hay trampa. En un mundo tan confiado en los artificios digitales, cuesta creer que pueda existir algo como esa Moleskine llena de dibujos a lápiz y birome que aprietan el corazón de pura belleza y dolor. Benjamin empezó haciendo publicidad y animación, la salida más vistosa y segura para un egresado de la escuela de bellas artes que no tiene vocación de morirse de hambre. Pero el chico sensible, al que de niño le encantaba ir a la ópera con su madre y que se emocionaba escuchando el aria “Un bel di vedremo” de Madama Bu-tterfly o con la lectura de los cuentos de Poe, tenía otros planes: él quería contar y dibujar sus propias historias, y en el mundo de la animación intervenía demasiada gente, demasiados jefes, y había que esperar mucho tiempo antes de poder apreciar el resultado final. Y así fue como Benjamin eligió un camino distinto, el de hacer libros, y llegaron sus espectaculares versiones de Cuentos macabros, de la Blancanieves, de su adorada Madama Butterfly. “Ilustrar la ópera de Puccini era uno de mis proyectos más ansiados. La primera vez que la oí me cambió la vida, sentí una emoción muy fuerte y quería transmitir esa misma intensidad.”
En 2001 enfrentó su mayor reto profesional, tanto por la envergadura de la obra que le tocó ilustrar como por el ingente trabajo que supuso el proceso creativo: tres años y medio para completar los cien dibujos que acompañan las 678 páginas de Nuestra Señora de París, publicada en español por la editorial Edelvives. “Un día me contactó un editor de Random House y me pidió doce dibujos para una colección de clásicos que iban a sacar, y entre los cuales estaba la novela de Victor Hugo, y me dije: nadie rechazaría algo así. Luego pasó que les propuse a mis editoras, las mismas con quienes edité los Cuentos macabros, hacer una versión ilustrada de Nuestra Señora de París. No fue fácil. Para poder abordar este proyecto tuve que sobreponerme a la monumentalidad de la obra.” La versión de Lacombe no se parece a ninguna de las tres versiones cinematográficas anteriores: la de Lon Chaney, Charles Laughton o Disney. Es escrupulosamente fiel al texto de Victor Hugo, y al mismo tiempo original, como si el jorobado Quasimodo y la bella y escurridiza Esmeralda vivieran por primera vez en el papel.
¿Cómo te documentaste para revivir el París de 1482?
–El París que describe Victor Hugo en Nuestra Señora no existe más. Haussmann lo destruyó, sólo queda una casa de la época. Yo soy parisino, tengo Notre Dame al alcance de la mano, era tan fácil como ir, mirarla y dibujarla. Sin embargo no fue tan fácil. La imagen y la estructura de la ciudad eran muy distintas en aquella época. Las casas eran bajitas y estaban pegadas casi a Notre Dame, de manera que la catedral se destacaba muchísimo sobre todas ellas. Los parisinos debían sentirse bastante aturdidos. Cuando empecé con los primeros bocetos, me propuse transmitir la dimensión que para aquellas personas debía tener Notre Dame. Por eso trabajé con tantos picados y contrapicados.
Muchos han comparado a Benjamin Lacombe con Tim Burton, filiación de la que él se siente orgulloso, aunque reconoce que sus mundos no tienen tanto que ver. Y es cierto. A primer golpe de vista Lacombe y Burton parecen compartir ciertos elementos obvios: la imaginería gótica, el contraste (el rojo sanguíneo mancha y corta la atmósfera gris y negra), la textura etérea de las pesadillas, los vínculos freudianos a momentos crueles de la infancia que se insinúan todo el tiempo en el trasfondo de los personajes. Sin embargo el mundo de Lacombe es más refinado, más sofisticado, más femenino. Es una versión perfumada de Burton, como si todos los personajes del cineasta americano se hubieran ido a pasar un otoño particularmente ventoso en ese pueblito que sale en A la recherche du temps perdu, que Proust llama Balbec, aunque su verdadero nombre es Trouville Sur Mer, y se hubieran alojado en Le Grand Hotel de Cabourg, para alimentarse exclusivamente de bocaditos de lenguado menier, tras lo cual hubieran regresado algo afrancesados y afectados, vestidos con ropa cara en vez de harapos y un spleen incurable alojado en el fondo del corazón.
La mención de Proust no es arbitraria. El propio Lacombe considera al autor francés uno de sus máximos referentes literarios. Del mismo modo, cuando llega la hora de hablar de los dibujantes, pintores y artistas que marcaron su trabajo, Lacombe habla con admiración de Edward Gorey, de Maurice Sendak, de Hitchcock, de la pintura flamenca, del tenebrismo de Caravaggio, de Leonardo da Vinci, David LaChapelle y de Erwin Olaf. “Mis influencias son muy dispares y trato de abordar cada trabajo de un modo distinto del anterior. Por ejemplo, para ilustrar los Cuentos macabros me inspiré en Hitchcock. Poe es muy visual, consigue que veas todo con una claridad absoluta. Yo no quería arruinar este efecto. Por eso preferí insinuar. Cuando por ejemplo Poe habla con horror de los dientes de Berenice, yo elegí no mostrarla y dibujar tan sólo su silueta.”
Algo parecido hiciste con Blancanieves.
–Es difícil trabajar con un clásico como Blancanieves, porque todo el mundo conoce la historia, por eso preferí hacer imágenes más simbólicas que narrativas, que no cuentan lo que sucede, sino que develan lo que está detrás de la historia, lo que subyace y no tanto lo que todos sabemos. Además me basé en el texto original, que es bastante aterrador, por cierto.
Algunos pensarán que esto que hacés no es para niños.
–Me interesa hacer cosas complejas y sé que los niños pueden entenderlas. Que algo sea complejo no significa que no sea apto para ellos. En mi opinión hay demasiado colorín en la literatura infantil y juvenil actual.
Sin embargo ilustrar para adultos y para niños requiere estilos distintos.
–Cuando ilustrás un libro para niños necesitás que la imagen sea más clara, que se destaquen de inmediato los elementos principales. Por el contrario, los dibujos de Cuentos macabros están plagados de detalles que si no ponés atención pasan de-sapercibidos. De todos modos, un buen libro tiene distintos niveles de lectura, así que un adulto puede disfrutar tranquilamente de un libro para niños si éste es interesante y está bien hecho.
En sus ilustraciones revolotean cuervos de ojos saltones, madrastras malvadas con aspecto nórdico, vagamente parecidas a Nicole Kidman, y niños de ojeras oscurísimas y unas caras de melancolía que te parten el corazón. En su libro Genealogía de una bruja, Lacombe dibujó a la hija de una amiga. Es su cara, pero sin piernas ni brazos, un horror. Benjamin cuenta que tenía miedo de la reacción de la niña, pero que la madre le enseñó el dibujo y le preguntó: “¿Te molesta?”, a lo que la niña contestó: “No, al menos puedo rodar”. “Los padres suelen preocuparse mucho más que sus hijos. Con mi libro Los amantes mariposa los adultos se lamentaban de que era muy triste. Sin embargo los niños razonaban de otro modo y decían que no era triste, sino que los personajes estaban tan enamorados que se convertían en mariposas. Yo creo que un universo demasiado simple y edulcorado no es interesante ni bueno para los niños. No está mal que los niños sientan miedo de vez en cuando. El miedo forma parte de nuestra vida, al igual que la muerte.”
Ilustraste un cuento de Navidad, esto suena algo más optimista.
–Con mi amiga y cantante Olivia Ruiz queríamos hacer desde hace tiempo un álbum musical. Ya habíamos trabajado juntos antes, en Melodía en la ciudad. Se nos ocurrió hacer un cuento navideño pero sin los tópicos de la Navidad: la religión, Papá Noel o los Reyes Magos. Swinging Christmas es un libro sobre el amor a los libros y a la lectura, y al mismo tiempo es una historia musical. Para el CD que acompaña el libro, Olivia montó una Big Band con su grupo, The Red Star Orchestra, y grabamos canciones de ambiente navideño. Así que sí, es otra cosa.
Benjamin confiesa que tiene dos amores: sus perros (Lisbeth y Virgilio, que trata de meter en todos sus libros, como aquellas estelares y fugaces apariciones de Hitchcock en sus películas) y Leonardo da Vinci. A él dice que le debe eso de que sus personajes no sonrían jamás, o que sonrían “pero sin mostrar los dientes”. Junto con Paul Echegoyen, también dibujante, Lacombe acaba de terminar un comic sobre Leonardo da Vinci, pero haciendo hincapié en su historia de amor con Salai, que fue su ayudante durante más de treinta años, además de ser la beldad andrógina que se esconde detrás del retrato de San Juan Bautista. Para escribir e ilustrar esta historia tuvo que recopilar una enorme cantidad de bibliografía y fuentes, puesto que Leonardo, en sus diarios, habla muy poco de sí mismo. “Quería romper los falsos estereotipos que rodean a Da Vinci y que dicen que era un pintor viejo, loco... En realidad era un hombre guapísimo, inteligente, sublime. No se debían sentir cómodos con él los demás artistas. Debió ser difícil para él ser homosexual y trabajar para el Papa.” Benjamin se emociona al hablar de este proyecto. Cuenta que cuando empezó a trabajar con este libro no estaba tan presente en Francia el debate sobre el matrimonio homosexual. Alguien como Leonardo da Vinci puede ser un ejemplo, sostiene, se puede aprender mucho sobre él, como sucede con otros personajes históricos. A la pregunta de cómo logra hacer tantas cosas a la vez y tan bien, Lacombe responde con la despreocupación que sólo puede lograr un francés y parisino: “Pienso a menudo en la muerte, sobre todo cuando estoy desbordado de trabajo, me digo, al menos antes de morir tengo que terminar esto. La muerte es lo que hace que la vida tenga valor y sea mucho más bella”.
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