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Domingo, 29 de junio de 2014

LO QUE NO TE MATA TE FORTALECE

Bajo la misma estrella se convirtió en la película más taquillera de Hollywood en lo que va del año, con un tema que, en apariencia, podría espantar al más estoico de los espectadores: el romance de dos adolescentes enfermos de cáncer. Y sin embargo, la adaptación de la novela de John Green se convirtió en el nuevo y muy rentable fenómeno teen, el primero de esta envergadura desde Crepúsculo y Los Juegos del Hambre. Es el mismo clavo en el que golpea la serie catalana Pulseras rojas, que pronto filmará Steven Spielberg, basada en la experiencia real del actor Albert Espinosa, y que hoy se difunde por numerosos países, incluida la Argentina. El estreno de Bajo la misma estrella trae la polémica del “negocio del cáncer”, la romantización de la enfermedad y los peligros de exponer a los chicos a una visión edulcorada de un drama terminal. Y sin embargo, nada parece ponerle techo, por el momento, a esta tendencia que reconoce un lejano parentesco con Love Story, pero que sabe captar lo difícil que resulta ser joven en un mundo lleno de peligros.

“Creo que tenemos una opción en este mundo acerca de cómo contar historias tristes. Por un lado, se las puede edulcorar. Nada será tan complicado que no pueda arreglarse con una canción de Peter Gabriel”, dice la protagonista al comienzo de Bajo la misma estrella; para enseguida advertir: “A mí me gusta esa versión como a cualquier chica. Pero simplemente no es la verdad”.

Bajo la misma estrella es la adaptación al cine de la novela del mismo nombre (The Fault in Our Stars, en el original) del norteamericano John Green, un bestseller bestial en Estados Unidos, en buena parte de América latina, y ahora mismo acá, donde encabeza semana a semana la lista de más vendidos. La película viene reproduciendo el éxito del libro desde su estreno estadounidense, a comienzos de este mes, y ya es la producción más redituable de Hollywood en lo que va del año: realizada con un presupuesto relativamente pequeño de unos 12 millones de dólares, ya lleva recaudados más de 160 millones en el mundo. Se trata, como ya lo sabrán muchos a esta altura y a pesar de que su campaña publicitaria local es extremadamente sutil al respecto, de la historia de amor de dos adolescentes con cáncer terminal. Se la ha llamado “la Love Story” del siglo XXI, porque utiliza un argumento muy específico para potenciar la idea ultrarromántica del amor imposible, aunque en muchos aspectos es bien diferente de la película que convirtió a Ali MacGraw en una superestrella instantánea en 1970. Lo que parece encarnar Bajo la misma estrella, a la cabeza de una serie de libros y series sobre adolescentes con cáncer, y de modo casi simultáneo con el éxito expansivo de la miniserie de la televisión catalana Pulseras rojas, es la expresión más visible de un fenómeno destinado a la polémica: un nuevo, algo morboso subgénero de ese nicho del consumo cultural que los norteamericanos clasifican como YA (Young Adult: jóvenes adultos) y cuyo último gran golpe comercial había sido el que dieron, justo antes, y apenas después de Crespúsculo, las sagas distópicas protagonizadas por púberes sufridos, altruistas y salvajes, como Los juegos del hambre, Divergente y The Maze Runner.

El fenómeno es de mercado, pero las razones por las que ha sido abrazado con tanta fuerza por sus fans parecen ser las mismas que están detrás de quienes salieron a atacarlo y a defenderlo con fiereza: que el relato del adolescente enfrentado tan tempranamente a la finitud de su vida –y obligado a cumplir con su hormonal lista de cosas que hay que hacer antes de morir– puede funcionar tanto por su morbo como por su poder terapéutico y catártico. Algunos ven en él un registro sensible o real de una experiencia amarga (o al menos de algunos de sus elementos esenciales), otros mero golpe bajo y extorsión emocional.

AMOR SIN DEFENSAS

“Y nosotros elegimos la manera graciosa” (de contar una historia triste), dirá un poco después Hazel, la chica de 16 que protagoniza Bajo la misma estrella y que desde que le diagnosticaron la enfermedad, a los trece, lleva a todos lados el tanque de oxígeno que compensa sus muy disminuidos pulmones, sabiendo que habrá días mejores y días peores, pero ya no hay vuelta atrás para ella. La manera “graciosa” (funny, en inglés, que es una palabra más ambigua: también significa raro) implica, entre otras cosas, bastante humor negro. En ese tono se cuenta cómo Hazel narra cómo conoció a Augustus (18 años, una pierna extirpada por el cáncer, en remisión al empezar el relato) en un grupo de contención para adolescentes enfermos, cómo se enamoraron, y los detalles de su breve pero muy intensa relación.

Dirigida por Josh Boone sobre un guión que sigue muy de cerca las vueltas argumentales y los diálogos del libro de Green, Bajo la misma estrella está destinada a fascinar e irritar. Probablemente fascine a los chicos y las chicas que se acerquen a la historia de amor y se encuentren con ese “plus”, el drama lacrimógeno de la enfermedad terminal. Probablemente irrite a muchos que vayan en busca de un relato que refleje con autenticidad una realidad muy cruel y se encuentren con que –aunque no hay salvaciones mágicas ni divinas ni nada por el estilo para los protagonistas–, muchos de los detalles más escabrosos han sido pulidos para hacer la experiencia digerible para su público. La campaña gráfica de la película es elocuente al respecto: la imagen de chico y chica hollywoodensemente bellos, sobre el pasto, sus caras casi fundidas la una en la otra, y apenas un detalle que en un primer vistazo puede pasar inadvertido: la cara de ella está rodeada por una cánula. Ese es, por supuesto, el cable que la conecta a la mochila de oxígeno que le permite respirar. La película tiene en general ese mismo nivel de delicadeza: la mochila que acompaña a Hazel a todos lados consigue convertirse casi en un accesorio más. Los cuerpos de los chicos no son muy distintos de los cuerpos usualmente idealizados del adolescente promedio de Hollywood: Hazel es bonita e incluso conserva todo su pelo; las imágenes de la calvicie como efecto de la quimioterapia se limitan a unos suavizados flashbacks. Ex basquetbolista, Augustus no ha perdido su físico atlético con la enfermedad, lo que contribuye a que las escasas, breves visiones del muñón de su pierna no resulten demasiado agresivas. Ella aprendió a valerse de cierta distancia y sarcasmo para lidiar con la conmiseración de los demás y en particular con el sufrimiento de sus padres. El se sostiene en una actitud permanentemente positiva, un optimismo implacable y un saludable humor negro, como cuando dice, al presentarse ante el grupo de contención, que “cortarse una pierna es una gran estrategia para la pérdida de peso”.

Hay, por supuesto, recaídas, momentos ingratos, pero lo que se impone es el espíritu vitalista. Chicos que no viven en negación, sino que, una vez que aceptaron lo que les fue barajado, tratan de no perder el tiempo. La historia está cruzada por diálogos emocionales y también por muchas frases que suenan un poco a manual de autoayuda, todas abonando la postura y el “mensaje” que Green dice haber buscado plasmar en su libro: “La idea de que una vida corta puede ser también una vida rica e intensa”.

Basada como Bajo la misma estrella en un bestseller literario, la novela de Erich Segal, las similitudes con el superclásico Love Story son evidentes, pero sus diferencias no son menos significativas: la mayor entre ellas acaso sea que el film de 1970 propone una relación amorosa donde solo uno de los dos enferma y muere, dejando en soledad y penando al otro (Ryan O’Neal). Mientras que Bajo la misma estrella cuenta un amor entre dos chicos enfermos que encuentran cierta contención el uno en el otro; los que de verdad deben prepararse para su despedida son sus padres, un detalle nada menor que ha sido una de las vías de entrada más comentadas a esta historia. Muchos de quienes participan en foros de discusión por las repercusiones de Bajo la misma estrella son padres de chicos enfermos, que se manifiestan preocupados por cómo retratan libro y película situaciones dolorosas que ellos acompañan de muy cerca por tiempos prolongados. Tal vez, incluso, estos padres constituyan uno de sus más importantes grupos de lectores y espectadores.

En un texto titulado The Cancer Trend (“La moda del cáncer”) que ha tenido una gran circulación en Internet, una tal Jackie Dooley, madre de una chica enferma, que está, dice, escribiendo un libro sobre su experiencia y la de su hija, se muestra preocupada y algo indignada por el fenómeno de Bajo la misma estrella y lo que se pudo ver hasta ahora de la inminente remake norteamericana de Pulseras rojas. Allí cuenta que primero acompañó a su hija en la lectura del libro de Green; pero, escribe alarmada, “cuando vi la película me di cuenta de que se salteaba la realidad del cáncer e incluso lo hace parecer un poco exótico y excitante. No estoy enojada, pero sí preocupada. Creo que esta película tenía la oportunidad de mostrar el cáncer como realmente es y generar cierta conciencia acerca de la lucha que deben enfrentar los chicos y las familias que conviven con ello todos los días. Pero en su lugar simplemente lo hace parecer cool”.

Sin embargo, no es difícil entender por qué Bajo la misma estrella viene teniendo la aceptación que tiene. En una era en que los adolescentes son el target principal de Hollywood, el libro de Green –y en esto su adaptación lo sigue muy bien– tiene el mérito de entender la cabeza de un chico o una chica de 15. De captar algo de su sensibilidad, de las prioridades que le imponen sus sensores hormonales. La importancia que tiene para estos chicos que se están muriendo la idea de ser comprendidos por otros en una época de la vida en que hay pocos adultos que entiendan; la posibilidad de tener amigos, de enamorarse, de tener relaciones sexuales. Green –que tiene treinta y pico– encuentra una voz para sus chicos que ha sido cuestionada por algunos de sus lectores adultos como demasiado madura, demasiado iluminada quizá. A ellos Green les da la mejor respuesta posible: que no le importa que la manera en que se expresan los chicos –su vocabulario sin limitaciones o la precisión de sus ideas– sea realista, sino captar la percepción que ellos mismos tienen de cómo sale de sus bocas lo que pasa por sus cabezas. Y el que crea que los adolescentes no son tan inteligentes, simplemente los subestima y se olvidó de cómo era ser uno. Estas sensibilidad e inteligencia, la película consigue traducirlas a sus propios medios gracias a la química casi perfecta entre sus dos actores protagónicos: ella es Shailene Woodley, una de las grandes promesas adolescentes desde que hizo de hija de George Clooney en Los descendientes (dirigida por Alexander Payne); lejos de la intensidad, la extroversión e incluso la belleza exótica de Jennifer Lawrence, la secunda en las expectativas que ha generado entre las recién llegadas, y prueba de eso es que hace poco protagonizó Divergente (saga a la zaga de Juegos del hambre). Ansel Elgort (Augustus) tenía por su parte menos trayectoria que Woodley, apenas un papel en la remake de Carrie y el personaje del hermano de Woodley en Divergente, pero es bastante obvio que Bajo la misma estrella lo va a catapultar a un nuevo nivel de celebridad. Los dos entienden a la perfección la propuesta de sus directores y guionistas adultos: ceder lo menos posible al golpe bajo, combatir los viejos lugares comunes con sarcasmo y humor y romance. Que ésta sea “la verdad”, como promete Hazel al principio, es bastante discutible, pero es la manera en la que todos los responsables encontraron una vía de entrada a un tema complicado y adquirieron una masividad impensada.

Eso mismo es lo que parece haber entendido la crítica especializada en Estados Unidos, que aunque no deja de señalar los lugares comunes y algunos de los elementos más inverosímiles de la película, se corrió de manera casi unánime de la mirada cínica, de la postura distanciada y descalificadora, para tratar de entenderlo como fenómeno, como producto cultural; ponerse por un momento en las mentes y la sensibilidades de sus espectadores más jóvenes, despejar el morbo y ver el atractivo. Medios usualmente rigurosos y muy duros con los clichés narrativos de Hollywood, como la edición neoyorquina de Time Out, abrazaron la propuesta. Allí el exigente Joshua Rothkopf escribe que “lejos del desvergonzado golpe emocional que podría haber sido, esta adaptación del bienamado drama cancerígeno para jóvenes adultos encuentra un camino hacia las bien ganadas, sutiles lágrimas, un logro complicado dado el material. (...) Aunque se sostiene en la sutil narración de Woodley, Bajo la misma estrella es implacablemente frontal: ése es parte del toque inspirador del libro, (y) el núcleo de la tragedia cobra vida de una manera conmovedora”.

Ryan O’Neal y Ali MacGraw, los amantes condenados de Love Story, el superclásico romántico con cáncer de 1970. De acá sale la frase “Amar es nunca tener que pedir perdón”, una las más citadas del cine contemporáneo.

Richard Roeper lo acompaña en el sitio del influyente Roger Ebert (que murió de cáncer un par de años atrás): “Celebremos una película en la que la protagonista adolescente no es una mutante, no es una princesa animada, ni una vampira enamorada ni un grupo de chicos planeando el spring break de sus vidas, sino una chica a la que se le ha diagnosticado cáncer a los 13, sobrevivió milagrosamente, pero no puede respirar sin su tanque de oxígeno. Boone hace una trabajo maravilloso al celebrar el carácter sentimental de la situación sin obviar los momentos más duros”. Por su parte, en la revista Time, Richard Corliss agradece que cuatro décadas después de Love Story, “aunque como en aquélla uno sabe que las cosas van a terminar con gente muerta, la simbiosis de sus protagonistas es tan fuerte que uno quisiera que pudiera haber una secuela”. La siempre interesante Stephanie Zacharek valoró en el Village Voice que entre tanto cine basado en comics, acá hubiera protagonistas cuyos destinos a uno le importen de verdad, y que, “aunque muchas cosas en la película son difíciles de creer, eso no es por sí mismo un problema (...) Bajo la misma estrella es una fantasía adolescente y hay ciertos aspectos de este romance medio ensoñado y medio terrenal que Boone consigue captar muy bien, (como) que, si se cierto que todos los adolescentes están buscando su propia identidad, ¿quién puede querer esa identidad que te impone el cáncer? Esa es la tercera pata de la love story de Hazel y Augustus, un elemento no deseado que los va a acompañar por siempre. También es lo que hace que su historia sea muy muy triste, y a veces un buen llanto es precisamente lo que nos prescribió el doctor”. Tras hacerle más de una recriminación (primero la llama “Crepúsculo con quimioterapia”) Tom Shone acepta finalmente en su reseña para el periódico inglés The Guardian, que “aunque la película es cruda, tiene el tipo de crudeza que te permite sentirte bien con vos mismo a la mañana siguiente: abre las válvulas y limpia los caños. Entré seguro de que la iba a odiar y salí dos horas después pálido y lloroso, maravillado por la velocidad con que me había devastado”.

BAJO EL SIGNO DE CANCER

Love Story es la obra más citada como antecedente, pero no es la única: la casi septuagenaria escritora de Filadelfia Lurlene McDaniel lleva cuarenta años escribiendo ficciones para el sector “jóvenes adultos” –desde antes de que se llamara así siquiera–, con unos setenta títulos terminados, a razón de uno cada cuatro o cinco meses, muchos de ellos centrados en jóvenes con enfermedades crónicas y terminales (cáncer, diabetes, etcétera). Según cuenta ella misma, empezó a escribir este tipo de historias como un modo terapéutico de lidiar con el trauma que le generó el hecho de que, cuando tenía tres años, a su hijo le diagnosticaran diabetes juvenil. McDaniel suele incorporar el resultado de sus investigaciones y entrevistas con médicos y otros profesionales, así como elementos religiosos (tiene una serie sobre ángeles) y de estudios éticos. Muchos de sus libros han sido catalogados como “crying and dying” (de llorar y morir) y ella dice que le encanta la etiqueta. “A veces me pregunto qué es lo que ha convertido mis libros en un fenómeno –dice–, y creo que es porque es uno de los primeros libros serios con los que se encuentran las adolescentes una vez que trascienden los de El club de las babysitters. Van a la librería y se encuentran con un libro como Seis meses para vivir, que tienen que admitirme que es un gran título, y quedan impresionadas porque esta chica de 13 es normal, igual que ellas, y de pronto pueden agarrarse leucemia.” McDaniel asegura que busca que sus libros sean lecturas “seguras” para que los libreros y los maestros se sientan libres de recomendarlos a los chicos. “A la vez, no olvido mi público principal, por eso estructuro todos mis libros con una sensibilidad adolescente”.

Pero aunque nunca faltaron de las librerías este tipo de historias, la presencia concomitante de varios éxitos de público con estos temas es más bien reciente y especialmente llamativa. Junto con Bajo la misma estrella, el otro gran suceso de las últimas temporadas es la serie catalana Pulseras rojas, que está animada por un espíritu vitalista afín al del libro de Green, con la diferencia de que a su autor, el escritor, actor y guionista Albert Espinosa lo autoriza el hecho de basar sus historias en dolorosos episodios autobiográficos. Cuando tenía 13, a Espinosa le diagnosticaron un osteosarcoma por el que le pronosticaron un 3 por ciento de posibilidades de sobrevida, le amputaron una pierna y luego (a los 16) un pulmón y (a los 18) parte del hígado. Con lo cual, el hombre es un sobreviviente en todo su derecho a contar su historia, cosa que ya hizo, primero en varias obras con el grupo Los Pelones (bautizado así en alusión a la calvicie que provoca la quimioterapia), en la película Planta 4ta (2003), y en el libro El mundo amarillo (2008), bestseller en el que se basa Pulseras rojas, que fue un éxito tan grande en la televisión catalana que luego pasó a toda España y repitió su repercusión en muchos países, incluida la Argentina, donde fue primera en su franja horaria (en medio de la tarde, en el marco del programa Historias de vida, presentado por Virginia Lago el año pasado). La serie cuenta el día de seis chicos de entre 10 y 17 años con distintas enfermedades, y la camaradería que se genera entre ellos en los pabellones pediátricos en los que están obligados a convivir. El tono excesivamente optimista, que rescata los destellos de felicidad en medio de la tragedia la emparienta con Bajo la misma estrella, pero así es como Espinosa dice recordar los diez años que se pasó viviendo en hospitales. “Fui feliz en el hospital, no tenía moto pero tenía silla de ruedas”, dijo, en uno de sus testimonios usuales, en la multitudinaria visita a la Argentina durante la última feria del libro (donde llenó la sala Bioy Casares de fans aullantes, dejando a cientos afuera, y firmó infinidad de libros y se sacó fotos con todos). La idea para sus historias consistió en buena medida en rechazar lo que se había hecho hasta ahora: “En el cine, cuando había cáncer, siempre nos mataba, todo era terrible, y entonces nuestros amigos del cole no venían a visitarnos al hospital. Yo quería hacer una serie realista, en la que la gente muere pero también es feliz. Yo no iba a la discoteca, pero tenía ocho pisos para mí, allí nos enamorábamos. En mis diez años de enfermedad perdí mucho, pero también gané”. Su humor también podría compararse con el del Augustus de Bajo la misma estrella: la noche antes de que perdiera su pierna izquierda, le preparó una despedida. “Ahora –dice– me levanto todos los días con el pie derecho.”

La prueba más contundente de la repercusión masiva de este formato es que, entre los quince países a los que se vendió la serie para su adaptación (ya están en el aire las versiones italiana, rusa y chilena), uno es Estados Unidos. Comprada por Steven Spielberg y escrita por Martha Kauffman (una de las creadoras de Friends), la remake de Pulseras rojas se estrena en breve por el canal Fox de Estados Unidos con el título Red Band Society. Fox ha lanzado una campaña polémica para promocionarla, que propone: “¿Qué pasaría si un hospital fuera tu colegio secundario, y tu campamento de verano, todo junto? ¿Qué tal si ése fuera el lugar en el que te enamoraste por primera vez e hiciste amistades que duraron toda la vida? ¿Qué tal si éstos fueron los años más divertidos de tu existencia?”

Mientras tanto, los títulos de libros, series y películas que explotan este subgénero se siguen acumulando. Programada para debutar en la cadena ABC estadounidense mientras Bajo la misma estrella encabeza la cartelera, este mes empezaba la serie de orientación familiera Chasing Life (con una chica con cáncer por protagonista). En las librerías porteñas se consigue desde hace poco Alguien allá arriba te odia, de Holli Seamon (editado por Seix Barral): historia de chico y chica que se conocen en la habitación del hospital e intentan vivir lo que les queda mientras soportan la angustia y las ansiedades de quienes los rodean. Y será cuestión de tiempo que lleguen algunas otras de las novelas que circulan actualmente en Estados Unidos, como Never Eighteen (Jamás 18), sobre un chico de 17 con leucemia, embarcado “en una carrera contra el tiempo para decirle a su mejor amiga que la ama, porque no cree que vaya a ver su próximo cumpleaños”; o Before I Die (“Antes de que muera”) protagonizado por una chica inglesa de 16, con cáncer terminal, y una lista de cosas que hacer antes de morir, entre ellas, la más importante de todas: perder la virginidad (este libro ya fue llevado al cine con el título Now is Good, con la ex estrella infantil Dakota Fanning). A esta lista podrían sumarse algunas películas dispersas pero contemporáneas –quizá menos de sus versiones juveniles que de series adultas con cáncer, como The Big C y Breaking Bad–, entre ellas 50/50, con Joseph Gordon Leavitt (que tenía final feliz) y My Sister’s Keeper, de Nick Cassavetes, con Cameron Diaz como la madre de una adolescente con cáncer, un film que tenía la particularidad de correr el foco de los niños enfermos o sus padres, a los llamados “bebé de diseño”, hermanitos engendrados con el expreso propósito de que generar una médula y otros tejidos compatibles para el hijo canceroso.

Esta oleada generó hasta ahora algunas respuestas indignadas como la citada anteriormente, pero la más comentada en los últimos tiempos fue la que propuso en su usual estilo sensacionalista un artículo del diario inglés Daily Mail, que bautizó condenatoriamente a esta tendencia “sick-lit” (algo así como literatura-enferma, en un juego de palabras con el chick-lit, la literatura para chicas), acusando a sus autores y editores de explotar las miserias “de chicos a los que sólo les quedan unos meses de vida para crear tensión dramática”, un recurso “de muy mal gusto” que no tiene en cuenta, argumenta, que los lectores a los que están destinadas estas obras se encuentran en un período peligrosamente vulnerable de sus vidas. A una de las estudiosas del fenómeno consultadas para el artículo le preocupa la posibilidad de que “las adolescentes que enfrentan enfermedades graves crean que la cosa más importante que debe preocuparles es si todavía les gustarán a los chicos. En el libro So Much to Live For, el personaje central, con cáncer en los ojos, se pone mal porque no puede usar maquillaje alrededor de una cuenca vacía, por temor a una infección”.

La experta en literatura infantil de The Guardian salió a contestarle al Daily Mail en un tono algo iracundo. “Yo edito el sitio y elegí recomendar Bajo la misma estrella porque es atrapante, tiene dos personajes conmovedores, lidia sensiblemente y hasta con humor con una situación difícil, sin ponerse sensiblero. Su relato ofrece un espectro muy amplio, apto para generar una discusión entre adolescentes acerca de las cosas que más les importan –a ellos como a cualquiera–: la amistad, el amor, la familia, a la vez que, sí, todo esto es acompañado por la historia de amor entre chicos con cáncer. En el Daily Mail parecen estar sugiriendo que es inapropiado que estos temas sean examinados justo en el lugar en el que los temas más difíciles para los adolescentes han sido explorados tradicionalmente: en ficciones escritas específicamente para ellos.”

Y es que hay muchas maneras de contar una historia triste, como dice Hazel. La de Hollywood acaso no es la pura verdad (o al menos no toda la verdad en su más doloroso y escabroso nivel de detalle), pero es la que no va a espantar a los chicos de 15, 16, 17; la que acerca en lugar de alejar, la que busca entender y ayudar a tratar con las miserias de la vida real. Y acaso ésa sea, en sí misma, una forma de verdad.

Arriba: el arriesgado aviso promocional de una de las nuevas series americanas de chica enferma (Chasing Life), dos de los libros del fenómeno (Alguien allá arriba te odia y el catalán El mundo amarillo, la exitosísima novela de Espinosa en que se basa Pulseras rojas). Abajo, los chicos de Pulseras rojas levantando en alto las mismas, y a su lado, la promoción de la remake norteamericana de esa misma serie, producida por Steven Spielberg y a punto de estrenarse por Fox TV.

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