Domingo, 29 de junio de 2014 | Hoy
MUSICA Se conocieron a la salida de la Cinemateca Uruguaya, presentados por unos amigos en común que los imaginaban pareja, y aunque todavía decían ser heterosexuales, enseguida dejaron las cosas en claro y pasaron a construir una bella amistad. Una década y cuatro discos más tarde, Flavio Lira y Leticia Skrycky lideran el cuarteto uruguayo Carmen Sandiego, así bautizado en honor a un videojuego que luego fue dibujo animado. Antes de tocar en Buenos Aires, la llegada a los treinta de estos jóvenes tan carnales como sensibles y espirituales es motivo de reflexión y balance: lo que se dejó atrás. Lo que viene. Lo que ya fue.
“El futuro es caos y más allá está la libertad. Le sigue la confusión y después la verdad”, cantaba Thurston Moore en el debut de Sonic Youth, Confusion is Sex. Allá por 1983, Thurston andaba por los veintipico, Kim Gordon llegaba a los treinta y sus huérfanos –al menos así es como se consideran los uruguayos Carmen Sandiego, según su biografía de Twitter– nacerían recién dos años después. PJ Harvey y Cat Power vendrían a ser entonces las primas atormentadas de la familia: 24 tenía la primera y 23 la segunda cuando lanzaron los urgentes Rid of me (1993) y Dear sir (1995), discos que sellaron –más bien abrieron– la afinidad musical entre Flavio Lira y Leticia Skrycky, fundadores de un grupo que arrancó como un dúo. “Empezamos con chicas enojadas de los ’90”, resume Leticia desde Montevideo, detrás de la pantalla de una notebook que no termina de acomodarse. La acústica del baño puede funcionar para otras grabaciones, pero no para conversar por Skype, así que el aparato atraviesa flotando un pasillo hasta aterrizar sobre un teclado en la habitación de Flavio. El trayecto incluye cameos involuntarios de posters de The Smiths, Greta Garbo y Superbad, la película que, mano a mano con Juno y la serie Arrested Development, hicieron de Michael Cera ese eterno adolescente turbado y pajarón.
Como es muy común en la capital uruguaya, Flavio vive con su madre y sobrina pero la casa era de sus abuelos: fue en la habitación vacía de ellos que, fumando cigarrillos y con la compañía de un gato, él y Leticia compusieron sus primeras canciones. Se habían conocido pocos años antes a la salida de la mítica Cinemateca Uruguaya, un cineclub que aún hoy es religión para muchos montevideanos. De hecho, Flavio trabaja ahí: es portero, acomodador y programador. “A veces también me toca proyectar las películas”, cuenta con hastío. Aquella vez habían ido a ver Bailarina en la oscuridad, la película de Lars Von Trier protagonizada por Björk, y a sus amigos se les ocurrió presentarlos creyendo que harían una buena pareja, lo que a su modo ocurrió. “Todavía éramos heterosexuales, pero rápidamente dejamos todo claro y pasamos a la amistad”, cuenta Leticia, que tampoco vive de la música sino, “pobremente”, de su trabajo como iluminadora.
“Quiero envenenar cada hoja de mi árbol familiar. Quiero verlos amarillarse, enmudecer y marchitar. Sé que la hoja de almoria los podría paralizar. Lo leí en un libro de hierbas que me dio mi mamá. Soy estudioso, como oso perezoso. Igual siempre consigo todo lo que quiero.” La letra de “Hijo bobo” suena a las estrellitas lo-fi Moldy Peaches, por más holgazana que sea la comparación. Es la segunda canción de Vida Espiritual (2006), que por intención y resultado funcionó a la vez como demo y disco debut. Para hacerlo se encerraron con todo lo que tenían: una guitarra criolla, una eléctrica (fue el regalo de los 15 de Leticia, apenas sabía usarla entonces y es la misma que usa ahora) y teclados de juguete que le dan a todo un aire amoroso y lúdico a lo Coco Rosie. En “Balada 80’s” usan una de las bases del Casio: “Cuando me logre despertar voy a ser un poco más feliz y voy a salir a caminar escuchando el cassette de Cindy Lauper. Sí, ya sé. Vos sos un fan de los ochentas también”.
Carmen Sandiego es el nombre de una elegante villana de ficción, ágil ladrona a la que había que atrapar mientras se aprendía historia y geografía en un videojuego que conocen los primeros que tuvieron computadora, muy a principios de los ’90. Más conocido fue el dibujo animado, ¿Dónde se esconde Carmen San Diego?, por el que Flavio y Leticia se levantaban temprano los sábados. “Creo que de alguna manera describe bien a la banda. Robamos descaradamente. Pero estos hurtos se justifican porque de última hacen que la gente investigue y aprenda”, sinceró Flavio en un blog chileno.
Vida Espiritual gustó y la prensa empezó a hablar de ellos antes de que tocaran en vivo por primera vez, que era precisamente lo que buscaban con el disco. Es vox populi que los escenarios escasearon históricamente en Montevideo, y más con la importación del efecto Cromañón. Como en Buenos Aires, surgieron entonces varios proyectos acústicos de chicos buenos: “En un momento bien primario medio que nos metieron ahí y estuvo bueno irse corriendo”, dicen. Hablan de la estética “dibujos a mano” a lo Liniers y se ríen de la esterilización de la filosofía sexo, drogas y rock n’ roll (ahora se diría: “soy sensible, cogeme”). Flavio y Leticia estaban más enojados que eso, y eran decididamente más antisociables: ignoraban tanto el mainstream dominado por No Te Va Gustar y La Vela Puerca como el llamado “britpop uruguayo”, inaugurado por “chicos que habían crecido escuchando a los Strokes”, como los Astroboy. Sí reconocen a su disco entre otros discos fundacionales de lo que se podría considerar como el indie del indie uruguayo: los debuts de Genuflexos, 3pecados y Amelia. También se alinean junto a grupos anteriores como Dante Inferno, Los Buenos Muchachos y especialmente La Hermana Menor, a la que suelen llamar “hermana mayor”, sobre todo porque parte de su plantel hacía un programa de radio que en su momento pasaba a los Pixies, Pavement, Yo La Tengo y tantas otras bandas madre de Carmen Sandiego.
En el EP Ristampa (2008) sumaron melódica y acordeón e hicieron cuatro canciones muy serenas, donde la voz de Flavio puede recordar los pasajes más melancólicos de Alejandro Sokol. Una es un cover de “Cartas de amor” de Vainica Doble, el entrañable dúo de Carmen Santonja y Gloria Van Aerssen, apodadas “abuelas del indie español”. En 2009 llegó Nanas, grabado en un portaestudio cuatro pistas con cinta cassette, como muchos de sus discos preferidos. “Un disco diseñado para ser escuchado con auriculares”, anuncian en Bandcamp, y es así efectivamente como se aprecian todos sus granos y adecuada austeridad. Ahí el “matrimonio enfermito” que habían formado aparece personificado en un tema como “María Luisa”: “María Luisa, ¿qué hacés en la cocina? Estoy cocinando hasta morir. Es una rutina, así paso todo el día. De seguro es mejor que salir”. En “840” una prostituta le canta a su ex proxeneta, y en “El peor negocio” un señor escupe todo su patetismo: “Hoy me siento como un Rolling Stone. Viejo, decadente, ávido de dinero. Pero tengo el peor negocio de la cuadra”. Leticia canta sola por primera vez en “Canción para los padres ausentes” (sus apariciones son bálsamos al estilo Fernanda Aldana en El Otro Yo) y Flavio pierde cualquier pudor en “Calefactor”: “Sos una manta térmica humana. Así que vení y chupala. No servís ni para esto, mejor me pajeo hasta dormir”.
“Intento que no den vergüenza”, dice Flavio del otro lado de la pantalla sobre sus letras, lo que supondría hacer lo que odia de otros compositores. “En general, todo el rock rioplatense me molesta bastante, pero las letras me generan un fastidio... Cuando las escucho pienso: ‘Qué perezoso que sos, ¿cuántos lugares comunes podés acumular? ¿No podés utilizar una palabra que esté más en desuso? ¿No podés hacer algo para que esto sea mejor?’”, se pregunta el sobrino político de Tony Croatto, hermano de Nelly y Tim (los Fabulosos T.N.T), el trío que en 1960 popularizó la canción “Eso”, de los hermanos Expósito (el detalle anecdótico es que justamente Tony les consiguió las entradas para el Personal Fest 2004, cuando vino PJ Harvey).
En la portada de Joven Edad (2010) hay un misterioso niño de lacerantes ojos azules y precoz sensualidad. La imagen, rescatada de un viejo libro de costura español, resultó la representación visual perfecta de un disco que destila sexo y veneno sin perder la ternura. A la primera canción, “Destape”, un porteño no podría haberla escrito mejor: “Hey rubia, vení. Vamos a tomarnos unos cortados, vamos a comer unos tostados y después vamos a ir al bulín de la calle Ayacucho”. La rubia es Andrea, la chica desnuda del interior del disco, originalmente aparecida en una revista Destape que Flavio encontró tirada por la calle.
Joven Edad abre las ventanas para que entre aire y obliga a levantar la cabeza de los instrumentos. Sigue siendo un disco hecho de a dos, pero en varias canciones se suman batería y bajo, y con ellos, Matías Lens, amigo del secundario, y Ezequiel Rivero, argentino de nacimiento, integrante de grupos como Amelia y La Hermana Menor, que en un principio sólo iba a producirlos. “La música tendía a ser bastante densa y exigente emocionalmente, fue necesario empezar a divertirnos un poco más”, cree Leticia. “Hace tiempo que tengo asco al sexo, aún así juro que es lo único en que pienso”, dice “Asco al sexo”, acaso por ser un mal de muchos, la línea más citada de Joven Edad. Y para dejar claro registro de la esquizofrénica nutrición cultural de los de su generación, hay allí un homenaje a Leonardo Favio, un cover de una cumbia villera y una canción al primer amigo virtual, el demandante Tamagotchi: “Es la solución y la exportación de todos mis problemas, que ni el terapeuta conocerá jamás”.
Justamente, “Generación 2002” –su canción más punk hasta ahora–, abre Ciudad Dormitorio, ya un disco de banda propiamente dicho, que dieron a conocer la última Nochebuena. Ahí un outsider le habla a otro, ya que ninguno fue invitado a la reunión de egresados –algo que debería hacer sentirse orgulloso a cualquiera–: “Haríamos apuestas sobre cuántas se han embarazado. En sus rostros adivinaríamos en qué están empleados, jactándonos de ser tan lozanos frente a un grupo tan avejentado”. Acaso más protegido por el ruido (“Si veo una vieja con bastón que no se meta conmigo”), Flavio en este disco es más extrovertido pero no más simpático: “Estoy en el hospital porque mañana amputarán mi pierna derecha. Si nadie se fijaba en mí antes, ahora lo harán por razones equivocadas”, incomoda.
Al hablar sobre el arribo a los 30, las cuatro voces detrás de la pantalla se superponen: “¿Por qué no me habré drogado más?”, “¿Por qué no estuve en una orgía?”, “Los 30 ahora no son igual que antes”, “Son 30 años menos de vida”. Y a la vez está toda la vida por delante, como dicen. Superadas las promesas cumplidas o incumplidas de la temprana juventud, si las de la adultez no le atraen, el joven adulto sigue viviendo del mismo modo sólo que trabajando. De ahí que Flavio esté, más que enojado, cansado, y lo seduzca la idea de mudarse a una ciudad dormitorio, un limbo entre la ruta y el océano bajo el cielo gris. El lugar de las vacaciones y el retiro. Risas de niños que se apagarían apretando un botón para volver al silencio detrás de una ventana. Estar y no estar, salir y entrar, vivir como en un sueño lúcido. “El plan es irme a vivir a Salinas, completamente solo, sacar unos tres discos más con Sandiego, y a los 37 pegarme un corchazo, ¿’ta mal?”, tuiteó Flavio sobre el cierre de esta nota.
Carmen Sandiego se presenta junto a La Hermana Menor el viernes en Zaguán Sur, Moreno 2320, y el sábado en El Viejo Correo, Av. Díaz Vélez 4820.
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