Domingo, 17 de agosto de 2014 | Hoy
Por Alan Pauls
(Todo esto debe ser leído como dicho por alguien que se despierta en mitad de la noche y rumia)
Psicosis. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? La pregunta, trágica en el caso de los que un día se desayunan con una enfermedad terminal, es la pregunta patético-ridícula del insomne, que a su modo también es un hombre (o una mujer) elegido. Ser elegido es a priori algo lindo, fuente de regocijo y euforia, y es una de las vías regias que llevan como quien no quiere la cosa a la psicosis. Pienso (¿qué otra cosa hacer a las 4.12 am sino pensar, mientras abajo, en el árbol al que de día corren a treparse legiones de chicos salvajes salidos del colegio carísimo, “con orientación artística”, que está en la esquina de mi casa, un trío de fumones se ha juntado a discutir el estribillo de una canción del Spinetta tardío?) en el caso Schreber, el paranoico genial de Freud, el brotado que le enseñó al brujo vienés todo lo que supo nunca sobre la paranoia y la relación entre psicosis y verdad. Un jurista centroeuropeo brillante que a fines del siglo XIX, a los 43 años, es designado presidente de sala en la corte de apelaciones de Dresde y a la mañana siguiente despierta convencido de que el mundo es un manojo de fibras nerviosas en carne viva y él mismo una mujer, una suculenta mujer en celo que Dios, que lo ve todo, no ve la hora de cogerse.
Héroe. Mascherano. El pobre Mascherano fue nuestro último elegido. (Sí, todo esto es materia vieja, pasada, ultravencida, pero ¿no es un privilegio atroz del insomnio repetir, como un disco rayado, como un bocado que no cayó bien, como la frase lapidaria que debimos haber dicho en su momento y no dijimos, lo que en un rato libre normal uno sólo recordaría?) El Hombre a Quien Alguien le Hizo Creer que Podía Compartir Sastre con Petinatto llegó a entronizarlo como modelo de un ser nacional del futuro: luminoso y callado, sacrificado y valiente, irreductible y fraterno. “En medio de la jungla, un ángel.” Guau. “Desgraciado el país que necesita héroes”, decía Brecht, el marxista que prefería los puros al deporte. ¿Y qué clase de país desgraciado es el que recluta sus héroes en el mediocampo de una selección de fútbol? El peor, el más parásito, puesto que en vez de inventar algo nuevo se limita a vampirizar un éxito ya plebiscitado, el sincro que otros, en otros campos, ya establecieron con “la gente”, y a traducirlo al idioma canalla del sentimentalismo ideológico. El mismo país que pide reclutar “nuevos políticos” en los estudios de tv, los escenarios teatrales, la dietética para estrellas, la náutica, el rabinato, los medios. Un país populista, pero enfermo de ese populismo pospolítico-populismo-encuestador, populismo-ibope, populismo-telones & pantallas, populismo –lo más visto del día– que suelen abrazar los Republicanos Decentes cuando cargan contra el populismo político. Un país que denuncia el Fútbol Para Todos en nombre del Mascherano Para Todos.
Cartoon network. Griesa, Griesa. ¿Quién fue el genio que casteó al juez Griesa? Esa cara, esas ojeras, esos pómulos de libertino de ley, esa giba extraordinaria, ese aire de tortuga entogada. ¡Y qué trajes! En mi foto preferida, Su Señoría está sentado, desparramado más bien, en un sofá medio dorado, con tapizado de flores, contra un compacto paredón de ejemplares encuadernados del equivalente americano de La Ley. Es todo piernas y manos, el juez, y tiene esa mezcla de nonchalance y relajación pre-terminal que sólo ciertos ingleses muy cool (Joyce, por ejemplo, o Lytton Strachey) tenían cuando posaban para una foto. Una cruza de míster Magoo con Christopher Lee, embalsamada según el canon Peter O’Toole. La pregunta, claro, es: ¿cómo la suerte de un país desgraciado que necesita héroes puede estar en manos de un freak del derecho que muy probablemente, a juzgar por las veces que hay que recordarle el abc de todo aquello sobre lo que ya dictó sentencia, ya no sepa ni cómo se llama? Todo un país –y el sistema financiero internacional– en las manos de Uno, algo que parecía inconcebible en el mundo impersonal, corporativizado, hiperconectado y globalizado con el que tendemos a confundir el mundo. Como siempre, es lo arcaico implantado en el tejido de la contemporaneidad lo que nos pone en vilo y nos hace llorar y reír, como les gusta tanto poner a los publicistas al pie de las malas películas. Llorar porque no sabemos a qué temerle más, si al Griesa-Magoo o al Griesa transilvano. Reír porque todo el episodio –toda la miniserie, más bien–, encarnado como se encarnó en esos dos personajes principales (Su Señoría Griesa, Kicillof el Mosquetero), tiene menos el aire de un melodrama ejemplar del poscapitalismo psicótico que el perfume de un cartoon lisérgico tipo Pinky y Cerebro o Bob Esponja.
Agenda. El insomne no ve películas (demasiado cómodo) sino trailers (un saque de cine). El de La flor, la nueva monstruosidad de Mariano Llinás, que lleva cinco años en rodaje y sólo Dios y su perro Cacho (el de Llinás, no de Dios) y acaso Mascherano saben cuándo se terminará y cuánto durará y qué dejará en pie del resto del cine cuando por fin se vea. Cuatro actrices (las chicas del grupo Piel de Lava), cinco continentes, casi todos los géneros del cine: espionaje, terror, aventuras. La imagen fría, la estilización romántica de las chicas y el aliento un poco suicida del montaje me hacen pensar en la primera vez que vi Mala sangre, de Leos Carax y, en general, en qué significa ver cosas por primera vez. El otro es el trailer de Dos disparos, la nueva película de Martín Rejtman, que se proyectó el lunes pasado en el Festival de Locarno. Un tipo joven se pega dos tiros y se salva, pero una de las balas le queda en el cuerpo y sobresalta los detectores de metales y le complica la vida a la hora de tocar la flauta dulce. Como es usual en Rejtman, en Dos disparos hay motos, discotecas, chicas con ropa de cadena de fast food, adolescentes asombrosamente serios, cincuentones verborrágicos, celulares con maná, un puñado de historias que no paran de multiplicarse y diálogos tan precisos que “quiebran el mar helado en noso-tros”. Cine colocado.
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