Domingo, 17 de agosto de 2014 | Hoy
Hasta hace diez años Santiago Calatrava era una de las estrellas más brillantes en el firmamento de la arquitectura contemporánea, con obras impactantes emplazadas en algunas de las ciudades más importantes del mundo, un artista que rozaba el genio y quería ser equiparado a Gaudí o Le Corbusier. Pero en los últimos tiempos una serie interminable de percances pusieron en duda tanto su idoneidad como el rol de los funcionarios que en los años de derroche europeo pagaron exorbitantes cifras por sus proyectos: puentes que provocan decenas de fracturados en Bilbao y Venecia, derrumbes en Oviedo, juicios en varias ciudades españolas, obras que se atrasan por años y presupuestos millonarios que se multiplicaron por dos o por tres en Malmö o en la Zona Cero de Nueva York, el derrumbe de 120 toneladas de revestimiento de su edificio insignia en la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia, su ciudad natal. Con un ego que no soporta críticas y lo lleva a equiparar sus obras con la Alhambra de Granada, cuestionado por críticos que, aun reconociendo su enorme talento, tildan su obra como símbolo de la arquitectura en la era del espectáculo, su figura empieza a simbolizar el auge y la decadencia de todo un sistema que en Occidente entró en profunda crisis.
Por Angel Berlanga
Santiago Calatrava está entre los genios de la arquitectura.
Eso dicen desde la portada, por ejemplo, los libros que muestran y promocionan, con su consentimiento, su impresionante y vasta obra. Y lo dicen muchos especialistas, claro. Y los funcionarios públicos que lo contrataban: millones y millones por la bendición de sus creaciones. Calatrava se recibió primero de arquitecto en Valencia, el terruño en el que nació, en 1951, y luego de ingeniero en Zurich, su actual domicilio fiscal. Arquitecto, ingeniero, artista, dibujante, escultor, con edificios y puentes monumentales que dejan su marca, su efecto. Alguna vez ha tratado de tomar distancia de que lo vean como “arquitecto estrella”, por el vínculo de esa caracterización con la fugacidad del espectáculo. Prefiere ubicarse, más bien, en las tradiciones de Velázquez o Rembrandt a la hora de romper una lanza por el barroco, o imaginarse en las encrucijadas de Picasso o de Matisse después de cumplir 50, en el enorme esfuerzo de renovación que emprendieron en el final de sus vidas. Sus apologistas comparan su creatividad, su talante vanguardista y su importancia con Antoni Gaudí, Le Corbusier, Mies van der Rohe. Múltiples premios internacionales. Obras en la Zona Cero de Nueva York. Ratzinger lo nombró consultor del Vaticano, para asesorar en lo que respecta al encuentro entre el mensaje salvador del Evangelio y sus culturas. Calatrava es, también, embajador honorario de la Marca España.
Y ahora hay que enfocar en un tramo de quince kilos de material que cae desde veinte metros de altura. Es una pequeña porción del revestimiento de uno de sus edificios impactantes: el Palau de les Arts, en Valencia. Aunque también lo han tildado de presuntuoso, prepotente, feo. Inaugurado en 2005, le ha costado a la Generalitat unos 478 millones de euros, cuatro veces más de lo presupuestado inicialmente. Es un casco gigantesco, calado, aerodinámico, “dotado de todo lo que cualquier espectáculo teatral, operístico y musical necesita”. Una mole que tiene algo de barco, algo de pez emergiendo del agua, algo de nave extraterrestre. El pedazo que cae está hecho de otros pedazos, pequeños trozos de azulejos blancos que homenajean la huella que popularizó Gaudí: trencadís. No es el primer problema que presenta el edificio; tampoco es la primera construcción de Calatrava que trae problemas. Problemas serios. En un par de segundos la porción de trencadís está en el suelo: es la confirmación concreta de las enormes arrugas que se veían en la superficie, de lo que advertían informes técnicos solapados, de lo que los especialistas intuían mientras se construía: eso, así, no va a durar.
Más de la mitad de los 8000 metros cuadrados de la superficie forrada del Palau tenía problemas de adherencia: hubo que retirar todo el revestimiento cerámico. Un trabajo que costó unos tres millones de euros, sumables a los 600.000 de indemnización por la suspensión de una ópera programada. Ciento veinte toneladas de material a la basura. Muchos valencianos han recogido los escombros y bromean con darles otros usos a los fragmentos, como posavasos, destapabotellas, piezas para enmarcar. Quién sabe, en el futuro puede ser una reliquia, se ríen. A Calatrava acaso no le cause tanta gracia: su obra insignia ha quedado en pelotas y por estos días la Generalitat le exige que se haga cargo de los gastos y que garantice el trabajo, no sea cosa que se venga en banda otra vez; aún no queda claro si insistirá con su trencadís o si le dará unas manos de pintura. Todavía no había instrumentado la solución para esto cuando llegó otra mala noticia: un juez lo imputó la semana pasada por el cobro de 2,7 millones de euros por el proyecto de un Centro de Convenciones para la ciudad de Castellón que nunca se concretó.
Y éstas son, apenas, las últimas desventuras de Calatrava, un arquitecto que quedará en la historia, aunque todavía no se sepa bien qué predominará en las páginas que le toquen. Como invitaban Les Luthiers, pasen y vean, qué lindas tolderías...
JUICIOS & DERRUMBES
A tono con su vertiente artística, a Calatrava le gusta insistir con que conjuga su arquitectura con lo antropomórfico, el hombre en el centro de su inspiración. En el comienzo de un documental que lo homenajea, por ejemplo, se lo ve jugueteando con una horquilla que imagina primero como el torso de un hombre con los brazos extendidos hacia arriba y luego, alineada con otras horquillas, torsos, brazos, como una estructura: inspiración para la estación de ferrocarril del Aeropuerto Saint-Exupéry, en Lyon, una de sus construcciones más a escala, equilibrada. El Turning Torso de Malmö también se inspira en la figura humana: mide 190 metros, es la torre residencial más alta de Escandinavia, sus laterales van retorciéndose hasta llegar a los 90 grados entre el suelo y el cielo, un edificio muy llamativo que costó 85 millones de euros más de lo que preveía Calatrava al comienzo, demoró unos años de más en su construcción y llevó a la ruina a Johnny Örbäck, el dirigente cooperativista que se deslumbró con la poesía arquitectónica del valenciano y que, tras contratarlo, terminó juzgado por estafa (un documental de Fredrik Gertten cuenta muy bien esta historia). La inspiración cósmico-humanista de Calatrava puede apreciarse también en el Hemisférico, un gran caparazón ovoide de vidrio y acero de 14.000 metros cuadrados que contiene un planetario, cine 3D e IMAX, que puede abrirse y cerrarse en uno de sus lados y deja ver la enorme esfera de la sala, que contiene la pantalla más grande de España: una abstracción del ojo, de la mirada humana. Sus editores presentan el prodigio con gracia: “La visión nocturna es clave y reveladora de un trabajo especialmente intenso también bajo esas circunstancias. El planetario, merced al estanque dispuesto expresamente delante y al reflejo nocturno en el agua, evoca la imagen de un casco o un ojo mágico, el ojo de la sabiduría. Esta se trata de una forma recurrente en la obra de Santiago Calatrava, sea cual fuere la escala en la que se aplique, el lugar donde se sitúe o el papel que deba corresponderle”.
Con algunas de sus obras, el cuerpo humano también sufrió. Fue el caso, por ejemplo, del precioso puente Zubizuri, en Bilbao: una rampa de cada orilla y una pasarela peatonal semicurva con piso de baldosas de vidrio, transparentes, iluminadas desde abajo. No queda claro si no tuvo en cuenta la humedad y las lluvias de la zona o si no le importó mucho, pero el caso es que resultó un piso muy resbaladizo y ocasionó decenas de fracturas y centenares de demandas. Las piezas de vidrio además se rompían con frecuencia y, al tratarse de un recorrido curvo, debían ser hechas a medida, con el consiguiente encarecimiento. Así que el Ayuntamiento tuvo que pegarle encima una alfombra, para evitar los patinazos. Calatrava había diseñado también el aeropuerto de Bilbao, muy elogiado por los estilistas y entusiastamente insultado por quienes tenían que aguardar en la sala de espera, que había ideado semicubierta, a merced del viento y del frío: en una intervención posterior tuvo que añadir cerramientos. Quizás un tanto decepcionada, la administración le encargó al arquitecto japonés Arata Isozaki una rampa complementaria al puente y Calatrava emprendió un juicio por daño moral: le habían alterado su creación. Pidió tres millones de euros de compensación. Le dieron treinta lucas. Y ahí sigue la rampa japonesa.
El puente de Vistabella, en Murcia, tuvo problemas similares. Más dolores de cabeza trajo el Puente de la Constitución, que diseñó para cruzar el Canal Grande en Venecia. También peatonal y de suelo acristalado, acumula centenares de denuncias por lastimaduras derivadas de resbalones. No tuvo en cuenta inicialmente el paso de discapacitados, cuadruplicó el presupuesto, se inauguró con casi cinco años de demora respecto del plazo previsto y fue considerado por expertos como “un daño duradero”, cuya estructura deberá ser monitoreada constantemente, con un costo extraordinario de mantenimiento. La fiscalía veneciana lo demandó y actualmente tiene abiertas dos causas, en las que le reclaman un millón y medio de euros.
“Hasta hace cosa de diez años aparecía en los medios casi exclusivamente como una figura muy positiva y deseada, como alguien que montaba exposiciones de su obra escultórica en el Metropolitan o en el MoMA, alguien que coleccionaba doctorados honoris causa de universidades de todo el mundo”, contextualiza desde Barcelona Llàtzer Moix, periodista cultural, subdirector del diario La Vanguardia y autor de Arquitectura milagrosa - Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim. “Pero en los últimos cinco años –sigue– aparece vinculado con notas negativas, porque de repente se derrumba una parte de un edificio en construcción en Oviedo, o de repente se le ve asociado a una operación como la de Palma de Mallorca, donde fue invitado a diseñar una ópera de un modo muy particular, en plena campaña electoralista, por el presidente de la comunidad autónoma actualmente en prisión por temas vinculados con la corrupción, y Calatrava mismo se ha visto involucrado en distintos sumarios, incluso hace unos pocos días fue imputado por un palacio que ni llegó a ejecutarse en Castellón. Es un autor que quizá por su modo de hacer, muy celoso a la hora de lograr que estos proyectos alcanzaran esa cota de singularidad y especialidad que los hacía aparentemente únicos, en el logro de esos objetivos probablemente no siempre controló ni los gastos de los presupuestos en momentos en que su cartera de pedidos era muy abultada y muy dispersa geográficamente, y no estuvo en condiciones de atenderlas a todas y a cada una de ellas con el rigor que a la postre puede asociarse con una obra irreprochable, sin ningún tipo de problemas. En el caso de Valencia, es muy significativo que le hicieran notar que intentar amalgamar un trencadís, que es una cerámica, sobre una superficie de acero, dos materiales tan dispares ante las altas temperaturas de la ciudad en verano, era algo que no saldría bien. Sólo su empecinamiento por sobre toda otra consideración práctica explica lo que ocurrió, a solo ocho años de la inauguración, y después de distintos problemas.”
Es que el Palau de les Arts de Valencia tuvo más contratiempos: se inundó dos veces, se hundió un escenario, una sala permanece inutilizable y de la sala principal de la ópera hubo que retirar 200 butacas, porque desde esas ubicaciones no se veía la obra representada. En el periódico digital Valencia Plaza cuentan una anécdota significativa de una visita de Calatrava junto a Gerardo Camps, ex vicepresidente de la Generalitat. El arquitecto quiso ver cómo había quedado el restaurante mirador. Cuando llegó, descubrió que la vista estaba tapada por las cubiertas del edificio. “Vaya, no se ve nada; bueno, da igual –dijo Calatrava, y luego se dirigió a Camps–. Os estoy dejando un edificio maravilloso.”
En cuanto al derrumbe en Oviedo al que alude Moix, se trata del Palacio de Exposiciones y Congresos: se vino abajo una pieza de hormigón de 500 metros cuadrados. Como en el ojo del Hemisférico, había diseñado una visera móvil, pero las cuentas se iban a las nubes, ya había padecido otros contratiempos y decidió dejarla fija. La Justicia aquí también le falló en contra: en febrero de este año fue condenado a pagar tres millones de euros por los desperfectos.
La Ciudad de las Artes y de las Ciencias es un complejo arquitectónico impactante, espectacular, que deja a los turistas asombrados. Está en lo que fue el lecho del río Turia, cuyo cauce fue redireccionado después de la catastrófica inundación de Valencia en 1957: ahora desemboca en el Mediterráneo canalizado por el borde sur de la ciudad. Todavía gobernaba el Partido Socialista cuando, en los ’90, fue contratado Calatrava, que luego, con el Partido Popular en el poder, encontró vía libre para un proyecto que suele tildarse de faraónico. Ahí están sus criaturas fabulosas: además del Palau y del Hemisférico ideó un Museo de las Ciencias (una estructura-costillar gigantesca, con 26.000 metros cuadrados para exposiciones) y una construcción a la que llamó El Agora, un “espacio multifuncional de gran versatilidad para acoger eventos de diversa naturaleza”, en el que, en rigor, hasta ahora se hizo una semana de la moda, fue sede del Open de tenis de Valencia y poco más. El Agora costó unos cien millones de euros, tiene unas goteras copiosas (hay fotos de periodistas con paraguas en su interior, los partidos tienen que suspenderse cuando llueve) y no fue terminado: algunas piezas metálicas de su cubierta se oxidaron antes de ser colocadas. Calatrava también diseñó en el complejo el Puente de L’assut de L’or, adjudicado para su construcción en 2004 por 23 millones, aunque su costo saltó luego a casi 60. Ese mismo año, el arquitecto presentó una maqueta de tres torres “esbeltas y helicoidales”, que llegarían a más de 300 metros de altura, “una iniciativa de trascendencia mundial” que coronaría, etcétera, etcétera, el complejo. Nunca se hicieron, pero Calatrava cobró del gobierno valenciano unos 15 millones de euros.
Buena parte de las irregularidades y las cifras vinculadas con Calatrava en la Ciudad de las Artes se conocen gracias a la persistencia de Ignacio Blanco, diputado de Ezquerra Unida de Valencia. Desde su agrupación, durante años machacó para que se conocieran los detalles de los contratos: le argumentaban que eran confidenciales y le negaban sistemáticamente el acceso. Pero un buen día consiguió fotografiarlos y así, en 2011, trascendieron los primeros números millonarios. “Son maniobras de los comunistas”, trató de explicar Calatrava, enojado. En mayo de 2012, Blanco y sus camaradas abrieron una página dedicada al arquitecto: www.calatravatelaclava.com. Eso lo enfureció. Es que ahí se conocieron cifras que se mantenían en secreto. La Ciudad de las Artes rondó los 1100 millones de euros, con un sobrecosto de 625, y el detalle de que Calatrava cobraría un porcentaje del costo total de las obras: facturó cerca de 100 millones. Que es una cifra incluso modesta, salió a decir el arquitecto. Que los comunistas se metían con él pero no con la Alhambra de Granada o la Catedral de Santiago de Compostela. Que qué eran 100 millones al lado de los 100.000 que el gobierno empezaba a garpar para rescatar a los bancos en la hecatombe económica del país. La Generalitat Valenciana puso en marcha la privatización para el año que viene de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias. La expectativa es conseguir 135 millones.
“Calatrava representa para Valencia una época de despilfarro, de gastos suntuarios y de corrupción, aunque no puedo yo afirmar que se dé específicamente en su caso –dice Blanco desde España–. Un hombre vinculado con el Partido Popular que ha gobernado durante casi veinte años y ha gastado mucho dinero porque había una burbuja inmobiliaria y urbanística y dilapidó recursos en grandes fastos, aeropuertos sin aviones, grandes complejos de ocio, Fórmula 1, eventos mundiales y mientras tanto desatendía necesidades sociales básicas. Calatrava es el símbolo, el que puso el decorado, la foto postal para una Valencia ilusoria.” Su agrupación fue la que lo denunció por el Centro de Convenciones de Castellón por el que ahora fue imputado. Y también por las tres torres por 15 millones que nunca se hicieron. “La fiscalía en su momento abrió una investigación, pero concluyó que aunque lo consideraban prácticamente derroche público, eso no tenía figura como delito –explica Blanco en torno de las torres–. Claro, no es tanto su responsabilidad, sino de quienes le pagaban. Calatrava es un listo, al final es un empresario privado que hace negocio con quien le interesa. La cuestión en este caso pasa por los funcionarios valencianos. También supimos que no cobra en España sino en Suiza, donde fijó su domicilio fiscal, para evitar tributar aquí. Pensamos que una administración pública no debería pagar en un paraíso fiscal. Y además él es de Valencia, presume de ello, tiene muchas condecoraciones, y buena parte de su trabajo, muchos de sus trabajos por el mundo, los hizo aquí, donde tenía su despacho de ingenieros y arquitectos.”
La información que Blanco y sus rojos fueron subiendo a telaclava captó la atención de medios internacionales y así el New York Times publicó, a fines del año pasado, una nota en su portada. “Yo siempre digo que Calatrava y sus problemas son como un circo con muchas pistas, pero su pista central está aquí en Valencia –dice Blanco–. Cuando salió esa nota se enojó todavía más, porque le hace daño. Ya tenía mala fama, pero lo del NYT supuso un salto cualitativo importante, e incluso puede perjudicarle económicamente. Allá también le tenían ganas, porque están muy descontentos con su trabajo en la Zona Cero, y se ha ganado la animadversión de los medios.”
Es que allí diseñó una nueva estación de trenes que lleva un retraso de seis años y costará cuatro mil millones de dólares, el doble de lo presupuestado de arranque. A comienzos de este año, Calatrava inició una demanda contra la página “por una acción de derecho al honor”, por daños y perjuicios. Reclamó 600.000 euros. “El argumenta que nuestras denuncias han alcanzado una dimensión internacional –explica Blanco–. Pedía el cierre de la página.” El juez falló que era legal, que estaba amparada en el derecho de la libertad de expresión y que además contenía información verídica. Pero consideró que el telaclava era ofensivo, e indicó una compensación de 30.000 euros. El humorista Vergara dibujó a un juez indignado a la hora de dictar sentencia, al que le hace decir: “¿No podrían haberla titulado ‘Calatrava nos introduce el miembro con mucho cariño y desde el respeto más absoluto.com’, o algo así?” Apelado, el fallo está ahora en segunda instancia. La página, por el momento, se titula “Calatrava no nos calla”. Punto com.
Calatrava trabaja por estos días bastante en Estados Unidos. Sin ir más lejos, para ayer estaba prevista la inauguración de su edificio para la Universidad Politécnica de Florida. Además de su faena en la Zona Cero, donde estaban las Torres Gemelas, le han encargado unos puentes en Dallas: al primero lo presupuestó en 117 millones de dólares y terminó costando 65 millones más. En Haarlemmemeer, Holanda, otro diputado reclama por otros tres puentes, inaugurados hace diez años y ya oxidados y riesgosos. En Buenos Aires también hay un Calatrava, “el primero de Latinoamérica”: es el Puente de la Mujer, en Puerto Madero, donado por el empresario Alberto González y luego transferido a la ciudad. Todavía se dice que es una representación abstracta de una pareja bailando tango: ¿alcohol, drogas duras? Gira sobre una columna a 90 grados, para permitir que pasen los barcos. “Un puente inútil, una vergüenza –opina el arquitecto Juan Molina y Vedia–. Fue un gesto tonto, para darse corte y decir ‘Tenemos una obra de Calatrava’. Cosas artificiales, que no nacen de ninguna necesidad real y concreta: es la arquitectura de lo inútil. Calatrava había hecho cosas buenísimas, y después entró a hacer barbaridades. Es una muestra de lo terrible que es la fama en la actualidad. Este puente forma parte de ese sitio de exhibicionismo que es Puerto Madero.”
El arquitecto, crítico e historiador inglés Kenneth Frampton, que en 1989 lo había elogiado por una obra que por entonces rompía los límites de las nociones constructivas, por “revitalizar la decadencia sintáctica de la arquitectura contemporánea” y por convertir “artefactos técnicos en formas locales”, pasó a encuadrarlo entre los hacedores de “edificios espectaculares, aunque en muchos niveles muy vacíos”. Apariencia, sobre todo. “Es interesante, porque tiene que ver con la cultura angloestadounidense y su poder”, añadía en una entrevista en 2006. El crítico William Curtis definió a la Ciudad de las Ciencias como “un gran show, una apuesta de marketing”. “Es una especie de Disney arquitectónico, un icono publicitario –decía a El País hace dos años–. Son ideas puramente formalistas: se impone una forma sin resolver su funcionamiento. Todo aquí es retórico. Provoca ruido visual.” Desde Barcelona, opina también Llàtzer Moix: “Al tener una personalidad tan acusada y al haber sido reconocido por clientes muy diversos de varios países, creo que tiene un lugar en la historia –dice–. Porque no es un cualquiera, es alguien con muchas capacidades, muy inteligente y muy tenaz, con un operativo comercial asociado a su producción también muy potente. Es decir, su obra está ahí y es suficientemente característica para los anales. Para bien o para mal, el tiempo lo dirá. Porque la opinión sobre él ha ido cambiando. Dicho esto, es obvio que en lo relativo a la contención presupuestaria, o a la modestia, o a la consideración que reclama el entorno donde construyó, o en función de los achaques que muestran velozmente algunas de sus obras, surgen reparos muy significativos. El tiempo dirá”.
La demanda de unos bodegueros en Alava, por un techo con goteras estructurales. Los defectos de un obelisco de cien metros de alto en Madrid. El óxido en las obras para los Juegos Olímpicos de Atenas, hoy abandonadas. En estos días trascendió que en Valencia unas 3000 familias sin ingresos dejaron de percibir ayudas para paliar la pobreza. La comunidad fue uno de los epicentros españoles de endeudamiento y corrupción galopante. Hubo años dulces en Valencia, promesas de un futuro de avanzada, faraónico: Calatrava y su arquitectura blanca quisieron ser un emblema. Un pedazo de trencadís de quince kilos cae desde veinte metros de altura.
Os estoy dejando un edificio maravilloso.
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