Domingo, 13 de septiembre de 2015 | Hoy
> CLAUDIO MARíA DOMíNGUEZ Y LA LEYENDA DE DéJALA MORIR ADENTRO
Por Mariano Kairuz
Muchos lo recuerdan como el niño prodigio que contestaba sobre mitología griega en Odol pregunta. Algunos lo habrán conocido más recientemente, en su rol de guía espiritual inspirado en sus encuentros con la Madre Teresa de Calcuta, el Dalai Lama y Sai Baba. Otros, por su faceta de periodista televisivo y viajero. Pero quizá pocos sepan que, en una de sus mil vidas, Claudio María Domínguez fue, durante más de una década, un gran distribuidor cinematográfico, el autor de su propia leyenda, estrenador de algunos grandes films y de muchos otros no tan grandes, a los que supo convertir en éxitos gracias a su extraordinaria mano para titular: el más famoso de sus bautismos es Déjala morir adentro, con el que lanzó localmente un film más bien modesto llamado originalmente Julie Darling, con Sybil Danning y Anthony Franciosa, en 1986. También fue responsable de otros títulos irresistibles como ¿Me la saca doctor? (Compromising Positions) y El péndex está de la nuca, entre otros. “Era una suerte de Robin Hood muy interesante”, dice Calori: “No es que hacía caja y se la quedaba, sino que la metía en otras cosas de más riesgo. Muchos estrenos de films esenciales se le deben a él: entre otros La ley de la calle, de Coppola. Es además una persona de la que todos te hablan bien, en cámara y fuera de cámara. Y cuando lo conocés hoy, descubrís que no es bizarro, como todos imaginan: Claudio simplemente es como es”.
En cuanto al título, célebre y un poco inexplicable (pero poseedor de una indudable, ambigua carga sexual), Déjala morir adentro, en Un importante preestreno el propio Domínguez ofrece algunas interpretaciones: “Me dijeron vos estás loco, enfermo, vamos a ir todos presos. Pero no, eso porque ustedes son unos malpensados de miércoles. Es ‘dejá morir la ilusión dentro de tu mente’. ‘Dejá morir a la chica, que la querían matar, dentro de la casa’. ‘Dejá morir la ratita en la caja’. ‘Dejá morir la fantasía de lo que vos creías que era la vida, sé libre, sé profundo’. Yo eso legalmente lo puedo pelear. Dicho y hecho, prohibida la película solo por el título, y lo peleamos y salió aprobado porque ‘la metáfora poética del título vale ser considerada’”.
La Comisión municipal de Moralidad prohibió la imagen de los afiches, que debió salir solo con el título, al igual que los avisos en algunos diarios: Clarín apenas la publicitó como Déjala morir (sin el adentro final). La película metió 20 mil espectadores en su primera semana de estreno en el Paramount. La pregunta es cómo llegó Domínguez a dar curso a esta leyenda. “Cuando tenía 15 años empecé a escribir para los programas que conducía Cacho Fontana, a quien había conocido por supuesto en el famoso Odol pregunta”, le cuenta Claudio María Domínguez a Radar en entrevista telefónica, apenas horas antes de partir a Miami para ser entrevistado por Cala en CNN en su carácter de guía espiritual.
“Era algo muy lindo; me mandaban a viajar por el mundo. Pero mi pasión era siempre el cine y un día vino Richard Attenborough, el director de Gandhi, para presentar acá su película Un puente demasiado lejos. Simultáneamente se hacía en Buenos Aires una semana de cine ruso, que tenía de representante a la bailarina Maya Plisétskaya. La pasé tan bien haciendo esas notas que le dije a Fontana, esto es lo que yo quiero hacer, más que cubrir las noticias del mundo. Y en eso me contactan los ejecutivos de la United Artists, que estaban preguntando quién era este periodista jovencito que dejó una tan buena impresión en Attenborough y en su productor Joseph Levine. Lo quieren contratar para que maneje el lanzamiento de las películas de UA en Latinoamérica, me dicen. Para mí era tocar el cielo con las manos, ni hablé de dinero, yo les trendría que pagar a ustedes, les dije. Bueno, con más cariño le vamos a pagar 5 mil dólares por mes, ¿le parece bien?, me dicen, y para mi era ¡wow!, con eso en cuatro meses te comprabas tu departamento en ese momento. Y empecé a viajar haciendo la publicidad de películas como el Moonraker, de James Bond, que se hacía en Río, El Señor de los Anillos, la versión animada de Ralph Bakshi, la Ifigenia, de Cacoyannis, el griego de Zorba el griego, en Cartagena. La pasé como los dioses y me dije, esto es lo que yo quiero, y tras dos o tres años hermosos me puse mi propia distribuidora. Lo primero que hice fue buscar grandes títulos que yo hubiera querido ver y estaban prohibidos por la censura, y ahí empezó esta historia”.
La distribuidora de Domínguez, que se llamó Clauen, tenía una estrategia arriesgada pero funcional. Para mantener, cuenta, “una película finoli, un Pasolini”, compraba Emmanuelle 4. “Para mantener La ley de la calle, el Rumble Fish de Francis Ford Coppola, traía La potra, con Joan Collins. Nada porno, eran tres tetas más tres tetas menos, y las peleábamos a capa y espada con la censura. Iba y ponía las fotos en la calle Lavalle yo mismo, me las prohibían, las volvía a pegar, me llevaban preso por dos días y después lo volvía a hacer. Era muy divertido para mí a los 18, 20 años. Estas películas eran una picardía nada más. A veces ni las veía para ponerles el título; de La potra veía el trailer, de la anterior de Joan Collins, que se llamaba The Stud y le puse Disco club privado vi el trailer también, con ella hamacándose desnuda sobre una pileta, y me decía: Ya está, con esto tenemos cinco semanas de valijeros en la calle Lavalle. Y con eso me compraba Simplemente sangre, de los hermanos Coen, que sabía que iba a ser difícil de posicionar, y así y todo anduvo muy bien en el cine Normandie. Esa era la aventura”.
Aunque el mundo de la distribución lo recuerda por estas “aventuras”, lo cierto es que el cinéfilo argentino de los 80 le debe mucho. Domínguez consiguió de este modo la trilogía entera de Pasolini (El Decamerón, Los Cuentos de Canterbury y Las mil y una noches) así como trajo “cinematografías muy llamativas, mucho cine belga, mucho australiano, incluyendo el Razorback de Russell Mulcahy. O la película de Miklos Jancsó, Vicios privados virtudes públicas, que metió cien mil personas en el cine Paramount. Muchos valijeros, que saldrían puteando por el concepto ‘intelectual’ de la película, pero como había muchos desnudos todo el tiempo me decía ‘no se van a quejar’ y de hecho no era para tanto. Compré una que todos habían rechazado, Secretos de hotel, que era Hotel New Hampshire, de Tony Richardson con Jodie Foster y Natasha Kinski. A mí me enloqueció, hubo gente que la había comprado en producción por el elenco, y que cuando la vio la rechazó, perdiendo la seña que habían pagado, pero nosotros tuvimos un gran éxito en el Ambassador de Lavalle. Alguna gente se enojaba porque querían ver secretos de hotel y se encontraban con una película de arte, y entonces cortaban las butacas, pero el administrador, que era muy amigo mío, me decía: hoy rompieron cinco butacas pero metimos dos mil personas, así que me conviene con creces, Claudio, seguí haciendo el aviso”.
¿Trataste personalmente con Tato?
–Mucho tiempo, debo haber tenido cien charlas con él. Su secretaria, que era muy buena mina, y Ares, que era como el vicepresidente de la censura en esa época, me decían: mirá, el único al que se banca sos vos; cuando te vas nos dice: “Viene, me pelea, me dice de todo, pero tiene cultura, y yo me río, y charlo dos o tres horas con él y me gusta”. Su frase famosa sobre mí era: “De cada dos películas que viene a pelearme, le regalo una, así se queda contento y viene y me sigue charlando sobre los griegos y la Ilíada y la Odisea”. Era mi cita de todos los jueves a las once de la mañana. Primero fui a pelear los títulos de United Artists, como empleado de la compañía, luego los míos. Y la pasaba bien, porque yo salía y decía: “Es un retorcido este hombre, un retrógrado, un enfermo mental, pero tiene humor; tenía una picardía dentro de toda esa ignorancia; era como charlar con un Hitler de la censura. Y cada vez que salía la secretaria me insistía: sos el único al que le da bolilla, valoralo, agradecelo, a los otros los putea, los raja y los ignora y ni podemos recibirlos, pero por vos pregunta siempre: ¿ya llamó Domínguez para la reunión del jueves? Te tiene como un fetiche, aprovechalo. Gracias a eso salvamos un montón de películas para mi memorables, como Carrie, la de Brian De Palma, que fue nuestro gran salvataje iniciático: rompimos todos los récords y la trajimos a Sissy Spacek a la Argentina. Y después salvamos otras cositas menores que para mi eran cuestión de honor, como Equus, que yo le decía: ¿acá se hace con Miguel Angel Solá en teatro y usted nos prohíbe la película con Richard Burton? Y la terminábamos zafando. También hubo películas que las mutilaban, y esas las peleábamos fotograma por fotograma: él sacaba cinco escenas de diez minutos y terminábamos en dos escenas de tres minutos; pero además las cortábamos según sus instrucciones, y cuando llegaba la noche anterior al estreno, yo me escabullía en la noche para pegarles de vuelta los fotogramas cortados. Una de mis grandes batallas en mi época en UA fue Regreso sin gloria, Coming Home, la de Jane Fonda y John Voight: le querían cortar una escena de sexo porque como él era discapacitado, al no poder hacer el amor normalmente era de sexo oral. Era una toma preciosa, sublime, casi poética, en plano general, donde se veía la cabeza de él supuestamente en el cuerpo de ella ahí abajo. Me acuerdo que eran 180 fotogramas y me dejaban diez, de modo que solo se viera de lejos, insinuado. Yo le pegué de vuelta los 180 el día del estreno, fui preso otra vez dos días, y al final terminamos con 50, 60 fotogramas por sala. Los grandes dueños de los cines ya sabían de todo esto y eran muy nobles conmigo. Decían: ya sabés, es loco, Claudio, dejalo. El se arriesga; poné la película. Fue una etepa muy buena.
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