Domingo, 8 de noviembre de 2015 | Hoy
Por Luciana De Mello
Vuelvo a leer “Carta”, ese relato que integra El padre y otras historias, y encuentro este párrafo subrayado en su primera lectura: “El ejemplo de esa entrega, que es también elección, que es también participación, nos habla de un lenguaje olvidado pero que reconocemos. Nos sugiere que quizás no seamos más que intermediarios entre fuerzas que nos superan y un mundo que acepta y necesita nuestra colaboración. Que más allá de nosotros, de nuestra voluntad y conocimientos, existe una alianza entre las cosas, un pacto inalterable que es preciso secundar. Cada día trae su confusión, pero la meta es siempre la misma. Nuestra tarea es de rescate. Lo perdido, lo oculto es nuestro objetivo”. Entonces pienso que ese lunes, antes de que me llegara la noticia de su muerte, yo estaba en una sala de la Biblioteca Nacional, recordando que ahí mismo hacía unos años, había ocurrido el único encuentro que tuve en persona con Antonio Dal Masetto. Era la presentación de Un maestro, de Guillermo Saccomanno y de pronto lo vi ahí, haciendo la cola para que su amigo le firmara un ejemplar. Me acerqué a saludarlo con el pudor y la admiración de una alumna que nunca había asistido a su taller. Tras haber intercambiado algunos mails luego de publicada la reseña, le agradecí ese día por lo que la lectura de La culpa me había dejado. Se sonrió con algo de pudor y me contestó que el agradecido era él, con esa humildad que sólo tienen los hombres de su tamaño.
Hoy atesoro esa coincidencia como una suerte de azarosa despedida para una amistad contenida en el tiempo de una lectura, en una charla en entrelíneas. “Esta nunca es una zona cómoda” me dijo una vez, hablaba del trabajo de vislumbrar lo que se quiere decir cuando uno empieza a narrar algo. Y ahora pienso que me hubiera gustado haber podido tener tantas otras conversaciones más de las que tuvimos en ese breve intercambio. Pero lo que hay son solo estos tres mil caracteres para volver a subrayar, para volver a pasar por el corazón, esa tarea que Dal Masetto cumplió y legó a los otros aun acaso sin saberlo. Esa tarea de quien abandona el territorio de la comodidad, para ir al encuentro de las preguntas que valen la pena formular, las que guían una vida, las que engendran un relato. Sólo en el encuentro con esas preguntas es posible ordenar los materiales de una ficción que saldrá a la luz de las propias verdades. Releerlo será siempre necesario para volver sobre el sentido de lo que quiera escribir, porque su obra es luz intermitente para quien se acerque desprevenido, revelando o interpelando la propia interrogación sobre aquello que es necesario desenterrar, poder decir o simplemente decidir callarse.
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